(Publicado en Diario16 el 18 de noviembre de 2021)
La sexta ola del coronavirus amenaza con otras navidades bajo severas restricciones en España, mientras Europa sufre los estragos de la pertinaz pandemia. El bicho vuelve una y otra vez, en buena medida porque millones de europeos antivacunas se niegan a someterse a la jeringuilla. Cada vez son más los países que se plantean pasar de las piadosas recomendaciones a las medidas coercitivas, incluyendo un pasaporte covid obligatorio para conseguir un trabajo, ir a un concierto o entrar en un restaurante.
La Europa civilizada reacciona con contundencia ante la nueva ofensiva del agente patógeno mientras que en España seguimos enfrascados en discusiones bizantinas y jurídicas sobre la cogobernanza con las comunidades autónomas, las competencias sanitarias y las sentencias que los Tribunales Superiores de Justicia de cada región van dictando sobre protección de derechos fundamentales. En nuestro país hay cuatro millones de negacionistas no vacunados, curiosamente un número casi calcado al de votantes de Vox, que abandera la supuesta cruzada de la libertad contra las medidas sanitarias. Toda esta tropa de supersticiosos medievalistas suelta por ahí, sin protección alguna, escupiendo el aliento letal de la peste, puede poner un país patas arriba, generar conflictos sociales, arruinar la economía nacional y echar por tierra todo lo que se ha conseguido en la lucha contra el coronavirus.
Es cierto que la gran mayoría de la población española ha mostrado una madurez y un sentido común por encima de la media del viejo continente. La pandemia ha venido a demostrar que África no empieza en los Pirineos, sino más bien al contrario ya que, mientras en España la campaña de vacunación está siendo modélica, de la Junquera para arriba está resultando un auténtico fiasco. Quizá haya que buscar a los rudos bárbaros sin civilizar no entre los españoles estigmatizados históricamente, sino en las cervecerías nazis de Baviera, entre los euroescépticos supremacistas que pululan por el Parlamento de Londres y en las manifestaciones de Forza Nuova, esos nuevos “camisas negras” mussolinianos que asaltan y destrozan las sedes de los sindicatos italianos en protesta contra las vacunas obligatorias y el pasaporte covid.
Es evidente que una sociedad democrática tiene derecho a reaccionar contra toda esta gente insolidaria y por civilizar, movimientos populares generalmente asociados a la extrema derecha que bajo la excusa de una supuesta libertad mal entendida ponen en peligro la salud pública de todo un país. Los sesudos analistas de la izquierda, siempre tan confiados y optimistas, creen que en España esta recua de ácratas contra la ciencia son una minoría, ya que carecen de líderes a los que seguir. Craso error. Esos cuatro millones de españoles que dicen no a la vacuna son un germen muy peligroso que bajo la batuta de Santiago Abascal puede organizar un auténtico sindiós sanitario en este país, contribuyendo a propagar todavía más el coronavirus. El dirigente voxista juega a la ambigüedad calculada cada vez que la prensa le pregunta si está vacunado como todo hijo de vecino. Esa es su manera sutil de erigirse en líder del movimiento antivacuna y de pescar votos en el caladero del submundo friqui.
En la última entrevista que el líder de la ultraderecha patria mantuvo con Federico Jiménez Losantos quedó patente la raíz del problema. El famoso locutor de la caverna trató de sonsacarle al Caudillo de Bilbao al preguntarle si se había remangado para que le clavaran la banderilla hipodérmica, como un ciudadano más, o seguía a su bola, poniendo en riesgo la salud de los españoles, como buen trumpista que es. El líder de Vox se negó a contestar, alimentando las sospechas de recalcitrante negacionismo y ante el estupor del entrevistador, que a su lado parecía un comunista respetuoso y cumplidor con las medidas del Gobierno sanchista. Tal es así que Losantos tuvo que sufrir los improperios y amenazas del mundo fascista en las redes sociales, aunque él se defendió con destreza y su habitual mala bilis al responder que si los matones de ETA no habían podido amedrentarle en su día cómo iban a hacerlo ahora “cuatro bebelejías y nazis en paro”.
Aquel cara a cara radiofónico entre el jefe de Vox y el cáustico Losantos fue revelador y la constatación del monstruo al que nos enfrentamos. Hablamos de un político maquiavélico y sin escrúpulos que, con el único objetivo de conquistar el poder a toda costa, es capaz de alentar a una minoría antisistema, descreída y egoísta, unos escuadristas de la ignorancia que con su negativa a vacunarse pone en serio riesgo a todo un país. Es preciso meterlos en cintura antes de que nos lleven a todos a la UCI o a la tumba. ¿Pero cómo? Esa es la pregunta del millón. Y ahí es donde debería imponerse el liderazgo del gran estadista para tiempos convulsos, el carisma del hombre fuerte de la democracia, el valor de un presidente del Gobierno al que no le tiemble el pulso a la hora de tomar decisiones más o menos impopulares. Lamentablemente, Pedro Sánchez sigue escondiendo la cabeza debajo del ala de la cogobernanza con el argumento de que las competencias sanitarias están transferidas. O sea, que declina su responsabilidad de imponer el pasaporte covid en toda España, como ya se está haciendo en la Europa avanzada, y nos deja a todos a merced de los libertarios negacionistas y huérfanos frente a las estupideces de Isabel Díaz Ayuso.
¿Qué ocurre cuando se caza a un conductor sin cinturón? Multazo que te crio. ¿Qué pasa cuando un fumador insolidario da unas caladas furtivas y cancerígenas en un hospital pese a que va contra la ley? Paquete y a otra cosa. Ya está bien de aguantar la superchería, la irracionalidad y las tontunas de esta panda de lunáticos libertarios que amenazan con llevar a la civilización humana al desastre total. Por culpa de las falsas creencias y supersticiones absurdas de los antivacunas se contagia y muere gente. Son homicidas potenciales. Aquí ya no valen majaderías como “lo primero mi libertad”, “esto es una conspiración de las farmacéuticas” o nos “quieren implantar un chis”, como dijo el marciano catedrático aquel. El Estado de derecho tiene la obligación de intervenir y actuar contra los insumisos de la ciencia para proteger el interés público y común. Si hay que legislar contra esta recua de indocumentados legíslese, pero basta ya de que paguen justos por pecadores.
Viñeta: Iñaki y Frenchy
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