(Publicado en Diario16 el 5 de octubre de 2020)
Este fin de semana Isabel Díaz Ayuso nos ha dejado algunas perlas de su pensamiento político en una entrevista para el ABC. “No se trata de confinar al cien por cien de los ciudadanos para que el uno por ciento contagiado se cure; se trata de detectar al uno por ciento que va contagiando y que el noventa y nueve salga a la calle a buscarse la vida”, ha dicho IDA, entre otras cosas de dudosa procedencia ética y moral. La conclusión que se extrae, por tanto, es que la señora presidenta admite como precio razonable que 60.000 madrileños pierdan la vida finalmente por el maldito coronavirus (el uno por ciento de la población de la Comunidad de Madrid) siempre que se salve la economía.
Por si cabía alguna duda, el posado dominguero de la señora presidenta en el rotativo monárquico viene a demostrar que el caos en la gestión de la pandemia en la capital de España y alrededores no era solo cuestión de incapacidad, ineptitud o impericia (algo que ha acreditado sobradamente) sino que la chica sabe muy bien lo que se hace porque ha tenido buenos maestros y porque es una pupila aventajada y contumaz que lleva por dentro la fe y la doctrina neoliberal más salvaje. Ayuso es una fiel admiradora del estilo Trump, no en vano le ha dicho a los periodistas del ABC que ella tiene “un plan muy concreto y muy claro para Madrid” y que toma el “ejemplo de Estados Unidos”. Es como para echarse a temblar que la lideresa se fije en el país que más contagios ha acumulado desde que empezó la pesadilla, aunque curiosamente nada dice de Nueva York, que ha logrado contener la plaga a fuerza de cerrar negocios e invertir en médicos y rastreadores, algo que ella todavía no ha hecho ni está dispuesta a hacer.
La presidenta de Madrid ha colocado a Trump en un altar, como a un San Isidro del populismo demagógico, y cada mañana le pone un par de velitas en rogativa. Esta misma noche el atolondrado y fatuo presidente yanqui ha dado un nuevo ejemplo de irresponsabilidad y de lo que no se debe hacer al escaparse de la UCI para darse un garbeo por los jardines del hospital y saludar a sus seguidores y acólitos negacionistas en lo que pasa por ser un descarado acto de campaña electoral a la desesperada, ya que sus índices de popularidad andan de capa caída. Sin duda, la maniobra de propaganda del millonario pelopaja ha debido atraer la atención de IDA, su discípula más incondicional y fan número uno. Díaz Ayuso, siempre atenta a todo lo que sean prácticas de política basura, habrá estado tomando apuntes delante del televisor, con las palomitas, la coca cola y el sombrero de copa republicano del Tío Sam bien encasquetado en sus famosos tirabuzones con reflejos años 50. IDA está definitivamente entregada al trumpismo recalcitrante del magnate neoyorquino, que se ha pasado meses menospreciando el coronavirus e ignorando las recomendaciones de médicos y científicos porque lo que le motiva a él es salvar el dólar.
El gran problema de Ayuso es que no ha entendido a Adam Smith y ha debido saltarse aquel capítulo en el que el padre del liberalismo decía aquello de que no puede haber una sociedad floreciente y feliz cuando la mayor parte de sus miembros son pobres y desdichados. Ella se ha quedado solo con lo que le interesa, con la mano invisible que mueve la economía y con el manido lema laissez faire, laissez passer (“dejen hacer, dejen pasar”), que ha llevado hasta sus últimas consecuencias. IDA ha mamado de las teorías anglosajonas más que de la filosofía de los viejos y sabios griegos y se ha quedado con aquella frase de Thomas Jefferson: el dinero y no la moral es el principio de las naciones fuertes. Por eso el resumen que saca de estos ocho meses de tragedia nacional y terrible epidemia es que se debe dejar hacer al virus y no molestar a los mercados. Por eso aparca la ética tan necesaria en política y deja la filosofía humanista y lo de salvar vidas para Gabilondo el Parsimonioso.
Está visto que la zagala es una suicida económica, una talibán del liberalismo que es capaz de no hacer nada para no ponerse en contra a la patronal y al sector hostelero. A IDA le han dicho que Trump tiene que soportar al lobby judío de Wall Street, como gaje del oficio, y ella se ha mentalizado en que su grano en el trasero es el lobby de pinchos y tapas de Plaza Mayor. Y al igual que el demonio de América es el comunista Joe Biden, ella se ha buscado otro enemigo ficticio, Pedro Sánchez, para seguir con el cuento de la invasión bolchevique. La cosa es respetar el manual trumpista hasta el final aunque los madrileños estén cayendo como moscas. Por desgracia, cuando aplica sus ideas reaccionarias no se quita la vida ella (que está muy bien resguardada y a salvo en la fortaleza para ricos de Kike Saraola) sino que se lleva por delante a unos cuantos miles de paisanos, mayormente ancianos y obreros de los barrios lumpen de Madrid, la carne de cañón para sus disparatados experimentos y devaneos ultraderechistas.
A IDA ya no le conmueven ni le importan los miles de contagiados sino que su obsesión es quedar bien con el gremio de bares, terrazas y salas de fiesta, que el Manhattan madrileño no se pare ni un minuto y pueda convertirse algún día en un paraíso dumping libre de impuestos y con muchos unicornios, toros, organillos y verbenas de la Paloma, que es adonde ella pretende llegar cargándose el Estado de Bienestar y haciendo realidad su utópico sueño neoliberal en rosa fucsia infantil. Sin duda, lo poco que sabe Díaz Ayuso lo ha aprendido en la loca academia de políticas de Aznar, o sea la FAES, donde sus maestros le han enseñado que lo primero antes que la salud (incluso en medio de una pandemia que ni las nueve plagas de Egipto) es la propaganda barata, el patrioterismo de baja estofa y las encuestas demoscópicas. Y ella, que se lo ha creído a pies juntillas, está tan ciega la pobre que ya no ve muertos a su alrededor sino esas décimas de PIB a la baja que la tienen obsesionada porque pueden hacer que pierda las próximas elecciones.
Viñeta: Pedro Parrilla
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