martes, 12 de octubre de 2021

LAS TECNOLÓGICAS

(Publicado en Diario16 el 5 de octubre de 2021)

Vivimos la dictadura de las grandes tecnológicas. Facebook, WhatsApp, Messenger, Instagram son solo nombres diferentes para designar al mismo Gran Hermano que controla nuestras vidas. Cuando la red se cae por una avería o incidencia, como ocurrió ayer, el mundo queda sumido en el caos y cualquier cosa puede ocurrir. Hemos llegado a un punto en que no sabemos vivir sin las redes sociales. Nuestras relaciones personales, nuestros negocios, nuestras compras y dinero, la Bolsa, las empresas y fábricas, los servicios públicos, todo, absolutamente todo, depende de estas compañías que en apenas unos años se han convertido en las más poderosas del planeta. Estamos vendidos y en manos de robots, bots, algoritmos y entes electrónicos abstractos que no saben de personas ni sentimientos, solo de números en términos de rendimiento económico.

Ayer, la caída del imperio cibernético que dejó incomunicado el planeta se debió a cambios en la configuración de los routers que coordinan el tráfico de red entre los centros de datos de la compañía, una incidencia que interrumpió súbitamente el suministro. Más de 3.500 millones de usuarios quedaron a oscuras. “Esto tuvo un efecto en cascada en la forma en que se comunican nuestros centros de datos, lo que paralizó nuestros servicios”, asegura el vicepresidente de Infraestructura, Santosh Janardhan, en el blog de Ingeniería de Facebook. Esa fue la explicación oficial aunque, como la transparencia brilla por su ausencia en estas turbias multinacionales que mueven el orbe, probablemente jamás lleguemos a saber qué ocurrió realmente.

Antaño fallaba algo y se telefoneaba a la central de turno, donde había un señor con bigote que le atendía a uno y le explicaba el motivo del error. Hoy no, hoy cuando las redes se vienen abajo estrepitosamente (generando un terremoto mundial) nadie sabe nada, nadie explica nada, nadie está al cargo ni al mando porque todo se mueve automáticamente. No hay un miserable teléfono al que llamar ni funcionario al que recurrir, aunque solo sea por el derecho al pataleo. La oscuridad y el silencio lo invaden todo, se instaura el sálvese quien pueda y la vida deja de funcionar. Es la pesadilla burocrática de Kafka, solo que en versión ciencia ficción.

Todo este poder que hemos otorgado a las tecnológicas es consecuencia directa del debilitamiento y decadencia de los Estados-nación. Los países y sus gobiernos cada día tienen menos influencia y son las grandes corporaciones privadas las que toman las riendas del poder e imponen las normas. Lo estamos viendo estos días con las eléctricas. Un trust de piratas con codicia desmedida puede alterar el precio de un bien tan básico como la luz, saqueando vilmente nuestros bolsillos, sin que el Consejo de Ministros pueda hacer nada por evitarlo. Así es el extraño mundo que hemos creado, así es el nuevo fascismo digital al que nos dirigimos en pleno siglo XXI. ¿Qué se puede hacer para pararle los pies a los nuevos señores feudales del chip? ¿Cómo poner coto al libre albedrío de los totalitarios de la computadora que imponen su santa voluntad? Solo un poder público fuerte e intervencionista puede plantar cara a estos ingenieros de la inteligencia artificial, un maravilloso oxímoron, ya que un puñado de cables y tornillos engrasados jamás podrá sustituir a la inteligencia humana, emocional y racional.

Por tanto, toca meter en cintura a las grandes corporaciones tecnológicas antes de que un hitlerito del hardware termine dando un golpe de Estado global y sometiéndonos a la condición de siervos, como ya predijo Fritz Lang en su maravillosa Metrópolis. Es preciso regular los derechos y obligaciones de estas empresas detrás de las cuales a menudo solo hay humo, cartón piedra y una maraña de circuitos integrales. Es necesario que paguen lo que deben según lo que dicta la ley y según sus monstruosos beneficios. Y es imprescindible someterlas al Estado de derecho, regular su funcionamiento y dotar a los consumidores de armas legales para que puedan defenderse de los abusos. De lo contrario, cualquier día nos levantaremos sin gobierno y con un marcianito verde en Moncloa dictando las leyes y diciéndonos lo que tenemos que hacer.

La avería del lunes negro le ha costado la friolera de 6.000 millones de dólares a Mark Zuckerberg, que en menos de un par de horas pasó del cuarto al quinto puesto en la lista de los más ricos del mundo, según datos de Bloomberg. No está en su mejor momento el genio de nuestro tiempo. Desde hace meses lo investigan por vender datos personales y priorizar la búsqueda del beneficio personal por encima del interés público. Anoche el terror sacudió la sede de su empresa en Silicon Valley y sus cerebritos tuvieron que recurrir al Diazepam con Coca-Cola, que es el alimento de los nuevos yuppies de la era digital. Todos esos niñatos millonarios con síndrome de Peter Pan viven en su mundo de fantasía, juguetitos mecánicos, androides y fotones y solo entienden el lenguaje del dinero. Como tienen un disco duro por corazón y hablan en términos binarios (ceros y unos) se han olvidado de todo lo bueno que ha creado la humanidad, entre otras cosas la Declaración Universal de Derechos Humanos, que consagra la igualdad de todos ante la ley y no un sistema de amos controlando el botón rojo y esclavos que obedecen.

Hemos creado un mundo de pijos Harvard enganchados al chute de la maquinita. Ayer alguno de estos genios creativos debió tocar un botoncito o tecla que no debía, la lio parda e hizo perder al tal Zuckerberg un buen puñado de millones. A estas horas los de Asuntos Internos del gran mastodonte tecnológico azul todavía buscan al torpe que ha estado a punto de enviar el mundo al garete. Ya se sabe que un informático es alguien que, por norma, no sabe estarse quieto.

Viñeta: Pedro Parrilla

PANDORA PAPERS

(Publicado en Diario16 el 5 de octubre de 2021)

Si algo está demostrando los Pandora Papers es que los ricos, por lo general, suelen tener mucho dinero y muy poca vergüenza. Mientras no comprendamos que la hipocresía social de aquellos que eluden el pago de impuestos no es solo una cuestión ética o estética, sino un cáncer del Estado de bienestar que nos atañe a todos, este país no tendrá arreglo. Si todavía tenemos la suerte de que un médico nos atienda en la Seguridad Social es porque pagamos impuestos; si la Policía y los bomberos acuden a nuestra llamada de inmediato y cuando lo necesitamos es porque los pagamos con nuestros impuestos; y si hay carreteras, ferrocarril, escuelas y asistencia social es porque el Estado sufraga los servicios públicos con los impuestos de todos los ciudadanos (todos menos los jetas que se escaquean, claro).

