martes, 12 de octubre de 2021

PARIR CON DOLOR

(Publicado en Diario16 el 22 de septiembre de 2021)

Un hospital público de Madrid se ha negado a practicar un aborto pese a que existía un riesgo cierto de muerte para la madre. Más tarde se ha sabido que en el Clínico San Carlos todos los ginecólogos son objetores de conciencia, de modo que ninguno de ellos se ofreció a prestar el servicio médico que exigía su juramento hipocrático y la dramática situación. La mujer afectada, que vivió horas de angustia sin saber qué iba a ser de ella, ha denunciado el caso en los tribunales por maltrato institucional, violencia obstétrica y vulneración de la ley del aborto, según informan los compañeros de la Cadena Ser.

Así que cuando ya pensábamos que el asunto del aborto estaba por fin zanjado y superado, cuando se habían sentado las leyes y las condiciones sanitarias y sociales necesarias para garantizar un derecho fundamental de la mujer, nos encontramos de nuevo en medio de una fuerte ofensiva o vendaval antiabortista. El reaccionarismo más retrógrado retorna con fuerza en forma de nazis tomando Chueca y el ejército ultracatólico de salvación amenazando a las mujeres a las puertas de las clínicas públicas y privadas.

Produce un hondo escalofrío ver esas imágenes de televisión en las que grupos de meapilas, talibanes y beatos abordan a las embarazadas por la calle, con total impunidad, y les muestran fetos de goma, ecografías, crucifijos, Biblias y cuentos de viejas con el fin de amedrentarlas, de que no aborten, den a luz finalmente y entreguen a sus hijos al hospicio de las Hermanitas de la Caridad, como se hacía en el franquismo para felicidad de las familias ricas que no podían engendrar. ¿Dónde está la Policía en esos momentos delictivos? ¿Dónde los jueces que deben pararle los pies a los extorsionadores? Otra ley que cae en saco roto porque las fuerzas vivas, los poderes fácticos, se la pasan por el forro. Y así se dinamita un Estado de derecho.      

Resulta triste y grotesco que en pleno siglo XXI una mujer vea cómo su vida corre serio peligro solo porque un grupo de médicos se deja convencer o atemorizar por las instrucciones del obispo de turno que ha dado la orden de iniciar la Santa Cruzada contra el demonio abortista. Está claro que sufrimos una involución y no solo política, también médica. Últimamente la ciencia va perdiendo terreno ante el avance de los fanáticos medievalistas. La enésima patraña es que el volcán de La Palma ha sido provocado por unos satélites socialcomunistas para que no se hable del precio de la luz. Parece descabellado que alguien pueda tragarse un truño semejante, pero no hay más asomarse a las redes sociales para entender que el bulo va calando en la población.

Hoy surgen negacionistas de casi todo y esto de la campaña contra el aborto no deja de ser uno de los embustes más viejos de la historia: el que proclama que solo Dios puede decidir sobre la vida de un embrión. En realidad, la mujer no tiene que consultar ni con Dios (que ya tiene bastante con sus cosas) ni con nadie más que con su cuerpo y su ginecólogo a la hora de tomar la decisión de interrumpir el embarazo. Pero ahí están los obispos y sus ejércitos, los grupos religiosos ultraconservadores, para declararle la guerra a la lógica, a la ciencia y a la razón. El problema es que luego pasa lo que pasa, que entre tanto cinismo las niñas bien se montan el aborto exprés en Londres y el obispo de Solsona, un exorcista que iba dando lecciones de moral y terapias curativas a los homosexuales, se fuga con una señora escritora de novela erótico-satánica. Pura hipocresía judeocristiana.

La derechona pacata que tenemos siempre ha creído que lo de abortar era una especie de vicio sexual que tienen algunas mujeres, esas a las que ellos llaman “brujas” solo porque no se someten al modelo social machista y heteropatriarcal imperante. Pero es precisamente todo lo contrario: el aborto no supone ningún placer oculto para la mujer sino más bien un dolor inmenso, un trauma psicológico y un trance del que jamás se recuperará.

Nos aguardan tiempos oscuros. Una ola de puritana gazmoñería nos invade. Hoy es el aborto, mañana los curas y sus monaguillos de Vox patrullarán con la regla en la mano para decirle a la mujer cuántos centímetros de carne puede enseñar por la calle. O sea, aquello de “no me gusta que a los toros te pongas la minifalda”, el gran himno del macho ibérico que cantaba Manolo Escobar y que por cierto es una patada a las normas gramaticales elementales (alguien tenía que decirlo). No pararán hasta verle el virgo recosido a la mujer, el cinturón de castidad en los escaparates de las grandes boutiques y los burkas desfilando por la pasarela Cibeles. Ya solo les falta invocar lo de parirás con dolor, hembra, y negar también la epidural. Esto de la guerra cultural neofascista es un auténtico coñazo, nunca mejor dicho. Un constante ir para atrás, como los cangrejos.

Viñeta: Pedro Parrilla

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