jueves, 26 de marzo de 2015

HIJOS DEL PIOJO ROJO



(Publicado en Revista Gurb el 20 de marzo de 2015)

Andan los duros de la Iglesia católica, o sea los irreductibles de Rouco, intrigando con el Gobierno de Rajoy para meternos la religión en las escuelas y hasta en la sopa. En el fondo, lo que subyace no es un conflicto por unos simples planes de estudios, sino algo mucho más serio y grave: la intención de la curia de imponer la teoría del creacionismo, tan de moda hoy, en las aulas. O sea, ese cuento infantil de que Dios creó a Adán y Eva, de que la humanidad entera sería el fruto de un polvete edénico, una estirpe de hermanos emparejados unos con otros a través de los tiempos. Mire usted, por ahí no. La única descendencia que han dado Adán y Eva ha sido un programa telechorra de Cuatro en el que unos zánganos andan todo el día con el felpudo a los cuatro vientos. Siempre mejor ser hermano del mono de Darwin que del chorizo de Blesa o de uno de esos matarifes de ISIS que andan rebanando cabezas de turistas por el mundo. Un poquito de por favor. Los jerarcas de la Iglesia, no los curas de barrio más o menos rojillos que están a pie de obra y son muy respetables, sino las señorías eminencias que se encastillan en palacios arzobispales y se ponen morados cardenalicios de anillos de oro y lubinas, siguen siendo, después de muchos siglos, la gran rémora en la modernización y el progreso social de este país.
A Giordano Bruno lo quemaron vivo en la hoguera por atreverse con su teoría heliocéntrica; a Miguel Servet lo pusieron a la brasa, vuelta y vuelta, por descubrir la circulación pulmonar; y a Galileo le prepararon un fuego al dente para freírlo como a un cochinillo segoviano solo porque se le ocurrió decir que la Tierra giraba. Hubo un tiempo en que la Iglesia era, pese a que algunos reaccionarios todavía no quieran reconocerlo, algo así como un restaurante macabro con chuletones humanos de nouvelle cuisine. La Iglesia española nunca ha pedido perdón por los horrendos crímenes y desmanes cometidos durante la Inquisición, ni siquiera por su activo colaboracionismo con el no menos cruento y sangriento régimen de Franco. El franquismo fue una misa larga y pesada, cuarenta años de sermones, de militares analfabetos y obispazos obsesionados con la cruzada contra el rojo. Lejos de reconocer sus culpas y errores, una parte de la Iglesia sigue intrigando en la sombra con su nacionalcatolicismo recio, sempiterno, pertinaz. El gran cáncer secular de este país no son sus reyes amodorrados y hemofílicos, ni sus caciques terratenientes, ni siquiera sus políticos turnistas y aprovechados o los militares machistones que violan capitanas en los cuarteles. El auténtico mal a extirpar es esa curia retrógada y autoritaria que predica el amor pero promueve manifestaciones de odio, esa conferencia episcopal de cuervos merenderos que creen que toda España es todavía un sumiso monasterio benedictino en exclusiva propiedad. Insisten en llenarle la cabeza a los chavales con historias sobre milagros y  mares que se abren por gracia divina, con supercherías de ángeles y demonios (en realidad los demonios llevan traje y corbata y trabajan en Bankia), con fantasías esotéricas más propias de Íker Jiménez. La fe debe quedar para las capillas, como la ciencia y la razón deben quedar para los colegios. Tratar de imponer a Dios con un aprobado o un suspenso, como si fuera la lista de los reyes godos o un dictado de gramática, supone un error mayúsculo. A Dios se lo encuentra uno cayéndose del caballo, como San Pablo, o dejándose el vicio y el pecado, como San Agustín, pero nunca en un examen de sagradas escrituras. A España le hacen falta más matemáticas, más inglés, más informática, para que un día nuestros niños curen el cáncer y lleguen a Marte. Con discusiones bizantinas sobre el sexo de los ángeles, los escolares españoles llegarán todo lo más a camarero en Alemania, a servir cerveza y salchichas a los señores de la troika, pero a Marte nunca. Por el camino de la ciencia se puede llegar a Dios, pero Dios raramente lleva a la ciencia. Por la senda de la religión impuesta a punta de látigo solo se termina en las procesiones de Murcia, que están repletas de costaleros borrachos y beatas metidas en el velo y la mantilla, o sea el burka católico. El atraso y la miseria se resuelve con más tecnología y menos teología. Los curas, si les dejaran vía libre, a buen seguro nos devolvían a los fríos internados de Cuenca llenos de huérfanos del piojo rojo, a la partida bautismal como limpia credencial para lograr un empleo y a las estampitas que los soldados nacionales se empotraban en el pecho con la siguiente inscripción: "Detente bala, el Sagrado Corazón de Jesús está conmigo". Solo que ya no estamos en guerra y por fortuna Franco es un mal recuerdo del pasado. Aunque le pese al sector duro de la Iglesia. Así que, señores obispos, váyanse un rato al balneario a tomar las aguas. Por Dios y por la Virgen.