El asunto es tan trascendental y a la vez tan sencillo de entender que podríamos concluir sin temor a equivocarnos que la civilización misma se asienta sobre los impuestos y sin ellos volveríamos a la ley de la selva. Mientras tanto, la nómina de defraudadores engorda a medida que se van conociendo más detalles sobre los Papeles de Pandora. Las caretas van cayendo de los rostros de toda esa gente que iba de respetable y honrada por el mundo y que estaba robándonos el dinero, el bienestar social y el futuro como país.

El primero que ha quedado en evidencia, una vez más, es el que debería dar ejemplo por el alto cargo que ostenta. Últimamente el rey emérito está en todas las salsas. Esta vez el Consorcio Internacional de Periodistas de Investigación (en colaboración con El País y La Sexta) ha cazado in fraganti a Corinna Larsen, que al parecer pretendía que su amante, el monarca español, cobrara parte de un fideicomiso llamado Peregrine, en Nueva Zelanda, en el caso de que ella muriera antes. De Juan Carlos I los españoles ya no esperamos nada bueno más allá de que se ponga al día con Hacienda y explique el origen de su inmensa fortuna que Forbes cifra en 2.000 millones de euros. Así que esto de Pandora no nos coge desprevenidos. Es una más del emérito.

Pero el listado de supuestos hipócritas que colaboran con oenegés, que van de concienciados contra el hambre en el mundo y que no se pierden un sarao, gala o fiesta de la beneficencia mundial va mucho allá del ex jefe de Estado español. Ahí está Skakira, la diosa del pop cuyo nombre aparece en tres empresas de las Islas Vírgenes y que durante años se ha destacado como la gran madrina de los niños desamparados del Tercer Mundo. Un ángel del bien metida a siniestra defraudadora internacional. Toma waka waka. O Pep Guardiola, el activista de la causa indepe que al parecer poseía una cuenta en Andorra que se cerró en 2012, justo cuando se acogió a la amnistía fiscal aprobada por el Gobierno Rajoy para regularizar sus cuentas en el Principado. Muy antiespañol y muy patriota de la causa catalana de la libertad, pero a la hora de la verdad trincando lejos, en B, como un pepero más. Qué feo Pep.

No quisiéramos seguir con la relación de supuestos aprovechados y escamoteadores porque da vergüenza ajena. Pero cómo no acordarnos de ese Miguel Bosé, el líder del movimiento que niega la pandemia, el gurú que pone al descubierto las supuestas conspiraciones de todo tipo contra los ciudadanos indefensos. Este aparece en el entramado como accionista único de una sociedad en Panamá vinculada a un banco suizo desde 2006. ¿Qué se puede decir después de escuchar esto más que Bosé es otro impostor que predica revueltas y revoluciones contra el oscuro poder en la sombra cuando resulta que él mismo se encuentra en el elenco de confabulados, en la pomada de la gran conspiración mundial para eludir las obligaciones con Hacienda? Esto sí que es una “plandemia” de las gordas, la que promueve la masonería de ricos a nivel global, y no el coronavirus.

Lo de los Legionarios de Cristo, grandes patriotas y hombres de Dios, merece capítulo aparte. Los escándalos por abusos sexuales de su fundador, Marcial Maciel, y la opacidad financiera de la congregación, provocaron la apertura de una investigación del Vaticano en 2010. Días antes, los legionarios abrieron su sociedad opaca para ir tirando, según El País. Los angelitos de la moral y la caridad cristiana tampoco eran trigo limpio.

La lista negra que pone al descubierto la auténtica verdad de los paraísos fiscales es interminable. Desde Julio Iglesias (este no sorprende a nadie, ya que hace años rompió con la madre patria por razones tributarias y se fue a vivir a Miami) hasta el Beatle Ringo Starr, la top model Claudia Schiffer, el primer ministro checo Andrej Babis y el icono de la solidaridad y la justicia Elton John, que en esta ocasión no ha apadrinado un huerfanito, sino una offshore. En el colmo del cinismo habría que situar, sin duda, al antiguo jefe del Fondo Monetario Internacional Dominique Strauss-Kahn, el tipo que se hartó de darnos lecciones sobre austeridad, buenos modales económicos y comportamientos éticos para un futuro más sostenible y mejor. Qué asco.

Definitivamente, es mejor no saber, es mejor que los nombres de los farsantes y fariseos no lleguen a nuestros oídos porque al final a uno se le revuelve la bilis con estos archimillonarios que no saben ni lo que tienen en el banco y que andan hurtando a su nación y a sus compatriotas un futuro que, sin impuestos, no puede ser más negro.

Viñeta: Pedro Parrilla

EL ESPEJISMO

(Publicado en Diario16 el 4 de octubre de 2021)

Pablo Casado sale reforzado de la convención nacional del PP. Eso es cierto. Al final, el líder popular se ha dado el baño de masas que ansiaba en la plaza de toros de Valencia y ha conseguido la foto rodeado de multitudes que andaba buscando. Por unos momentos, en medio del coso taurino y entre banderas rojigualdas, el eterno aspirante a la Moncloa vivió su ficción, creyó que el reloj se detenía en seco y la flecha del tiempo circulaba en sentido inverso, retrocediendo hasta los años de las gloriosas victorias de Aznar. Un puro espejismo. Ya no estamos en los tiempos del aznarismo, cuando el PP avanzaba como una aplastante apisonadora en la política española. Hoy el mapa político se ha fragmentado en varias opciones, el bipartidismo canovista queda muy lejos y por mucho que Casado sueñe con conquistar una mayoría absoluta eso es algo que nunca va a pasar. Vamos, que lo tiene chungo. 

Pese a que la realidad se impone en toda su crudeza, el presidente popular sigue empeñado en meterse en su particular máquina del tiempo –como aquel científico de H.G. Wells que vivía en dimensiones temporales alternativas–, confiando en que todo sea como fue en el pasado. Su frase “Sánchez ya es historia, aunque él no lo sabe”, no deja de ser un delirio lisérgico, ya que todo el mundo en este país está al tanto de que el Gobierno de coalición se encuentra más fuerte que nunca y tiene cuerda para rato. Superada la pandemia gracias a una campaña de vacunación modélica, con la economía creciendo al 6 por ciento, con los sucesivos aumentos de los salarios y con la derogación de la reforma laboral de Rajoy a las puertas, cuesta mucho trabajo creer que la mayoría de la sociedad española que vota izquierda va a dejar de hacerlo de la noche a la mañana para probar una fórmula que aún está por experimentar. Y no solo porque –volcanes y epidemias aparte– España va bien, sino porque el monstruo resucitado de la extrema derecha, o sea Vox, asusta mucho y va de la mano del propio Casado.

