viernes, 26 de noviembre de 2021

LOS TROGLODITAS

(Publicado en Diario16 el 26 de noviembre de 2021)

Con motivo del Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra las Mujeres, el Congreso de los Diputados recordó ayer a las 1.118 asesinadas por sus parejas desde el año 2003. Una mujer muerta cada seis días en nuestro país.

Era una de esas sesiones para que el Parlamento, sede de la soberanía nacional, suscribiera una resolución de país, un texto conjunto y unánime del que todos nos sintiéramos orgullosos. Un día no para la política basura, ni para el insulto o el gañido mitinero, sino para arropar a las víctimas, para los elevados sentimientos, para hacer valer la fuerza del Estado de derecho frente a los agresores que, hoy por hoy, tienen amenazadas a más de 50.000 mujeres (la mayoría llevan una pulsera telemática porque temen que el verdugo aparezca en cualquier momento para acabar con ellas). La Cámara Baja había logrado consensuar una declaración institucional impulsada por PSOE y Unidas Podemos y Meritxell Batet la propuso para votación, pero una vez más Vox fue el único partido que la vetó y finalmente la resolución no pudo salir adelante al no existir unanimidad.

El partido de Santiago Abascal, en otro momento para la historia de la infamia, decidió jugar al electoralismo más abyecto, se puso de perfil para dar satisfacción a su parroquia y echó tierra encima de la memoria de las fallecidas. O sea, que fue como si las hubiesen matado dos veces: la primera a manos del bruto maromo; la segunda en la negra sesión de ayer, cuando la tropa ultra las humilló moralmente. Pocos episodios más crueles y desalmados se han vivido en las Cortes desde la instauración de la democracia.

Una vez rechaza la declaración institucional, Batet tomó la palabra para leer su propio discurso, que fue la voz de las asesinadas, la voz contra el genocidio machista. La presidenta del Congreso recordó a todas las víctimas, “directas e indirectas”, y recordó que “la violencia contra las mujeres constituye una violación de los derechos humanos y las libertades fundamentales e impide el total desarrollo de un Estado social y democrático de derecho”. En ese momento solemne la emoción se apoderó de todos los diputados y diputadas, que prorrumpieron en un sonoro aplauso, es decir, todos lo hicieron menos los 52 témpanos de hielo de Vox, los corazones de piedra, las esfinges o cachos de carne con ojos. Ninguno de ellos se sumó al aplauso colectivo y tampoco acudieron al acto en homenaje a las asesinadas que se celebró después en la Puerta del Sol. Para qué perder el tiempo con más de mil muertas.

Nadie con un mínimo de sensibilidad se hubiese opuesto a una resolución que no era ni de izquierdas ni de derechas, ni progre ni conservadora, ni de unos ni de otros, sino simplemente un texto digno y decente en recuerdo a las martirizadas. Con la lógica en la mano, ¿quién con un mínimo de humanidad se hubiese negado a algo tan justo como recordar a las que ya no están con nosotros porque una mano asesina las acuchilló vilmente, o las disparó a traición, o las abrasó con fuego o ácido, o las envenenó, o las descuartizó, o las arrojó al vacío, o las estranguló, o las atropelló con el coche sin piedad? Lamentablemente, esos 52 diputados no son gente corriente, son seres de sangre fría o con el hemisferio cerebral derecho atrofiado (incapaces de sentir emociones), bichos raros traumatizados por algo secreto que solo ellos conocen y que no pueden discernir entre lo que está bien y lo que está mal, entre lo que es pura humanidad y sucia polítiquería.

Ayer no se trataba de vencer una batalla más en esa odiosa guerra cultural en la que andan enfrascados y que solo ellos entienden; ni de debatir sobre feminismo con la izquierda podemita; ni siquiera de castigar a Pedro Sánchez con una sonora derrota parlamentaria. Solo se les pedía que se comportaran como personas de bien, decentes, honradas, y de no quedar como un unga unga sin civilizar salido de la caverna entre berridos y garrotazos.  

¿Pero qué le pasa a esta panda de inadaptados antisistema? ¿Acaso no tuvieron infancia? ¿Fueron así de marcianos desde el mismo momento del nacimiento o es que han ido cayendo en el vicio del odio y la iniquidad a medida que la vida les fue dando palos como a todo hijo de vecino? A Paul D. MacLean, el famoso neurocientífico norteamericano, le debemos la teoría evolutiva del cerebro triúnico –el cerebro reptiliano (los impulsos), el sistema límbico (las emociones) y la neocorteza (actividad lógica y racional)–. Si es cierto que en la mente reptiliana –compulsiva y estereotipada–, radican las reacciones instintivas sin control ni filtro alguno, sus señorías de Vox se comportan como reptiles del Jurásico. Una extraña tribu chamánica y patriarcal dispuesta a maquillar a los caníbales que matan a sus mujeres en un enfermizo complejo de complicidad con el psicópata. Un clan de seres prehistóricos que rara vez hacen uso de los otros dos cerebros, el emocional y el intelectual, y que se dejan arrastrar por la venada o ventolera. Misántropos incapaces de vivir en sociedad ni de firmar un manifiesto contra la violencia como en su día tampoco lo hicieron los que daban amparo y cobijo político a los pistoleros de ETA. Trogloditas, ni más ni menos. 

Viñeta: Iñaki y Frenchy

jueves, 25 de noviembre de 2021

LOS TUMBADOS

 

(Publicado en Diario16 el 25 de noviembre de 2021)

Un movimiento de insumisión social se abre paso en todo el mundo: los tumbados. En China, en Estados Unidos, en Europa, en todas partes, cada vez son más las personas que se plantan ante la explotación laboral, los bajos salarios y las miserias e injusticias del capitalismo quedándose en casa sin hacer nada, encamados, tumbados en el sofá (de ahí el término que da nombre al fenómeno). Son legión, millones de parados voluntarios, currantes aquejados de otra grave pandemia: la precariedad laboral y la crueldad de un sistema industrial que destruye el alma humana.

El siempre fino e incisivo analista Josep Ramoneda advierte de que es preciso prestar atención a este grito pasota y ocioso porque dice mucho de los tiempos duros que vivimos. Los tumbados son el síntoma más claro y evidente de que el caótico mercado laboral, la semiesclavitud del siglo XXI, ha terminado por romper el contrato social, las costuras de la sociedad y la propia civilización humana.

Desde Marx y Engels sabemos que los trabajadores deben tomar conciencia de clase, asumir su alienación y explotación a manos del patrono y asociarse para dar la batalla en movilizaciones callejeras. Fue así como se hizo la gran revolución proletaria del XIX, con activismo, con el combustible de la sangre, con grandes movimientos como marejadas humanas que inundaban de pasquines y banderas rojas las fábricas y galpones del capitalismo. Ese es el método clásico de lucha obrera que tanto sufrimiento y sacrificio costó en el pasado y que hoy sigue dando victorias al lumpenproletariat, como han demostrado los bravos compañeros del Metal de Navantia que durante nueve días se han batido el cobre contra los antidisturbios y las tanquetas de Marlaska. La batalla de Cádiz, segunda entrega de aquella gloriosa revolución de la Pepa, ha venido a demostrar que no todo está perdido, que pese al lavado de cerebro ultraliberal de las últimas décadas, pese a la estafa de los falsos autónomos y el perverso intento de convencer a los asalariados de que son emprendedores, pequeños empresarios y potenciales burgueses, todavía queda lugar para pequeñas conquistas sociales.

Sin embargo, vivimos en el siglo de la posverdad, de la crisis de los valores humanistas, de la decadencia de las ideas ilustradas y del fascismo tecnológico y muchos trabajadores han decidido renunciar a la revolución para quedarse quietos ante ese Leviatán, en permanente huelga de brazos caídos, encerrados en la oscuridad deprimente del comedor frente al destello cegador de la estúpida televisión, entre vacías bolsas de patatas fritas y restos de hamburguesas. Muertos en vida. Es el final de la revolución, la derrota definitiva del marxismo, el triunfo de las élites dominantes que han terminado ganando la guerra secular entre ricos y pobres por cansancio, hastío y trastorno emocional del proletario que acaba, además de alienado, enajenado y engullendo tranquilizantes contra la depresión.

El capitalismo es una neurosis que no solo agrava la codicia del empresario, sino que enferma también las mentes de los trabajadores, que terminan enterrados en el ataúd del sofá, tumbados como cadáveres o despojos del sistema, sumidos en el sueño de la tristeza y convencidos de que es mejor dejarse llevar en el mar de la injusticia, como un madero a la deriva, porque no hay futuro. Son víctimas del sistema depredador que ya no pueden más, gente exprimida y extenuada por las responsabilidades laborales, por la enloquecida producción en serie, por los horarios interminables, por los trabajos mal pagados y la guillotina de la hipoteca. Un inmenso drama social, el del fracaso de la sociedad de consumo, que tiene muy preocupados a los grandes negreros y esclavistas de la humanidad como Xi Jinping.

Los tumbados nacen marcados por una gran contradicción: se rebelan contra la explotación y el modelo “casa, coche y familia” pero no hacen nada por cambiar las cosas; se niegan a trabajar por un miserable euro la hora, como las sufridas Kellys, o a pasar por el minijob de mierda, pero bajan los brazos definitivamente; cambian el mono azul obrero por los gayumbos y el chándal para convertir el salón de su casa en todo su mundo. Podría decirse que estamos ante un Mayo del 68 a la china, otra forma de protesta contra el capitalismo salvaje que devora seres humanos como aquel Saturno de Goya devoraba a sus hijos. Podría considerarse que esto es una reedición de la resistencia pasiva de Gandhi que terminó doblegando al imperialismo anglosajón o una nueva moda jipi como la que muchos abrazaron en los sesenta para huir de la realidad del capitalismo dándole al porrillo y al tripi, pero no. Uno cree que este movimiento no tiene un origen filosófico, ni político, ni es una rebelión contra el trabajo mismo, que como muy bien dijo Oscar Wilde es el refugio de los que no tienen nada que hacer. Es simple y llanamente una nueva forma de suicidio colectivo lento y a largo plazo. Gente que, a la vista de que la violencia laboral y el fascismo económico lo invaden ya todo, se atrinchera en la última barricada del hogar, entablilla la puerta a martillazos y decide tirar hasta el final con los pocos ahorrillos que le quedan.

