martes, 27 de septiembre de 2022

GIORGIA MELONI

(Publicado en Diario16 el 25 de septiembre de 2022)

Su nombre suena a chiste, a personaje de una película de Jaimito, o mejor aún, a actriz del cine porno, pero ella no es ninguna broma sino una tragedia para Italia, para Europa, para el mundo. Giorgia Meloni. La líder fascista de Hermanos de Italia (FdL) va camino de conquistar el poder en las elecciones que se celebrarán el próximo domingo en el país transalpino. Todos los sondeos la dan como gran ganadora mientras los demócratas del viejo continente se preguntan cómo ha podido ocurrir, cómo es posible que un partido que honra la memoria de Benito Mussolini resucite con tanta fuerza cien años después.

El ascenso del fascismo del siglo XX tuvo mucho que ver con el humor negro. En realidad, fue una ópera bufa, un vodevil o astracanada muy bien representada por un grupo de payasos y caricatos que ni en sus mejores sueños llegaron a imaginar que sus ideas políticas tendrían tanto éxito. Mussolini, el gran histrión, se metió al pueblo en el bolsillo a fuerza de chascarrillos y violencia en la calle. “Envidio a Hitler. Él no tiene que arrastrar vagones vacíos”, dijo mofándose de los judíos. “No hay revolucionario que en un momento dado no sea conservador”, ironizó hipócritamente. “Hay dos cosas con las que uno no puede luchar; contra la Iglesia y las modas de las mujeres”, sentenció dejando su impronta de machista. Todo fascista lleva dentro de sí a un farsante o showman, a un charlatán sin complejos, a un cínico comediante que no cree en nada, ni en la dignidad y bondad del ser humano, ni en la democracia liberal, ni siquiera en sí mismo, ya que el nihilismo y el odio delirante le corroe por dentro hasta enfermarlo (algunas veces lo arrastra al suicidio mediante el pistoletazo en la sien o la píldora de cianuro, según, véase el propio Hitler). El fascista solo cree en la fuerza de la palabra como arma de manipulación de conciencias y en la voluntad de poder.

Ayer, cuando los periodistas abordaron a Santiago Abascal para preguntarle qué le parecía que García-Gallardo, su vicepresidente en Castilla y León, llamara “imbécil” al procurador de Ciudadanos Francisco Igea durante una sesión parlamentaria, el líder de Vox se permitió bromear con un asunto tan grave y delicado. “¿Que si es imbécil Igea?”, respondió ante los periodistas soltando una sarcástica sonrisilla y creyéndose muy gracioso. Eso es el fascismo, la carcajada permanente como negación del otro, el escarnio y la humillación pública del demócrata, la cínica burla como forma de hacer política. Ver cómo García-Gallardo –aristocráticamente repantigado en su escaño del parlamento castellano-leonés–, levantaba la barbilla, entre arrogante y orgulloso y sin retractarse ni pedir perdón por su insulto al adversario, pone los pelos de punta. Hasta un cocodrilo muestra menos frialdad y menos falta de sentimientos que esta gente salida de alguna caverna de la historia.

El partido de Meloni ha llevado la farsa fascista hasta el final y los italianos le han comprado el subproducto. ¿Por qué? No hay que ser un fino analista político para entender cuáles son los factores que han llevado al éxito a Fratelli d’Italia. Años de estafa al pueblo, hastío popular con la corrupción, un enloquecido carrusel de partidos que se han ido alternando en el Gobierno hasta degradar el sistema, en definitiva: el fracaso estrepitoso de la democracia liberal, tal como ocurrió durante la Primera Guerra Mundial con el nacimiento del Fascio de Milán de Mussolini. Si a ello le unimos el cabreo de muchos italianos con las políticas neoliberales de la Unión Europea, el sentimiento de orfandad del patriota nacionalista (todo italiano lleva uno dentro), la inflación, la pérdida de poder adquisitivo y el rechazo a los partidos de izquierda y a los sindicatos –unas veces incapaces de aportar soluciones, otras vendidos al gran capital y al poder financiero–, tenemos el retrato perfecto de una época que parece repetir escenas del pasado y que amaga con encumbrar a Meloni como la nueva redentora y salvapatrias del momento.

