Creo que corrían las navidades de
2003 cuando Ximo Genís, delegado de Levante de Castellón (el periódico para el
que yo trabajaba entonces) me llamó a su despacho de buena mañana y me entregó
un documento tan extraño como interesante. Era la querella que un empresario
del sector fitosanitario (o algo así) había interpuesto contra el presidente de
la diputación provincial, el cacique, desmesurado y reaccionario Carlos Fabra.
La noche anterior, Vicente Vilar (que así se llamaba el empresario) había
concedido una entrevista al añorado Carlos Llamas (cuando "Hora 25"
era "Hora 25") y había confesado que llegó a sobornar al político
pepero con el fin de lograr ciertas licencias industriales que no vienen al
caso. Desde que la querella de Vilar cayó en mis manos, y con la colaboración
esencial del gran Ramón Marín, empecé a indagar, investigar, remover y
brujulear todo lo que se movía alrededor del que entonces era presidente del PP
local de Castellón y hombre fuerte del partido en la Comunidad Valenciana. Aún
recuerdo con cierta nostalgia y un ramalazo de pasión aquellas noches en las
que, rodeados de documentos, facturas, extractos bancarios y papelamen
judicial, debatíamos cuál iba a ser nuestro titular de portada del día
siguiente, el titular que iba a sacudir un nuevo revés al partido en el gobierno. Recuerdo que yo entonces me sentía como envuelto en una especie de
sueño febril por encontrar la verdad, trabajaba sin descanso, a veces hasta entrada la
madrugada, escribía dos y tres páginas sobre el tema, y al día siguiente, como
un soldado de reemplazo, me levantaba a primera hora para reunirme con algún
testigo fundamental, confirmar un documento en el Registro Mercantil o cubrir la declaración de algún implicado en el Juzgado de Nules, que abrió
una investigación al respecto. Durante semanas, meses, e incluso años, el caso
Fabra fue el mascarón de proa de un periódico que, bajo la dirección de un
director valiente y profesional como Pedro Muelas, fue destapando con denuedo
(y cayera quien cayera) toda la basura que anidaba en las raíces fundacionales
del régimen fabrista. Nada ni nadie era capaz de detener nuestra fe ciega en
conocer los hechos y en llegar hasta la última gota de verdad. Detrás de la denuncia del
empresario había sobornos ministeriales, mediaciones sospechosas ante ministros
de Aznar (Cañete, Villalobos y Posada, entre otros ¿les suenan?) presiones a los jueces
para que dieran carpetazo al caso, loterías que siempre le tocaban al mismo, o
sea a Fabra, viajes, dietas, comisiones, chanchullos. Todo el detritus que luego hemos
ido confirmando en el caso Bárcenas, porque el caso Fabra no fue sino el
anticipo a menor escala de lo que llegó después. En 2006, y tras múltiples
escándalos, Carlos Fabra había conseguido hacer embarrancar la instrucción
en Nules a base de recursos y más recursos; para colmo de males, la Audiencia Provincial decidió encarcelar al empresario confeso bajo la acusación de una supuesta violación de su mujer (que dicho sea de paso se
había puesto de lado del político popular) y el caso durmió el sueño de los
justos. Nueve jueces y cuatro fiscales intentaron reabrirlo, pero siempre
terminaban pidiendo el traslado, impotentes ante el poder omnímodo del régimen
fabrista. Los medios de comunicación locales, convencidos de que no había
nada delictivo ni ilegal salvo la simple venganza de un empresario resentido, dejaron
de informar del asunto en uno de los episodios de apagón informativo más
bochornosos del periodismo que recuerda nuestra imberbe democracia (uno de ellos, un
conocido periódico regional, llegó a cambiar el nombre del caso Fabra por el de
caso Naranjax en una ridícula pirueta periodística para exculpar al gran señor y cacique). Sin embargo, nosotros
(pese a que Carlos Fabra interpuso un rosario de querellas contra el periódico,
alguna incluso con petición de cárcel contra mi persona) seguimos manteniendo el tipo y cumpliendo
con el oficio de periodistas, como no podía ser de otra manera. Con el tiempo
fueron apareciendo las cuentas ocultas de los Fabra, los supuestos desfalcos
(que no se me olvide poner supuestos), los ingresos millonarios sin justificar,
las fincas rústicas y urbanas, los delitos fiscales, los sobres que iban y
venían a los bancos (lo de los sobres no es un invento de ahora, es tan viejo
como el comer). Hoy, diez años después, he visto por la televisión cómo Carlos Fabra ha tenido que sentarse en
el banquillo de los acusados y me ha producido una gran satisfacción comprobar que todo nuestro trabajo no fue en vano. Todos los medios escritos y
audiovisuales informan ya del tema y hasta se dedican monográficos enteros al ideólogo de las gafas oscuras que promovió el aeropuerto sin aviones (un concepto oxímoron que también acuñamos nosotros y que hoy es moneda de uso común). No importa que
algunos ya no estemos en Levante de Castellón. Los nuevos directores de ese
querido diario pensaron que era mejor prescindir de algunos de nosotros porque
ya éramos mayores, cobrábamos demasiado y estábamos amortizados (por no hablar
de las presiones que el Gobierno de la Generalitat pueda haber ejercido sobre
algunos responsables de Levante para hacer limpieza). Al final, los gerentes jóvenes de los medios
de comunicación no son muy diferentes de los políticos corruptos que nos están
gobernando. Allá ellos. Pero eso ya es lo de menos. Ahora soy más feliz.
Escribo como nunca y tengo tiempo para mi familia, que es lo que importa.
Además, estoy orgulloso de haber hecho lo que tenía que hacer en su momento: ejercer el
periodismo. Nada más y nada menos.
Imagen: V.G.
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