Viñeta: Adrián Palmas

EL ÁTICO




(Publicado en Revista Gurb el 6 de marzo de 2015)

No entiende uno el pollo que se ha montado con el ático que a Ignacio González, el presidente madrilota, le han pescado en Marbella. Como si no supiéramos a estas alturas que la biuti vive a lo grande. A ver si va a resultar que ahora, en este país, los que tienen dinero bueno no van a poder levantarse un ático en condiciones. Parece que la Policía, siempre tan burocrática y aburrida, no se ha enterado aún de que no vale con ser rico, también hay que parecerlo. Si no, no tiene gracia el juego. Alguien con posibles, que maneja guita y leña en cantidad, que tiene pasta para aburrir, como es el caso del presidente Glez., no se compra un entresuelo húmedo y oscuro, ni un cuarto trastero que luego se te llena de pulgas y cosas viejas, ni tan siquiera un apartamento en segunda línea de playa en Roquetas, que eso es de pobres venidos a más. Alguien que tiene perras ganadas deshonradamente, unos ahorrillos procedentes de cuatro mordidas, comisiones y tajadas de nada, no alguien que está con una mano delante y otra detrás como la inmensa mayoría del pueblo, sino que se ha ganado a pulso el estatus de megahípersúper ricacho de la política, como es el caso del presidente Glez., no se anda con chiquitas ni tonterías, se monta un ático de tres pares de narices, a ser posible en la babilónica Marbella, y a vivir que son dos días. A ver si no. El presidente Mújica, como no tiene ático ni ganas, ha invitado a su chamizo al ex Rey Juan Carlos y le ha explicado las verdades del barquero. "Tuviste la desgracia de ser Rey, y te pusieron arriba en un florero", le ha dicho sin pelos en la lengua. Y allí se han sentado los dos, frente a frente: el profeta sabio y humilde frente al monarca pensionista que ya no sale de su ático personal y bunkerizado más que para ir al parque de palacio a echarle unos granitos de alpiste a los pavos reales.
El ático es el símbolo material perfecto de la política de altos vuelos que han practicado durante tantos años los mamadores de la teta de este gobierno putrefacto. Aquí no les valía con trincar un poco de pasta al 3 por ciento para tapar sus goteras y repartir el resto con el pueblo. Aquí lo querían todo para ellos, con ansia viva, como dice Pepe Mota, que ahora vuelve, y por eso iban a lo grande, a saco, a llevarse hasta los bonsáis de la Moncloa que Felipe dejó firmemente plantados para los restos. Por eso había que comprarse un ático bien altico, entre nubes olímpicas, cuanto más amplio, elevado y manhataniano mejor, tropecientos metros cuadrados por lo menos, y bien alejado del populacho, que no le molesten a uno con miserias ni problemas mundanos. Durante todos estos años, como se trataba de robar más que de hacer política, se robaba con ganas, nada de ir con timideces ni de meter solo la puntita: a palada llena, a capazos, a espuertas. Un ático con vistas al mar en las cumbres borrascosas de la tumultuosa Marbella siempre viste mucho y la Pantoja y Cachuli también tenían su ático de andar por casa, su Alhambra particular donde el faraón y la reina se mataban a polvos bajo un sol nazarí. Un éxtasis radiante antes de ponerse a la sombra. A la esposa, novia, amante, chai o entretenida se la impresiona más y mejor si se la invita a un pedazo de ático transatlántico, nada de picaderos con manchas de humedad en las paredes ni cutres estrecheces, que eso enfría mucho la líbido y luego viene el gatillazo. Al ligue hay que llevarlo a un ático faraónico, versallesco, imperial, que se le caigan las bragas al suelo a la enamorada cuando vea los cristales tintados de las ventanas elevándose automática y mágicamente, el hilo musical que se enchufa solo con levantar la tapa del váter y el whisky on the rocks con pajita en la tumbona de la terraza. José Luis Olivas y amigachos no tenían ático que nosotros sepamos, ni falta que les hacía. Eran aventureros, gamberros top guns, el yet privado con suit en el garaje de Bancaja y a salir cagando leches. Ellos calzaban un bombardier nada menos, un buen aparato a propulsión entre las piernas para aterrizar en Cuba en un minuto y jinetear un rato por la isla, un visto y no visto, algo rápido, un aquí te pillo aquí te mato, pam, pam, mojito en la Bodeguita polvito en la Floridita. Y a las tres en casa, a comer con la familia tan pichis. González no, González era más burgués, más de comedia ligera sofisticada, en plan Lubitsch. Desde un ático olímpico pagado a tocateja con transferencia a las Caimán, la vida se encara de otra manera, con más alegría y buen humor, como aquello de ¡estoy en la cima del mundo, mamá! que gritaba James Cagney justo antes de que la Policía lo cosiera a balazos cuando trepaba por las alturas del dinero, por las alturas de la muerte. Ignacio Glez. también es un trepador nato, un trepador de la política, un Spiderman que iba a salto de Matas por la vida, de ático en ático, cual sapo de ciénaga. La Policía lo está cosiendo a denuncias, lo que no deja de ser una gran injusticia social, un abuso de poder y un crimen de Estado, porque a los ricos hay que dejarlos que desarrollen el gran mundo interior que llevan dentro de sí, su habilidad natural para el sirle y el afane, su pulsión, que luego se nos trauman y nos llenan de neurosis las listas de espera de los colapsados frenopáticos de la Seguridad Social.
El ático era el secreto mejor guardado del presidente castizo, qué calladito se lo tenía el muy pillín, private total, reservado solo para socios con carné, para idiotas con gaviota, como tiene que ser, porque si se corría la voz por Marbella de que habían abierto un ático para tomarse la penúltima de la noche, el local se convertía en un club de putas e Ignacio González no quería un club de putas, quería un ático. Un rico sin ático es una mierda de rico. Él sabía que el dinero no daba la felicidad. Pero quién quería ser feliz. Ya ha probado la cicuta dulce y malaya de Marbella. Y a morir como Sócrates. Eso sí, en su ático.

