miércoles, 30 de octubre de 2013

USA NOS ESPÍA


Uno se queda petrefacto con todo este pollo que se ha montado alrededor del espionaje mundial de los yanquis. El Gobierno Rajoy se ha puesto muy estupendo y saca pecho contra Obama y hasta el ministro Margallo amenaza con revisar "el clima de confianza y buen entendimiento" entre ambos países. ¿Pero qué vas a revisar tú con el Tío Sam, piltrafilla de ministro? A uno le parece que detrás de este embrollo de espías y espionitas está, una vez más, el interés de un Gobierno que aprovecha cualquier cosa para desviar la atención de lo que realmente nos ocupa y nos preocupa, que no es otra cosa que el parné volatilizado, los sobres con alas que son como las compresas con alas pero vuelan mucho más alto, el pastizamen del pueblo que lo han cambiado de sitio (mayormente de las arcas públicas a las arcas privadas suizas de los bárcenas, urdangarines e infantas varias) ¿A qué viene tanto revuelo pues con el dichoso caso del espionaje? Si ya sabemos que vivimos en un mundo lleno de espionitas. De hecho, hay más espías que personas. Ellos, los americanos, son espías como nosotros, que decía aquella película de risa. Vivimos en un mundo globalizado en el que el derecho a la intimidad, los derechos en general, están más maltratados que la Esteban. En este nuevo desorden mundial creado tras la guerra fría, en este corral desquiciado que es el mundo, todo dios espía a todo dios. Hacienda nos espía cada minuto, Internet nos espía, los internautas se espían unos a otros, las grandes compañías publicitarias tienen nuestros datos y nos espían sin rubor, a calzón quitado (el otro día un dentista de Zaragoza al que no conozco de nada me envió una carta dirigida a mi atención personal) los de Método 3 espían a la Camacho, los de Aguirre a los de Ignacio González, el cobrador del frac espía lo que le dejan, el CNI al juez Castro, los sindicalistas de los ERES espían a la jueza Alaya por la ventana, Rajoy a Rubalcaba y Rubalcaba a Rajoy, Artur Mas a los catalanes que se sienten españolitos (por si le descarrilan la consulta) los del Barsa a los del Madrid (dicen que Casillas es el topo) unos bancos espían a los otros, los de Durex a los de Control y viceversa (a ver quién saca el lubricante más efectivo) el señor del piso de arriba a la vecina del quinto y la cotilla o cotillo del barrio los espía a los dos, como la Vieja del Visillo de Pepe Mota (se conoce que se le puso ofrecida). Y en este plan. España, o lo que queda de ella, es un gran "follaero" de espías, que dicen los andaluces, y desde que te levantas hasta que te acuestas no hacen otra cosa que ir metiendo las narices en tu vida. Mortadelo y Filemón están más vigentes que nunca. A mí lo que se me hace más cuesta arriba es pensar que un señor elegante y con gusto como Obama se haya puesto a espiar con descaro a la Merkel, que como señora, la verdad, es más bien gorda, fea y antipática. Ahí me ha defraudado el presidente. El mundo es ya un gran Homeland lleno de espías cucos de todo signo y condición. ¿Que los americanos nos espían? Venga, por favor, no me hagan reír.