Viñeta: Iñaki y Frenchy

EL LOBBY

(Publicado en Diario16 el 25 de noviembre de 2021)

Las derechas se han apropiado de la bandera, del himno nacional y del concepto mismo de España. Ahora quieren patrimonializar la Policía Nacional y la Guardia Civil. Mejor dicho, ya lo han hecho. Ayer, el gremio de fuerzas de seguridad se manifestaba en Madrid para protestar contra la reforma del Gobierno que pretende acabar con la ley mordaza. Aquello, más que una legítima movilización para mejorar las condiciones laborales de los agentes, fue un acto político a mayor gloria de Santiago Abascal y de Vox. El manifiesto callejero previo al recurso de inconstitucionalidad que llegará después.

Pablo Casado también quiso sacar su tajada electoral de la movida policial, pero el hombre no tiene ni la mitad de tirón que su competidor, así que pierde el tiempo. Él va a esas cosas porque tiene que ir, cantinflea un poco por allí, olfatea por si quedan algunas sobras de la extrema derecha, suelta una frase de cuñado de las suyas y con las mismas se vuelve para Génova. Sabe que no es, ni de lejos, el hombre elegido por las masas policiales, que lo consideran un feble, y si no asistiera a la convocatoria ni siquiera se notaría su ausencia. Nos guste o no, los agentes afiliados a Jusapol están con Vox. Son la guardia pretoriana, los Proud Boys del Trump español. Y ese éxito es incontestable. No se puede negar que Abascal sabe trabajarse el grupo de cabildeo o de presión, cosa que Casado no. Casado sabrá de títulos universitarios exprés para engordar currículum, pero no le hables tú de sacar adelante un partido ni de moverse por Granada porque es de orientación torpe y al final acaba metiéndose sin querer en una misa negra en recuerdo de Franco.

Sin embargo, cuando Vox pone la diana en un lobby, le saca cien mil votos o más. Que el Gobierno se olvida de los problemas de los transportistas o autónomos, allí está Vox para sacar provecho. Que los agricultores están quemados porque tienen que tirar la fruta a la basura o porque el diésel está por las nubes, allá que se van los de Vox con el megáfono, la camisa a cuadros de leñador, el hacha y la gorra con orejeras del rural. Que los taurinos y cazadores se levantan en armas contra Sánchez, allí aparece Vox con las redes de pescador (y las de Twitter) para sacar provecho del río revuelto. Y entre mitin y mitin, entre performance y performance, todavía tienen tiempo de mandarle algún mensaje de apoyo y resistencia a los machistas que se niegan a pagar la pensión de la ex, que todo suma. Al caer la tarde, los proselitistas ultras regresan al cuartel general cantando fraternalmente, ay ho, ay ho, como los enanitos de Blancanieves, se sientan alrededor de una mesa ante el sargento Smith y hacen recuento de votos recolectados. Así se va llenando el granero, así se va levantando un partido.

La estrategia política voxista está tirando fuerte en buena medida por dos motivos. En primer lugar, porque el PSOE de Sánchez se está olvidando negligentemente de la calle, de la sociología real de España, de los problemas acuciantes de los distintos gremios profesionales (no hay más que ver su bochornosa gestión del conflicto gaditano del Metal) mientras se dedica a sus congresillos regionales y a sus discusiones metafísicas sobre el futuro de la socialdemocracia, el feminismo transgenerista y la importancia de comer brócoli para frenar el cambio climático. La nueva izquierda debate teóricamente, la ultraderecha de siempre va al grano, o sea al voto del desafecto.

En segundo término, el secreto del éxito de Vox hay que buscarlo en que Casado está en otra cosa, mayormente en pegarse tiros en el pie en su guerra fratricida contra Ayuso. Resulta curioso comprobar cómo Abascal jamás dice nada que pueda suponer un coste electoral entre su parroquia y si tiene que entrar en abierta contradicción lógica lo hace con total tranquilidad. Ayer, sin ir más lejos, fue capaz de acusar al Gobierno de “desarmar a la Policía para armar a los delincuentes” y al mismo tiempo criticar la tanqueta Marlaska que estos días reprime con dureza al obreraje de Cádiz. “Nos parece muy significativo que el Gobierno utilice medidas más contundentes contra los trabajadores desesperados que contra quienes asaltan nuestras fronteras o dan un golpe separatista en Cataluña”, afirmó el líder voxista. Es decir, que en un burdo truco de hábil ilusionista supo dar jabón a los policías cabreados que se manifestaban en Madrid mientras dejaba con el culo al aire a los mismos agentes que hacen frente a los piquetes en los astilleros de Navantia. ¿Se puede ser más incoherente y demagógico? Pues le funciona.

Si hacemos un análisis semiótico de su declaración ante la prensa constataremos su guiño descarado al proletariado gaditano abandonado por la izquierda. Abascal está diciéndole a la famélica legión: venid conmigo, romped con el sanchismo podemita que os ha traicionado, acercaos a mí que yo soy el camino, la verdad y la vida. Hay que tener morro y no poca destreza política para en una misma tarde y en una misma frase querer seducir a unos y a otros, a los que reparten palos y a los que los reciben, a los maderos antidisturbios y a los que sufren la leña. Eso es la extrema derecha populista: cubos de demagogia, cantos de sirena por doquier, piquito de oro y melodías de flautista de Hamelín que los acólitos, incautos y desahuciados del Estado de bienestar siguen sin rechistar y sin mostrar ni un ápice de capacidad crítica. Sin duda, Abascal es el hombre más peligroso de la derecha española. Y Casado un chiquilicuatre. Ya lo dijo Aguirre.

Viñeta: Iñaki y Frenchy

EL FÚTBOL DE LOS RICOS

(Publicado en Diario16 el 24 de noviembre de 2021)

Que la UEFA es una cueva de caciques y cuatreros que ni la de Alí Babá es algo que ya podemos dar por hecho. Pero esa no es razón suficiente para cargarse una institución deportiva que lleva décadas dirigiendo, con éxito, los destinos del fútbol. Imaginemos que un día se prueba por fin que el Congreso de los Diputados está lleno de comisionistas y gourmets de la mordida. ¿Sería eso motivo para cerrar el Parlamento, sagrado templo de la democracia, e inaugurar un nuevo régimen oligárquico o dictatorial como pretenden algunos? No parece. Lo que dicta la lógica es que las instituciones están por encima de quienes las representan y si un cargo público sale rana se le coge, se le depura, se le sienta ante un tribunal y se le empluma. Lo contrario, acabar con todo, sería darle la razón al antisistema Donald Trump, que durante su negro mandato sacó a Estados Unidos de organismos internacionales como la OMS o las cumbres climáticas con el pretexto conspiranoico de que sus dirigentes trabajan para unos vampiros comunistas que se ponen ciegos con la sangre de los niños de todo el planeta. ¿Absurdo no? Pues esa ruptura es la que le gusta a Florentino Pérez, el Trump del fútbol.  

Quiere decirse que la corrupción no es argumento para liquidar una entidad gubernamental, ya sea nacional o supranacional. De ser así, no existiría el Estado democrático ni sus respectivos poderes y viviríamos en la más pura anarquía, que es donde parecen querer llegar los nuevos fascistas hábilmente disfrazados de ácratas o libertarios. Discursos como el de Trump, que reduce el Estado de bienestar a la mínima expresión so pretexto de un pretendido individualismo, no tienen como objetivo alcanzar un estadio nirvánico donde los ciudadanos viven en absoluta libertad y felicidad y donde cada cual hace lo que le place (que eso es otra utopía), sino imponer una dictadura una vez desmantelados o fagocitados los centros de poder democrático. El truco de cómo el nazismo destruye la democracia desde dentro es viejo y no descubrimos nada nuevo. Lo que hay que hacer, por tanto, es limpiar o higienizar las instituciones sacando las manzanas podridas del cesto y si la UEFA está carcomida de corrupción habrá que depurar responsabilidades para que el fútbol vuelva a ser un deporte limpio otra vez.

Viene todo esto a cuento de la última resolución del Parlamento Europeo, que ayer rechazó la Superliga de Florentino alegando que ese tipo de proyectos apuestan por “competiciones rupturistas” contrarias a los más elementales principios y valores deportivos porque socavan principios como la solidaridad y la justicia y “ponen en peligro la estabilidad del ecosistema deportivo en su conjunto”. O sea, que la resolución de la eurocámara pinta a Florentino como una voraz especie depredadora que esquilma el mundo del deporte.

Por refrescar la memoria del lector, el presidente del Real Madrid ha lanzado la idea de crear una gran liga europea herméticamente cerrada en la que siempre participarían los mismos, es decir, los clubes más poderosos financieramente, desplazando a los modestos y condenándolos a una perpetua segunda división. Con esta propuesta (elitista y discriminatoria) Florentino pretendía crear un club de privilegiados donde los grandes tiburones se repartían la tarta de los derechos televisivos y de paso los títulos, que solo pueden ganar unos cuantos millonarios. Es decir, el sistema oligopolístico que sustenta el modelo de liberalismo o capitalismo salvaje que padecemos hoy, donde unos pocos ricos triunfan y viven a cuerpo de rey mientras el pueblo mira, sufre y babea. De Florentino Pérez no podía salir nada que no fuese esa nefasta ideología ultraliberal, a fin de cuentas gobierna el Real Madrid como si fuese una constructora donde la cuenta de resultados se antepone siempre al sentimentalismo de los aficionados (si hubiese tenido en cuenta el factor emocional habría hecho todo lo posible porque Sergio Ramos, Casillas, Raúl, Zidane y otras tantas leyendas del club no habrían salido por la puerta de atrás rumbo al exilio furbolístico).