De ahí que la llamada del líder popular a recuperar a socialdemócratas, liberales y democristianos –huidos tras los escándalos de corrupción del marianismo– suene a mero brindis al sol. Claro que el presidente del PP tiene espacio para seguir ensanchando su proyecto por el centro derecha. Si no lo tuviera ya podría presentar la dimisión. El problema es que cuando llegue la hora de cautivar al votante abascaliano va a resultarle muy difícil convencerlo de que este PP ya no es el mismo PP corrupto que hace cuatro años aplicó el artículo 155 de la Constitución cuando el búnker mediático y el lobby franquista exigía meter los tanques en Barcelona. Es evidente que el votante de Vox es fiel, de modo que el PP casadista ha tocado techo y solo un milagro en forma de icono pop como Isabel Díaz Ayuso, una falangista convencida de verdad, podría darle la vuelta a esto y que los nostálgicos resabiados, desencantados y desertores regresaran de nuevo al redil, o sea a Génova 13.

Confetis, banderines azules y puestas en escena al margen, el panorama sigue siendo oscuro para Casado, él lo sabe y ha decidido jugárselo a una carta, en este caso todo a la extrema derecha. Lejos de modular su discurso y orientarlo hacia la moderación y el centro, el candidato conservador ha optado por dar un peligroso salto adelante: falangizarse él también para competir de tú a tú, no ya con el partido de Santiago Abascal, sino con la propia Ayuso, la amenaza más inminente que tiene dentro de casa. Porque por mucho que la lideresa castiza haya asumido en la convención de Valencia que tiene “meridianamente” claro cuál es su papel en el PP (servir al partido, cuadrarse ante el jefe y ciega obediencia) a nadie se le escapa que ella ya está pensando en clave nacional. La presidenta de Madrid sueña con llegar a la Moncloa algún día y quizá no esté tan lejos de conseguirlo. No falta tanto para 2023, fecha de las próximas elecciones generales, y si Casado sale mal parado el recambio natural será ella. Solo tiene que esperar y ver.

Pero mientras llega el momento de la verdad y se despejan las dudas, lo que nos deja la convención valenciana es un candidato abrazado a los ultras y asumiendo los viejos postulados franquistas en asuntos como el aborto, la eutanasia y la familia tradicional. Su propuesta para abolir todas las leyes de la izquierda suena a lo peor del guerracivilismo cainita. Pero así es el líder de la derechona patria: un hombre que no hace política, solo propaganda y campaña electoral. Más allá de eso, su proyecto de España se reduce a la nada, humo, cero patatero. Quizá él no lo sepa o no lo quiera aceptar, pero le queda “travesía en el desierto” para rato. Y con una poderosa faraona constructora de pirámides intrigándole y haciéndole el vudú por detrás. Yuyu.

Viñeta: Iñaki y Frenchy

LAS PUERTAS DE FRANCO

(Publicado en Diario16 el 4 de octubre de 2021)

Acudo con interés a la presentación del libro Los ricos de Franco, del gran Mariano Sánchez Soler, un autor imprescindible al que hay que seguir de cerca y que en vista de cómo estaba el salón de actos goza de mucho gancho y tirón en Valencia. Es Mariano Sánchez un periodista de investigación de los de la vieja escuela (Diario16, Tiempo, El Periódico de Cataluña, Le Monde Diplomatique), un científico del periodismo que se ha puesto a escribir ensayo para enseñarnos a los españoles que la historia, nuestra historia reciente, no es solo un calendario de fechas y efemérides pasadas, sino que se puede enfocar e investigar como un gran reportaje, con hechos, con datos, con método hipotético-deductivo (tal como se hace cuando un reportero va tras la pista de un banquero chorizo). Mariano es el Sherlock Holmes de la historia de España y las querellas de los nietos de Franco no van a conseguir que siga dando paladas en la tierra del pasado hasta exhumar la verdad.

Ya nos deleitó con su inmenso trabajo La familia Franco S.A., un prodigio de historia novelada donde nos mostró que el franquismo fue, ante todo, una gran empresa privada fundada para esquilmar España. Pero es que en esta segunda entrega lo ha vuelto a bordar. En su libro Los ricos de Franco, que trata sobre aquellos personajes más o menos siniestros que pulularon por los pasillos del palacio de El Pardo para enriquecerse, Sánchez Soler nos habla de las cloacas del franquismo y confirma que desde el principio, desde el mismo día del Desfile de la Victoria, hubo un régimen económico corrupto, un nefasto sistema financiero que se ha perpetuado y ha llegado hasta nuestros días, tal como comprobamos hoy mismo con el exclusivón de los Pandora Papers, un escándalo mundial sobre superricos que no cumplen como deben con Hacienda y evaden sus cuartos a paraísos más o menos artificiales, que diría Baudelaire.

“Yo no opino. Yo cuento. Mis datos salen del anuario del Banco Central de 1975, de los registros mercantiles, de los registros de la propiedad inmobiliaria. Son datos objetivos, fuentes primarias. Es un trabajo de treinta años”, explica el veterano periodista guerrillero, concienzudo, tenaz y trallón. Lo que instauró Franco en 1939 fue sencillamente un sistema de robo con puertas giratorias que perdura hoy como demuestran estos datos: en las 25 empresas más importantes de España por facturación había 24 exministros, exprocuradores en Cortes y exdirectores generales de los gobiernos del tirano; entre las cincuenta compañías punteras no había ninguna sin un amigo, familiar o preboste enchufado del régimen en los despachos; y el 36 por ciento de los ministros franquistas ocuparon puestos relevantes en los consejos de administración de los grandes bancos. El propio dictador presumía en público, no sin sorna, de que cierto ministro había prosperado levantando el brazo fascistamente y vistiéndose de falangista. “Mirad a Manolo. Empezó de botones y ahora es archimillonario”. Franco era así, un manantial de riqueza para los que se acercaban a él; el camino, la verdad y la vida, parafraseando los textos bíblicos que el nacionalcatolicismo daba a tragar a los españolitos de entonces, como un mal ricino, en misa de doce.