Imagen: www.cubadebate.cu

domingo, 27 de octubre de 2013

EL VIEJO LOU


Practicó el rock and roll más animal, fue un transformer de la música, un travelo de alma y cuerpo que caminó por el lado salvaje de la vida. Lou Reed, el viejo Lou. Hoy se nos ha ido, ya setentón, tras dejar un aluvión de poemas gloriosos y un trasplante de hígado, ese hígado demasiado castigado por el jaco, el alcohol y la mala vida. Vivió y murió como debe vivir y morir un hombre: con las venas infladas de versos y el cuerpo extenuado de gozos y sombras. Las calles de Nueva York lloran por el rey de los juglares, por el poeta de los miserables y oprimidos, de los yonquis, de los infelices, de los parias, de los alcohólicos, de la famélica legión, en fin. Ya nunca más lo veremos atravesar Times Square, piernas de alambre en pantalones de pitillo, chupa de cuero y gafas oscuras, entre colgado y feliz, entre profeta y apestado, enganchado a la guitarra nocturna y hambrienta de duende, pero nos quedan sus canciones llenas de una magia urbana y underground, llenas de belleza y vómito, llenas de luz y tragedia. Ahora dicen que fue el más grande. Qué más da qué puesto ocupara en el ranking. Ha habido muchos grandes: Elvis, Lennon, Jackson. No nos pongamos exquisitos a esta hora de la noche aciaga en que el viejo Lou ha dejado de escupir rosas. Una generación de estrellas rutilantes se va apagando, el star system del rock se muere. Nos quedan Dylan, Jagger y poco más. Disfrutemos del pasado porque el futuro no será ni la mitad de bueno. Todo en el arte se repite ya con una atonía pasmosa, soporífera, mediocre. Fabrican música como quien fabrica tornillos, se pintan cuadros a dos manos, se escriben libros como churros (ahí está El tiempo entre costuras, pelotazo editorial, novelón a la moda, un millón de copias, trama facilona con escasas pretensiones y ni una mala idea nueva en más de seiscientas páginas, qué despilfarro de papel). Pero Lou superó las tentaciones vanas del mercado, él era poeta, narrador, profundo, único, original. Era literatura de neón, realismo sucio a golpe de pentagrama, chute de inspiración en cada letra, mono de libertad en cada estrofa. Punteó con su acústica los mejores años del rock; empezó siendo un adicto de la distorsión y terminó como el más entonado de los puristas (en la vida uno solo puede cambiar dos veces de chaqueta, a la tercera ya eres un chaquetero). Si los viejos suecos fueran justos y honrados le darían el Nobel hoy mismo. Nadie como él ha escrito sobre los perdedores, el sexo y la droga, la desolación humana, la jungla de asfalto, la derrota, el sufrimiento, el desamor. Voz de áspero terciopelo, mirada desvaída de drogata inteligente, nihilista de los auténticos, no como los niñatos capullos de ahora que van de nihilistas porque se han fumado un canuto. Era de Brooklyn y yo viví en Brooklyn una temporada, por eso lo amo más aún. Subíamos al techo de la casa y veíamos agonizar las luces gigantes del skyline mientras Lou, el viejo Lou, tocaba suavemente Walk on the wild side. Le atizaron de lo lindo con el electroshock en su infancia rebelde y eso le hizo más fuerte, más genio, más dios. Puso su santo plátano en el mejor disco de la Historia y socavó doscientos años de calvinismo americano. Se ha ido caminando por el lado salvaje de la vida. Como los grandes. Aunque digan que los viejos roqueros nunca mueren.  

Imagen: musicfeeds.com  

LAS FAMILIAS FORBES


Cuenta la revista Forbes que treinta familias españolas controlan ya la friolera de 32.000 millones de eurazos, céntimo arriba, céntimo abajo. Lo cual que ya sabemos dónde está la pasta y la riqueza del país: en el cerdito-hucha de los gatsbys hispanos o quizás más bien por ahí fuera, en los paraísos artificiales de Baudelaire, ya que muchos de estos fulanos están avecindados en el extranjero. Entre los privilegiados se encuentran el conocido y admirado Amancio Ortega (la tercera fortuna del planeta, solo superado por Bill Gates y Carlos Slim), Juan Roig (Mercadona), Florentino Pérez, Alberto Cortina, las Koplowitz, María del Pino (Ferrovial) y Helena Revoredo (Prosegur), por citar solo unos cuantos ejemplos. Las cifras son demoledoras: a un lado de la balanza los seis millones de parados crónicos que comen ya de la pensión de la abuela y al otro los 32.000 millones de euros improductivos, ociosos, obscenos, de estos esmoquins con poco corazón y aún menos cerebro. Un panorama desolador, pero no deja de ser consecuencia de una idea, de una política, de un Gobierno. Montoro gallea como él solo y se pone muy entero cuando habla de lo mucho que crece España, de lo bien que estamos saliendo de la recesión, de que el paro ya es una sombra del pasado sociata, cuando en realidad aquí solo le va bien a Botín y a las cuatro dinastías de la Forbes que se lo están montando a tope. Todo esto lleva a una conclusión: que la crisis, la jodía crisis, no ha sido otra cosa que un gran timo perfectamente calculado y estudiado, un tocomocho transnacional premeditado en el que los primos tartajas hemos sido todos nosotros, los curritos, los nacionales, mayormente las clases bajas, porque clases medias ya no quedan. ¡Y cómo hemos ido cayendo en la trampa a fuerza de mentiras, miedos y chantajes! Primero, acuérdense, nos amenazaron con la quiebra del sistema financiero, que viene el lobo, el corralito español, la sombra negra del rescate, nos decían, y hasta Zetapé se bajó los pantalones y entregó el pastizamen a los bancos; luego llegaron Marianico y Montoro, o sea Pepe Gotera y Otilio, Chapuzas Neoliberales a Domicilio (más los carlosflorianos de turno y otros mediocres adosados) que nos metieron en la cabeza la urgencia de la reforma laboral, todos al paro o a trabajar de gratis total, que es la teoría económica imperante de este fascismo económico, la nueva doctrina ultraliberal, lo que se lleva entre los universitarios pijos de Yale. Qué será lo siguiente. Sin duda el despido libre, la jubilación a los cien (todos jubilados walking dead) y pensiones que no darán ni para las chuches de Rajoy. A la derecha parece que le pone este escenario fragmentado entre pobres y ricos, sin clases medias, y mientras tanto se va sacando unos dineros malvendiendo hospitales en los rastrillos madrileños y expoliando la escuela pública. España está al borde del infarto por culpa de un colesterol malo en forma de ricachos que juegan al golf de ocho a nueve, patronean yates por mares de codicia y compran España por parcelas. De nada sirve la pantomima del tesorero que está pidiendo cárcel a gritos, ni el juicio al capo de los aeropuertos sin aviones, ni el vodevil del duque que pierde el trasero ante los paparazzi bajo las farolas fernandinas del Madrid de los desastres. Todo eso solo sirve para despistar, forma parte del juego de esta falsa democracia, de la gallofa, del cuento chino, de la estafa. Todo eso solo sirve para dar mayor realismo y color a la mentira mientras las cuatro estirpes pata negra de la Forbes se bañan con leche de burra, mean colonia en el váter de Tiffany´s y se alimentan con caviar fresco del Mar Caspio. Jordi Évole, el virus ébola que persigue sin descanso a los políticos con sus "hostias" de coletilla y su estilo desaliñado, joven y directo, entrevista esta noche al gran Pérez Reverte. "En España nos faltó lo que hubo en otros países: una guillotina". Y con doble hoja, añadiría yo, maestro. Lo digo porque aquí los cuellos son más duros de roer.  

