martes, 5 de octubre de 2021

EL BRONCAS

(Publicado en Diario16 el 7 de septiembre de 2021)

Pablo Casado ha dicho tantas cosas distintas y contradictorias sobre su disposición a sentarse a negociar la renovación del Poder Judicial con el Gobierno que ya resulta imposible creerle. Cada vez que los periodistas le ponen el micrófono delante de las narices para preguntarle si piensa dialogar con Pedro Sánchez suelta un argumento diferente y más peregrino que el anterior. Ya lo ha probado todo y solo le falta decir que no está de acuerdo con que las togas de los magistrados sean de color negro porque a él le gusta más el azul falangista.

La última excusa de Casado para no sentarse a debatir es que quiere una ley orgánica que reforme la judicatura de tal manera que sean los jueces quienes elijan a su dirigencia. La cosa no deja de tener su miga, sobre todo porque la reforma Gallardón de 2013, impulsada por el Partido Popular con todas las fuerzas parlamentarias en contra, dejó en manos de los políticos (más bien del partido de turno) la elección de los altos cargos institucionales. Lo explicó muy bien Gaspar Llamazares en aquellos días cuando dijo que la maniobra del PP convertía el Consejo General del Poder Judicial en “una delegación del Ministerio de Justicia”.

Hay que estar muy ciego o ser muy hooligan para no querer ver que Casado lleva años dando largas al PSOE con el fin de no renovar la cúpula de nuestra judicatura (la parálisis dura desde 2018 y vista la actitud filibustera de los populares cabe temer que haya cuerda para rato). Si el jefe de la oposición no cumple con el mandato constitucional de colaborar en la renovación es sencillamente porque no le da la gana y porque sabe que manteniendo el actual statu quo su hombre de confianza, Carlos Lesmes, seguirá al frente del CGPJ, con lo cual tendrá controlado el patio de la Justicia y sentencias polémicas como algunas que afectan a casos de corrupción de Génova 13, las hipotecas, el procés o La Manada seguirán produciéndose para escándalo de la sociedad española y degradación de nuestra democracia. O sea, el atado y bien atado judicial.

Lógicamente, Casado no puede mostrar su programa oculto ni confesar en público cuáles son sus verdaderas intenciones y tretas políticas porque eso sería muy fuerte. Por eso va vendiendo una moto cada día, todo con la finalidad de ir retrasando o dilatando la renovación. Pero hay algo mucho peor que el obstruccionismo sectario y ciego para alguien que aspira a gobernar el país algún día: su manoseo de un poder fundamental del sistema democrático, como es la justicia, y que él ha convertido en un juguete roto que, como un niño presa de la rabieta, arroja una y otra vez contra la cabeza de su odiado Sánchez.

Todo este pollo del bloqueo del Poder Judicial que ha montado Casado y que ya no entiende nadie va contra la estabilidad del Estado, hunde la imagen de España en Europa (donde asisten ojipláticos al espectáculo) y arroja más leña al fuego de la crispación y al “cuanto peor mejor”, el único lenguaje que entiende este hombre. Casado ha llegado a la política con un único programa bajo el brazo, liarla parda, y cualquier tema o asunto lo enfoca hacia ese objetivo. Cada problema que se aborda en este país, el líder del PP le da la vuelta “como un calcetín” (por utilizar sus mismas palabras cuando anuncia cambios drásticos en el caso de que llegue a gobernar algún día) y lo convierte en material explosivo o altamente inflamable. De esta manera, ningún proyecto de reforma puede ser abordado (y cuando decimos ninguno queremos decir ninguno) sin que estalle la polémica, la controversia y el navajeo político. Cualquier tema es susceptible de ser convertido en caballo de batalla y en demagogia trumpista destroyer con la única intención de bloquearlo todo, hundir al Gobierno y consumar su idea, o sea el quítate tú que me pongo yo.

Así, cuando se trata de redactar una ley de muerte digna, Casado la lía parda. Cuando se trata de lograr un gran pacto nacional contra la pandemia y la crisis económica, Casado la lía parda. Cuando se debaten asuntos de Estado como una ley de memoria que dignifique a las víctimas del franquismo, el reparto de las ayudas europeas, las medidas sanitarias contra el covid, el problema catalán, el facturón de la luz, los necesarios Presupuestos Generales del Estado, la subida de salarios de los trabajadores, las pensiones, la política exterior en Cuba, Venezuela o Afganistán (el país es lo de menos, el discurso cainita es siempre el mismo), Casado acaba liándola parda de una forma o de otra.

Con el partido de la oposición a la contra, como un agente antisistema, es imposible construir una nación. Este gran broncas de la política nacional jamás está de acuerdo con nada y siempre, indefectiblemente, acaba apareciendo el manido discurso de siempre contra un Gobierno “secuestrado por batasunos y separatistas” que quieren romper España. La unidad de la nación es el único proyecto, el único plan, la única idea que el dirigente popular tiene para España. Más allá de eso, no le importa ni le interesa nada porque para él cualquier problemón de dimensión nacional es una fruslería en comparación con su gran sueño de llegar al poder a cualquier precio.

Su última invitación a Sánchez para sentarse a negociar los cargos del Poder Judicial es una trampa, un truco, una artimaña más para ganar tiempo. Casado ya solo juega a eso, al trilerismo político, a que vayan pasando los meses y el viento de las encuestas siga soplando favorable al PP hasta que el país termine yéndose al garete por fin. Menudo patriota de opereta.  

Viñeta: Pedro Parrilla

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