Obviamente, esa filosofía florentiniana (que solo puede venir de un opulento que se considera superior a los demás porque su cartera es más gruesa) rompe con los valores fundamentales del deporte, como el esfuerzo que a menudo obtiene su recompensa, la victoria en igualdad de condiciones sobre el terreno de juego, el respeto al otro, la no discriminación, el humanismo, la solidaridad y el fair play. Ahora es cuando sale el descreído o hater de las redes sociales y nos dice: no sea ingenuo, señor Antequera, hace tiempo que todos esos nobles principios que usted invoca ya no rigen en este fútbol convertido en negocio y espectáculo. Pues no es del todo cierto. Es verdad que el dinero ha terminado enterrando el aspecto romántico del fútbol, pero aun así todavía hay lugar para la gesta del pobre que entra en la leyenda, como cuando se produjo el famoso “alcorconazo” y un equipo modesto apeó al poderoso Real Madrid de la Copa del Rey. Quizá fue aquella derrota humillante la que terminó por enrabietar a Florentino, que al final decidió que siempre es mejor perder contra un poderoso que contra un equipo de regional preferente. Algo de miedo al ridículo, de cobardía deportiva y de pánico escénico ante la posibilidad de que el equipo menor le pinte a uno la cara hay también en la propuesta de Superliga.

Nadie que esté en sus cabales puede admirar lo que significa la UEFA, un organismo sobre el que recaen negras sombras de sospecha. Pero ese modelo ha dado resultado en lo deportivo y hoy por hoy la Copa de Europa (uno es un antiguo y prefiere seguir llamándola así) es la competición más seguida y trepidante del mundo. El fútbol es el deporte emblemático de las modernas democracias, una actividad popular muy alejada del modelo Club Bilderberg que pretende Florentino. Así se lo hicieron saber los miles de aficionados ingleses que se echaron a las calles para mostrar su repulsa contra la polémica e injusta Superliga. Un inglés es antes que nada un futbolista y sabe de qué va este deporte. De alguna forma, pese a los siniestros personajes que controlan la UEFA y la FIFA (más bien la filfa), hemos hecho realidad aquella gran frase de Paul Auster, para quien el fútbol es un milagro que le permitió a Europa odiarse sin destruirse. O sea, que el fútbol como conquista de todos, no solo de una élite de millonarios, ha vertebrado el viejo continente. Lo cual, tras siglos de guerras sangrientas, no es poco.

Viñeta: Igepzio

LA TANQUETA DE MARLASKA

(Publicado en Diario16 el 23 de noviembre de 2021)

El obrero tiene más necesidad de respeto que de pan, decía Marx. A los trabajadores del Metal de Cádiz se les está faltando al respeto. No solo porque llevan años abandonados a su suerte pese a que no hacen más que reclamar mejoras laborales tan justas como necesarias, sino porque se les está tratando como a delincuentes. El último desprecio es esa tanqueta infame que han lanzado contra los manifestantes. Menos mal que teníamos un Gobierno socialista, si llega a estar Casado en la Moncloa con su cabo furriel Santi Abascal meten la Legión con cabra y todo en la tacita de plata y convierten aquello en un polvorín que ni la Semana Trágica de Barcelona.

Un día más (y van ocho) la bahía de Cádiz amanece envuelta en el humo negro proletario de la batalla campal. Los vecinos se han acostumbrado ya a las escaramuzas entre piquetes y policías. Definitivamente, la cosa se ha ido de las manos en el conflicto laboral más duro desde que gobierna Pedro Sánchez. La patronal, como siempre, se ha levantado de la mesa de negociación en cuanto ha oído hablar de darle unas migajas al obrero y el Gobierno se ha lavado las manos de forma indecente, como si el problema de la crisis endémica de toda una provincia no fuese con él. Solo el alcalde Kichi ha estado a la altura y ha sido coherente (esa palabra que ya nadie usa) al atreverse a bajar a las barricadas para empuñar el megáfono y ponerse al lado de los débiles, de los compañeros del metal, de los nuevos esclavos metalúrgicos que muerden la chapa de sol a sol. “Hemos tenido que meter fuego a Cádiz para que Madrid se fije”, dice con amargura el edil gaditano. Puede sonar fuerte, pero eso es exactamente lo que está pasando allí, que nadie quiere saber nada de Cádiz, que a Cádiz la han convertido en un inmenso polígono industrial abandonado, un erial en los extrarradios de la España sureña y pobre por donde pulula una marea humana industrial, deprimida y gris.   

Con un veintitantos de paro desde hace décadas, con la empresa del hachís a pleno rendimiento, con el fracaso escolar por las nubes y el nivel de renta en niveles tercermundistas, ¿qué podía salir mal? Todo. Mientras tanto, el patrón y los hombres de orden de las derechas ya han lanzado su habitual campaña de propaganda en los periódicos de la caverna para criminalizar la huelga, estigmatizar al obrero y reconvertir (esa maldita palabra) una legítima reivindicación laboral en una revuelta callejera de terroristas, matones y pistoleros anarquistas. Ya hablan de estallido social de violencia cuando esto es lo de siempre, ya que toda huelga es un levantamiento del hambre contra la codicia. La violencia no la ejerce el obrero, va en vertical de arriba abajo, la galvaniza el poderoso contra el débil, el rico contra el pobre, el negrero que pone a trabajar al peón de sol a sol hasta transformar su cuerpo treintañero en el de un viejoven achacoso. La violencia la genera el propio sistema, no el padre de familia que pelea en la calle por una calderilla más. La violencia es el monstruo atroz de los talleres de hierro que con sus chispazos de injusticia y fuego va quemando a soplete al sufrido asalariado. Porque, no lo olvidemos, el patrón de Navantia asume la vida esclava que le da al trabajador a cambio de botar unas cuantas corbetas genocidas para que Arabia Saudí siga masacrando yemeníes. Eso es industrialización a la española, ese es el progreso en el horizonte 2030 de Sánchez, eso es modernización y economía de escala. A esa basura industrial que tritura seres humanos como tornillos desechables y herrumbrosos lo llaman “capitalismo globalizante”. Es el capitalismo salvaje como inmenso astillero donde se fabrica y se funde, todo en uno, el tercermundismo gaditano, la guerra contra África y la riqueza de algunos.

El pueblo de Cádiz se echa a la calle, los estudiantes se unen a los trabajadores en huelga, la mecha prende en toda la comarca en un quejío desgarrado que revela la dramática realidad de esta España que no va a ser el paraíso de la justicia y la igualdad que nos habían prometido. Si Sánchez ni siquiera tiene el valor de derogar la reforma laboral de Rajoy que ha traído estos lodos posindustriales, ¿cómo va a solucionar la vida de toda esta gente?

Mientras tanto, la única respuesta que se da a los gaditanos es la tanqueta de acero modelo Marlaska (Marlaska dimisión), una tanqueta blindada de crueldad e injusticia, una represora tanqueta del Ejército para ulsterizar Cádiz y convertir aquella tierra noble y fértil en un campo de batalla contra la izquierda y la lucha de clases. Una aplastante maquinaria bélica, casi un Panzer del nazismo económico que nos gobierna y hace pedazos al lumpenproletariat. Para eso se ha quedado el Gobierno, para hacer las veces de monosabio del patrono picador.

Dice la prensa de la derechona que un obrero ha destrozado la luna de un autobús de una pedrada. Aquí la única luna rota es la que alumbraba los sueños rotos de los sufridos gaditanos y la esperanza de una izquierda real. Ya lo dijo Alberti, el viejo marinero revolucionario: Qué negra quedó la mar; la noche, qué desolada.

Viñeta: Iñaki y Frenchy

LOS GRUPOS ULTRAS


(Publicado en Diario16 el 23 de noviembre de 2021)

La ofensiva derechista arrecia. Los grupos ultracatólicos se movilizan en la calle mientras Vox va ganando terreno y Pablo Casado ya no se esconde de nadie cuando tiene que asistir a una misa negra en recuerdo a Franco y José Antonio. Cada vez resulta más difícil diferenciar al PP del partido de Santiago Abascal. Con ciertos matices, propugnan lo mismo, pactan los mismos programas, gobiernan juntos y ambos siguen reverenciando la figura del dictador. ¿Cómo se puede demostrar tanta sensibilidad con las víctimas de ETA, como hace a menudo Casado, y caer en una amnesia premeditada tan profunda cuando se trata de reconocer el derecho a la reparación moral de los fusilados y represaliados por el franquismo? Hipocresía y doble rasero; retórica maquiavélica en estado puro. Todos los caídos a causa de la violencia, tanto la ejercida por los terroristas como por el crimen de Estado, deberían tener derecho a su reconocimiento y dignidad. Pero han pasado más de cuarenta años desde que murió el tirano y la derecha española asilvestrada y montaraz sigue enrocada sin condenar el régimen de terror que fue el cuarentañismo. Un error histórico que en buena medida es la raíz de muchos de los problemas actuales de este país.

El PP fue un partido fundado por franquistas que decidieron dar el salto adelante para seguir en política y conseguir sus fines por otros medios (en este caso disfrazándose de demócratas). Han tenido tiempo más que suficiente para romper con el pasado y con aquel pecado original, para resarcirse e integrar de una vez por todas el bloque de los auténticos demócratas que condenan el régimen franquista. No lo han hecho ni lo harán. Y no solo no renuncian a la debida catarsis porque ello supondría perder apoyos entre la parroquia (el voto fugado del PP a Vox sigue siendo una profusa sangría) sino porque eso sería tanto como abjurar de los principios genealógicos del partido.

El PP se fundó para lo que fundó: para mantener las esencias del Movimiento Nacional (Dios, patria y orden), para mantener los derechos de una privilegiada casta franquista y como último bastión para frenar el comunismo (en realidad el comunismo hace tiempo que se derrotó a sí mismo, por sus propias contradicciones y por el apabullante poderío de la sociedad de consumo, de modo que no hay ningún peligro de bolchevización, aunque las derechas sigan viviendo el delirio de la invasión roja). Más allá de ese dique de contención, poco programa, poco proyecto de país, poca reforma. Los valores políticos franquistas siguen intactos (mayormente acabar con el rojo separatista enemigo de España) y el nacionalcatolicismo sigue más vigente que nunca, tan vivo como cuando la Carta Colectiva del cardenal primado Gomá del 37 apoyó el golpe militar y confirió a la Guerra Civil el carácter de santa cruzada contra el ateísmo marxista.  

