sábado, 19 de octubre de 2013

VIVO O MUERTO

Chema Gil es un periodista de los que ya no quedan. Es honrado, trabajador y se moja a fondo en los temas. Una especie en vías de extinción en este gremio de vendidos y canallas. Ahora acaba de llegar de Nueva York, ciudad de cieno, alambre y muerte, como dijo el gran Federico. Los ingleses se preocuparon de elevar muchos rascacielos en la babilónica NY, pero se olvidaron de echar raíces en el suelo. Chema se ha preocupado de buscar esas raíces, las raíces humanas de los parias neoyorquinos, de los que ya no sueñan el sueño americano, de los que sufren las injusticias de un capitalismo que cabalga desbocado hacia la destrucción del hombre. Ni Bárcenas, ni Rajoy, ni Fabra ni Cospedal. Hoy el protagonista de Los Años Salvajes es Chema Gil. Gracias por esta joya de reportaje, maestro.  

















Chema Gil. Nueva York

New York, New York, la ciudad en la que nunca duerme... la miseria. Frank Sinatra cantó, como nadie lo hizo, a la ciudad de los rascacielos: "New York, New York. Quiero despertarme en una ciudad que nunca duerme y encontrar que soy un número uno, el primero de la lista, el rey de la colina, un número uno". Aquella mítica canción, hermosa, describe sin embargo que a la Gran Manzana se puede viajar con zapatos de vagabundo y con la intención de comenzar de nuevo, de buscar una oportunidad. Pero New York, la ciudad de Times Square, de Broadway, ofrece también otra cara insultante, pues frente a la opulencia se ve la miseria; junto a los trajeados ejecutivos de Manhattan que caminan deprisa, con un vaso de café del Starbucks en una mano y el iphone en la otra, puede verse a alguien sobre el que nadie dirige una mirada, al que la ciudad trata como si no existiera, al que está tirado en la acera. Puede estar vivo... o muerto; en realidad no parece importar a nadie, la vida pasa acelerada junto a su cuerpo. Vivo o muerto.
No se trata de una calle de la zona más deprimida del Bronx o de Queens, es la calle 45, la misma que desde Lexington Avenue te lleva hasta el portentoso edificio de la ONU.
La escena se repite en la calle 46 o en la 42.
Nueva York es una ciudad dura llena de inmigrantes que tienen dos o tres trabajos diarios para poder mantener una pobre vivienda. Ellos son los que mantienen esta ciudad con su sudor, con su sangre a veces, y con sus lágrimas. Los españoles podemos estar una semana en las calles de Manhattan y apenas utilizar el español, ni siquiera para mostrar algo de solidaridad con ellos.
La pobreza, la miseria, no tiene edad en New York, pues aquel cuerpo en la calle, vivo o muerto, no parece que tenga más de treinta años. Acercarte a preguntar si le pasa algo, si necesita ayuda, aquí parece tan anormal... Esa falta de empatía me causa estupor. He estado en alguna zona en conflicto donde se muestra más calor humano, incluso con eventuales enemigos, que el que se muestra en las calles de la civilizada y rica Manhattan. Si esto es Estados Unidos que no me esperen de turista. Llevo cinco años viajando a esta ciudad por cuestiones de trabajo, siempre me pareció fascinante, hipnótica, pero este año me ha parecido dantesca. Danny es el nombre de aquel cuerpo tendido en el suelo, no estaba muerto, estaba allí, simplemente tendido, dormitando, ausente de todo lo que le rodeaba. Danny, muy joven para estar tirado en la calle, vivo o muerto, nació en Virginia. Apenas puede explicar qué carambolas le ofreció la vida para terminar en la calle, sin techo. Su familia era 'normal', padre alcohólico, madre maltratada que un día no regresó, abandonándolo a él y a una hermana mayor, que pronto echó a volar y de la que no sabe nada. Se le ve entrar al aseo en la Gran Estación Central y salir a la calle, como cantaba Sinatra, "con zapatos de vagabundo", a ver cómo la ciudad podría engullirle de nuevo. Cuando le preguntas por el futuro te responde que ése es un concepto que no tiene mucho sentido para él. ¿Qué futuro? Su futuro son los 150 dólares que le doy, una miseria para alimentar la miseria. Las cifras de marginados en una ciudad como Nueva York son atroces. Lo cierto es que Danny, ahora sí, con otro aspecto, pudo entrar al Roosevelt Hotel, no sin antes ser sometido al escrutinio de la 'discreta' seguridad. 
Frank Sinatra terminaba su canción diciendo:

"Las tristezas de este pueblito
Están desapareciendo.
Voy a hacer
Un flamante comienzo
En la vieja New York.
Y si puedo hacerlo allí,
Voy a hacerlo en cualquier parte.
Depende de ti,
New York, New York. New York".

Para mí la canción, este año, termina deseando lo mejor a un joven que mañana estará tirado otra vez en la calle, vivo o muerto, y sin que nadie repare en su presencia. Salvo que moleste al rápido caminar de los ejecutivos de Manhattan.
Goodbye New York, good bye.

Imagen: Chema Gil

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