(Publicado en Diario16 el 22 de septiembre de 2021)
Vox ha vuelto a montar un nuevo altercado en el Congreso de los Diputados. Esta vez el encargado de liarla ha sido el diputado y exjuex José María Sánchez, que llegó a ser expulsado del hemiciclo tras llamar “bruja” a la socialista Laura Berja por defender el aborto. Finalmente, y tras el consiguiente barullo en el que no faltó Espinosa de los Monteros, el exmagistrado se retractó con un “retiro que la he llamado bruja”, una enmarañada expresión que revela que su señoría no solo no maneja los códigos de buena conducta parlamentaria, sino que tampoco se expresa con rigor y corrección, lo cual es tanto o más preocupante.
El episodio, de la máxima gravedad por lo que tiene de degradación de la democracia y por la mala educación que demuestra el personaje en cuestión –no solo hacia la diputada socialista sino hacia todas las mujeres representadas por la víctima de la ofensa–, es fiel reflejo del pelaje y condición de la gente a la que nos enfrentamos. Pero entre todas las reflexiones que deja este caso (auge del nuevo populismo neofascista, crisis del parlamentarismo español, deshumanización y pérdida de valores) conviene reparar en un aspecto que no está siendo suficientemente analizado: el hecho de que el agresor verbal, el tal Sánchez, haya sido juez en un momento de su vida.
Realmente produce escalofríos que un señor que ha portado la distinguida toga negra (o eso dicen al menos) se maneje en esos términos groseros en una institución del Estado de la importancia de las Cortes Generales. A un representante de la Justicia se le supone cultura, educación, civismo, ecuanimidad, distinción, un saber estar. Pero a este parece que le dieron el título en los arrabales o extrarradios madrileños, tales son sus maneras macarras de portero de discoteca.
El caso del exjuez Sánchez viene a demostrar, una vez más, el bajo nivel de la judicatura que tenemos y pone de relieve la urgencia de acometer una reforma estructural en profundidad, de arriba abajo, del tercer poder de nuestra maltrecha democracia. Ya nos hemos acostumbrado a que en los despachos de nuestros juzgados y tribunales recale gente de lo más extraño, jueces nostálgicos y falangistas, negacionistas de la pandemia y de la ciencia, machistas y maltratadores de sus mujeres, retrógrados, opusimos y beatos, chupacirios arribistas, conspiranoicos, dipsómanos, timadores, ágrafos que se hacen un lío gramatical a la hora de redactar las sentencias, y en ese plan. Toda una fauna que solo dios sabe de dónde ha salido y que nos lleva a preguntarnos quién demonios hace el casting de los juristas. Ahí está el caso, sin ir más lejos, del juez Francisco Serrano, que en julio de 2020 presentó su dimisión como presidente de Vox-Andalucía tras una querella de la Fiscalía por un presunto fraude en las subvenciones públicas, lo cual no deja de ser curioso en un hombre que se pasó media vida política despotricando de los chiringuitos socialistas.
Fue Quevedo quien dijo aquello de que “menos mal hacen los delincuentes que un mal juez” y ahora estamos pagando las consecuencias de una hornada de memoriones leguleyos y sagas familiares que hunden la democracia española en el fango. Es obvio que algo está fallando en el sistema, hay demasiadas grietas y rendijas en la carrera judicial por las cuales se cuelan sujetos variopintos de Vox que no reúnen unas mínimas cualidades profesionales ni humanas y que tras su fallido paso por la Justicia terminan recalando en lo peor, o sea en el gran circo de la política. Más pronto que tarde habrá que preguntarse si el sistema de elección de los profesionales está siendo el más adecuado o se ha quedado anacrónico, obsoleto, caduco. Quizá sea ese, más que el bloqueo tozudo de Pablo Casado, el peor mal de la Justicia española
Las sociedades modernas necesitan jueces cultos y educados en valores democráticos, no señores disparatados que se lanzan a la caza de brujas como si se tratara de los nuevos torquemadas de la Inquisición. Urge cambiar el modelo porque de nada nos sirve que los candidatos a judicaturas pasen largos años opositando y memorizando farragosos artículos del Código Civil, los orígenes y fundamentos de la usucapio y lejanas teorías de Derecho Romano si al final colocamos en el sillón del juzgado a un trumpista reaccionario, medievalista y faltón que ve brujas en todas partes. En esa falta de talento y materia gris radica buena parte de la decadencia de nuestra Administración de Justicia, esa que es capaz de interpretar una violación grupal a una muchacha como un momento de “alegría y jolgorio”. Por tanto, menos leyes, menos teorías bizantinas y más hombres y mujeres íntegros, de espíritu abierto y con sentido común.
Una vez más, a un diputado de Vox le sale el ramalazo machista e inquisidor. Por un momento, a su señoría le afloró el bárbaro de la antorcha que lleva dentro, es decir, uno de esos que en la Edad Media emprendieron la caza de brujas contra tantas mujeres que acabaron en la hoguera por practicar el librepensamiento y la rebeldía contra el patriarcado. Son el Ku Klux Klan contra la mujer. Y dan mucho miedo.
Viñeta: Iñaki y Frenchy
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