Precisamente el próximo domingo el nuevo fascismo blando heredero de Franco y los grupos de cabildeo que le siguen dando cobertura religiosa sin fisuras volverán a exhibir músculo en otra manifestación contra del aborto y la eutanasia. Allí estarán representados los poderes fácticos de siempre, los que insisten y persisten en mantener incólumes las esencias patrias. Por un lado, los ideólogos políticos con su trumpista declaración de guerra cultural contra el consenso progre (cabe pensar que el ya inseparable binomio PP/Vox apoyará la movilización). Por otro, los grupos religiosos provida próximos a lo más reaccionario de la Iglesia católica, que estos días anda de penitencia pidiendo perdón por los errores del pasado, aunque paradójicamente siga tomando partido por el bando equivocado.

Conviene no olvidar que la iniciativa se produce días antes de la más que probable presentación de una nueva gran plataforma ultrarreligiosa que nace para servir de “brújula” moral de la derecha. Los manifestantes mostrarán su rechazo a la “reforma del Código Penal que el Gobierno ha presentado para penalizar la libertad de expresión y manifestación de quienes defendemos la vida humana desde su inicio a su fin natural”. En realidad, lo que pretende el Ejecutivo de coalición es evitar el acoso que, a las puertas de las clínicas, vienen sufriendo las mujeres que han decidido interrumpir su embarazo. En definitiva, la protesta será una nueva performance con tintes medievalistas en defensa de la familia tradicional, numerosa y en blanco y negro, que pretende retroceder más de ochenta años hasta los tiempos del NO-DO. Puro atavismo fanatizado.

En puro análisis lógico y político, esta marcha es la reacción visceral contra el acto que hace unos días protagonizaron en Valencia las cinco lideresas de la nueva izquierda española que bajo la batuta de Yolanda Díaz pretenden impulsar un Frente Amplio feminista a la que los promotores de la manifestación del domingo ya le han colgado el cartel de “aquelarre de brujas” propio del “Frente Popular”. O sea, las mismas palabras y conceptos del guerracivilismo fascista de toda la vida.

Viñeta: Iñaki y Frenchy 

MISA NEGRA

(Publicado en Diario16 el 23 de noviembre de 2021)

Resulta ciertamente preocupante que Pablo Casado ande la noche del 20N de misas negras en honor a Franco y José Antonio. La prensa de la caverna asegura que el dirigente popular se confundió al acudir a la catedral de Granada, aunque eso ya es lo de menos. Cualquiera puede meterse por error en un sitio poco recomendable, darse cuenta de dónde ha caído y volver a salir por donde ha entrado. Por ejemplo, uno puede colarse sin querer en una tertulia o club de neonazis y percatarse después de que ese sitio no es para él. O caer en una reunión de magufos, chamanes y esotéricos y salir disparado de allí, como alma que lleva el diablo, al entender que está de más en esa secta.

Sin embargo, Casado decidió no irse, es más, se quedó hasta el final a pesar de que el cura estaba dedicando los santos oficios a la memoria del dictador. No le chirrió lo más mínimo que el párroco hiciera rogativas a un genocida. No se le pasó por la cabeza que pedir cuatro padrenuestros y una avemaría en recuerdo de un terrorista de Estado que fusiló a miles de inocentes era impúdico además de una exaltación del fascismo. Ni siquiera se paró a pensar por un momento que aquella misa falangista era un disparate ético y filosófico por lo que tenía de adoración al mismísimo Satán (si un demonio se encarnó alguna vez para entronizarse como dios de todos los españoles ese fue el Caudillo gallego).

Al líder del PP no le supuso ningún dilema moral todo ese despropósito católico. ¿Por qué? Sencillamente porque Casado lleva el franquismo interiorizado en sus genes o no lo ve como algo malo, nocivo, perverso. Como todo hombre de derechas español, el jefe de la oposición cree que el cuarentañismo fue una época de orden, paz y prosperidad. Por eso no le repugna. Por eso pacta con la gente de Vox. Por eso no le asalta el remordimiento cuando ataca a esos pesados republicanos que andan todo el día buscando huesos en la fosa del abuelo. Casado es así, no le demos más vueltas.

Nos gustaría poder concederle el beneficio de la duda al líder del PP y pensar que se equivocó de iglesia, que el hombre no se orienta bien, que se pierde en cuanto lo sacan de casa, que él no quería estar allí. Que algo o alguien lo abdujo y lo teletransportó a una misa en el frío invierno de 1940 con él entrando bajo palio en lugar del dictador y sin una mujer odiosa como Ayuso haciéndole sombra. A fin de cuentas, todo el que haya visitado alguna vez la mágica Granada sabe que aquello es un intrincado laberinto de calles estrechas y juderías donde uno acaba sufriendo un síndrome de Stendhal que le trastorna y termina por hacerle perder la noción del espacio y del tiempo, del pasado y del presente, de lo que está mal y lo que está bien. Pero llama poderosamente la atención que entre 23.000 parroquias, 87 catedrales y 639 santuarios de todo el país terminara precisamente en un templo religioso donde se trata a Franco como a un santo, se le recita el rosario fervientemente y se le pone un coro juvenil de alegres niños cantores (algo creciditos, eso sí) que en lugar de acompañar el responso con un gregoriano entona graciosamente el Cara al Sol. Todo ello, paradójicamente, ocurrió solo unos días después de que la Iglesia, por boca del obispo Omella, pidiera perdón por los errores del pasado, aunque parece que en ese listado de yerros y faltas no entraba haber apoyado un régimen criminal que durante cuarenta años asesinó a cientos de miles de personas. Qué despiste más tonto. 

Como era de prever, el asunto ha levantado la correspondiente polvareda política. Pablo Echenique cree que el episodio es de “una enorme gravedad” y tiene más razón que un santo, nunca mejor dicho. E Íñigo Errejón ha pedido que Casado suba a la tribuna de las Cortes para explicarse con urgencia. El líder del PP lo tiene fácil para no quedar como un nostálgico del régimen y un ferviente beato del fascismo patrio. Que dé la cara y diga: “Señores, soy un demócrata de pedigrí, no me vinculen con el Tío Paco”. O sea, un borbónico “me he equivocao, no volverá a ocurrir”. No lo hará y precisamente ahí está la prueba del algodón de que lleva el glorioso movimiento nacional implícito, latente, por dentro.

De momento la Fundación Franco ya le ha agradecido su presencia en la catedral de Granada el 20N para rezar “por el alma de un cristiano ejemplar como Francisco Franco Bahamonde” y espera que ese gesto sirva para “normalizar” todas las actividades y reivindicaciones de la fundación cuando el PP llegue al poder (una clara invitación a reinstaurar el nacionalcatolicismo en España). Visto lo visto, lo mejor que puede hacer Casado es salir del armario franquista de una vez, dejarse de complejos freudianos y hacer como Santi Abascal, que lleva a gala su condición de nostálgico para vivirla con pasión. Y que vaya reservando ya la excursión al Cementerio de Mingorrubio del año que viene. En primera fila, cabeza rapada y envuelto en la bandera del pollo. Arriba España, coño.

Viñeta: Pedro Parrilla

LA ORGANIZACIÓN CRIMINAL

(Publicado en Diario16 el 22 de noviembre de 2021)

Las cuentas del PP llevan una década bajo sospecha. Han sido tantos casos de corrupción que sería imposible enumerarlos aquí. Cuando Pablo Casado anunció el cierre de Génova 13 parecía que el líder popular quería pasar página en los años negros de la corrupción, dejar atrás el pasado y refundar un nuevo proyecto político. Para ello anunció a bombo y platillo un departamento de cumplimiento normativo y transparencia, un supuesto organismo de gestión interna que debía controlar hasta el último céntimo y evitar que la mafia se instalara en la jefatura, como cuando los Correa, Crespo, El Bigotes y otros clanes familiares –todos ellos condenados por diversas trapacerías–, se paseaban por los pasillos del cuartel general pepero como Pedro por su casa. Sin embargo, a fecha de hoy no han hecho nada de nada y de aquellas anunciadas medidas regeneradoras nunca más se supo.

Desde que estalló el caso Gürtel que le costó el Gobierno a Mariano Rajoy, todo han sido buenas palabras, loas a la honorabilidad de un partido histórico y declaraciones públicas sobre la honestidad y la honradez de quienes trabajan por España en el nuevo PP casadista. Ha habido tiempo más que suficiente para que el partido se adaptara a lo que debe ser una organización seria y transparente, dejando atrás la imagen de chiringuito donde el que más y el que menos metía la mano en el cazo o en la caja B. Sin embargo, las medidas anticorrupción no terminan de llegar y se ha demostrado que la supuesta mudanza de Génova, aquel suntuoso edificio en el corazón mismo de Madrid, obedeció única y exclusivamente a que el partido estaba en la más absoluta de las bancarrotas, de modo que se imponía a la fuerza una sede más barata y modesta. Nada en aquella operación inmobiliaria tuvo que ver con el hipotético intento de Casado de romper con un buque insignia que fue el farallón y la viva imagen de la corrupción popular en tiempos de Aznar y Rajoy.

La prueba fehaciente de que nada ha cambiado y de que todo lo que ha dicho Pablo Casado hasta hoy no era más que puro postureo es que la Fiscalía Anticorrupción acaba de darle un nuevo tirón de orejas al partido para que se ponga al día de una vez, haga los deberes y adopte ya las urgentes medidas contra la corrupción que todos los partidos llevan aplicando desde hace años, tal como informa la Ser. Los fiscales que indagan en la trama valenciana de corrupción concluyen que la cúpula del PP consentía y aceptaba que allí se “manejara dinero en efectivo o recaudara de empresarios”, critica que no se haya hecho “nada” a pesar de que las cuentas internas estaban siendo investigadas por la Justicia desde hacía cuatro años y pide sentar en el banquillo al partido por un delito de blanqueo de capitales.

Una vez más, desde Génova se nos dice que están en ello, que andan a vueltas con el plan para adaptarse a la necesaria transparencia democrática, que la cosa lleva su tiempo y que no les metan prisa porque ellos van a su ritmo. O sea, que no han movido un solo dedo y por eso van dando largas. Ya sabemos que en el PP nunca fueron muy de trabajar. Ellos son más del máster rápido y fácil en cualquier universidad, de modo que algo tan sencillo como sentarse en una mesa y dedicarle un rato a algo tan trascendental como elaborar un departamento de control contra golfos y butroneros lo van dejando para el día siguiente, se procrastinan y ahora se encuentran con que han pasado más de diez años y el fango sigue acumulado en los sótanos y bodegas del gran barco genovés. El pepé sigue haciéndose popó.

