(Publicado en Diario16 el 22 de septiembre de 2021)
Diversas asociaciones han presentado una querella contra los organizadores y participantes de la manifestación nazi de Chueca. Es lo menos que se puede hacer ante un grupo de terroristas y matones que toma la calle para amedrentar a los vecinos al grito de “fuera maricas de nuestros barrios”. Los demócratas no pueden quedar de brazos cruzados mientras un grupo de niñatos hitlerianos pretende imponer el terror, el racismo y la limpieza étnica en Madrid. La muchachada nazi de Chueca no se diferencia demasiado de aquellos que salían a las calles en los años del plomo de ETA para exigir que los españoles se marcharan del País Vasco. Algo había que hacer y se ha hecho, así que bien por los querellantes.
La sociedad civil, la gente de bien, se ha movilizado, pero cabe preguntarse qué recorrido puede tener la querella en los tribunales. Y ahí los antecedentes no son halagüeños. Todavía colea la sentencia del Tribunal Superior de Justicia de Madrid que considera libertad de expresión la infame campaña de publicidad (goebelsiana habría que decir) puesta en marcha por el partido político Vox contra los “menas” (inmigrantes menores no acompañados) en los días previos a las pasadas elecciones autonómicas madrileñas. Por refrescar la memoria del lector, recuérdese que sus señorías entendieron que el eslogan “un ‘mena’, 4.700 euros al mes; tu abuela 426 euros de pensión/mes” –junto a las imágenes confrontadas de una dulce abuelita y de un joven inmigrante enmascarado como si se tratara de un peligroso yihadista del ISIS–, no suponía un delito de odio. A partir de esa resolución, ¿qué más se puede esperar de una Justicia como la española que tolera una y otra vez el mensaje duro fascista?
En el caso de la manifestación nazi de Chueca, la “fachifestación” o aquelarre hitleriano, lo que se debate no es la libertad de expresión (que ese derecho fue sobrepasado con creces) sino si es legal y decente que un grupo organizado pueda imponer el terror en un pacífico barrio con sus gritos de odio y su iconografía fascista a la manera de la Alemania del Tercer Reich. No hace falta ser un erudito jurista para entender que la concentración no fue una protesta legítima contra los planes económicos del Gobierno, sino un intento de amedrentar y aterrorizar al colectivo gay precisamente en el momento más crítico, cuando se disparan los delitos de odio y se suceden los ataques homófobos en toda España. Los nazis de Chueca entendieron que, con la sangre aún caliente de las víctimas de las últimas agresiones contra homosexuales, era la ocasión perfecta para salir a la calle e imponer su ley fascista ante la mirada indolente de las autoridades, que no supieron o no quisieron tomar medidas al respecto.
Todo esto es lo que tendrá que dirimir el juzgado de Plaza Castilla encargado de tramitar la querella del colectivo LGTBI, que estos días vive atemorizado por el clima homófobo que se ha instalado en Madrid tras el gran desfile facha. Más allá de si la acción penal prospera o se archiva a las primeras de cambio, la querella va a ser un buen termómetro para medir el grado de sensibilidad de nuestra judicatura en una hora especialmente trascendente, cuando la sociedad española se juega nada más y nada menos que salvaguardar los derechos conquistados en los últimos años o claudicar ante las bestias que tratan de imponer su régimen totalitario.
En esta querella se dirime mucho más de lo que parece. Se sustancia si contamos con unos jueces democráticamente concienciados a los que no les tiembla el pulso a la hora de enfrentarse a los nuevos cachorros del fascismo. Se decide si nuestro sistema judicial hizo realmente la Transición o aún persisten los viejos tics franquistas del pasado. Se determina si los ciudadanos (los homosexuales y los heterosexuales que se sienten igualmente amenazados por los violentos) pueden confiar en que sus jueces velarán por ellos o se pondrán de perfil escudándose en latinajos, argumentos bizantinos sobre la libertad de expresión y teorías doctrinales que nadie entiende, tal como ha ocurrido en tantas ocasiones en que la Justicia ha echado un cable a las organizaciones ultraderechistas de este país.
La actuación de la Delegación de Gobierno en Madrid en todo este asunto ha sido deplorable y merece dimisiones en bloque. Ahora la delegada anuncia que abrirá expediente sancionador a los organizadores de la marcha y a seis de los participantes, que por cierto portaban bengalas, palos de distinto tamaño y un puño americano. ¿Dónde iban los angelitos con semejante arsenal, a jugar a la bolera? Si el juez o jueza que entienda del caso no comprende que lo que ocurrió el pasado fin de semana en el barrio de Chueca, símbolo de la tolerancia sexual y la libertad de este país, no fue ninguna broma ni una exageración de la izquierda hiperventilada, habremos dado un dramático paso adelante en el terrible blanqueamiento del totalitarismo fascista.
Ha llegado la hora de que las instituciones se planten ante la barbarie. No estamos tratando con niñatos aburridos e inofensivos que no tienen nada mejor que hacer un sábado por la tarde. Están organizados, propalan su vómito venenoso en las redes sociales y cada día son más numerosos. Gritar contra “los sidosos de Madrid”, reclamar que “los homosexuales salgan de las calles” e invocar el carácter ario de la españolidad es violencia verbal como primer paso a la otra. De modo que basta ya de impunidad, de tolerancia y de normalizar el movimiento fascista. Basta ya de mirar para otro lado mientras la serpiente sigue saliendo del huevo y dejando tras de sí su viscosa baba de odio. La democracia tiene el imperio de la ley, la razón y la superioridad moral de su parte. Pues actúen ya, señores jueces. Hagan algo antes de que sea demasiado tarde y los nuevos bárbaros escalen los muros de las Cortes Generales, como hicieron los enloquecidos trumpistas en el Capitolio norteamericano el pasado 6 de enero. Ha llegado el momento de plantarles cara y enseñarles que el Estado de derecho es mucho más fuerte que sus estupideces y bravuconadas de nazi de pacotilla. Hay que frenar a las nuevas crías de Hitler. Por lo civil o por lo criminal.
Viñeta: Iñaki y Frenchy
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