(Publicado en Diario16 el 12 de octubre de 2021)
Hace mucho tiempo que la Iglesia católica se ha convertido en la primera empresa turística del mundo. Para entrar en la basílica de San Pedro, en la catedral de Córdoba o en Notre Dame (hasta que le metieron fuego) hay que pasar primero por taquilla y dejarse unos cuartos religiosamente. “Es para contribuir a la gran obra de Dios”, dicen los frailes muy dignamente. Y un cuerno. Hacer negocio con los bienes eclesiásticos no figura en ningún pasaje de la Biblia y todo el mundo sabe que un porcentaje de esa entrada va a parar a la Banca Ambrosiana, a cotizar en Bolsa y a inversiones con familias y empresas de la mafia siciliana. A Juan Pablo I se lo liquidaron en la cama por denunciar estas y otras corruptelas y ahora están pensando en hacer lo propio con Francisco I, tal como él mismo ha denunciado recientemente. “Estoy todavía vivo, aunque algunos me querían muerto”, asegura el Santo Padre en una afirmación que produce escalofríos.
La Iglesia cobra por todo, por ponerle una velita a la Virgen, por visitar la Capilla Sixtina y hasta por una botella de agua mineral en pleno mes de agosto, lo que choca abiertamente con las enseñanzas de las Sagradas Escrituras y con aquello de dadle de beber al sediento. Los curas regentan bazares de souvenirs junto a todo templo de interés histórico artístico haciendo buena aquella cita de Robert Burton: “Ahí donde Dios tiene un templo, el demonio levanta una capilla”. Hasta para subir al Miguelete con la parienta hay que rascarse el bolsillo, un pequeño dineral que para mi gusto es un abuso cuando no un atraco inconstitucional.
Si una iglesia o catedral ya se ha convertido en museo más que otra cosa, porque ni Dios va a misa, lo menos que podría hacer la curia vaticana es permitir la entrada gratis al ciudadano y difundir la cultura generosa y cristianamente sin sacar tajada neoliberal. Por si fuera poco, la Iglesia es el único centro comercial donde el cliente no siempre tiene la razón y si vas a la catedral de Valencia a visitar la cámara de las sagradas reliquias y se te ocurre decir que quieres ver el Santo Grial en lugar del Santo Cáliz, en plan Indiana Jones, corres serio riego de que salga un fraile del Opus de algún oscuro rincón y te suelte una colleja. O sea, que encima de paganini apaleado.
Quiere decirse que la jerarquía católica está acostumbrada a hacer negocio desde hace más de dos mil años, y allá donde hay un templo católico de interés patrimonial (en un país nacionalcatolicista como este están por todas partes) se puede encontrar una tienda de regalos o chiringuito milagroso con estampitas de santos, medallones de la Dolorosa, rosarios de primera calidad, biblias grabadas en oro, rojigualdas y ramitas de perejil de San Pancracio a un módico precio. Para muestra el Santuario de Lourdes, gran mercado del merchandising católico.
El último escándalo relacionado con los negocios de la Iglesia católica viene de la mano de un cantante de nombre peleón, C. Tangana, un artista que por lo visto domina el reguetón y la bachata y que se ha marcado un videoclip en la Catedral de Toledo en brazos de la provocativa Nathy Peluso. Ambos se han montado un dirty dancing, o sea un baile guarro por las estancias del templo, entre crucifijos e imágenes sagradas, lo que ha provocado el consiguiente revuelo de la siempre puritana, burguesa y tradicional sociedad toledana, que no ha tardado en salir en procesión nocturna con cirios e incienso para pedir un exorcismo urgente de la catedral.
En realidad, el vídeo no pasa de ser un perreo o chotis posmoderno, un tango deslavazado y descoordinado más o menos caliente que trata de provocar y herir sensibilidades religiosas, aunque no lo consiga. Nada que ver con aquel Like a prayer de Madonna, un escandalazo mundial en el que la diva besaba a un santo negro en un sueño más bien lúbrico. El Vaticano condenó la producción y grupos ultras protestaron en la calle. Si lo que pretenden Tangana y Peluso es superar aquel hit parade del morbo, han fracasado en el intento, ya que solo han conseguido escandalizar a cuatro beatas toledanas, a los Abogados Cristianos (que quizá preparen una querella show de las suyas) y poco más.
En esta performance latina no hay ningún escándalo sexual, entre otras cosas porque el espectador del siglo XXI ya ha visto de todo y cosas mucho peores que una pareja trabajada de gimnasio restregándose en un agarrao con más o menos salero coreográfico. El único escándalo está, una vez más, en el escaso valor artístico del arte musical de nuestro tiempo (los malditos y chisporreantes ritmos latinos pasados por la sartén del sintetizador tan machacones como insoportables) y en la letra facilona de la melodía (yo era ateo, pero ahora creo) que podría haber compuesto cualquier párvulo de Primaria.
Lo aberrante de este caso está en la bazofia de música que se hace ahora y, por supuesto, en que la productora puede haber pagado a la Iglesia entre 15.000 y 30.000 euros de vellón por el alquiler de la catedral durante los minutos que dura el videoclip. Un jugoso pelotazo eclesial que saneará las arcas del obispado para una buena temporada. Lo único censurable del vídeo es que es malo y que, una vez más y como suele ocurrir con estos ritmos latinos, en algunas escenas el cantante domina a su hembra agarrándola por el cabello de una manera más bien ruda, animalesca, troglodítica, muy acorde con los tiempos machistas que vivimos y con el consiguiente mal ejemplo para la juventud. Pero eso a la Iglesia (que ha pedido disculpas por el error algo hipócritamente) le da bastante igual. La pasta ya está en el cepillo y es lo único que importa. Amén.
Viñeta: Iñaki y Frenchy
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