Imagen: 20minutos.es

jueves, 24 de octubre de 2013

MANOLO ESCOBAR


Todos los veranos, cuando era pequeño, mis primos y yo solíamos bajar al río Genil para darnos un chapuzón en sus aguas foscas, frías, turbulentas. Luego, todavía mojados, corríamos al chiringuito más cercano, tomábamos Mirindas y echábamos unos duros en la máquina de discos, aquella máquina vieja y destartalada que rugía a todo trapo y en la que siempre, indefectiblemente, sonaba alguna copla de aquel señor con tupé, ceja indomable, patillas de bandolero y cara tostada eternamente risueña que se llamaba Manolo Escobar. Yo, en mi escasa conciencia de niño de diez años, me preguntaba por qué demonios todo el mundo adoraba a aquel hombre corriente, por qué todos buscaban aquel dichoso carro con tanto ahínco. Era la España de la Santa Transición, cuando el país vivía pendiente de la calabaza del 1,2,3, la selección caía en cuartos y a ETA le daba por mandar un generalote a tomar viento día sí, día también. No pasábamos de ser un país caribeño, pobre, casi subdesarrollado, aunque los jóvenes empezaban a vestir camisas con cuello de pico y pantalones de campana para parecerse un poco a Travolta. La música disco estaba en pleno auge en todas la discotecas del mundo, era lo más moderno del momento, pero aquí, en España, el bueno de Manolo seguía reventando chiringuitos playeros con sus melodías rancias como en sus mejores años de posguerra. Todo el país bailaba a ritmo de sus rumbillas facilonas, todo el país le seguía incondicionalmente en la búsqueda homérica de su carro y todavía hoy, en pleno siglo XXI, suena con desparpajo en fiestas de pueblo, verbenas de jubilados, partidos de fútbol y hasta en los mítines del PP folclorista, antiguo y cañí (sigue siendo el intelectual de referencia de nuestra derecha patria, su autor lírico de cabecera). ¿Por qué el arte de Manolo ha pervivido hasta hoy? Muy sencillo. Porque durante cuarenta añazos de hambre, crucifijo, miedo y dictadura, su música fue la esencial banda sonora de la España autárquica, aislada, abducida por Franco y sus secuaces. Hitler quiso conquistar el mundo a golpe de Wagner; Franco, más práctico y algo menos erudito, poseyó el subconsciente del español al grito entusiasta del Que Viva España, el "no me gusta que a los toros te pongas la ´minifarda´" y el porompompero (qué diablos sería el porompompero). Queramos o no, fue el catecismo musical del régimen, el libreto alegre pero trágico de un país atrasado. Uno, tras conocer que Manolo Escobar ha muerto, no deja de sentir cierta pena por la pérdida de un rostro que nos acompañó en tantas galas horteras de Nochevieja, no me caía mal aquel hombre alegre, simpático y bonancible. Pero no perdamos de vista la perspectiva de la Historia, no dejemos de ver que aquel carro que nunca aparecía no era otra cosa que la metáfora de la libertad que alguien birló al pueblo español una noche cuando dormía, una noche de romería (la guerra civil fue una romería sangrienta, una borrachera de odio y sangre). Manolo fue el juglar de una España legionaria, taurina, pobre y ágrafa donde el sueño de salir del mendrugo de pan pasaba necesariamente por hacerse un muletilla, un joselito o por irse a Alemania de camarero. Su Viva España fue un grito fachorro, topiquero, de casa cuartel. Conservemos y respetemos sus fandanguillos felices de una época triste. Pero no nos equivoquemos. Más de uno quiere devolvernos a aquella letra y a aquella música. Y por ahí no.    