Hermanos de Italia ha tratado de dulcificar su discurso para no infundir demasiado miedo a las puertas de unas elecciones decisivas. Pero algunos integrantes de este esotérico grupo político ya han enseñado la patita anunciando lo que pueden llegar a hacer si alcanzan el poder. Uno de estos fulanos, Calogero Pisano, coordinador del partido en Agrigento y candidato al Parlamento, ha sido cazado soltando loas y alabanzas a Hitler. “Meloni me recuerda a un gran hombre de Estado de hace 70 años”, dice, y no se está refiriendo expresamente al Duce, sino a cierto célebre “alemán” con bigotito que soltaba espumarajos por la boca. Otro, un concejal de la región de Lombardía, un tal Romano La Russa (el apellido de este apunta maneras putinescas), hizo el saludo fascista, sin pudor, durante un funeral. Obviamente, ante semejante manada de nazis hasta el ex primer ministro italiano, Silvio Berlusconi, parece ya un rojo peligroso que anda lanzando propuestas socialistas para consolidar el Estado de bienestar.

La suerte está definitivamente echada. Algunas encuestas dan a Hermanos de Italia una victoria por amplia mayoría este fin de semana que marcará un antes y un después en la historia de Europa. Una inmensa tragedia si tenemos en cuenta que Meloni aboga por la salida de Italia de la UE, por la vuelta a las fronteras nacionales, por el supremacismo étnico y religioso y por los viejos conflictos nacionalistas de antaño. Van a entrar en la democracia por la puerta grande para destruirla después desde dentro. La rubia Meloni no tendrá el rostro fiero del Duce, pero las ideas son las mismas. La gordura fatua del fascista con uniforme militar del siglo XX se transforma hoy en una señora bien, de peluquería y perfumada con Chanel Number Five. Fascismo cosmético. Tras 75 años en el basurero de la historia, han aprendido que los tiempos de los golpes de Estado ya pasaron y que un país no se conquista con violencia ni por asalto, sino a fuerza de chistes malos, gamberradas, mofa y escarnio contra el demócrata y lo que representa. Este Reich de la bufonada sí puede ser que dure mil años. 

Viñeta: Becs

LA TRITURADORA


(Publicado en Diario16 el 22 de septiembre de 2022)

Macarena Olona ha roto su silencio para explicar, en una entrevista en ABC, la crisis interna que vive Vox a raíz de su baja en el partido. Y no se ha mordido la lengua. La musa ultra de Salobreña deja titulares jugosos y revela que cuando pidió la reunión con Abascal para arreglar las cosas se activó su “linchamiento, la maquinaria de triturar carne”. O sea, que Olona confirma lo que todos ya sabíamos: que Vox es un partido depredador que, como aquel Saturno de Goya que devoraba a sus hijos, no respeta ni a sus propios dirigentes.

Olona se siente linchada, defenestrada, maltratada por los suyos y por el sistema. Tras alegar una misteriosa enfermedad como excusa para causar baja en la formación y seguir dedicándose a la abogacía del Estado, ahora pretende recuperar el terreno perdido y volver a la primera línea de combate. El problema es que Santi ya no confía en ella. Maca, como la llama familiarmente Rocío Monasterio, ha perdido el respaldo de la jefatura (la jefatura en cualquier partido de corte totalitario siempre cristaliza en un solo hombre que concentra todos los poderes y privilegios, en este caso en el Caudillo de Bilbao) y a eso ella lo llama “la maquinaria de triturar carne”. En realidad, no hay tal maquinaria; nunca la hubo. Olona simple y llanamente se ha topado con la autoridad de un señor que gobierna su partido bajo el férreo principio del ordeno y mando, autocráticamente, franquistamente, y cuando alguien ya no le interesa se le da el finiquito, se la despide por la puerta de atrás y asunto solucionado. Esa es la forma de trabajar en el modelo unipartidista. Cuando alguien se desmanda, se le liquida, se le depura, se le purga según la tradición de la noche de los cuchillos largos, y adiós muy buenas. Ella mejor que nadie, por haber pertenecido a la Familia, debería saber cómo funcionan las cosas en el injusto y cruel mundo fascista.

Ahora a la diva de Vox ya solo le queda una carta, a todo o nada, para seguir en el partido: una reunión con el amado líder en la que probablemente apelará a sus sentimientos, pedirá perdón arrodillándose si es preciso, besará el anillo e implorará indulgencia a su majestad el macho alfa. Así se las gastan en una organización de corte jerárquico y elitista como Vox cuyas señas de identidad son la falta de democracia interna (otros muchos antes que ella han probado la medicina de la depuración), la acumulación de poder en un solo líder autocrático y la ausencia de los más elementales derechos laborales y políticos. A Olona, metida como está en un callejón sin salida por haber desafiado al régimen con sus desplantes y críticas internas, ya solo le queda esperar que el Generalísimo sienta compasión hacia una legionaria de la política que lo ha dado todo en la cruzada contra el bolchevique, que la indulte a la manera de los pequeños dictadores y decida no enviarla a las galeras andaluzas.