Fue haciendo uso de un nepotismo a calzón quitado como el franquismo convenció al resto del mundo del “milagro económico español”, que en realidad nunca existió, ya que lo que había era “capitalismo de amiguetes” puro y duro, es decir, una pandilla de ladrones y asesinos que se lo guisaban y se lo comían para llevárselo crudo mientras el pueblo las pasaba canutas. Todo quedaba en casa, la riqueza del país se repartía entre cuatro golfos, y con la llegada de la supuesta democracia, ya muerto el Caudillo, su viuda, Carmen Polo, cobraba más que el presidente del Gobierno, o sea Felipe González. La prodigiosa maquinaria de afanar siguió perfectamente engrasada.

Hoy el edificio de las puertas giratorias ideado por Franco permanece intacto, fuerte, robusto. Ni los años de felipismo ni la derechona heredera de los métodos franquistas han querido acabar con aquello y hoy mismo nos desayunamos con el fichaje de Antonio Miguel Carmona, un presunto socialista, como vicepresidente de Iberdrola-España. El nombramiento no ha gustado a Unidas Podemos ni a esa pequeña parte utópica del socialismo que aún sueña con la imposible regeneración moral de este país. Relevante es la declaración del secretario de organización del PSOE, Santos Cerdán, quien asegura en Twitter que la noticia le parece “un mal mensaje que emiten ambos” (Carmona e Iberdrola), aunque ha matizado que no tiene “nada en contra” ni de la eléctrica ni del político madrileño. Otro sermón más para el desierto que no podrá evitar que políticos con escasa idea de cómo gestionar una gran empresa sigan recalando en los santuarios del Íbex 35.

En lo sustancial, en esencia, poco o nada ha cambiado en la piel de toro desde los oscuros tiempos de la dictadura. Los jueces siguen siendo elegidos a dedo por el poder; una España (la de Pablo Casado) se sigue apropiando de los símbolos nacionales (deslegitimando y recluyendo a la otra en el rincón de la historia); y los cargos políticos siguen entrando y saliendo de ese alegre tiovivo de riqueza y confort que es la puerta giratoria, gran invento de esta democracia ibérica de baja estofa. Hasta las cacerías que organizaba Franco para regalar cargos y poltronas continúan celebrándose por sus sucesores, como si nada, en la España de hoy. Mariano, colega, que sigas escribiendo tanto y tan bueno y desempolvando el pasado que no deja de ser nuestro más triste presente. Y gracias por firmarme el libro. Todo un detalle.

Viñeta: Pedro Parrilla

LA CONQUISTA

(Publicado en Diario16 el 30 de septiembre de 2021)

Isabel Díaz Ayuso ya es más papisa que el papa y se permite corregirle las teologías, las doctrinas y las encíclicas al mismísimo Santo Padre. Francisco dirigió un mensaje a México con motivo del bicentenario de su independencia en el que pidió disculpas “por todos los pecados personales y sociales y por todas las acciones u omisiones que no contribuyeron a la evangelización” durante la conquista de América. Pero por lo visto la palabra del hombre que es la mano derecha de Dios en la Tierra tampoco vale para la obtusa derecha española siempre empeñada en consumar su falso revisionismo de la historia.

Desde Bartolomé de las Casas y su Brevísima relación de la destrucción de las Indias sabemos que los españoles cometimos no pocas atrocidades, crímenes e injusticias contra la población nativa. No los convencimos pacíficamente para que abandonaran su cultura, su religión y su modo de vida, sino que los obligamos a occidentalizarse por la fuerza de la espada y el arcabuz. Les expoliamos sus tierras, les robamos sus tesoros, violamos a sus mujeres. Fue una guerra de ocupación. Cualquier historiador independiente, libre de prejuicios y medianamente serio que no sea un youtuber dominguero de fin de semana sabe que la historia de la conquista (eso es lo que fue aquello) tuvo más sombras que luces. Y aunque no es necesario que los españoles nos fustiguemos quinientos años después (todas las potencias coloniales de aquella época tienen su leyenda negra en las bibliotecas nacionales) es conveniente que reflexionemos sobre lo que hicimos y sobre cuál debe ser nuestra futura relación con los hermanos del otro lado del charco.

Por mucho que se empeñen los negacionistas del best seller de imaginación calenturienta, o sea los novelistas de brocha gorda de la extrema derecha, la historia fue lo que fue y tratar de reinventarla para recuperar un pasado glorioso que está en sus cabezas de adolescentes aficionados a las batallitas y a los soldaditos de plomo solo conducirá a arrojar más oscuridad y odio al asunto. Ahora la presidenta madrileña o papisa Juana de la política española pretende colocarse a la vanguardia de ese paletismo histórico que antepone el patrioterismo barato a la verdad de los hechos sobre el descubrimiento de América. Pues muy bien, es un paso más hacia el negacionismo absurdo y tonto. La ultraderecha se ha propuesto llevarnos del catecismo al catetismo como en los peores tiempos de Franco, cuando ningún españolito se cuestionaba la versión imperial sencillamente porque hacerlo llevaba directamente al campo de concentración.

Hasta Federico Jiménez Losantos, nada sospechoso de peligroso comunista (aunque lo fuese en su alocada juventud) se ha percatado del peligro que entraña el negacionismo, mayormente el de las vacunas, y ha arremetido contra las “cucarachas” de Vox. Federico ha declarado la guerra a la extremísima derecha anticientífica tras tildar a Abascal de “cobarde” que se “dejó el valor en Amurrio” (en referencia a la localidad vasca en la que el político ultra era amenazado por ETA) por no poner límite a las estúpidas teorías conspiranoicas. El polémico periodista ha llamado de todo a los negacionistas: “gentuza que intenta hacerse con Vox”; “colección de psicópatas”; “escoria”; “payasos”; “bebelejías”; y “cuatro nazis en paro”. Lamentablemente, esta vez Federico llega demasiado tarde a su viperino micrófono. El mal de la ignorancia y la burricie que ha propagado la extrema derecha en los últimos años ya está hecho y es un cáncer que se extiende sin remedio por todo el país. Ni siquiera la caverna radiofónica que lidera Jiménez Losantos, esa misma que ha alimentado el monstruo durante años, puede hacer nada por meterlo ya en vereda.

Pero volviendo al tema que nos ocupa de la conquista de América –un debate que le encanta a ese club de estafadores que promueven la irracionalidad más estúpida en Vox–, la patraña que trata de divulgar la señora Ayuso no se sostiene bajo ningún concepto. A la lideresa –que no lo olvidemos fue investida gracias a los “bebelejías” de Abascal–, le sorprende que Francisco I, “un católico que habla español”, haya pedido perdón por los “pecados” españoles en Latinoamérica. Como si comunicarse en la lengua de Cervantes implicara necesariamente tener que ser cómplice silencioso de un genocidio porque así lo exige el manual del buen patriota.

