(Publicado en Diario16 el 14 de octubre de 2021)
Pablo Casado quiere construir un Museo de Historia Nacional cerca del Prado y del Reina Sofía para, según dice él, acabar con las “leyendas negras” de España. Conociendo los antecedentes políticos, la psique y la visión del mundo de este personaje, la sugerencia es como para echarse a temblar. Nos gustaría apoyar una idea que en principio debería llevar cultura y memoria histórica a los visitantes que pasen por allí. Pero mucho nos tememos que, saliendo la obra de la cabeza de un sectario, el resultado sería más bien un proyecto pastiche, hortera, naíf, cuando no un esperpento revisionista.
Y no es solo que no creamos en la buena intención de Casado, que no la creemos, sino que está más claro que el agua que de un hombre que opina que la conquista de América fue una excursión de ursulinas al Nuevo Mundo para evangelizar, llevar buen rollo y predicar la paz y el amor entre los pueblos hermanos no se puede esperar nada bueno. Casado posee la visión infantil de la historia que le quedó de los cómics de nuestra infancia (mayormente El Jabato y El Capitán Trueno) y debe creer que como los reyes que financiaron la expedición de Colón se autodenominaron “católicos”, todo lo que se hizo al otro lado del Charco fue piadoso y por el bien de la humanidad. Nada más lejos. Le guste o no al eterno aspirante a la Moncloa, los españoles que llegaron como pioneros a las costas americanas eran rufianes, presidiarios, rudos soldados, desperdicios humanos, borrachos pendencieros y gentes de malvivir. O sea, lo peor de cada casa. Hernán Cortés no fue ninguna hermanita de la caridad, sino un fiero soldado al que no le temblaba el pulso a la hora de rebanar unas cuantas cabezas de inditos.
De toda aquella caterva, gente brava y recia que se enroló en las carabelas para explorar el nuevo continente, no se podía esperar más que llegaran allí ansiosos por saquear, expoliar, trincar, robar, fornifollar, matar, beber, darse a la coca y al peyote y de paso traerse el oro de los indígenas para los puertos andaluces. Fue como la Isla de los Famosos, pero más gore. Esa es la simiente que dejamos en las Américas, más unas cuantas iglesias que hoy se caen a trozos y unos frailes que también hicieron de las suyas en pos de la evangelización de aquellos cándidos infelices en taparrabos. Cuando los nativos vieron desembarcar a los pálidos europeos con sus relucientes armaduras de otro mundo creyeron sin duda que eran los dioses de sus viejas leyendas precolombinas y se postraron ante ellos pidiendo clemencia.
Si Casado pretende impulsar un Museo de Historia Nacional lo primero que debería hacer es profundizar en la historia de verdad, con sus luces y sus sombras, y no quedarse en la visión idílica de parvulario y en los cuatro topicazos patrióticos que le cuentan Abascal y sus historiadores revisionistas domingueros expertos en llenarse los bolsillos con el falso best seller, pero que de historia poquito. Sabiendo que en esto Casado piensa como el líder de Vox y como un supremacista del siglo XIX, lo más probable es que su museo no solo ofrezca una interpretación a mayor gloria de la raza blanca y de lo que fue la conquista del Imperio Español, sino que exhiba la momia disecada de un pobre azteca metido en una vitrina como el Negro de Banyoles. “Bienvenidos a la sección Salvajes Embalsamados. Entrada gratis”, podría rezar el cartel informativo en esa sala del museo. En una de estas hasta le encarga los planos de la obra/pirámide a Nacho Cano y coloca a Toni Cantó de director del centro, obligándole al pluriempleo chiringuitesco.
No, no podemos fiarnos de un proyecto así, entre otras cosas porque sabemos qué opina Casado de nuestra guerra civil y ese área del casón se dedicaría más bien a cámara sagrada para exhibir las reliquias del franquismo, como el parche del ojo de Millán-Astray, la camisa azul de José Antonio, las cartas de Hitler sobre los republicanos españoles de Mauthausen, el ajuar de oro de la Collares y la estatua ecuestre de Franco de José Capuz retirada en su día de Nuevos Ministerios y felizmente recuperada por el alcalde Almeida. Todo ese tesoro, desde luego, restaurado y bruñido para que impresione más al personal.
Aquello no sería un museo de historia nacional con todas las garantías de rigor, investigación científica e imparcialidad, sino una nueva versión del palacio del Pardo o Pazo de Meirás para uso y disfrute de los nostálgicos y negacionistas de Ayuso que hace tiempo renunciaron a conocer la verdad. Por cierto, a la entrada, tal que a la derecha junto al guardarropía, Casado colocaría una hucha o cepillo para recaudar fondos contra el indigenismo que se abre paso en todo el mundo. Por hacer negocio que no quede. Qué chiquillo.
Viñeta: Iñaki y Frenchy
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