Imagen: LAS

lunes, 21 de octubre de 2013

EL TIEMPO ENTRE IMPOSTURAS


Por simple curiosidad televisiva, anoche le robé una hora al sueño para echarle un ojo a El tiempo entre costuras, la serie sobre el novelón del protectorado de María Dueñas que ha terminado de vaciar los bolsillos de los españoles. No debí haberlo hecho. Al cuarto de hora todo se me hacía monótono, lento, exasperante. Y para colmo los personajes de principios de siglo hablaban como en cualquier plató de televisión de ahora mismo. Solo les faltaba decir: "Mola tronca, vámonos para Tánger". No sé por qué, pero me esperaba algo así. Mucho dinero en peluquerías y vestuario, mucha propaganda y mucha música moruna para dar ambiente a la cosa. Pero enganchar, lo que se dice enganchar, la verdad es que engancha menos que un concierto de Bertín Osborne. Llegados a este punto uno se pregunta si es ésta la clase de literatura de obligado cumplimiento que tenemos que tragarnos en estos tiempos superposmodernos; si es ésta la televisión cursi, ñona, cateta e insulsa que gusta a este régimen pepero que nos tortura con el Nodo a todas horas, con cine de barrio y Entre todos, ese programa dirigido por la talibana de la beneficencia Toñi Moreno, ese telemaratón de la hipocresía hecho por pobres para tranquilizar las conciencias de los ricos. El tiempo entre costuras es un tocho decimonónico pasado de moda, una historia entre Sissi Emperatriz y las malas novelas de mata-haris pero que triunfa porque el listón del público hace ya tiempo que está por debajo del betún. En este país que cada día da menos importancia a la cultura y a la educación de calidad, en este país que echa a sus científicos al extranjero en un Erasmus para exiliados haciendo bueno aquello de Unamuno de "que inventen ellos", en este país que tiene por ministros a gente que odia el cine y que va a misa de doce antes de trincar un sobre lleno de marianitos, no podría triunfar otra cosa que el folletín rosa, exótico, edulcorado de la simple costurera (o modista, antes se decía modista) que quiere salir del barrio para ver mundo. Quizás la historia de esta Sira Quiroga sea la historia de muchas mujeres españolas de hoy cuya existencia pasa por el hambre, la alienación y la falta de futuro. Ello explicaría el reventón que ha pegado la novela en las librerías de toda España. De ser así, la cosa sería todavía más triste porque de un lado revelaría una pobreza económica y de otro una pobreza intelectual difícilmente soportable. El tiempo entre costuras es el colorín literario de toda la vida, el papel cuché narrativo, el Hola histórico, y en televisión los modelitos de época y los peinados quedan de un bien, nena... Nos han vendido una superproducción hollywoodiense cuando todo queda reducido a la típica telenovela hispanocutre de gazpacho y siesta, a un Amar en tiempos revueltos solo que con más figurantes, más vestuario, más rolls prestados por el ministerio de gobernación y más exteriores en la África colonial. Un culebrón, a fin de cuentas, que de paso pretende realimentar la fiebre patria por el Peñón. Por si fuera poco, Antena 3 nos obsequia al final del capitulo con un making-of en el que la escritora (muy puesta ella en plan Carmen Posadas) nos explica lo brillante que es todo. Sabíamos que en este país nos sale mal hacer el cine americano pero es que ahora comprobamos con vergüenza ajena que ya no sabemos hacer ni el cine de nuestra propia Historia. Yo creo que esta teleserie no merece romper una cita de lunes noche. Tiene más impostura que otra cosa. El tiempo entre imposturas.   

