domingo, 14 de noviembre de 2021

QUEMAR LIBROS

(Publicado en Diario16 el 19 de octubre de 2021)

Un juzgado ha ordenado retirar una treintena de libros que tratan sobre educación sexual LGTBI de los institutos de Castellón. El material escolar, que había sido aportado por la Concejalía de Igualdad, o sea el Ayuntamiento de la ciudad, no gustaba a la asociación Abogados Cristianos, que ha emprendido una de sus habituales cruzadas gazmoñas en pos de la moral y las buenas costumbres para supuestamente preservar la salud mental de los jóvenes. O sea, que hemos vuelto a los tiempos del nazismo.

Desde que Vox llegó a la política, estamos asistiendo a una nueva forma de destruir la democracia desde dentro. Y la mecánica es siempre la misma: una asociación ultraderechista de la cuerda de Santi Abascal pone en la diana una ley aprobada legítimamente por las instituciones oficiales, filtra la información a los grandes despachos y bufetes del Movimiento Nacional en Madrid, es decir la cloaca judicial, se interpone la pertinente querella (apresurada, mal redactada, sin fundamento jurídico y con graves defectos formales) y a esperar con tranquilidad que el asunto caiga en manos de una jueza amiga. Curiosamente, no se sabe cómo, acaba ocurriendo que estos asuntos siempre aterrizan, por reparto, en el juzgado perfecto para la ocasión, y después ya todo va como la seda: medidas cautelares que te crio, suspensión ilegal de una ley democrática, imputación del rojo de turno y golpe de Estado parcial por la vía del Poder Judicial. Maquiavelismo judicial.

Llama poderosamente la atención cómo los sumarios de los Abogados Cristianos (fantástico oxímoron, ya que en este caso los letrados hacen las veces de abogados del diablo) terminan recayendo, inexorablemente, en algún juez que militó en la Falange en su juventud, en una magistrada descendiente de una gran estirpe franquista o en un instructor becario que aún no tiene currículum ni vello en la barba pero que, por lecturas y convicciones, aspira a ser alguien en el sórdido mundillo de la extrema derecha española (ese es el camino más rápido y efectivo para optar al carguete de vocal del CGPJ o del Constitucional algún día). Por supuesto, la judicialización que Vox y sus grupúsculos enmascarados como asociaciones cívicas hacen de la política cada día no sería posible sin colocar a los peones azules en los puestos pertinentes del escalafón judicial.

Resulta inevitable comparar este episodio nacionalcatólico con la quema de libros en la Bebelplatz de Berlín de 1933, cuando los “camisas pardas” y las Juventudes Hitlerianas, alentados por el ministro de propaganda Joseph Goebbels, redujeron a ceniza más de 20.000 volúmenes que para los enloquecidos fascistas atentaban contra el noble espíritu alemán. Salvando las distancias entre ambos acontecimientos históricos (no vamos a ser nosotros quienes caigamos en la demagogia barata de decir que el Castellón de hoy corre serio peligro de amanecer mañana envuelto en banderas nazis y escuadrones militares), conviene recordar que detrás de la censura y de un brutal ataque contra la libertad de expresión, de pensamiento y de cátedra siempre subyace una ideología totalitaria que trata de imponer sus dogmas políticos.

Podríamos entrar a valorar los contenidos de los libros retirados por orden de la autoridad judicial, pero eso sería tanto como caer en el juego tan infantil como venenoso del fascismo y no vamos a hacerlo. Si es cierto que el libro El fin del armario, del tal Bruno Bimbi, contiene párrafos escabrosos o escasamente literarios eso tampoco es motivo suficiente para abrir un Index librorum prohibitorum ni un listado de libros que la Iglesia católica considera blasfemos, demoníacos y perversos para la fe de los buenos católicos. ¡Que estamos en el siglo XXI, no en la Edad Media, señores de Abogados Cristianos!

A las mentes talibanas del nuevo Ejército de Salvación les ofende que un libro hable de que a un cura le dan por retambufa, de los “chaperos del Vaticano” y de que “en ningún lugar se folla como en el seminario”, pero a toda esa gente santurrona y puritana habría que decirle que, después de todo lo que se sabe sobre las alcobas de la Iglesia, la pederastia infantil y otras monstruosidades, tales relatos pseudoeróticos ya no son un ensayo filosófico ni política ficción, sino realismo social puro y duro. Abogados Cristianos bien podría haber empezado una de sus ridículas cruzadas de meapilas trasnochados llevando a los tribunales al obispo de Solsona por su affaire con la novelista pornosatánica, o mejor, a C. Tangana por su bachata con Nathy Peluso en la Catedral de Toledo, y no lo hace. ¿Por qué? Sencillamente porque con esa performance seudoerótica la Iglesia se ha embolsado un dineral y, aunque luego ha dimitido el deán y han montado un hipócrita acto de purificación para limpiar el sagrado templo toledano de los demonios de la carne, hasta donde se sabe la pasta no se ha devuelto al rapero o lo que sea el tal Tangana.

Si nos ponemos a retirar de las estanterías de las bibliotecas todos los libros que hablan de sexo más o menos explícito (heterosexual, homosexual u orgiástico) habría que quemar obras maestras del pensamiento humano universal como el Kamasutra, el Decamerón, El amante de Lady Chatterley y Cincuenta sombras de Grey (este quizá sí merezca una querella de Abogados Cristianos en toda regla, pero por malo y bodrio). Lo único que está consiguiendo la extrema derecha con esta caza de brujas literaria es que un puñado de youtubers que vendían cuatro libros entre familiares y amigos se forren. Se empieza por prohibir un folletín erótico y se acaba quemando El Capital de Marx. Ahí es donde quieren llegar.

Viñeta: Iñaki y Frenchy

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