(Publicado en Diario16 el 23 de noviembre de 2021)
Resulta ciertamente preocupante que Pablo Casado ande la noche del 20N de misas negras en honor a Franco y José Antonio. La prensa de la caverna asegura que el dirigente popular se confundió al acudir a la catedral de Granada, aunque eso ya es lo de menos. Cualquiera puede meterse por error en un sitio poco recomendable, darse cuenta de dónde ha caído y volver a salir por donde ha entrado. Por ejemplo, uno puede colarse sin querer en una tertulia o club de neonazis y percatarse después de que ese sitio no es para él. O caer en una reunión de magufos, chamanes y esotéricos y salir disparado de allí, como alma que lleva el diablo, al entender que está de más en esa secta.
Sin embargo, Casado decidió no irse, es más, se quedó hasta el final a pesar de que el cura estaba dedicando los santos oficios a la memoria del dictador. No le chirrió lo más mínimo que el párroco hiciera rogativas a un genocida. No se le pasó por la cabeza que pedir cuatro padrenuestros y una avemaría en recuerdo de un terrorista de Estado que fusiló a miles de inocentes era impúdico además de una exaltación del fascismo. Ni siquiera se paró a pensar por un momento que aquella misa falangista era un disparate ético y filosófico por lo que tenía de adoración al mismísimo Satán (si un demonio se encarnó alguna vez para entronizarse como dios de todos los españoles ese fue el Caudillo gallego).
Al líder del PP no le supuso ningún dilema moral todo ese despropósito católico. ¿Por qué? Sencillamente porque Casado lleva el franquismo interiorizado en sus genes o no lo ve como algo malo, nocivo, perverso. Como todo hombre de derechas español, el jefe de la oposición cree que el cuarentañismo fue una época de orden, paz y prosperidad. Por eso no le repugna. Por eso pacta con la gente de Vox. Por eso no le asalta el remordimiento cuando ataca a esos pesados republicanos que andan todo el día buscando huesos en la fosa del abuelo. Casado es así, no le demos más vueltas.
Nos gustaría poder concederle el beneficio de la duda al líder del PP y pensar que se equivocó de iglesia, que el hombre no se orienta bien, que se pierde en cuanto lo sacan de casa, que él no quería estar allí. Que algo o alguien lo abdujo y lo teletransportó a una misa en el frío invierno de 1940 con él entrando bajo palio en lugar del dictador y sin una mujer odiosa como Ayuso haciéndole sombra. A fin de cuentas, todo el que haya visitado alguna vez la mágica Granada sabe que aquello es un intrincado laberinto de calles estrechas y juderías donde uno acaba sufriendo un síndrome de Stendhal que le trastorna y termina por hacerle perder la noción del espacio y del tiempo, del pasado y del presente, de lo que está mal y lo que está bien. Pero llama poderosamente la atención que entre 23.000 parroquias, 87 catedrales y 639 santuarios de todo el país terminara precisamente en un templo religioso donde se trata a Franco como a un santo, se le recita el rosario fervientemente y se le pone un coro juvenil de alegres niños cantores (algo creciditos, eso sí) que en lugar de acompañar el responso con un gregoriano entona graciosamente el Cara al Sol. Todo ello, paradójicamente, ocurrió solo unos días después de que la Iglesia, por boca del obispo Omella, pidiera perdón por los errores del pasado, aunque parece que en ese listado de yerros y faltas no entraba haber apoyado un régimen criminal que durante cuarenta años asesinó a cientos de miles de personas. Qué despiste más tonto.
Como era de prever, el asunto ha levantado la correspondiente polvareda política. Pablo Echenique cree que el episodio es de “una enorme gravedad” y tiene más razón que un santo, nunca mejor dicho. E Íñigo Errejón ha pedido que Casado suba a la tribuna de las Cortes para explicarse con urgencia. El líder del PP lo tiene fácil para no quedar como un nostálgico del régimen y un ferviente beato del fascismo patrio. Que dé la cara y diga: “Señores, soy un demócrata de pedigrí, no me vinculen con el Tío Paco”. O sea, un borbónico “me he equivocao, no volverá a ocurrir”. No lo hará y precisamente ahí está la prueba del algodón de que lleva el glorioso movimiento nacional implícito, latente, por dentro.
De momento la Fundación Franco ya le ha agradecido su presencia en la catedral de Granada el 20N para rezar “por el alma de un cristiano ejemplar como Francisco Franco Bahamonde” y espera que ese gesto sirva para “normalizar” todas las actividades y reivindicaciones de la fundación cuando el PP llegue al poder (una clara invitación a reinstaurar el nacionalcatolicismo en España). Visto lo visto, lo mejor que puede hacer Casado es salir del armario franquista de una vez, dejarse de complejos freudianos y hacer como Santi Abascal, que lleva a gala su condición de nostálgico para vivirla con pasión. Y que vaya reservando ya la excursión al Cementerio de Mingorrubio del año que viene. En primera fila, cabeza rapada y envuelto en la bandera del pollo. Arriba España, coño.
Viñeta: Pedro Parrilla
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