Imagen: LAS 

sábado, 19 de octubre de 2013

VIVO O MUERTO

Chema Gil es un periodista de los que ya no quedan. Es honrado, trabajador y se moja a fondo en los temas. Una especie en vías de extinción en este gremio de vendidos y canallas. Ahora acaba de llegar de Nueva York, ciudad de cieno, alambre y muerte, como dijo el gran Federico. Los ingleses se preocuparon de elevar muchos rascacielos en la babilónica NY, pero se olvidaron de echar raíces en el suelo. Chema se ha preocupado de buscar esas raíces, las raíces humanas de los parias neoyorquinos, de los que ya no sueñan el sueño americano, de los que sufren las injusticias de un capitalismo que cabalga desbocado hacia la destrucción del hombre. Ni Bárcenas, ni Rajoy, ni Fabra ni Cospedal. Hoy el protagonista de Los Años Salvajes es Chema Gil. Gracias por esta joya de reportaje, maestro.  

















Chema Gil. Nueva York

New York, New York, la ciudad en la que nunca duerme... la miseria. Frank Sinatra cantó, como nadie lo hizo, a la ciudad de los rascacielos: "New York, New York. Quiero despertarme en una ciudad que nunca duerme y encontrar que soy un número uno, el primero de la lista, el rey de la colina, un número uno". Aquella mítica canción, hermosa, describe sin embargo que a la Gran Manzana se puede viajar con zapatos de vagabundo y con la intención de comenzar de nuevo, de buscar una oportunidad. Pero New York, la ciudad de Times Square, de Broadway, ofrece también otra cara insultante, pues frente a la opulencia se ve la miseria; junto a los trajeados ejecutivos de Manhattan que caminan deprisa, con un vaso de café del Starbucks en una mano y el iphone en la otra, puede verse a alguien sobre el que nadie dirige una mirada, al que la ciudad trata como si no existiera, al que está tirado en la acera. Puede estar vivo... o muerto; en realidad no parece importar a nadie, la vida pasa acelerada junto a su cuerpo. Vivo o muerto.
No se trata de una calle de la zona más deprimida del Bronx o de Queens, es la calle 45, la misma que desde Lexington Avenue te lleva hasta el portentoso edificio de la ONU.
La escena se repite en la calle 46 o en la 42.
Nueva York es una ciudad dura llena de inmigrantes que tienen dos o tres trabajos diarios para poder mantener una pobre vivienda. Ellos son los que mantienen esta ciudad con su sudor, con su sangre a veces, y con sus lágrimas. Los españoles podemos estar una semana en las calles de Manhattan y apenas utilizar el español, ni siquiera para mostrar algo de solidaridad con ellos.
La pobreza, la miseria, no tiene edad en New York, pues aquel cuerpo en la calle, vivo o muerto, no parece que tenga más de treinta años. Acercarte a preguntar si le pasa algo, si necesita ayuda, aquí parece tan anormal... Esa falta de empatía me causa estupor. He estado en alguna zona en conflicto donde se muestra más calor humano, incluso con eventuales enemigos, que el que se muestra en las calles de la civilizada y rica Manhattan. Si esto es Estados Unidos que no me esperen de turista. Llevo cinco años viajando a esta ciudad por cuestiones de trabajo, siempre me pareció fascinante, hipnótica, pero este año me ha parecido dantesca. Danny es el nombre de aquel cuerpo tendido en el suelo, no estaba muerto, estaba allí, simplemente tendido, dormitando, ausente de todo lo que le rodeaba. Danny, muy joven para estar tirado en la calle, vivo o muerto, nació en Virginia. Apenas puede explicar qué carambolas le ofreció la vida para terminar en la calle, sin techo. Su familia era 'normal', padre alcohólico, madre maltratada que un día no regresó, abandonándolo a él y a una hermana mayor, que pronto echó a volar y de la que no sabe nada. Se le ve entrar al aseo en la Gran Estación Central y salir a la calle, como cantaba Sinatra, "con zapatos de vagabundo", a ver cómo la ciudad podría engullirle de nuevo. Cuando le preguntas por el futuro te responde que ése es un concepto que no tiene mucho sentido para él. ¿Qué futuro? Su futuro son los 150 dólares que le doy, una miseria para alimentar la miseria. Las cifras de marginados en una ciudad como Nueva York son atroces. Lo cierto es que Danny, ahora sí, con otro aspecto, pudo entrar al Roosevelt Hotel, no sin antes ser sometido al escrutinio de la 'discreta' seguridad. 
Frank Sinatra terminaba su canción diciendo:

"Las tristezas de este pueblito
Están desapareciendo.
Voy a hacer
Un flamante comienzo
En la vieja New York.
Y si puedo hacerlo allí,
Voy a hacerlo en cualquier parte.
Depende de ti,
New York, New York. New York".