El razonamiento intelectual de esta mujer y de la extrema derecha iletrada es sencillamente kafkiano, sobre todo porque hasta tres papas han hecho ejercicio de contrición en las últimas décadas, precisamente los tres últimos. Además de Francisco, pidieron perdón por las tropelías en las Indias Juan Pablo II y también Benedicto XVI (ambos considerados de la línea ultra vaticana, de modo que no hay lugar a la sospecha de bolchevismo). Los ministros de Dios saben perfectamente lo que ocurrió allí porque los misioneros y jesuitas informaban a Roma, puntualmente, de cada operación militar sobre el terreno, de cada proceso inquisitorial abierto para convertir al indito en un buen cristiano y de cada masacre cometida (en este punto véase La misión, la extraordinaria película de Roland Joffé). Ayuso que se dedique a lo suyo, a teorizar con su filosofía de mercadillo sobre la libertad para masas desnortadas, y se deje de ocurrencias históricas que no hacen sino poner en evidencia su inmensa incultura.

Viñeta: Iñaki y Frenchy

LOS CAMIONEROS

(Publicado en Diario16 el 29 de septiembre de 2021)

El caos por la crisis del combustible en Reino Unido amenaza con llevarse por delante el Gobierno de Boris Johnson. Ahora se están viendo, en vivo y en directo, los efectos nefastos de colocar a populistas en el poder. Los ultranacionalistas pueden ser muy patrioteros de lo suyo, pero incapaces de gestionar un país. ¿Cómo puede ser que en una de las primeras potencias mundiales escasee la gasolina y productos de primera necesidad en tiendas y comercios? ¿Cómo es posible que estos días Inglaterra se parezca más al Afganistán de los talibanes que a un país moderno y avanzado? Muy sencillo, porque los elitistas demagogos que se han instalado en el palacio de Westminster son una recua de descerebrados que lo arreglan todo poniéndose la mano en el pecho y cantando con pompa y circunstancia el himno nacional mientras que a la hora de la verdad, cuando vienen mal dadas, cuando el país necesita de hombres y mujeres de talla, bien por incultura, por falta de formación o por nula capacidad de trabajo (vienen de colegios de pago donde les aprueban los cursos por la cara) terminan escondiéndose debajo de la mesa.

Esta película nos resulta familiar. Lo hemos visto con la pandemia, cuando tronados como Trump o Bolsonaro aconsejaban a sus ciudadanos que no se pusieran la mascarilla porque el virus no existía y era cosa de comunistas. Jamás sabremos cuánta gente ha muerto por la negligencia y las malas decisiones de los iluminados del fascismo blando de nuevo cuño que trata de imponerse en el siglo XXI. Los ultraderechistas de todas las nacionalidades sienten auténtica alergia al Estado de bienestar y cuando se cruza en el camino alguna calamidad, véase una plaga, una inundación o un cambio climático brutal, colapsan y pierden los papeles.

La que ha organizado Johnson estos días promete ser histórica. El desabastecimiento de combustible, la falta de camioneros y la consiguiente carestía de alimentos en los supermercados es consecuencia directa de una política, la del Brexit, que no pasaba de ser una formidable campaña de propaganda ultrapatriótica para llegar a Downing Street y poco más. Ahora se ve que todo aquello fue un camelo, una farsa, un engaño a los ingleses. Les dijeron que podían vivir fuera de la UE, independientes del mundo, aislados y suspendidos en medio del océano, como cuando los tiempos del Rey Arturo, y la mayoría tragó con el cuento. Muchos ciudadanos picaron el anzuelo de la fiebre chovinista y ahora pagan las consecuencias del desastre. Las imágenes de televisión que nos llegan de la BBC son brutales. Gente desesperada peleándose con los agentes de Scotland Yard, reyertas por una lata de gasolina, la ley de la selva y del más fuerte imperando en las calles y carreteras. El enloquecido y distópico mundo Mad Max hecho realidad. A eso conduce el voto a la ultraderecha. Al caos, a la guerra social, al final de la civilización.

Ayer, en un intento desesperado por reconducir la situación y frenar la crisis, el bueno de Boris Johnson pidió ayuda a los camioneros de la UE para que le sacaran las castañas del fuego en medio de la anarquía. La llamada de socorro no deja de ser un sarcasmo si tenemos en cuenta que quien hoy reclama auxilio con amargura es el mismo hombre supremacista que no hace mucho humillaba a los extranjeros, apostaba por cerrar fronteras para que los inmigrantes no pudieran entrar en el país y presumía de que el Imperio de Su Majestad era suficientemente poderoso y rico como para no depender de esos desarrapados morenos continentales del sur que amenazan con contaminar la sangre anglosajona.

Fruto de aquellas políticas xenófobas y aislacionistas, miles de camioneros tuvieron que abandonar el país por falta de visado. Hoy la respuesta del gremio de conductores europeos ante el SOS de Boris no se ha hecho esperar: ¿No querías Brexit? Pues toma dos tazas. Los profesionales de la carretera han puesto en su sitio al primer ministro británico y de paso le han dicho que si lo que pretende es que las lechugas frescas y el pollo lleguen a los mercados a primera hora de la mañana lo mejor es que se vaya remangando y se ponga él al volante como un camionero más. Edwin Atema, del sindicato holandés FNV, ya ha dejado claro que no irán al Reino Unido con visados a corto plazo para ayudar “a este país a salir de la mierda que ellos mismos se han creado”. Vaya tragando quina Mr. Johnson.

El estropicio que ha organizado Boris es antológico y monumental. Porque uno puede ser un populista demagógico con peligrosas tendencias fascistoides, pero eso no quita para que tengas preparado un plan de contingencia nacional en previsión de que el Brexit empiece a pasar factura, tal como auguraban los más grandes economistas del planeta. Lamentablemente para los ingleses, no hubo plan porque el referéndum no fue más que eso: una estafa, mucho humo y nada detrás. El problema es que ya ha calado el discurso de Johnson de que con el orgullo nacional, la arrogancia étnica y la pertenencia al glorioso Imperio (God Save the Queen), es suficiente para hacer grande un país. Pues ahora, en lugar de tomates frescos españoles, que vayan comiendo del supremacismo.