En realidad, no les costaría tanto incluir un mecanismo de control de la corrupción y si no lo hacen es porque no quieren. Como son conservadores se resisten a los cambios y a hacer la necesaria reconversión de oscura organización criminal a partido con luz y taquígrafos. Así, el jefe le pasa el muerto de las medidas de regeneración a Teodoro García, que a su vez se lo endosa a Cuca Gamarra para que esta se lo quite de encima y se lo endilgue a Montesinos, que el hombre no sabe lo que hacer con él y finalmente habla con el bedel de la puerta y le dice: “No deje usted pasar a ningún extraño por aquí, que luego pasa lo que pasa”. Hasta ahí llegan las medidas de transparencia del PP, hasta ahí llega la regeneración y puesta al día para que el partido deje de ser algún día la Sodoma y Gomorra de la corrupción española.

Obviamente, hoy por hoy el PP tiene cosas mucho más importantes en qué pensar, como cerrar la guerra sin cuartel entre casadistas y ayusistas y acabar con los personalismos, con la hoguera de vanidades, con la megalomanía y con el talent show que denuncia el propio Casado. Quizá sea por esa razón que lo mollar, lo esencial, se va aplazando. Algún día se tomarán en serio esto de la corrupción. Poco a poco.

Viñeta: Iñaki y Frenchy

AMNESIA

(Publicado en Diario16 el 18 de noviembre de 2021)

Ni veinticuatro horas ha tardado el Gobierno en volver a rectificar. Si ayer vendió a bombo y platillo un acuerdo entre el PSOE y Unidas Podemos para dejar sin efecto los artículos de la Ley de Amnistía de 1977 que favorecieron la impunidad de los crímenes franquistas, hoy Félix Bolaños ha tenido que salir a la palestra para aclarar que nada más lejos, que ellos no van a derogar nada, que la Transición es sagrada y no se toca.

Que la gente del PSOE vuelva a caer en el miedo reverencial ante el fantasma de Franco es algo hasta cierto punto lógico. Llevan doblando la cerviz desde que Felipe González renunció al marxismo en Suresnes. Pero que Unidas Podemos, el partido que venía para meterle combustible a la languideciente izquierda republicana española, caiga también en rectificaciones bochornosas para no soliviantar a las derechas franquistas de este país ya produce más tristeza y desazón.   

La Ley de Amnistía fue en realidad la Ley de la Amnesia. Con la excusa de que podía estallar una segunda guerra civil, a los españoles se nos dijo que debíamos olvidar, que no era conveniente remover el pasado ni llevar a los genocidas de la dictadura ante un tribunal de derechos humanos como había ocurrido en Alemania tras el final del nazismo. Aquí se nos vendió el cuento de la reconciliación, del perdón y la concordia entre hermanos españoles cuando está claro que aquello fue una última renuncia de los perdedores, una claudicación humillante mientras los asesinos, los expoliadores y los vampiros se cambiaban el traje de fascista por el de demócrata y se adaptaban a los nuevos tiempos. Aquel texto legal, bueno es recordarlo, salió adelante con el acuerdo de todas las fuerzas parlamentarias (menos el PP), pero se hizo bajo el chantaje de los poderes fácticos franquistas todavía latentes y con el miedo en el cuerpo de los españoles a otro golpe de Estado y a otra guerra civil.

Ayer nuestro Gobierno nos hizo vivir un espejismo inadmisible (más bien una estafa) cuando a última hora de la tarde anunció una enmienda pactada por socialistas y podemitas para supuestamente derogar los polémicos artículos de la Ley de Amnistía (más bien ley de punto final) que garantizaban la impunidad de los jerarcas franquistas. En realidad, lo que se presentó como un gran avance tampoco era para tanto, ya que la mayoría de los genocidas no viven y será imposible hacer justicia con ellos. El juez Garzón empleó ese mismo ardid en 2008, cuando procesó por crímenes contra la humanidad a 35 muertos (el dictador Franco y otros 34 militares que dirigieron la rebelión contra el Gobierno de la Segunda República), a los que acusó de haber llevado a cabo un siniestro y sistemático plan de exterminio contra republicanos y disidentes que terminó con 130.000 desaparecidos. Desde entonces sabemos que será imposible hacer justicia y reparar tanta sangre inocente derramada (todo quedó archivado y Garzón fue inhabilitado), pero al menos el anuncio de ayer del Gobierno reconfortaba a los familiares de los represaliados y venía a traer algo de justicia moral, aunque solo fuera simbólica.

Sin embargo, algo debió pasar a última hora de la tarde en Moncloa cuando hoy Bolaños ha tenido que salir apresuradamente ante la prensa para matizar y negar que la enmienda suponga una derogación total de la Ley de Amnistía. Lo que ocurre, según el ministro, es que el artículo 2 apartados e y f de la vieja ley del 77 (los que dejan impunes los delitos cometidos por las autoridades, funcionarios y agentes del orden público durante la dictadura), deben ser interpretados a la luz de los convenios internacionales sobre derechos humanos suscritos por España. Acabáramos. Bolaños viene a decirnos que la enmienda a la Ley de Memoria Democrática “no cambia” la situación jurídica en España, sino todo lo contrario, lo que hace es ratificar la vigencia de la Ley de Amnistía y contextualizarla. Es decir, que no hemos salido de la Transición.

Que la izquierda de este país temblara y sintiera miedo en 1977 por el contexto histórico, el ruido de sables y la amenaza de golpe es hasta cierto punto lógico. España necesitaba dejar atrás la dictadura y que los presos políticos salieran a la calle, aunque ello fuera a costa de perdonar a los verdugos de Franco. Pero que hoy, en pleno siglo XXI, los partidos progresistas sigan sintiendo ese mismo temor reverencial y se nieguen a hablar de derogar una ley como la de amnistía que va contra la Constitución y los tratados internacionales sobre derechos humanos integrados en el ordenamiento jurídico español es sencillamente esperpéntico y patético.

Una vez más, el portavoz de ERC en el Congreso, Gabriel Rufián, ha puesto el dedo en la llaga al acusar al Gobierno de tratar de “engañar a la gente”, de “vender humo” y de actuar con “un triunfalismo absurdo” en el asunto de la polémica enmienda. Y tiene toda la razón. Si de lo que se trataba aquí era de decirnos que todas las leyes promulgadas desde 1977 se interpretarán y aplicarán de conformidad con la legalidad internacional vigente (según la cual los crímenes de guerra, de lesa humanidad, de genocidio y de tortura no prescriben nunca) el Gobierno podría haberse ahorrado una lección que ya conocen todos los españoles. Desde la Constitución de 1978 este país acepta y asume los convenios exteriores sobre derechos humanos. Pero no es esa la cuestión. Lo que se estaba jugando con la nueva Ley de Memoria Democrática era si más 44 años después un Gobierno democrático tenía el valor suficiente para dar por derogada la Ley de Amnistía, una infame legislación de punto final que permitió que los locos genocidas del Régimen se fueran de rositas. Y para eso, a la vista de lo que dice el lacónico Bolaños, no ha habido coraje. Otra oportunidad perdida para dignificar nuestra democracia.

Viñeta: Iñaki y Frenchy

LOS ANTIVACUNAS

(Publicado en Diario16 el 18 de noviembre de 2021)

La sexta ola del coronavirus amenaza con otras navidades bajo severas restricciones en España, mientras Europa sufre los estragos de la pertinaz pandemia. El bicho vuelve una y otra vez, en buena medida porque millones de europeos antivacunas se niegan a someterse a la jeringuilla. Cada vez son más los países que se plantean pasar de las piadosas recomendaciones a las medidas coercitivas, incluyendo un pasaporte covid obligatorio para conseguir un trabajo, ir a un concierto o entrar en un restaurante.

La Europa civilizada reacciona con contundencia ante la nueva ofensiva del agente patógeno mientras que en España seguimos enfrascados en discusiones bizantinas y jurídicas sobre la cogobernanza con las comunidades autónomas, las competencias sanitarias y las sentencias que los Tribunales Superiores de Justicia de cada región van dictando sobre protección de derechos fundamentales. En nuestro país hay cuatro millones de negacionistas no vacunados, curiosamente un número casi calcado al de votantes de Vox, que abandera la supuesta cruzada de la libertad contra las medidas sanitarias. Toda esta tropa de supersticiosos medievalistas suelta por ahí, sin protección alguna, escupiendo el aliento letal de la peste, puede poner un país patas arriba, generar conflictos sociales, arruinar la economía nacional y echar por tierra todo lo que se ha conseguido en la lucha contra el coronavirus.

Es cierto que la gran mayoría de la población española ha mostrado una madurez y un sentido común por encima de la media del viejo continente. La pandemia ha venido a demostrar que África no empieza en los Pirineos, sino más bien al contrario ya que, mientras en España la campaña de vacunación está siendo modélica, de la Junquera para arriba está resultando un auténtico fiasco. Quizá haya que buscar a los rudos bárbaros sin civilizar no entre los españoles estigmatizados históricamente, sino en las cervecerías nazis de Baviera, entre los euroescépticos supremacistas que pululan por el Parlamento de Londres y en las manifestaciones de Forza Nuova, esos nuevos “camisas negras” mussolinianos que asaltan y destrozan las sedes de los sindicatos italianos en protesta contra las vacunas obligatorias y el pasaporte covid.

Es evidente que una sociedad democrática tiene derecho a reaccionar contra toda esta gente insolidaria y por civilizar, movimientos populares generalmente asociados a la extrema derecha que bajo la excusa de una supuesta libertad mal entendida ponen en peligro la salud pública de todo un país. Los sesudos analistas de la izquierda, siempre tan confiados y optimistas, creen que en España esta recua de ácratas contra la ciencia son una minoría, ya que carecen de líderes a los que seguir. Craso error. Esos cuatro millones de españoles que dicen no a la vacuna son un germen muy peligroso que bajo la batuta de Santiago Abascal puede organizar un auténtico sindiós sanitario en este país, contribuyendo a propagar todavía más el coronavirus. El dirigente voxista juega a la ambigüedad calculada cada vez que la prensa le pregunta si está vacunado como todo hijo de vecino. Esa es su manera sutil de erigirse en líder del movimiento antivacuna y de pescar votos en el caladero del submundo friqui.

