martes, 12 de octubre de 2021

LA ERUPCIÓN

(Publicado en Diario16 el 24 de septiembre de 2021)

Las televisiones, obsesionadas por mantener la tensión y el interés de las audiencias, han entrado en bucle y dedican horas y horas a lo mismo, a la matraca volcánica, a la no-noticia tras la entrada en erupción del volcán de Cumbre Vieja. ¿Cuántas veces nos han mostrado la misma secuencia de la casa que quedó milagrosamente en pie entre el río de lava descendiendo por la ladera? ¿Cuántas veces nos hemos tragado la misma imagen de la columna de humo negro emergiendo por la boca del infierno? ¿Cuántas veces nos han contado la misma historia de la pobre gente de Todoque tratando de salvar lo poco que tienen antes de que el río de magma termine de engullir sus viviendas?

Han grabado la erupción desde todos los ángulos y puntos de vista posibles, con drones, satélites y barcazas de pescadores. Han entrevistado a todos los protagonistas de la historia, desde los plataneros que han perdido sus campos hasta los voluntarios que reparten comida rápida y mantas (solo les ha faltado poner el micrófono a las cabras palmeras abandonadas a su suerte en medio del caos). Nos han enseñado hasta la última roca desprendida de la montaña y han hecho un seguimiento del episodio telúrico, con mapas, infografías y espectaculares imágenes en 3D, minuto a minuto.

En unos días, por efecto del duro bombardeo televisivo, han convertido a los españolitos en cuñados vulcanólogos y ya es normal que los vecinos se paren en medio de la calle para hablar del tamaño del cráter, de la temperatura de fusión, de los gases peligrosos, de la lluvia ácida, de las bocas o chimeneas y de la cámara magmática. En realidad, no hay nada nuevo que contar porque, lamentablemente, el volcán sigue su lento ciclo geológico que no encaja con el desquiciado y frenético ritmo que tratan de imponer los estúpidos humanos y sus medios de comunicación. La Tierra, que lleva millones de años haciendo lo mismo –levantando montañas, abriendo valles y modelando ríos–, no tiene prisa por acabar y revelar el desenlace del acontecimiento. Las televisiones, sin embargo, se frustran porque esta historia promete no tener un final y eso es malo para el negocio. Por eso alargan el culebrón todo lo posible. Por eso dedican horas y horas de tertulias y programas enteros a analizar cada metro que avanza el monstruo de magma. Por los platós desfilan vulcanólogos, geólogos, sismólogos, climatólogos y toda una legión de técnicos sesudos que no sabíamos ni que existían pero que ahora salen de debajo de las piedras. Nadie diría que en este país que no se gasta un duro en investigación hay tanto científico especializado en la cosa de los volcanes.  

Sea como fuere, las cadenas han visto el filón y piensan estirar el notición mientras haya material ígneo que quemar y la publicidad, que es la que manda, siga entrando y haciendo caja. Ya da igual si los ríos de lava van a desembocar en el mar, que es el morir, como decía Manrique. Ya importa poco si formarán una nube tóxica que llegará hasta Mondoñedo. Se trata de generar tensión, interés, agitación social. Show must go on.

En La Palma hay más periodistas que rocas lanzadas al exterior por la furia de la corteza terrestre. Han llegado de todo pelaje y condición: canarios y peninsulares, youtubers y blogueros, en nómina y freelance, de la sección de Economía o especialistas en sucesos y tribunales, serios y paparazis. Sus jefes no dudan en enviarlos al frente, como a los mártires del Chernóbil español, para que se jueguen la vida entre el humo negro, las cenizas y los gases corrosivos. La gran Cristina Pardo cuenta que al llegar al hotel cada noche, rota por el trote montañero, le sale ceniza hasta de la ropa interior. “¿Cómo ha llegado hasta ahí?”, se pregunta la intrépida reportera. La cuestión no sería exactamente esa sino: ¿era necesario? Un volcán es un volcán y no se ha movido de donde está en millones de años. Con un par de cámaras fijas bastaría. No aporta nada tener a una redactora full time jugándose el tipo bajo el volcán, en plan Malcolm Lowry. De allí no se puede sacar ninguna exclusiva, solo una mala pedrada de piroclastos.

Pero el periodismo apocalíptico está de moda. Todo es dantesco, desolador, terrible, dramático, trágico. Volcanes, inundaciones, “danas” y terremotos se han convertido en el gran asunto de nuestro tiempo. Algunos reporteros, en su ansia por la gloria efímera, serían capaces de arrojarse dentro del cráter, como hizo Empédocles, para quedar como los dioses del Olimpo periodístico. Las audiencias mandan y nadie quiere quedarse atrás. Hasta el veteranísimo Pedro Piqueras sale de su confortable covachuela televisiva para ponerse delante de la lengua de fuego. Nadie duda en romper los cordones de seguridad, jugándose una multa de la Guardia Civil si es preciso, por el prime time.

Han convertido el cataclismo en un espectáculo circense. Ya se reparten palomitas de maíz en el hermoso mirador de la isla bonita y una ministra quiere convertir el volcán en un parque de atracciones. Han visto que esta colada de oro líquido es un verdadero filón. Todos adoran al gran Manitú de fuego humeante que reparte pingües beneficios. El fin del mundo vende mucho. A ver si llega de una vez y nos dejan en paz.

Viñeta: Luis Sánchez

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