Viñeta: Currito Martínez

EL INSULTO

(Publicado en Diario16 el 29 de septiembre de 2021)

Meritxell Batet ha declarado la guerra al insulto en el Congreso de los Diputados. Ya era hora de que alguien se tomara en serio uno de los más graves problemas de nuestro país: el intento por parte de algunos de convertir el sagrado templo de la democracia en una taberna de los extrarradios o establo maloliente. Y no porque se insulte, que esa actividad humana comunicacional forma parte inevitable de la política y está en los genes y en la idiosincrasia del español, sino porque se insulta sin arte ni salero, con escasa imaginación y mal.

Nos hemos acostumbrado a unas Cortes Generales mediocres donde el verbo y la prosa han pasado a segundo plano. A la política española ha llegado gente sin preparación ni estudios, mucho arribista que no sabe de nada, que no ha leído un solo libro en su vida y que ni siquiera sabe insultar con acierto, tino y maestría. En la política de abajo y de lo pequeño, en nuestros ayuntamientos y diputaciones provinciales, es normal encontrar representantes públicos que han pasado directamente de portero de discoteca a concejal de algo porque es amigo, familiar o enchufado de no sé quién. Y es lógico que ese salto sospechoso al éxito se traduzca en un empobrecimiento de la cosa pública, de la retórica y de la elegancia en el ofender. Pero en el Congreso de los Diputados, que debería ser el Olimpo de nuestros mejores campeones de la oratoria, el Sanedrín de lo más granado de nuestra intelectualidad, también se nota esa triste decadencia de la política y del castellano.

A menudo las sesiones parlamentarias suelen ser técnicas, administrativistas, tediosas, y cuando Santi Abascal ordena a los suyos que arremetan contra un rojo para darle vidilla al debate, los subordinados lo hacen sin gracia ni talento. La extrema derecha siempre ha insultado sin educación, sin estilo ni clase, de modo que como no saben hacer parlamentarismo del bueno se dedican a lo fácil: a organizar golpes de Estado y guerras civiles. Lo vimos la pasada semana, cuando cierto diputado voxista que supuestamente era juez subió al estrado para llamar “bruja” a una adversaria del PSOE. Qué falta de ingenio. Podría haberla calificado como encantadora, maga o nigromántica elevando el nivel político, agudizando el ingenio y sorteando la censura de la Mesa del Congreso. Pero cayó en lo fácil porque el coco no le daba para más. De un mamporrero de la política no se puede esperar un verbo gongorino y florido.

El castellano es rico y tiene vocabulario más que suficiente como para que las sesiones parlamentarias sean mucho más enriquecedoras cuando el debate se caldea y a sus señorías se les calienta la sangre y el morro. Un improperio a tiempo puede darle brío y marcha a una mañana de trámites legislativos soporíferos, pero hay que hacerlo bien y dentro del código deontológico de la democracia. Así (y aquí seguimos al gran Forges) siempre es mejor jilipollescente que imbécil, inflaescrotos o escuchapedos que rastrero o servil, cabronoide que la manida alusión al macho cabrío y gorronáceo que guarro.

Si profundizamos en los océanos del gran idioma español nos encontraremos con perlas como enmerdecedor, putiliendre, plasteante, estultante, chupacirios, tontolglande o bocasobaco, todos ellos de un lirismo castizo que conmueve. Y llegado el caso, un apuro o urgencia, se puede tirar de giros o metáforas que dicen mucho de la España decadente de hoy, como sombrerero de la reina de Inglaterra, concejal de urbanismo, novelista urbano o programador de televisión. Con espetarle al rival del otro partido “eres un banquero” o “tertuliano del montón” está dicho todo. Más no se puede zaherir.

Volviendo al añorado Forges, él decía que el español es el más extenso almacén “corteinglésico” de insultos del planeta Tierra, pero los políticos ibéricos han ido perdiendo cultura y pericia con el tiempo hasta instalarse en el insulto rutinario, previsible y facilón. Son los signos de los nuevos tiempos posmodernos que nos han tocado vivir. Visto lo visto, hace bien Batet en prohibir el agravio, la injuria y la afrenta en el hemiciclo porque sus señorías se habían quedado en lo chabacano y ramplón, reduciendo el Congreso a la categoría de tugurio infecto. La extrema derecha es que no trae nada bueno. Ni siquiera en el arte tan español del insultar. 

Viñeta: Iñaki y Frenchy

LA CONVENCIÓN DEL PP

(Publicado en Diario16 el 29 de septiembre de 2021)

Pablo Casado había soñado con una convención nacional del PP espectacular, histórica, una puesta en escena que ni un decorado de Cecil B. DeMille. No en vano, el acto estaba diseñado para que el muchacho pudiera lucirse y proyectar su idea de España a todo el país y al mundo entero. Sin embargo, han transcurrido ya dos jornadas del evento y lo único que se puede decir es que la cosa está pasando con más pena que gloria. Es preciso llegar hasta las páginas centrales de los principales periódicos nacionales para encontrar una información sobre el asunto y ni siquiera los diarios de la caverna se están volcando con la convención que, dicho sea de paso, está resultando un auténtico muermo.

Lo que iba a ser una gran superproducción hollywoodiense ha quedado en un capítulo cutre de Cuéntame, unas charlas de mantita y brasero, y ya podemos decir que este bodrio no le interesa a nadie. Lo que estaba pensado como una tormenta de ideas ha devenido en algo tormentoso. Es cierto que con Puigdemont de acá para allá como el doctor Richard Kimble de El Fugitivo, y con el volcán de La Palma ocupando todas las portadas y minutos de televisión, una rutinaria reunión de partido queda como segundo plato en todas las redacciones periodísticas. En eso el eterno aspirante a la Moncloa ha tenido mala suerte. Si Pedro Sánchez es gafe, tal como insinúan algunos, el líder del PP no lo es menos, ya que organiza un bodorrio por todo lo alto y se lo arruina la ceniza de La Palma. Pobre Pablo.

Y mira tú que Mariano Rajoy estuvo bien como telonero el primer día y contribuyó a levantar las audiencias. El expresidente no necesitó caer en ningún trabalenguas imposible de los suyos para polarizar la información y le bastó con soltar un par de titulares para atraer la atención de los focos y los medios. El gallego sabe lo que se hace y cuando se sube a un escenario le basta con colocar una idea fuerza que saque del letargo y del bostezo a los asistentes. Esa sugerencia al heredero de que tendrá que cambiar la ley de pensiones cuando llegue a la Moncloa, aunque le monten “una huelga” general, fue sencillamente un golpe maestro. Los viejos roqueros nunca mueren. Ve aprendiendo, Pablete.