Para mí la canción, este año, termina deseando lo mejor a un joven que mañana estará tirado otra vez en la calle, vivo o muerto, y sin que nadie repare en su presencia. Salvo que moleste al rápido caminar de los ejecutivos de Manhattan.
Goodbye New York, good bye.

Imagen: Chema Gil

jueves, 10 de octubre de 2013

LAS TETAS DEL CONGRESO


Las tres activistas de Femen que se han encaramado a los escaños superiores del Congreso, tetas al aire y al grito de "aborto es sagrado", son la muestra viva y palpable de que no todo está perdido en esta democracia rutinaria, burócrata, adocenada. No entremos en el eterno debate aburrido e irresoluble de aborto sí, aborto no. El aborto es ley de la vida y la vida no se puede regular a golpe de decreto. Quedémonos pues con las tetas irredentas de estas chicas como metáfora contestataria, con esas tetas (no sabemos si operadas o no) que han supuesto un soplo de aire fresco para las Cortes, un último aliento de vidilla para ese hemiciclo moribundo lleno de muermos que aprueban leyes educativas mecánicamente y sin contar con el pueblo. Desde la derecha, Gallardón calificó tales tetas levantiscas como "atentado contra la soberanía nacional" (el ministro siempre tan grandilocuente, como un actor sobreactuado al que se le ve todo el Shakespeare), Posada las miró de soslayo con ojos maliciosos y desde la izquierda se aplaudió la performance, que tuvo casi de todo: sexo, drogas y rock and roll. Por haber hubo hasta suspense, ya que una de las integrantes del comando llegó a quedar peligrosamente colgada de una columna, y a punto de caer al vacío, mientras era zarandeada por las ujieres del gallinero. Uno de sus zapatos cayó a los escaños inferiores y golpeó contra sus señorías, pero lo cierto es que ese zapato no ha aparecido aún, que se sepa. Algún fetichista, seguro. En el Congreso es que hay de todo, como en botica. Uno cree que habría que volver al principio, al origen de todo, a la verdad de la política, a la verdad de la tribu en taparrabos, en pelotas o en tetas. Habría que desnudar la vida política española, tan adulterada de mentiras, tan rancia de escándalos, tan enredada y putrefacta ella. Habría que hacerle un buen topless a nuestros políticos de vez en cuando, sacarlos de sus trajes hipócritas, desnudarlos integralmente, en plan Boris Izaguirre, para devolverlos a la naturaleza y autenticidad de la vida. Llenar los escaños de tetas, muchas tetas, ropa fuera. Hagamos un Congreso de nudistas, si es preciso, y volvamos a darle el poder verdadero a la madre teta, a las matriarcas de la tribu, a la mujer en suma, que es la única que puede legislar sobre su propio cuerpo. Si existe el derecho a decidir no es exclusivo de los catalanes, antes pertenece a esas tetas que amamantan al pueblo, a esas tetas atávicas que han tomado el Congreso y que dan de comer a nuestros hijos (hoy desnutridos en las escuelas hambrientas de Wert), a esas mamellas que tienen más legitimidad democrática que el rodillo absolutista de Rajoy. En un Congreso de los Diputados que en treinta años de democracia ya ha visto de todo, en un hemiciclo que ha tenido que ver franquistas travestidos de demócratas, tejeros descerrajando sus metralletas, diputadas gritándole al pueblo "que se joda" y hasta una lluvia de goteras, unas cuantas tetas o domingas ucranianas o francesas o recias y castizas de Alcobendas ya no deberían asustar ni escandalizar a nadie, salvo a la derechona mojigata de siempre. El grito al aire de esas activistas despechugadas ha sido el grito de Munch que le hacía falta a nuestro agotado y narcotizado Parlamento, el striptease necesario y vindicativo del "basta ya", el aldabonazo a las conciencias de nuestros políticos tan fatuos de tedio y tan sordos al pueblo. Ha sido como decirles a grito pelado: despertad, viejos caducos, y mirad cara a cara a las fértiles madres de la patria que nunca mienten, mirad nuestras tetazas sin prejuicios, sin mentiras, sin complejos. Abrid los ojos, políticos trasnochados, a la verdad de la vida, a la calle, al pueblo, porque nuestras ubres fecundas no se rinden ni se rendirán jamás, por muchas leyes antiabortistas, mucha educación ultracatólica y mucho opusino reprimido legislando en el Congreso. Yo ahora mismo firmaría una proposición de ley para incluir un buen desnudo de sus señorías en las sesiones de control al Gobierno. A ver si así van saliendo los sobres ocultos de Bárcenas.