En la última entrevista que el líder de la ultraderecha patria mantuvo con Federico Jiménez Losantos quedó patente la raíz del problema. El famoso locutor de la caverna trató de sonsacarle al Caudillo de Bilbao al preguntarle si se había remangado para que le clavaran la banderilla hipodérmica, como un ciudadano más, o seguía a su bola, poniendo en riesgo la salud de los españoles, como buen trumpista que es. El líder de Vox se negó a contestar, alimentando las sospechas de recalcitrante negacionismo y ante el estupor del entrevistador, que a su lado parecía un comunista respetuoso y cumplidor con las medidas del Gobierno sanchista. Tal es así que Losantos tuvo que sufrir los improperios y amenazas del mundo fascista en las redes sociales, aunque él se defendió con destreza y su habitual mala bilis al responder que si los matones de ETA no habían podido amedrentarle en su día cómo iban a hacerlo ahora “cuatro bebelejías y nazis en paro”. 

Aquel cara a cara radiofónico entre el jefe de Vox y el cáustico Losantos fue revelador y la constatación del monstruo al que nos enfrentamos. Hablamos de un político maquiavélico y sin escrúpulos que, con el único objetivo de conquistar el poder a toda costa, es capaz de alentar a una minoría antisistema, descreída y egoísta, unos escuadristas de la ignorancia que con su negativa a vacunarse pone en serio riesgo a todo un país. Es preciso meterlos en cintura antes de que nos lleven a todos a la UCI o a la tumba. ¿Pero cómo? Esa es la pregunta del millón. Y ahí es donde debería imponerse el liderazgo del gran estadista para tiempos convulsos, el carisma del hombre fuerte de la democracia, el valor de un presidente del Gobierno al que no le tiemble el pulso a la hora de tomar decisiones más o menos impopulares. Lamentablemente, Pedro Sánchez sigue escondiendo la cabeza debajo del ala de la cogobernanza con el argumento de que las competencias sanitarias están transferidas. O sea, que declina su responsabilidad de imponer el pasaporte covid en toda España, como ya se está haciendo en la Europa avanzada, y nos deja a todos a merced de los libertarios negacionistas y huérfanos frente a las estupideces de Isabel Díaz Ayuso.

¿Qué ocurre cuando se caza a un conductor sin cinturón? Multazo que te crio. ¿Qué pasa cuando un fumador insolidario da unas caladas furtivas y cancerígenas en un hospital pese a que va contra la ley? Paquete y a otra cosa. Ya está bien de aguantar la superchería, la irracionalidad y las tontunas de esta panda de lunáticos libertarios que amenazan con llevar a la civilización humana al desastre total. Por culpa de las falsas creencias y supersticiones absurdas de los antivacunas se contagia y muere gente. Son homicidas potenciales. Aquí ya no valen majaderías como “lo primero mi libertad”, “esto es una conspiración de las farmacéuticas” o nos “quieren implantar un chis”, como dijo el marciano catedrático aquel. El Estado de derecho tiene la obligación de intervenir y actuar contra los insumisos de la ciencia para proteger el interés público y común. Si hay que legislar contra esta recua de indocumentados legíslese, pero basta ya de que paguen justos por pecadores.

Viñeta: Iñaki y Frenchy

LA LEY DE AMNISTÍA

(Publicado en Diario16 el 18 de noviembre de 2021)

PSOE y Unidas Podemos prometieron derogar la reforma laboral y han terminado derogando la Ley de Amnistía de 1977, lo cual tampoco está mal. De esta manera, los socios de coalición acuerdan, en el marco de la Ley de Memoria Democrática, que los crímenes de lesa humanidad, genocidio y tortura que se cometieron durante el franquismo no gocen del amparo que le confería la famosa norma de la Transición, que no fue otra cosa que una infame ley de punto final. En su momento, José María Benegas definió con acierto y clarividencia lo que supuso aquel texto legal: “Renunciamos a revisar el pasado y a exigir las responsabilidades generadas durante cuarenta años de dictadura”.

Con la Ley de Amnistía los criminales de guerra franquistas se aseguraron no sentarse en el banquillo de los acusados y los presos políticos pudieron salir por fin a la calle. Fue una transacción entre unos y otros con la excusa fácil de que era preciso evitar una segunda guerra civil. El problema es que bajo el pretexto de la reconciliación nacional y de la convivencia en paz entre españoles, se certificó la impunidad de los crímenes franquistas. A aquello lo llamaron, eufemísticamente, cerrar heridas.

Lamentablemente, hoy ya sabemos que una herida nunca sana si no se limpia, si no se depura, si no se desinfecta adecuadamente y si no se regenera con nueva piel. Y tal como cabía esperar, la herida ha vuelto a supurar más de 40 años después. Con la coartada de la manida herida, lo que se hizo fue echar tierra encima de 130.000 desaparecidos a los que, por fin en 2008, el juez Garzón puso nombres y apellidos, imputando a los jerarcas del franquismo y dando a entender que la Ley de Amnistía fue en realidad una farsa, ya que un genocidio o un crimen de guerra, de lesa humanidad o de tortura es algo tan espantosamente monstruoso que jamás puede prescribir. El proceso abierto por Garzón fue nuestro Núremberg frustrado con cuatro décadas de retraso.

Sin embargo, el plan para garantizar la impunidad de los asesinos se tramó mucho antes de 1977. En 1969, gobernando Franco todavía, el BOE publicaba un decreto ley de indulto que limpiaba todos los delitos de sangre cometidos antes del 1 de abril de 1939, fecha de la victoria fascista. Era la forma que tenía el tirano de dejarlo todo atado y bien atado para cuando llegara su final y su prole política tuviera que enfrentarse a la luz de la verdad. Más tarde, en 1976 y por decreto firmado por Juan Carlos I y Adolfo Suárez, se ratificó una amnistía parcial para algunos presos encarcelados por motivos políticos. De nuevo el pretexto fue que era necesario “promover la reconciliación de todos los miembros de la Nación”, aunque una vez más se aprovechó para sellar la extinción de cualquier tipo de responsabilidad penal de los militares que llevaron a cabo la nauseabunda limpieza de disidentes.

Ambos textos, el de 1969 y el de 1976, debieron ser suficientes para garantizar la impunidad, pero un asesino jamás duerme tranquilo y los implicados en la represión franquista querían más garantías de que acabarían sus días en un chalé en Marbella y no en una fría cárcel de la democracia. Los genocidas necesitaban una nueva ratificación por si a los cazafascistas les daba por buscarlos y hacer justicia con ellos, como ya ocurrió con los judíos que persiguieron a los jerarcas nazis por todo el mundo al término de la Segunda Guerra Mundial. Fue entonces cuando se promulgó la hoy polémica ley del 77 para todos los hechos y delitos de intencionalidad política ocurridos entre el 18 de julio de 1936 y el 15 de diciembre de 1976. Así se puso punto final al macabro asunto enterrando la verdad y la justicia.

A los españoles de entonces se les dijo que sin aquella Ley de Amnistía –que en realidad fue un borrado o reseteo de la memoria colectiva y del genocidio franquista–, peligraba la joven democracia, de modo que la ciudadanía se tragó el sapo por miedo, por pragmatismo y por cansancio de cuarenta años de dictadura, de violencia y de terrorismo de Estado. Nada de aquello tuvo nada que ver con los buenos deseos de los españoles, ni con el perdón entre hermanos, ni con la reconciliación, sino con la necesidad urgente de pasar página, de respirar y de dejar atrás los oscuros tiempos del vampirismo fascista. Los 130.000 crímenes sin castigo fueron el precio que hubo que pagar por la libertad.

Como es natural, no es tan fácil pasar página a algo tan inmensamente horrible y cruel. Hoy las nuevas generaciones que no padecen los miedos históricos de los españoles del 77 levantan la venda y asisten con horror al hecho de que la herida no solo no ha cicatrizado, tal como nos prometieron los falangistas travestidos de demócratas y la oposición antifranquista que tragó con todo, sino que la herida se ha vuelto a abrir, supura y huele fatal. No vamos a ser nosotros los que caigamos en la interpretación infantil y naíf de que aquí solo fusilaron los fascistas. También los rojos hicieron de las suyas y dieron paseíllos al amanecer por las tapias de nuestros cementerios. Para eso está la Ley de Memoria Democrática, para que todo aquel que quiera recuperar los restos de su ser querido, cualquiera que fuese el bando en el que cayó, pueda hacerlo.

Fue un error histórico forzado por las circunstancias amnistiar a las autoridades, funcionarios y agentes del orden que hubieran cometido delitos o faltas durante la persecución de actos políticos o hubieran violado los derechos de las personas, tal como rezaba la Ley de Amnistía. Este país no podía cometer dos veces el mismo fallo. Había llegado la hora de meterle alcohol a esa herida eterna, a esa herida sempiternamente supurante, para hacer justicia de una vez. Era una simple cuestión de moral y decencia. Había que hacerlo y por fin se ha hecho.

Viñeta: Iñaki y Frenchy

POLICÍAS DE ABASCAL

(Publicado en Diario16 el 17 de noviembre de 2021)

La Segunda República fracasó, entre otras cosas, por su incapacidad para construir un Ejército auténticamente democrático, moderno, al servicio del pueblo. Quien no haya visto aún Tierra y libertad, de Ken Loach, ya tarda. Ahí se explica el gallinero militar que llevó a los republicanos a perder la guerra. En aquellos años convulsos, los cuarteles se convirtieron en guetos del tradicionalismo más feroz y fue solo cuestión de tiempo que el caudillismo y el odio a la democracia germinara en la persona de un golpista como Franco. Hoy, salvando las distancias, seguimos padeciendo el problema de unas fuerzas armadas en parte endogámicas y africanistas mientras el Gobierno de Pedro Sánchez ha creído que era mejor no hacer nada, optar por la estrategia del avestruz y no meterse en ese berenjenal. Craso error porque fruto de ese mirar para otro lado surge el polémico chat de la XIX del Aire, donde se habla de fusilar a 26 millones de rojos.