“Lo primero que se tiene que producir es esa conversación entre Santiago y yo. Esa conversación de tú a tú en la que desde luego tendremos que ver si podemos seguir caminando juntos, por Andalucía y por España”, asegura en su entrevista abecedaria. Se equivoca, de todas todas, la exdirigente ultra. Mucho nos tememos que ese “tú a tú” que reclama ella, ese cara a cara con Dios, no va a ser posible. Más bien habrá acto de humillación de la sierva y lacaya ante el Ser Superior. Ella va a echar toda la carne en el asador, tratará de tocar la fibra sensible del presidente, pedirá clemencia a herr kommandant, pero qué se le va a hacer, en un régimen autoritario las cosas van como van, las personas son prescindibles y sacrificables por el bien del partido y de la patria y no hay clemencia para quien se expresa con libertad, practica la disidencia y saca los pies del tiesto. El totalitarismo es así, Maca, maja, una vez que una se sale de la senda trazada por el patriarca, por el Führer, por el guía espiritual, ya es imposible retornar al redil.

Olona, sin duda arrepentida de su rebeldía, va a utilizar todos los argumentos en su descargo durante su reunión a vida o muerte con Santi, que más bien será un juicio sumarísimo y sin ningunas garantías. La caída en desgracia alegará que se presentó a las elecciones andaluzas como una precipitada paracaidista y sin tiempo para preparar la campaña, que lo ha dado todo por Vox y por España, que el partido necesita unidad en este momento trascendental, que ha recorrido el Camino de Santiago para hacer penitencia tras haberse descarriado por la ruta de la disidencia y la traición más propia de la izquierda que del mundo franquista, y que ha sido una buena chica fielmente cumplidora con cada misión encomendada por la Plana Mayor del glorioso Movimiento Nacional en esta nueva santa cruzada para liberar España del yugo comunista. No servirá de nada. Cuando Franco dictaba sentencia ni la condena unánime de la comunidad internacional ni la amenaza de sanciones de la ONU podían salvar a los condenados al patíbulo. Olona le ha echado un pulso al Caudillo y eso se paga. Si Abascal muestra magnanimidad con ella quedará como uno de esos “hombres blandengues” que va vendiendo el Gobierno rojo en sus campañas sobre igualdad de sexos. Un dictador que muestra flaqueza o síntomas de preocupante humanidad no sobrevive ni cinco minutos en el poder. Olona está sentenciada y lista papeles. Solo le queda una salida: recurrir a Mario Conde para que le ayude a montar otro partido.

Viñeta: Iñaki y Frenchy

TODOS A LA GUERRA


(Publicado en Diario16 el 21 de septiembre de 2022)

Putin ha anunciado una “movilización militar parcial” del pueblo ruso para hacer frente a la guerra en Ucrania. Cada día que pasa, el jerarca del Kremlin da síntomas de mayor debilidad. Moscú moviliza a los reservistas (más de 300.000 ciudadanos que serán enviados al frente de forma obligatoria) solo por una razón: la situación se vuelve cada vez más insostenible y crítica para Rusia. La guerra no va bien, las sanciones de Occidente han terminado por arruinar la economía del país y los ucranianos avanzan y recuperan territorio perdido en todos los flancos. En este mismo momento las tropas de Zelenski se dirigen hacia la región separatista del Donbás, al este del país, donde se refugian los invasores tras un precipitado repliegue que pasará a la historia como una de las retiradas más vergonzantes de todos los tiempos. El orgullo de Rusia está herido y el dictador se siente acorralado, lo que lo convierte en todavía más peligroso.

Ante la imparable ofensiva ucraniana, Putin ha decidido anexionarse las autoproclamadas repúblicas populares de Donetsk y Lugansk, así como la región prorrusa de Jersón, mediante la convocatoria de referéndums de autodeterminación exprés. Lo que no ha logrado por la fuerza de las armas –integrar el Donbás en la Federación Rusa– pretende conseguirlo mediante la farsa de una serie de consultas populares que la comunidad internacional jamás reconocerá como válidas. Ni se dan las condiciones materiales (solo alguien que está fuera de la realidad puede llegar a pensar que celebrar referéndums mientras caen las bombas y aparecen fosas comunes puede tener alguna validez jurídica) ni cuenta con el plácet de Naciones Unidas, ni le avala el Derecho Internacional.