Imagen: Agencias

sábado, 5 de octubre de 2013

LA VERGÜENZA DE LAMPEDUSA


No eran ángeles negros (como he leído en alguna columna cursi), ni héroes titánicos que no temían al mar, ni siquiera insensatos enloquecidos que despreciaban sus vidas. Eran hombres, mujeres y niños corrientes acorralados por el hambre, la enfermedad y la muerte. Eran los tercermundistas, la famélica legión africana, los negritos del África tropical, como los llamamos aquí, en el cruel y opulento Occidente. Y, sobre todo, no eran imprescindibles, como aquella película de John Ford. El naufragio de Lampedusa, en el que se han dejado la vida más de 300 almas, es lo que es: una vergüenza para el hombre, ya lo ha dicho muy bien el Papa macanudo y cañero. Si no se tuerce y no lo matan antes tenemos un santo padre que está (casi) a la altura de Dios. Los trescientos que se han dejado la vida en ese infierno de agua no han muerto porque sí, los hemos matado nosotros mismos, los europeos coloniales, los occidentales insensibles que le roban a África sus diamantes manchados de sangre, que explotan a los niños en los talleres dickensianos de Bangladés, que venden armas químicas a Siria para luego darle un hipócrita tirón de orejas al pelele dictador de turno que no pinta nada. No. Este crimen no es un crimen del siglo XXI, este crimen viene del diecinueve, cuando Europa desembarcó en África con sus máquinas furiosas, sus livingstones, sus falsos mapas trazados al azar, su ciencia y sus dólares. Desde entonces no hemos hecho otra cosa que engañarlos, exterminarlos, explotarlos, ponerles cadenas de hierro al cuello, como a Kunta Kinte, aquel personaje valiente y digno de Raíces. Ahora, dos siglos después, es África la que nos devuelve nuestro cariñoso imperialismo y nuestra secular infamia en forma de cadáveres que gritan desnudos, en forma de cadáveres con ojos saltones y vientres abultados que son arrojados a la orilla como un vómito negro. Seguimos cultivando el colonialismo extremo porque eso es lo que mantiene las Bolsas internacionales, los mercados, la pensión de la abuela y la política exterior de Rajoy (cuan grande es la estulticia de Rajoy, que por negar niega hasta la radiactividad de Fukushima). Seguimos viviendo del negrito esclavo, sí buana, y ya se ha encargado el ario Berlusconi de ponerle muros al mar para que los africanos terminen estrellándose con sus lanchas de juguete. Vergüenza de ser europeo, vergüenza de ser occidental, vergüenza de ser hombre. Estoy de acuerdo con usted, señor Papa, por una vez y sin que sirva de precedente. Eso es lo que deberíamos sentir todos. Pero, sin embargo, seguimos viviendo anestesiados por nuestra televisión que ya nos vende Nodo a todas horas, por nuestros políticos trincones, por nuestros anuncios de tampax y condones, por nuestra liga de fútbol tonto y dominguero y los cotilleos de la ingle rosa. La tragedia de Lampedusa ha dado para cuatro telediarios espectaculares que han quedado de cine. Todos nos hemos conmocionado mucho a la hora de comer con la historia funesta de esos pobres argonautas eritreos dispuestos a huir del país del terror a cualquier precio. Pero esta noche, a la hora de dormir, nuestra conciencia se irá a la cama tan tranquila y ya nadie se acordará de ellos. Cuan grande es la necedad del hombre blanco.

