(Publicado en Diario16 el 8 de octubre de 2021)
La pandemia está por fin controlada. Es sin duda una gran noticia de la que toda la sociedad española debería sentirse orgullosa. El esfuerzo colectivo del país en medio de la peor pesadilla que hemos vivido desde la Guerra Civil ha sido encomiable. Ayer, los datos epidemiológicos situaban a España en “riesgo bajo” de contagio, lo que supone que el virus está dominado, algo que nos parecía imposible hace solo un año, cuando los hospitales se colapsaban y cientos de personas morían cada día. Lo hemos conseguido y podemos estar satisfechos, aunque seguramente aquí no haremos como en otros países (véase China), donde sus ciudadanos salieron a la calle a agitar banderitas nacionales, a lanzar confetis y a brindar con champán cuando dieron por derrotado al bicho. Todo será mucho más normal, sin chovinismos, sin alharacas patrioteras. Pero nunca olvidemos que también nosotros ganamos esta batalla.
El trance del coronavirus nos deja varias reflexiones para el análisis. La primera y principal que, con todos nuestros problemas como nación y pese al carácter derrotista y algo acomplejado del español (esa extraña idiosincrasia que nos lleva a quedarnos solo con lo negativo y a no querer ver lo positivo), somos un gran país. La sociedad ha funcionado como una engrasada maquinaria tras afrontar un reto terrible que por momentos amenazaba con colapsar el Estado. Nuestra Seguridad Social, gran conquista colectiva, ha resistido la tremenda presión asistencial generada por las sucesivas olas y mutaciones del agente patógeno. Los médicos, enfermeras y en general el personal hospitalario se han dejado la piel (y la vida), muchas veces en condiciones precarias, sin suficiente personal y con recursos mermados por años de recortes de los gobiernos de la derecha. Tenemos los mejores trabajadores sanitarios y ya tarda el Gobierno en lanzar un plan para reforzar la Sanidad pública. Más subir el sueldo a los profesionales y menos homenajes y monumentos. Ese es el mejor tributo que podemos rendir a toda esta gente que se ha desvivido por protegernos.
Tan ejemplar ha sido el comportamiento en los centros de salud como el de los profesionales de los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado, de los bomberos, del Ejército, de los científicos que siguieron en su búsqueda incansable de vacunas y soluciones a la falta de material como los respiradores de oxígeno, de los maestros y maestras de colegios y universidades, de los empleados de las ambulancias, de los servicios sociales, de los encargados de la limpieza y el mantenimiento de las ciudades, de los camioneros y transportistas, de los dependientes de los supermercados y tiendas que abastecieron de alimentos a la población en los peores momentos, de los medios de comunicación que nos informaron puntualmente y con rigor (salvo las excepciones ultras de siempre). Las pasamos canutas, es cierto, pero finalmente la civilización triunfó sobre un monstruo de la naturaleza que surgió de algún lugar del averno para acabar con la especie humana. Es difícil saber si salimos más fuertes de esta. Lo que sí sabemos es que salimos con una experiencia vital que cambiará nuestras vidas.
Los periodistas estamos para criticar lo que los políticos hacen mal y lo que hacen bien. Y en este caso no podemos sino decir que el Gobierno de coalición ha estado, no ya a la altura, sino por encima de la media europea. Ayer, el presidente Pedro Sánchez celebraba que el país haya entrado en nivel de “riesgo bajo” por primera vez en 15 meses: “España registra hoy una incidencia acumulada menor de 50 casos; un hito crucial en el camino hacia la recuperación. Gracias a las administraciones implicadas, a las y los profesionales sanitarios y a toda la ciudadanía. Sigamos perseverando para mantener al virus a raya”.
Evidentemente, esto no es un triunfo de nuestros gobernantes, sino de toda la ciudadanía. La campaña de vacunación ha sido la mejor muestra de que la española sigue siendo una sociedad sensata, solidaria y cumplidora con las normas elementales de convivencia. No todos los países pueden decir lo mismo. En Francia, sin ir más lejos, el movimiento antivacunas se va abriendo paso peligrosamente, poniendo en serio riesgo la inmunidad de grupo. Y en Estados Unidos ya sabemos lo que está ocurriendo. Allí han tenido que ofrecer hamburguesas y regalos de todo tipo para convencer a la población de que es necesario vacunarse. Afortunadamente, toda esa neurosis, toda esa locura colectiva, no nos ha llegado todavía. Quedémonos con lo bueno, con el espíritu solidario de la España de los balcones, y pasemos por alto las conductas de aquellos irresponsables que se saltaron las normas sanitarias para irse a la sierra, a la playa o a organizar una rave o botellón. Afortunadamente son una minoría.
Con todo, conviene no echar las campanas al vuelo y mantener la guardia alta porque el virus sigue entre nosotros y todavía puede hacernos mucho daño. Capítulo aparte merece la mezquindad que han demostrado algunos políticos de las derechas, que en los peores momentos de la pandemia se dedicaron a hacer política basura y a propagar el bulo conspiranoico, el odio y la alarma social para intentar derrocar al Gobierno de coalición. No lo consiguieron y quedaron como unos patriotas de opereta que antepusieron su ambición personal desmedida al interés general del país. No hace falta dar nombres. Los españoles tienen buena memoria y saben a quiénes nos referimos. La historia los juzgará. Pero hoy no es día de pasar facturas sino de alegrarnos de que la normalidad retorne con fuerza. Los parques vuelven a llenarse de risas de niños que juegan sin miedo y la vida continúa como siempre. El virus queda atrás como un mal sueño. Recordemos con emoción a los que se han ido y sigamos usando la mascarilla allá donde sea necesario.
Viñeta: Pedro Parrilla
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