Ilustración: Artsenal

viernes, 6 de marzo de 2015

LA GRAN DAMA MEJICANA

 (Publicado en Revista Gurb el 6 de marzo de 2015)

El segundo apellido de Elena Poniatowska (París, 1932) es Amor. Y ha sido precisamente eso, el amor a la literatura, al periodismo, a México, el eje central de toda su obra narrativa. Descendiente del último rey de Polonia, decidió bien pronto romper con su noble linaje y darle la voz a los marginados, a los parias, a los que nada tienen. "Yo creo que me puse de lado de los débiles bien pronto, cuando me inicié en el periodismo". A sus 83 años y con un Premio Cervantes en la estantería como colofón a una prodigiosa carrera literaria, Elena sigue mirando el mundo con los ojos curiosos de aquella niña que escuchaba cómo las bombas nazis caían en medio de la noche, arrasando la bella ciudad de París. Luego llegó la emigración, México, el periodismo, el diario Excelsior, cuando era solo una chamaca que quería abrirse camino a codazos en un mundo de hombres, las entrevistas antológicas a Luis Buñuel, Juan Rulfo, Dolores del Río, Diego Rivera, tantos y tantos personajes que escribieron la Historia del siglo XX y que pasaron por el filtro de su valiente libreta de reportera. "¿De qué otra cosa se puede escribir si no es de uno mismo?", se pregunta. Todo su mundo se desvanece ahora y queda atrás como un sueño: Gabo, el hombre tierno y encantador, Buñuel, el coleccionista de armas que preparaba los mejores martinis de todo México, Saramago, que la apoyó en los momentos difíciles, cuando fue criticada por sus posiciones políticas de izquierdas. Todo pasó tan deprisa, los mexicanos que andaban descalzos por las calles, la revolución imposible, el subcomandante Marcos, el terremoto del 85, Chiapas, Josefina, la lavandera pobre que le regaló una novela… "Ay sí, la quise mucho, la extraño mucho". Tiene la voz firme y recia de una ranchera con tequila, el corazón dulce pero espinoso de un cactus del desierto, la sangre racial y poderosa de una Chavela Vargas de las letras. Charlamos con ella por teléfono. La escritora allá, en su México lindo y querido, bajo la cubierta de la Fundación que lleva su nombre; nosotros aquí, a miles de kilómetros de distancia; y en medio un charco de sentimientos, recuerdos y literatura.

Entrevista completa en Revista Gurb