Imagen:BBC

jueves, 3 de octubre de 2013

CARLOS FABRA


Creo que corrían las navidades de 2003 cuando Ximo Genís, delegado de Levante de Castellón (el periódico para el que yo trabajaba entonces) me llamó a su despacho de buena mañana y me entregó un documento tan extraño como interesante. Era la querella que un empresario del sector fitosanitario (o algo así) había interpuesto contra el presidente de la diputación provincial, el cacique, desmesurado y reaccionario Carlos Fabra. La noche anterior, Vicente Vilar (que así se llamaba el empresario) había concedido una entrevista al añorado Carlos Llamas (cuando "Hora 25" era "Hora 25") y había confesado que llegó a sobornar al político pepero con el fin de lograr ciertas licencias industriales que no vienen al caso. Desde que la querella de Vilar cayó en mis manos, y con la colaboración esencial del gran Ramón Marín, empecé a indagar, investigar, remover y brujulear todo lo que se movía alrededor del que entonces era presidente del PP local de Castellón y hombre fuerte del partido en la Comunidad Valenciana. Aún recuerdo con cierta nostalgia y un ramalazo de pasión aquellas noches en las que, rodeados de documentos, facturas, extractos bancarios y papelamen judicial, debatíamos cuál iba a ser nuestro titular de portada del día siguiente, el titular que iba a sacudir un nuevo revés al partido en el gobierno. Recuerdo que yo entonces me sentía como envuelto en una especie de sueño febril por encontrar la verdad, trabajaba sin descanso, a veces hasta entrada la madrugada, escribía dos y tres páginas sobre el tema, y al día siguiente, como un soldado de reemplazo, me levantaba a primera hora para reunirme con algún testigo fundamental, confirmar un documento en el Registro Mercantil o cubrir la declaración de algún implicado en el Juzgado de Nules, que abrió una investigación al respecto. Durante semanas, meses, e incluso años, el caso Fabra fue el mascarón de proa de un periódico que, bajo la dirección de un director valiente y profesional como Pedro Muelas, fue destapando con denuedo (y cayera quien cayera) toda la basura que anidaba en las raíces fundacionales del régimen fabrista. Nada ni nadie era capaz de detener nuestra fe ciega en conocer los hechos y en llegar hasta la última gota de verdad. Detrás de la denuncia del empresario había sobornos ministeriales, mediaciones sospechosas ante ministros de Aznar (Cañete, Villalobos y Posada, entre otros ¿les suenan?) presiones a los jueces para que dieran carpetazo al caso, loterías que siempre le tocaban al mismo, o sea a Fabra, viajes, dietas, comisiones, chanchullos. Todo el detritus que luego hemos ido confirmando en el caso Bárcenas, porque el caso Fabra no fue sino el anticipo a menor escala de lo que llegó después. En 2006, y tras múltiples escándalos, Carlos Fabra había conseguido hacer embarrancar la instrucción en Nules a base de recursos y más recursos; para colmo de males, la Audiencia Provincial decidió encarcelar al empresario confeso bajo la acusación de una supuesta violación de su mujer (que dicho sea de paso se había puesto de lado del político popular) y el caso durmió el sueño de los justos. Nueve jueces y cuatro fiscales intentaron reabrirlo, pero siempre terminaban pidiendo el traslado, impotentes ante el poder omnímodo del régimen fabrista. Los medios de comunicación locales, convencidos de que no había nada delictivo ni ilegal salvo la simple venganza de un empresario resentido, dejaron de informar del asunto en uno de los episodios de apagón informativo más bochornosos del periodismo que recuerda nuestra imberbe democracia (uno de ellos, un conocido periódico regional, llegó a cambiar el nombre del caso Fabra por el de caso Naranjax en una ridícula pirueta periodística para exculpar al gran señor y cacique). Sin embargo, nosotros (pese a que Carlos Fabra interpuso un rosario de querellas contra el periódico, alguna incluso con petición de cárcel contra mi persona) seguimos manteniendo el tipo y cumpliendo con el oficio de periodistas, como no podía ser de otra manera. Con el tiempo fueron apareciendo las cuentas ocultas de los Fabra, los supuestos desfalcos (que no se me olvide poner supuestos), los ingresos millonarios sin justificar, las fincas rústicas y urbanas, los delitos fiscales, los sobres que iban y venían a los bancos (lo de los sobres no es un invento de ahora, es tan viejo como el comer). Hoy, diez años después, he visto por la televisión cómo Carlos Fabra ha tenido que sentarse en el banquillo de los acusados y me ha producido una gran satisfacción comprobar que todo nuestro trabajo no fue en vano. Todos los medios escritos y audiovisuales informan ya del tema y hasta se dedican monográficos enteros al ideólogo de las gafas oscuras que promovió el aeropuerto sin aviones (un concepto oxímoron que también acuñamos nosotros y que hoy es moneda de uso común). No importa que algunos ya no estemos en Levante de Castellón. Los nuevos directores de ese querido diario pensaron que era mejor prescindir de algunos de nosotros porque ya éramos mayores, cobrábamos demasiado y estábamos amortizados (por no hablar de las presiones que el Gobierno de la Generalitat pueda haber ejercido sobre algunos responsables de Levante para hacer limpieza). Al final, los gerentes jóvenes de los medios de comunicación no son muy diferentes de los políticos corruptos que nos están gobernando. Allá ellos. Pero eso ya es lo de menos. Ahora soy más feliz. Escribo como nunca y tengo tiempo para mi familia, que es lo que importa. Además, estoy orgulloso de haber hecho lo que tenía que hacer en su momento: ejercer el periodismo. Nada más y nada menos.

Imagen: V.G.