De alguna manera, los partidos demócratas de este país se han desentendido de la cuestión castrense, todos menos uno, Vox, que con sus propuestas de mejoras laborales para el gremio del uniforme y sus apelaciones al patriotismo y a la unidad nacional ha sabido seducir no solo a los miembros de los tres ejércitos, sino también a los agentes de los cuerpos de seguridad del Estado. La Policía y la Guardia Civil (también las policías locales) se han convertido en auténticos graneros de votos del partido ultra, que prepara una gran manifestación para el próximo día 27 en Madrid. Con la excusa de la derogación de la ley mordaza, la formación ultra piensa sacar a más de 100.000 agentes a la calle. Toda una demostración de músculo que debería inquietar a cualquier demócrata de bien y sin duda un gran triunfo para Santi Abascal, que a estas horas seguramente ya fantasea con la sugerente idea de sumar unos cuantos tanques de la Brunete a la movida y dirigirlos directamente contra el Congreso de los Diputados. Total, ya puestos, para qué esperar más o perder el tiempo con democracias absurdas. Como buen revisionista de la historia, Santi debe ser de los que creen que Pavía entró en las Cortes a lomos de su caballo y ya busca corcel apropiado para la ocasión.

El pasado 6 de enero el mundo contuvo la respiración cuando las hordas trumpistas asaltaron el Capitolio de Estados Unidos, sede de la soberanía nacional. En aquel carnaval o simulacro de golpe de Estado participaron guerreros disfrazados de siuxs, tipos en taparrabos salidos del Neolítico, negacionistas, locos conspiranoicos de QAnon, los antivacunas, en fin, todo el friquismo político de esa América profunda devastada por la incultura, la pobreza y la marginación. Pero detrás de aquella romería de fantoches, feriantes y volatineros en leotardos estaba la gran fuerza oculta de Donald Trump: sus paramilitares de los Proud Boys, los chicos orgullosos armados hasta los dientes con sus fusiles de asalto que conforman la guardia pretoriana del líder republicano yanqui. Gente bragada que ha pasado por los marines, por las empresas de vigilancia privada y hasta por la CIA. Nacionalistas de pedigrí, fascistas con todas las letras, miembros de una gran hermandad de sangre solo para hombres vinculada con el supremacismo anglo y blanco​ que no duda en apelar a la violencia como forma de alcanzar sus objetivos políticos. Auténticos nazis con el rostro de Hitler tatuado en el culo.

Trump tiene a sus muchachos arrogantes guardándole las espaldas y dispuestos a tomar la Casa Blanca en cuanto dé el pistoletazo final. Abascal no dispone de medios para organizar semejante milicia de mercenarios, entre otras cosas porque por fortuna la venta de armas en Carrefour está prohibida en nuestro país. Pero el Caudillo de Bilbao cuenta con una unidad de élite mucho más potente y letal para desplegar su “guerra cultural”: un ejército de picoletos y maderos resentidos que lo siguen como un solo hombre al grito de caña al rojo que es de goma. Con ese arsenal de votos y la sombra del chopo, que sigue siendo alargada, espera llegar a Moncloa un día de estos.

Fue Clemenceau quien dijo aquello de que la guerra es un asunto demasiado importante para confiárselo a los militares. Abascal ha declarado su farsa de guerra, que por momentos parece más real que la otra. Ya tendremos tiempo de comprobar cómo ese acto de protesta de finales de noviembre no es una simple reivindicación laboral más. Los eslóganes que allí se viertan poco o nada tendrán que ver con la mejora de salarios o con un mayor gasto en Defensa o en seguridad interior. Preparémonos para escuchar cosas como Sánchez okupa y traidor, fuera bilduetarras y separatistas del Gobierno y muchos vivas a España. Es decir, franquismo y odio al comunista, la propaganda goebelsiana materializada en las calles como un gran desfile de la victoria que espeluzna por lo que tiene de fanático reaccionarismo y de radicalidad. Una auténtica performance o simulacro de golpe. De alguna forma, lo que vamos a ver el 27 (de esta sale una generación del 27 poco poética y más bien levantisca y montaraz) debería preocuparnos como país. El malestar en los cuarteles no es un problema menor. Es más, debería ser la inquietud principal de todo Gobierno. Y más en un país como este, con su negra tradición de pronunciamientos y espadones.

Viñeta: Iñaki y Frenchy

LA SANIDAD

(Publicado en Diario16 el 17 de noviembre de 2021)

Los transportistas en pie de guerra, los compañeros del metal en las barricadas y ahora el personal sanitario en la calle. El descontento social crece. Los empleados de Enfermería se concentrarán el próximo día 1 de diciembre frente al Congreso de los Diputados para denunciar que los partidos políticos están “abandonando a su suerte” a la Sanidad pública. ¿Los partidos políticos? ¿Qué partidos? Será Pedro Sánchez, como responsable del Gobierno, el que abandona este pilar esencial del Estado de bienestar. El presidente va a tener en su mano más de 140.000 millones en fondos de la UE. ¿En qué piensa gastarlos? Todavía no le hemos visto presentar el plan que más necesita este país: uno que reflote nuestro maltrecho sistema de Seguridad Social, que mejore las condiciones laborales de médicos y enfermeras y que acabe de una vez por todas con las listas de espera.

Tal que ayer, en una cadena de radio, una mujer se quejaba amargamente de que su hospital le había dado cita para el 2023 por una mancha corporal que extrañamente le aparece y le desaparece. Más de un año para diagnosticar una afección que puede terminar convirtiéndose en un melanoma, con todo lo que ello supone y el peligro de sufrir un cáncer de piel. Miles de españoles viven el infierno de las listas de espera en la salud pública en todas sus especialidades. No se trata ya de los muertos que va a llevarse el coronavirus, son los que van a irse para el otro barrio por el retraso en las listas de espera. El colapso ya está provocando un nefasto fenómeno sociológico: cada vez son más los pacientes que terminan desistiendo y recurriendo al médico privado, que es el mismo del hospital público, solo que en su consulta de tarde y ganando más dinero.

La dejadez de la Sanidad empieza a ser un asunto difícilmente comprensible, no solo porque España ya estaba por debajo de la media en inversión sanitaria respecto a los demás países de la Unión Europea antes del coronavirus, sino porque el agente patógeno debería habernos enseñado que sin un sistema sanitario público robusto y potente estamos perdidos. El mundo poscovid exige inversiones millonarias, esfuerzo en personal, en tecnología avanzada y en recursos materiales. Mucho más gasto público, como correspondería a la socialdemocracia que va vendiendo el presidente en sus congresillos del PSOE. Todavía hoy recordamos el triste espectáculo de los primeros días de pandemia, cuando nuestras enfermeras tuvieron que fabricarse trajes de protección especial con bolsas de basura y con lo que pillaron a mano. Miles de ellas se contagiaron, unas cuantas murieron. La España de los balcones salía a aplaudirlas cada tarde a las ocho, aunque pronto sufrieron el rechazo xenófobo de los fanáticos que no las querían cerca de sus casas por miedo al contagio. Rata vete de este barrio, les decían.

Semejante disparate no debería volver a ocurrir nunca, pero varias preguntan siguen en el aire: ¿se ha hecho acopio de material adecuado para no tener que recurrir al mercado chino cuando un nuevo tsunami vírico que llegará más tarde o más temprano sea ya imparable? ¿Se han comprado respiradores de oxígeno para las UCI, se ha acometido un plan de emergencia con protocolos de actuación para las comunidades autónomas, se han proyectado hospitales de pandemia, se ha reforzado la Atención Primaria, primera barrera de contención para evitar que el sistema sanitario colapse por saturación? Todas estas cuestiones tienen una respuesta negativa.

Pero lo que más indigna, sin duda, es que un Gobierno que se pone a sí mismo la etiqueta de socialista vaya a dejar en la estacada a miles de trabajadores de la salud pública que fueron contratados como refuerzos en calidad de interinos o eventuales cuando todo se venía abajo y que ya no interesan al ser considerados chatarra laboral. Hablamos de gente que dio lo mejor de sí misma en medio de un escenario de guerra, voluntarios que acudieron a jugarse la vida en primera línea de batalla, profesionales a los que se debería levantar un monumento en cada pueblo y en cada ciudad y a los que ni siquiera le han mejorado el salario tercermundista que venían percibiendo. Todo esto recuerda, tristemente, a aquellas épocas pasada en las que este país dejaba abandonados a sus mejores soldados, como ocurrió en la guerra de Marruecos, en Cuba, en las Filipinas, en tantas tragedias que es mejor no recordar. No hemos salido de la España negra.  

De momento, las comunidades autónomas ya han prescindido de 21.000 profesionales, a los que se les ha enviado una fría carta de despido y a veces ni eso, ya que a muchos se les comunica la rescisión por Whatsapp, como en un grupo de amiguetes del barrio. Adiós muy buenas y que usted lo pase bien. Pero lo peor es que la sangría continúa. El Gobierno de Andalucía, por ejemplo, ya ha anunciado que de los 20.000 sanitarios que contrató en pandemia 8.000 han dejado de prestar servicios a partir del 1 de noviembre. Otras comunidades como el Madrid de Díaz Ayuso van a seguir el mismo camino. Todo ello a las puertas de una sexta ola de la pandemia que parece inminente. ¿Qué piensan hacer con ellos, volverlos a contratar ahora después de haberles dado un trato denigrante como trabajadores y como personas? ¿Y todavía confían en que se dejen la piel abnegadamente para seguir salvando vidas? Sánchez debería poner orden en este sindiós y no pasarle el muerto a las competencias autonómicas. Por eso es tan urgente un Plan Nacional de Salud Pública que invierta dos o tres puntos más de PIB en este pilar básico del Estado de bienestar, que refuerce las esquilmadas plantillas, que frene las ansias privatizadoras de algunos y que permita que la hoy tambaleante Seguridad Social española, orgullo y modelo en todo el mundo, tal como se ha demostrado en la reciente campaña de vacunación, no termine derrumbándose estrepitosamente. A todos nos va la vida en ello. Póganse las pilas, señor Sánchez.

