(Publicado en Diario16 el 14 de octubre de 2021)
Pablo Casado sorprendió ayer a Pedro Sánchez con una presunta propuesta para sentarse a negociar la renovación de algunos órganos constitucionales, no todos, ya que el Consejo General del Poder Judicial es un caramelito que de momento no está dispuesto a soltarlo. La sesión de control al Gobierno no suele dejar titulares ni noticias de relumbrón más allá de los cuatro insultos, gañidos mitineros y disparates habituales de los diputados de Vox a los que ya nos hemos acostumbrado. Ese show de degradación de la democracia, y el “no” de Casado por sistema a todo lo que proponga el Ejecutivo de coalición, es lo que queda de las tediosas mañanas parlamentarias de los miércoles. Por eso, cuando ayer escucharon la invitación del eterno aspirante a la Moncloa para dialogar y desbloquear la situación, sus señorías de la bancada socialista/podemita no daban crédito, se quitaban la cera de los oídos y murmuraban entre ellos: “¿Ha dicho renovar?, ¿pero es posible?, ¿qué se ha tomado hoy Casado?”
La primera valoración de la oferta debe ser recibida, sin duda, con prudencia y todas las reservas. Aquello de precaución querido conductor. Casado se ha granjeado a pulso la fama de filibustero mayor del reino, de obstruccionista con todas las letras, o sea de hombre experto en el lawfare judicial que lo torpedea todo y que es incapaz de llegar a ningún tipo de acuerdo o consenso por el bien de España. Hoy, por fin tras años de reiteradas negativas (aleluya), el PP se ha dignado a llegar a un principio de acuerdo para renovar el Constitucional, el Defensor del Pueblo y el Tribunal de Cuentas, aunque conviene no cantar victoria, ya que sigue pendiente el premio gordo: la renovación de los vocales del Consejo General del Poder Judicial. Y ese pacto puede tardar en llegar.
Al presidente del PP no lo vemos sentándose a negociar el gobierno de jueces y magistrados con Sánchez y el día que lo haga le da un derrame y tenemos un problema. Entonces, ¿cómo interpretar este supuesto guante blanco que enseguida recogió el Gobierno demostrando cierta bisoñez e impericia política? Pues como un regalo envenenado, lógicamente. Desde que Casado tomó la palabra en su escaño para dirigirse al presidente ofreciéndole consensos estaba bien claro que aquello era una trampa. ¿Qué otra cosa podía ser viniendo de alguien que se ha pasado la pandemia poniendo cepos, anzuelos y emboscadas al Gobierno para ver si así descarrilaba y se colocaba él en el poder practicando lo peor del quítate tú que me pongo yo?
De momento Sánchez (que a trilero no le gana nadie) ya le ha dicho a su interlocutor que no está para bromas, entre otras cosas porque hay un volcán soltando lava en La Palma y no tiene tiempo que perder. Si el líder popular está dispuesto a desbloquear los cargos institucionales que lo haga ya y con todos los negociados, tal como ordena la Constitución que el PP viene pisoteando desde hace tres años. Lo que no puede hacer Casado bajo ningún concepto es pactar a la carta lo que le apetece en cada momento y así hoy renueva el Defensor del Pueblo y mañana el Tribunal de Cuentas y la semana que viene el bedel de la puerta de Televisión Española, que el hombre es un boomer que ya está jubilata y su cuerpo no da para más.
Si la voluntad sincera de Casado es dignificar la democracia cumpliendo el ordenamiento constitucional que se ponga manos a la obra y se deje de marear la perdiz. Pero que acuerde la renovación de todos los cargos sin excepción, también el Poder Judicial, o sea los ases que el líder popular quiere guardarse debajo de la manga como buen tahúr que es. ¿A que no cumple su palabra de renovar a la Plana Mayor de la judicatura? Claro que no. Sencillamente porque no le interesa, porque teme perder el chollo de la Justicia. Si los magistrados de Lesmes que son de su cuerda siguen perpetuándose en sus despachos, el día que suene la flauta por casualidad y Casado gane las elecciones de rebote tendrá mayoría judicial para derogar la ley del aborto, que está deseando quitársela de encima porque la Iglesia se le impacienta y los grupos ultracatólicos se le encampanan (además de por propias convicciones y creencias opusinas, que ese tic también lo lleva de serie).
En cualquier caso, este paso hacia la normalidad democrática, como dicen algunos analistas conservadores, no casa con una voluntad sincera de negociar por parte de Casado. El jefe de la oposición ha firmado a regañadientes, forzado por Europa y muy a su pesar. Era un auténtico escándalo seguir con una España en funciones. Ahora queda el escollo de la cúpula judicial, gran prueba de fuego para comprobar si estamos ante un auténtico demócrata o un saboteador de la línea Trump. Su última propuesta para que sean los jueces quienes elijan a su dirigencia choca de lleno con la Constitución Española, que habría que tocar mediante una reforma encubierta vía ley orgánica para que se ajustara como un traje al modelo que le gusta al muchacho. ¿Cómo puede ser que este hombre que le da un parraque cada vez que se habla de reformar la Carta Magna esté dispuesto a cambiarla ahora soterradamente y a la carrera? Porque todo es postureo, pose y farsa.
Es obvio que la sesión de ayer en el Congreso de los Diputados fue un espectáculo más de varietés de la factoría genovesa. El debate dejó más fuegos de artificio que otra cosa. A estas alturas de la función ya ha quedado claro que a Casado solo le interesa ganar tiempo, retrasarlo todo como ese equipo de fútbol que va empatando el partido y trata de llegar a los penaltis (las elecciones generales) para tener una última oportunidad de marcar un gol (o sea gobernar). Hemos avanzado en el desbloqueo pero la Justicia sigue en manos de la derechona. Lo más probable es que la próxima reunión entre Félix Bolaños y Teodoro García Egea para tratar sobre el Poder Judicial quede en agua de borrajas. ¿Apuestan algo a que el murciano se levanta de la silla antes de tomarse un café?
Viñeta: Iñaki y Frenchy
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