(Publicado en Diario16 el 16 de septiembre de 2021)
A Pablo Casado ya lo ven como un tipo raro en Europa. ¿Cómo puede ser que el jefe de la oposición española, o sea el legítimo representante de la supuesta derecha aseada y democrática, vote abstención a la hora de tramitar las leyes de igualdad para los homosexuales en el Parlamento europeo? Nadie lo entiende. Hay que ser español, muy español y mucho español para comprender la idiosincrasia de nuestro partido conservador por antonomasia.
Hace solo un par de días, Casado volvió a retratarse en Bruselas. Tocaba aprobar el reconocimiento de las uniones del mismo sexo formalizadas en otros Estados miembros para asegurar los derechos del colectivo LGTBI y de sus familias, incluidos el de libertad de circulación y el de reagrupación familiar, y se imponía dar un paso el frente para colocarse en la avanzadilla de la Europa civilizada. Pero no. Esta vez tampoco hubo suerte y el PP español volvió a situarse en el lado equivocado de la historia. Los eurodiputados populares españoles se abstuvieron y los de Vox votaron en contra en ese Pleno para la posteridad.
Durante siglos, los gais y lesbianas del viejo continente fueron perseguidos e incluso torturados por su condición sexual. No hace falta recordar lo que ocurrió en los peores años de la Alemania de Hitler o en la Italia de Benito Mussolini. Los nazis pensaban que los homosexuales eran hombres débiles y afeminados, unos enfermos incapaces de luchar y dar la vida por la patria. En su delirio totalitario, llegaron a creer que si estas personas procreaban engendrarían razas inferiores, poniendo en grave peligro a los arios, de manera que todo no heterosexual fue condenado al exterminio en los campos de concentración. En aquellos años, ser judío, comunista y homosexual, todo a la vez, era el pasaporte directo para el horno crematorio.
Entre 1933 y 1945, la policía nazi a las órdenes del jefe de las SS, Heinrich Himmler, arrestó a más de 100.000 hombres sospechosos del “delito de homosexualidad”. La mitad fueron condenados y recluidos en prisiones regulares. De ellos, entre 5.000 y 15.000 fueron internados en campos de trabajo, donde se les marcaba como animales con un triángulo rosa. Pierre Seel fue la única víctima francesa que llegó a testificar sobre su deportación por homosexual durante la Segunda Guerra Mundial. En su libro Moi, Pierre Seel, déporté homosexual, publicado en 1994, relata sus terroríficas experiencias en el infierno nazi: “No había solidaridad para los prisioneros homosexuales; pertenecían a la casta más baja. Otros prisioneros, incluso cuando estaban solos, solían emplearlos de blanco”.
En 1941, Seel fue arrestado, torturado y violado con una regla de madera rota. Luego fue enviado al campo de Schirmeck-Vorbrück, a 30 kilómetros al oeste de Estrasburgo. Tras meses de hambruna, malos tratos y trabajos forzados, Seel fue liberado sin explicación alguna y declarado ciudadano alemán. El comandante del campo le hizo jurar que guardaría silencio para siempre, aunque le obligó a presentarse diariamente en las oficinas de la Gestapo.
Tras el final de la guerra, las autoridades francesas tardaron en reconocer el holocausto homosexual. Si bien es cierto que De Gaulle limpió el código penal francés, eliminando las leyes antisemitas, las normas discriminatorias se mantuvieron e incluso fueron reforzadas en 1962. Hasta 1981 la homosexualidad siguió siendo ilegal en Francia y hemos tenido que llegar a hoy, en pleno siglo XXI, para que la Unión Europea se plantee una legislación que garantice plenamente los derechos de estas personas. Baste ese dato para entender cómo los homosexuales han sido considerados ciudadanos de segunda categoría incluso en la Europa democrática de nuestro tiempo.
Tamaña injusticia con las personas gais tenía que ser resarcida de alguna manera y eso es precisamente lo que ha hecho la UE en la reciente votación en el Parlamento europeo: saldar una deuda, legislar sobre derechos civiles de una minoría históricamente perseguida, poner las cosas en su sitio de una vez por todas. ¿Y dónde estaba el flamante líder de la derecha española en uno de los momentos más trascendentales de la construcción europea? ¿Qué hacía el eterno aspirante a La Moncloa en una de esas fechas que quedan para la posteridad por lo que tienen de punto de inflexión en la lucha por los avances sociales? Apretando el botón rojo y cobarde de la lamentable abstención.
A buen seguro que los homosexuales del PP (véase Javier Maroto) se sonrojaron de vergüenza ajena cuando conocieron la abochornante posición política de su respetado líder, que no se diferencia demasiado de la postura de Vox en este asunto. Recuérdese que los ultras niegan que hubiese homosexuales o personas del colectivo LGTBI en los campos de exterminio nazis. Casado ha tenido muchas oportunidades para desmarcarse de los bárbaros y no lo ha hecho. Es más, ha seguido asociándose con ellos. No sabemos si este muchacho será el niñato del que habla Esperanza Aguirre, pero desde luego en Europa ha quedado como un “chiquilicuatre” o líder pequeño. Incluso como un Orbán a la española. Pena de hombre.
Viñeta: Pedro Parrilla
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