Viñeta: Iñaki y Frenchy

ARDE CÁDIZ

(Publicado en Diario16 el 16 de noviembre de 2021)

Ya no son las encuestas y sondeos que dan ventaja al bloque de las derechas, es que el descontento social está en la calle. La huelga indefinida del metal en Cádiz, a la que están llamados más de 27.000 trabajadores, promete ser un serio toque de atención para Moncloa. La jornada de protesta ha arrancado con barricadas, cortes de tráfico y revolucionarias hogueras a las puertas de Navantia, Dragados y Airbus. Un incendio en toda regla. Una movida.

Esto ya no son los cuatro nazis tronados promoviendo la razia contra los gais de Chueca; esto ya no es la mascarada de los cayetanos de Ayuso protestando infantilmente contra las medidas sanitarias en pandemia; esto ya no es Cataluña revolviéndose contra la España centralista que no la escucha. Esto es la gente, el obreraje, el pueblo que ya no aguanta más socialismo líquido, ni más izquierda de mercadotecnia, ni más falsa progresía posmoderna y de diseño. Y, sobre todo, es la resaca de una cruenta reforma laboral, la de Rajoy, que el Gobierno no se atreve a derogar.

Hoy, justo cuando Sánchez saca pecho de su acuerdillo con los sindicatos para parchear las pensiones (dejando aparte a la patronal), va y le estalla una revolución en los muelles sureños de España. Una lástima. Haría bien el presidente en no perder de vista la explosión de indignación popular porque en este país los incendios históricos y políticos suelen empezar por Cádiz. En Cádiz se refugiaron los liberales para escapar del absolutismo y del francés y aquello terminó con La Pepa gloriosa, con la victoria en la guerra de la Independencia y con Napoleón de vuelta en París con el sable entre las piernas. Si fue el pequeño dictador corso quien dijo aquello de que “cuando China despierte, el mundo temblará”, la misma sentencia valdría para Cádiz. Sánchez, como buen bonapartista que es, debería temerle a este sismo bajo riesgo de acabar derrotado también en su particular isla de Santa Elena.

Cualquier gobernante español tiene que tener mucho ojo con lo que ocurre en Cádiz porque hoy son los compañeros del metal y de los astilleros los que se levantan pero mañana serán los pescadores, los marineros y los ácratas rapsodas de las chirigotas, los más peligrosos de todos, consumándose así la gran revuelta nacional. Cádiz puede ser el gran carnaval de luz y color, la fiesta, la alegría y el humor, el jardín de las delicias con manzanilla y pescaíto frito, pero también el infierno de El Bosco del sanchismo. Un día el proletariado de Cádiz, de natural noble, amable y pacífico, baila, bebe y canta coplas y seguidillas conformes con lo poco que tienen, pero en cualquier momento, cuando la paciencia se colme, cuando el monstruo del paro se agigante, cuando crujan las tripas y cunda la rabia, estallará la insurrección popular. Así que mucho cuidado con Cádiz, tierra de arte, humor fino y retranca, pero también tierra de pólvora y fuego.

Hace demasiado tiempo que esta provincia duerme el sueño del abandono y la miseria. Uno de cada cuatro gaditanos no tiene trabajo y vive de la economía sumergida, del trapicheo, de lo que va saliendo. El oficio de jornalero ya no lo quiere nadie, los señoritos conservan sus privilegios (hasta la familia Alba está encantada con Sánchez), la droga sigue entrando a espuertas por Algeciras, la escuela pública fracasa, los inmigrantes vagabundean sin oficio ni beneficio y los llanitos del Peñón se mofan al otro lado de la verja. Aquello es un polvorín humano que puede estallar en cualquier momento (quizá ya lo haya hecho), una preciosa mina de ira para el populismo demagógico del nuevo fascismo abascaliano. A la abnegada y honrada gente de Cádiz ya no le valen las rentas vitales que nunca llegan (dicen que se retrasan por el atasco burocrático, no hay quien se lo crea). A los gaditanos cada vez les cuesta más trabajo creer en las promesas del sanchismo que rara vez se cumplen. A aquellos supervivientes de la España sabia y milenaria ya no les sirve el cuento utópico de la falsa reconversión industrial y de un Estado de bienestar que estará en otra parte porque allí, en los extrarradios portuarios de España, solo se ven olivares secos, astilleros abandonados y guetos rurales y urbanos. Antes al menos quedaba la esperanza sevillana de Marinaleda y la utopía del comunismo posibilista de Sánchez Gordillo, pero ya ni eso.

La barricada vuelve a arder en la Andalucía secularmente olvidada. Obreros encapuchados le aguan a Sánchez su fiesta de las pensiones parcheadas. El fuego de Cádiz prende con fuerza. No es la extrema derecha, qué va, es el viento del pueblo. Son los marineros en tierra de nadie de Alberti que se rebelan contra su mala suerte y un señor que vive en un castillo, allá lejos en la Meseta, que ni los entiende ni se acuerda de ellos.

Viñeta: Iñaki y Frenchy

LAS PENSIONES

(Publicado en Diario16 el 16 de noviembre de 2021)

Pedro Sánchez celebra hoy, con un cafelito exprés de media hora en Moncloa, lo que considera un gran triunfo para la clase trabajadora de este país: el acuerdo con los sindicatos que prevé una subida de las cotizaciones del 0,6 por ciento para mantener la hucha de las pensiones. En principio, el pacto va a venderse como el pollino del gran triunfo de Gobierno y sindicatos, todavía más teniendo en cuenta que los empresarios, cabreados, se han levantado de la mesa de negociación sin firmar cuando se les ha propuesto correr con la mayor parte del esfuerzo o incremento.

Es cierto que el ministro Escrivá ha conseguido salvar su plan sacándose un as de la manga a última hora, ya que, si al comienzo de la mesa de diálogo ofrecía un reparto del 0,4 por ciento de incremento para los empresarios por un 0,2 para los trabajadores, el documento definitivo da el cambiazo y refleja un 0,5 frente al 0,1 respectivamente. O sea, que Escrivá le ha metido una goleada a la CEOE en los minutos de descuento, una manita en toda regla, por utilizar el símil futbolístico.

A simple vista podría parecer que la clase obrera sale ganando de este póquer en Moncloa (últimamente el palacio presidencial es lo más parecido a un casino rebosante de tahúres) pero si vamos a la letra pequeña del contrato comprobaremos que el acuerdo no es tan rojo sin tan socialista como lo quieren pintar y que, una vez más, al proletariado le han dado gato por liebre y lo que parece una histórica victoria de la famélica legión sobre el gran capital es, en realidad, una seria estocada a las pensiones de aquí a diez años.

La subida del 0,6 por ciento en las cotizaciones entrará en vigor a partir de 2023 con el objetivo de engordar la hucha de las pensiones que, actualmente y tras el expolio del Gobierno Rajoy, está tiesa, tiritando, ya que cuenta con poco más de 2.100 millones de euros en fondos de reserva. Pero –y aquí es donde viene la trampa–, cuando llegue el año 2033 y toque renovar el flamante acuerdo de “equidad intergeneracional” firmado hoy habrá que volver a plantearse el mecanismo, ya que los fondos probablemente no lleguen para cubrir las pensiones de todos los españoles. En el caso de que se haya rellenado la hucha de más y quede un sobrante, ese dinero se podrá utilizar para pagar más jubilaciones. Sin embargo, si se ha ingresado menos (la previsión es recaudar 25.000 millones, de modo que faltarían otros 25.000), el Gobierno podrá recortar las pensiones o incrementar más las cotizaciones o ambas cosas a la vez, según establece el pacto. Eso es lo que dice el acuerdo y eso es a lo que nos exponemos: a que en el año 2033 la hucha esté otra vez temblando y haya que rellenarla de nuevo, esta vez metiendo la drástica tijera.

¿Qué tiene de socialista esta reforma que no hace sino parchear y aplazar el monumental problema de las pensiones? ¿De qué tenemos que alegrarnos los españoles, de que Garamendi y los suyos se hayan levantado de la mesa de negociación simulando una derrota que no es más que una pírrica victoria de Gobierno y sindicatos que no resuelve el problemón, sino que solo lo aparca diez años más? ¿Vamos a tener que brindar ahora porque hayamos salvado in extremis uno de los pilares básicos del Estado de bienestar condenando a los boomers a mirar el calendario de reojo, durante una década, sin saber sin esa espada de Damocles de 2033 caerá finalmente sobre sus cabezas para recortar la paga que honradamente se han ganado durante una larga y extenuante vida laboral? No es precisamente como para descorchar el champán. Sin embargo, las burbujas del cava impregnan cada rincón de Moncloa, el presidente está exultante y todo es alegría, confeti y diversión en una especie de carpe diem que ya tiene una fecha para la ejecución: el dramático horizonte a diez años. 

Todo apunta a que este desastre en la gestión de la jubilación de los españoles la terminará pagando, a largo plazo, la generación del baby boom (los nacidos entre 1958 y 1977). En aquel período de nuestra historia nacieron casi 14 millones de personas, 2,5 más que en los veinte años anteriores y 4,5 millones más que en los veinte años siguientes. Fue una explosión demográfica sin precedentes cuya pensión había que haber previsto, pero ni el Pacto de Toledo ni los sucesivos gobiernos del turnismo PSOE/PP han logrado resolver la diabólica ecuación matemática. De una forma o de otra, siempre se acaba recurriendo al parche para salir del paso, un parche que demasiado a menudo tienen que pagar los trabajadores mientras el sistema tributario que debería recaudar más para rellenar la hucha (en orden a los principios constitucionales de equidad y progresividad) sigue siendo laxo con los ricos y las grandes fortunas, los paraísos fiscales continúan funcionando a pleno rendimiento y prosigue la sangría de la corrupción que esquilma las arcas públicas. Eso sí, Sánchez sale hoy como el presidente más socialista de la historia de la democracia por un acuerdillo con los sindicatos que es pan para hoy y hambre para mañana. Un remiendo provisional que no es precisamente para cantar la Internacional.

Viñeta: Iñaki y Frenchy