Con todo, llama la atención lo voluble e incoherente que es este Casado. Se ha tirado media legislatura despotricando del marianismo blando, diciendo que este PP ya no es aquel PP de la corrupción, renegando del pasado y del legado, y a las primeras de cambio va y se deshace en elogios y no para de echarle flores al expresidente gallego. “Dejaste un país mejor que el que habías encontrado”, le dijo haciéndole la rosca sin el menor pudor. Hace falta ser pelota.

Más allá de la actuación estelar de Rajoy, autor de las grandes citas y sentencias para la posteridad como “nos suben hasta el IVA de los chuches” y “ETA es una gran nación”, poco más. La convención va avanzando entre el tedio y la nada hasta que llegue la hora de que ella, la diosa, la diva, entre en escena y suba al escenario. Todos aguardan el clímax, la intervención de Isabel Díaz Ayuso, el cara a cara entre Pigmalión y su Galatea. El público ha comprado la entrada para ver esa película de romances rotos y todo lo demás, las ponencias sobre economía, paro, impuestos, el papel de España en el mundo y otros latazos, mal que le pese al organizador, importan más bien poco a los periodistas y al gran público. El morbo es así.

Ayer, otros dos comparsas de nivel como el expresidente del Consejo Europeo, Donald Tusk, y el expresidente del Parlamento de la UE, Antonio Tajani, trataron de amenizar otra jornada plúmbea, plomiza, insoportable. Ni siquiera ellos pudieron evitar que los periodistas pasaran mucho del asunto y se salieran a la cafetería para tomarse algo y olvidar. Tampoco ayuda demasiado que la segunda jornada se haya celebrado en Valladolid (jugando en casa, el partido tiene poco aliciente), ni el título elegido para la ocasión –Nación y sociedad abierta, que no dice nada y lo dice todo–, ni siquiera que la convención se haya convertido en una ajetreada road movie o gira turística por España, lo cual dispersa la atención, despista al personal y le resta interés al acto.

En fin, que entre unas cosas y otras, y a falta de momentos más apasionantes, el sarao de la convención del PP de momento no le está reportando demasiada gloria ni demasiado rédito político al sempiterno aspirante al Gobierno de España. Tendrá que esperar a las jornadas venideras a ver si los medios se animan, le dan su minuto de gloria en los telediarios y le permiten echar el sermón de siempre sobre los bilduetarras-separatistas-amigos-de-Sánchez que, a falta de un proyecto serio de país, es el único discurso que le queda ya en la carpeta. Aunque para decir eso no hacía falta tanto decorado. Pena de hombre.  

Viñeta: Bohigues

EL FIASCO DE BORIS

(Publicado en Diario16 el 28 de septiembre de 2021)

El caos se apodera de Reino Unido, donde las gasolineras han colgado el cartel de “surtidor vacío” ante la falta de camioneros con visado. Los atascos, las colas para repostar y la fiebre por las compras y por acaparar productos llega hasta las puertas de Londres y en las tiendas comienza a notarse el desabastecimiento. Un escenario distópico al que los ingleses asisten con la boca abierta. Downing Street garantiza que no habrá problema de suministro para la población en las próximas semanas, pero lo cierto es que empiezan a escasear productos de primera necesidad. La última es que Boris Johnson tendrá que movilizar al ejército (militares de Su Majestad haciendo las veces de camioneros, qué oprobio) y mendigar conductores, con urgencia, a la Unión Europea. Toda una humillación para un tipo arrogante que no quería saber nada de los pigs, a los que él considera los vagos del sur.

Colas, atascos, desórdenes públicos, peleas entre ciudadanos y policía, alarma social… Son las nefastas consecuencias del Brexit, el mayor suicidio económico protagonizado por un país a lo largo de la historia. Los ingleses se dejaron arrastrar por el delirio patriótico de los rubios euroescépticos y ahora, cuando estalla la crisis, caen en la cuenta de que los tomates y las lechugas no llegan a las tiendas a su debido tiempo, que el combustible escasea y que son los conductores españoles, portugueses e italianos los que tienen que ir al rescate de las soberbias e imperialistas Islas Británicas. Si era aislacionismo y ruptura de contacto con las razas inferiores lo que andaban buscando los xenófobos del Palacio de Westminster ya lo han encontrado. Ahí tienen el país que han creado: un lugar aislado en medio del océano, un mundo náufrago donde la comida y la gasolina faltan.

La situación es crítica y Johnson no puede hacer otra cosa que pedir a sus ciudadanos que guarden la calma y no entren en pánico. ¿Pero cómo ha podido llegar uno de los países económicamente más fuerte de Europa a esta explosiva situación de posguerra? La mala gestión de la pandemia es una de las causas, pero también, sin duda, las nuevas leyes xenófobas, el eslogan trumpista de Inglaterrra primero que ha recortado drásticamente la llegada de inmigrantes. El inglés rechaza los trabajos que considera menos nobles y refinados y por ahí empieza el desabastecimiento. No solo faltan camioneros, también fontaneros, electricistas, agricultores, albañiles… Toda esa brigada de choque de la economía que antes era nutrida por extranjeros y que ahora ya no existe. Johnson ha conseguido un país puro y ario, nacionalista y perfectamente blanco, no contaminado por el migrante, pero va a pagar un precio demasiado elevado. No hay transportistas, las estanterías de los supermercados están vacías y las patatas brillan por su ausencia en las mansiones del estirado lord inglés. A falta de suministro y a fuerza de echar a los extranjeros del país, las élites supremacistas, y también el pueblo llano que los vota, van a terminar comiéndose la hierba de los campos de golf. Esa es la gran paradoja económica que nos deja el Brexit.

Las economías modernas del siglo XXI, absolutamente globalizadas, necesitan un mercado interrelacionado, comercio y flujo de personas, contacto constante entre naciones. Levantar muros y fronteras, salir de las organizaciones transnacionales y atrincherar el país en un castillo, como en tiempos de los señores feudales, tiene estas cosas y luego pasa lo que pasa: que en toda Inglaterra no encuentras un pobre chófer (las estadísticas hablan de un déficit de 100.000 camioneros) para llevar la comida a los mercados.

