EL TIEMPO ENTRE IMPOSTURAS
Por simple curiosidad televisiva, anoche le robé una hora al sueño para echarle un ojo a El tiempo entre costuras, la serie sobre el novelón del protectorado de María Dueñas que ha terminado de vaciar los bolsillos de los españoles. No debí haberlo hecho. Al cuarto de hora todo se me hacía monótono, lento, exasperante. Y para colmo los personajes de principios de siglo hablaban como en cualquier plató de televisión de ahora mismo. Solo les faltaba decir: "Mola tronca, vámonos para Tánger". No sé por qué, pero me esperaba algo así. Mucho dinero en peluquerías y vestuario, mucha propaganda y mucha música moruna para dar ambiente a la cosa. Pero enganchar, lo que se dice enganchar, la verdad es que engancha menos que un concierto de Bertín Osborne. Llegados a este punto uno se pregunta si es ésta la clase de literatura de obligado cumplimiento que tenemos que tragarnos en estos tiempos superposmodernos; si es ésta la televisión cursi, ñona, cateta e insulsa que gusta a este régimen pepero que nos tortura con el Nodo a todas horas, con cine de barrio y Entre todos, ese programa dirigido por la talibana de la beneficencia Toñi Moreno, ese telemaratón de la hipocresía hecho por pobres para tranquilizar las conciencias de los ricos. El tiempo entre costuras es un tocho decimonónico pasado de moda, una historia entre Sissi Emperatriz y las malas novelas de mata-haris pero que triunfa porque el listón del público hace ya tiempo que está por debajo del betún. En este país que cada día da menos importancia a la cultura y a la educación de calidad, en este país que echa a sus científicos al extranjero en un Erasmus para exiliados haciendo bueno aquello de Unamuno de "que inventen ellos", en este país que tiene por ministros a gente que odia el cine y que va a misa de doce antes de trincar un sobre lleno de marianitos, no podría triunfar otra cosa que el folletín rosa, exótico, edulcorado de la simple costurera (o modista, antes se decía modista) que quiere salir del barrio para ver mundo. Quizás la historia de esta Sira Quiroga sea la historia de muchas mujeres españolas de hoy cuya existencia pasa por el hambre, la alienación y la falta de futuro. Ello explicaría el reventón que ha pegado la novela en las librerías de toda España. De ser así, la cosa sería todavía más triste porque de un lado revelaría una pobreza económica y de otro una pobreza intelectual difícilmente soportable. El tiempo entre costuras es el colorín literario de toda la vida, el papel cuché narrativo, el Hola histórico, y en televisión los modelitos de época y los peinados quedan de un bien, nena... Nos han vendido una superproducción hollywoodiense cuando todo queda reducido a la típica telenovela hispanocutre de gazpacho y siesta, a un Amar en tiempos revueltos solo que con más figurantes, más vestuario, más rolls prestados por el ministerio de gobernación y más exteriores en la África colonial. Un culebrón, a fin de cuentas, que de paso pretende realimentar la fiebre patria por el Peñón. Por si fuera poco, Antena 3 nos obsequia al final del capitulo con un making-of en el que la escritora (muy puesta ella en plan Carmen Posadas) nos explica lo brillante que es todo. Sabíamos que en este país nos sale mal hacer el cine americano pero es que ahora comprobamos con vergüenza ajena que ya no sabemos hacer ni el cine de nuestra propia Historia. Yo creo que esta teleserie no merece romper una cita de lunes noche. Tiene más impostura que otra cosa. El tiempo entre imposturas.
Imagen: LAS
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