(Publicado en Diario16 el 30 de septiembre de 2020)
La extrema derecha española va a toda máquina en su ofensiva contra el Gobierno de coalición, al que ha marcado ya con el sello incandescente de “ilegítimo” y traidor a España. La limpieza del rojo bolivariano ha comenzado ya y nadie que esté en el otro lado, en el de la disidencia frente a la España franquista de Casado y Abascal, se encuentra a salvo. El último en sufrir los mensajes de odio ultras ha sido el diputado de En comú Podem Gerardo Pisarello, que se ha atrevido a criticar abiertamente las recientes controvertidas decisiones adoptadas por Felipe VI. En un tuit, Pisarello ha afeado al monarca su llamada telefónica al presidente del Consejo General del Poder Judicial, Carlos Lesmes, para decirle que le hubiese gustado estar en el acto oficial de entrega de despachos a los nuevos jueces en Barcelona, un evento al que finalmente no acudió al considerar el Gobierno que era contraproducente por el clima de crispación social que se respira en Cataluña con la inhabilitación de Quim Torra. Pisarello calificó la llamada de Zarzuela al presidente del CGPJ de “acto abierto e inaceptable de desobediencia constitucional” y las redes sociales comenzaron a arder en forma de improperios, insultos y amenazas contra el diputado podemita.
En medio del vendaval, Vox se ha sumado al aquelarre facha al lanzar uno de sus habituales mensajes xenófobos contra alguien al que no considera “español de pedigrí”: “Cuando un extranjero que mancilla la bandera y apoya a un golpe separatista se sienta a la Mesa del Congreso, lo más lógico es que mancille la Mesa y ataque al rey que se enfrentó al golpe. Todo lógico, excepto que no lo hayamos devuelto a Argentina con una patada en el culo”.
De modo que ya sabemos lo que nos espera con este partido, ya sabemos cuáles son los modos y las formas “democráticas” del partido de Abascal: la expulsión del país del negro sudaca, la limpieza étnica y política, la “patada en el culo” al inmigrante y disidente. Esta asquerosa expresión es una máxima muy española que evidencia el pelaje intelectual de la gente a la que nos enfrentamos. Todavía tenemos fresca en la memoria la espeluznante e inhumana patada que Petra Laszlo, la reportera húngara (por llamarla de alguna manera) propinó a aquel pobre refugiado que llevaba en sus brazos a su hijo cuando ambos trataban de atravesar la frontera. Aquella foto deleznable inauguró el fascismo europeo siglo XXI por lo que tenía de puntapié a la democracia y a los derechos humanos. O quizá el nuevo totalitarismo nació en un rancho de la Texas profunda, entre patadas de los vaqueros supremacistas a las reses y a los espaldas mojadas, y de allí pasó a los gimnasios madrileños, donde proliferan los cabezas rapadas y los cachitas hormonados con tatuaje, todos ellos expertos en el patadón de Bruce Lee.
Sea como fuere, España siempre ha sido un país de pateadores y pateados, ya lo escribió Miguel Delibes en Los santos inocentes, una novela donde se ve claramente cómo los señoritos del cortijo tratan a patadas a los pobres diablos que no tienen dónde caerse muertos. En general los franquistas, cuando tenían que saludar al Caudillo, daban una patada en el suelo para acojonar al personal antes de levantar el brazo marcialmente y gritar aquello de Arriba España con dos cojones. Lo dijo Machado con lucidez: en este país, “de diez cabezas, nueve embisten y una piensa”.
Lo que vuelve hoy con el “trumpismo” neofascista, tristemente, es la ideología de la patada, no la patada en la puerta como aquella Ley Corcuera de Felipe González, sino la patada brusca al rojo y al inmigrante. El mundo que nos propone Santi Abascal es el de la coz como sistema político, la burricie como ideología y la animalada de la ley de la selva −donde se funciona a patadas y a embestidas−, como gran utopía a alcanzar. En definitiva, es la injusta división de las sociedades humanas entre pateadores y pateados; entre el ejemplar de pura raza que patea, arriba, y la res de trabajo o mula de carga que soporta el golpe, abajo; entre las botas relucientes y poderosas y los culos sufridos y humildes susceptibles de ser coceados. Es decir, el retorno al determinismo biológico, a las castas superiores e inferiores, a la humillación de Charlot, que siempre terminaba recibiendo una patada en las posaderas de algún policía racista.
El delirio xenófobo de Vox va in crescendo por influencia de las ideologías “trumpistas” que nos llegan del otro lado del Atlántico. Ayer mismo, en el cara a cara electoral, Donald Trump quiso patearle la cara (metafóricamente) a Joe Biden, y volvió a dar claros síntomas de un racismo incurable al defender a organizaciones que propugnan la pureza de la sangre como el Ku Klux Klan. La última víctima de este intento de imponer la dictadura de la patada es Pisarello, que lo tiene todo para ser blanco fácil de la intolerancia fascista: es de izquierdas, es independentista, es republicano y además es argentino. También es hijo de un abogado asesinado por hacer frente a la dictadura de Videla, nieto de republicanos andaluces y padre de dos jóvenes antifascistas catalanes. Una nalga perfecta para la suela ultraderechista. “Tendréis que hacer algo más que ladrar y embestir para conseguir que renunciemos a la funesta manía de pensar”, contestó el penúltimo linchado por las hordas voxistas. Está claro que aquí, o nos organizamos, o nos echan a patadas.
Viñeta: Iñaki y Frenchy
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