En realidad, todo lo que está pasando ya fue predicho por los grandes economistas del momento. Hasta diez premios Nobel advirtieron en 2016 sobre las consecuencias catastróficas del Brexit. Entre los firmantes estaban George Akerlof (Nobel en 2001), Kenneth Arrow (1972), Angus Deaton (2015), Peter Diamond (2010) James Heckman (2000), Eric Maskin (2007), James Mirrlees (1996), Christopher Pissarides (2010), Robert Solow (1987) y Jean Tirole (2014). “Las empresas y los trabajadores británicos necesitan pleno acceso al mercado único. Además, la salida crearía gran incertidumbre en torno a los futuros acuerdos comerciales alternativos del Reino Unido, tanto con el resto de Europa como con mercados importantes como los de Estados Unidos, Canadá y China”. “Y estos efectos”, añadieron, “perdurarían durante muchos años”. El norteamericano Eric Maskin llegó a decir que la salida del Reino Unido de la UE generaría “una desestabilización del comercio” y que ambas partes sufrirían los efectos. Nadie les hizo caso, Johnson siguió adelante con su alegre festival patriotero y el pueblo paga la factura.

Los presagios más funestos se están haciendo realidad y la sombra de la cartilla de racionamiento planea sobre el país. Ante la escasez de mano de obra, el ultra Johnson que antes se envolvía en la bandera imperial y en filosofías nacionalistas se ha visto obligado a ofrecer visados a destajo a todo aquel que quiera ponerse al volante de un camión o a dar el callo en las granjas avícolas. La humillación es de proporciones históricas. El gallito elitista y esnob que antes cacareaba contra los morenos del sur ahora se arrodilla ante ellos y les implora que le saquen las castañas del fuego. El pifostio que ha montado con sus políticas populistas es monumental. A veces, solo a veces, hay una justicia universal y este es un caso claro de karma funcionando a pleno rendimiento. El trumpista rubio y xenófobo empieza a tragar de su propia medicina. El populismo solo conduce al caos. Tomemos buena nota.

Viñeta: Igepzio

LAS VERDADES DE ARACELI

(Publicado en Diario16 el 28 de septiembre de 2021)

Araceli Hidalgo, la primera mujer vacunada contra el coronavirus en España, ha recibido la tercera dosis, un trance clínico que ha aprovechado para enviar un mensaje contundente a los más jóvenes: “Respetad la pandemia”. La valiente casi centenaria ha querido poner firme a la juventud delirante y desnortada precisamente en un momento crítico, cuando Barcelona arde en batallas campales entre la Policía y los zagales fanáticos del botellón que hacen del bebercio y la litrona una cuestión de vida o muerte.

Araceli es la voz de la conciencia de este país, la voz sabia de nuestros mayores que ya no son escuchados ni respetados, la voz de la inteligencia, de la buena educación y el sentido común, valores todos ellos que han sido pisoteados por la muchachada hedonista sin mascarilla y los cuatro políticos demagogo-populistas que bajo el disfraz de defensores de una falsa libertad los arengan para que tomen las calles cada noche y hagan realidad su santa voluntad.

Ciudades llenas de basura, lagos de orín, contenedores quemados, violaciones grupales, gamberrismo y vandalismo a mansalva es lo que nos deja la pandemia. Una explosión de hedonismo autodestructivo. Menos mal que de esta íbamos a salir mejores. Pero siempre nos quedará la voz última y ateniense de Araceli, la mensajera de un tiempo noble y digno que se nos va entre las manos dando paso a otra época, quizá no mejor ni peor, pero tumultuosa y marcada por las juventudes narcisistas de Instagram, las operaciones de estética, la fiebre del gimnasio y el tatuaje y los robots gilipollas. Un mundo de bobos integrales, un mundo de vacuos, un mundo de niños insustanciales que anteponen su sagrada borrachera dominical a la salud de las personas.

Hemos creado una juventud nihilista capaz de mandar a la abuela a la tumba por un buen colocón en las fiestas de la Mercè. Ya ni siquiera Ada Colau puede con ellos. La alcaldesa de Barcelona condena el espectáculo, el macrobotellón de 40.000 personas que se ha saldado con veinte detenidos y decenas de heridos, trece de ellos por cuchilladas y navajazos y una agresión sexual. A buen seguro de ese aquelarre saldrá un subidón en la curva epidémica del doctor Simón, pero, ¿a quién le preocupa ya el coronavirus? Los medios de comunicación se han olvidado y Ferreras ha pasado de darnos la turra cada mañana con el boletín epidémico y sus expertos biólogos a no tocar el tema. Colau cree que lo ocurrido es “inaceptable” y que se han atravesado ya todas las líneas rojas, pero la jauría del whisky se pasa por el forro de los caprichos las reprimendas de la alcaldesa y de las mamás tolerantes que se lo ha consentido todo a sus airados cachorros.

Los niños mimados han crecido y hoy toman las calles como bestias salvajes. Adoquinazos a los policías, escaparates rotos, incendios por doquier, un sindiós que no tiene otra explicación más que hemos estado criando una generación de idiotas a los que no hemos sabido o no hemos querido educar. Les dijimos que la libertad era esto, el libertinaje, la anarquía, el desfase y el descontrol, y ahora ya es imposible enseñarles Platón y buenos modales. Ellos se justifican alegando que el sistema los expulsa, que los han abandonado a su suerte, que no tienen futuro, una vana coartada que no se sostiene y que muestra las contradicciones de una generación que lo tuvo todo, comida y ropa, colegio, viajes de placer, una vida tranquila y en paz, aquello que sus abuelos no pudieron disfrutar por culpa de la guerra civil.

¿Qué va a salir de esta hornada de cabestros sin oficio ni beneficio? ¿Qué va a ser de esta gente marcada por una pandemia de violencia autodestructiva, incultura y malos modales? No lo sabemos, pero nada bueno. Los más optimistas, los psicólogos modernos, dicen que no es para tanto, que son cosas de la edad, lo normal entre quinceañeros hormonados, dejadlos hombre, no los molestéis más, ya se reformarán y se encauzarán ellos mismos en la vida. Pero mientras tanto, los calabozos se llenan de niños bien que han pasado de no romper un plato a hacer añicos los escaparates, de mozos y mozas aparentemente normales que han transitado de las aburridas clases de Derecho a correr las aventuras de Bonnie y Clyde y a partirse la cara con los municipales. Nada de lo que está pasando tiene sentido ni explicación lógica. Los pedagogos y sociólogos se devanan los sesos con el fenómeno de la violencia gratuita. Los políticos se llevan las manos a la cabeza. Y entre tanto ruido y tanta furia nos llega la voz dulce de Araceli: esa señora digna y decente que dice las verdades del barquero a los gamberros y drogotas del garrafón. Esa anciana venerable que representa lo mejor de lo poco que queda ya de humanidad.

Viñeta: Pedro Parrilla