Así las cosas, Putin acaba de dirigirse al país, esta mañana, para tirar de victimismo y espíritu patriotero, las únicas cartas que le quedan ya, bajo la manga, al trilero autócrata del Kremlin. “Occidente quiere destruir a nuestro país”, aseguró el mandatario ruso emulando a aquellos grandes dictadores panfletarios del pasado siglo que cuando venían mal dadas buscaban enemigos externos y traidores a la nación en todas partes. El exespía del KGB debe sufrir arrebatos paranoicos, una secuela de sus tiempos como espía tras el Telón de Acero, y cree que la CIA planea secuestrarlo para llevarlo ante un tribunal penal internacional por graves delitos contra la humanidad. En realidad Putin es un líder acabado. Su operación militar para ocupar Ucrania ha resultado fallida, un auténtico fiasco, y ahora, cuando se ve arrinconado por las tropas de Zelenski, por la disidencia rusa que empieza a despertar y a organizarse, por la OTAN y por la comunidad internacional, solo le queda enviar a su pueblo a una muerte segura en el mítico santuario del Donbás.

Los reservistas son carne de cañón. Hablamos de gente que hoy está en su trabajo, en el campo o en la oficina, sacando adelante a su familia, y que mañana amanecerá en una trinchera sin saber muy bien por qué. Putin va a mandar a una guerra que no entienden a todos esos rusos inocentes a los que se les ha olvidado lo que era un fusil. Son inexpertos ante un enemigo que se ha forjado una gran experiencia en combate en los últimos meses de sangrienta contienda. Pelean por nada mientras el adversario lucha por su libertad, por su país ocupado por los extranjeros, por el futuro de sus hijos. Son arrojados al frente con la moral por los suelos contra unos ucranianos que viven días exultantes de contraofensivas victoriosas. Corderos enviados al matadero (tal como Hitler hacía con los niños en los últimos días del Tercer Reich) frente a lobos embravecidos que ya solo viven para vengar a sus compatriotas fusilados en las fosas comunes de Izium y torturados en las cámaras del horror de Járkov.

Ningún ruso de entre 18 y 65 años podrá eludir la orden de alistamiento sin ser acusado de desertor. Putin lo hace todo al más puro estilo del fascismo totalitario. Y entre tanto, el déspota sigue con sus mentiras y sus locuras. Ahora dice que Rusia solo ha perdido 5.000 soldados mientras que Ucrania cuenta las bajas por más de 100.000. De ser así, si las cosas van tan bien en el campo de batalla, ¿por qué ordena la movilización parcial de su pueblo poniendo un fusil en la mano de cada ruso tal como Franco hacía cuando conquistaba un pueblo o una ciudad durante la Guerra Civil? No cuadra. La única verdad que sale por la boca del tirano es que posee poder nuclear suficiente y que piensa utilizarlo. De eso estamos completamente seguros. Ningún psicópata se mete en una guerra descabellada para renunciar a ver el espectáculo del fuego y el humo elevándose sobre el mundo, consumando su obra más delirante.

“Le digo a Occidente: tenemos muchas armas para responder. No es un farol. Usaremos todos los recursos para proteger a nuestro pueblo”, anuncia con el gesto funesto del iluminado mientras las bolsas se hunden y el planeta entero tiembla ante la sombra cada vez más amenazante de la Tercera Guerra Mundial y el apocalipsis nuclear. No parará hasta reclutar a 25 millones de rusos, el ejército popular con el que dice contar, y enviarlos al corazón mismo de las tinieblas. Pacíficos hombres que hasta hoy brindaban con vodka y bailaban alegremente al son de la balalaica. Nobles hombres que de buenas a primeras despertarán a la pesadilla del kaláshnikov en la mano y a la orden de dar la vida no ya por su país, sino por el amado líder. Porque, no nos engañemos, aquí ya no está en juego el futuro de Rusia o de Ucrania, sino el destino de un hombre, Vladímir Vladímirovich Putin, a quien, en el caso de que pierda esta maldita guerra, los propios rusos mutilados sacarán a gorrazos del Kremlin.

Viñeta: Iñaki y Frenchy

SOS VOX

(Publicado en Diario16 el 21 de septiembre de 2022)

Hay pollo en el facherío patrio, nunca mejor dicho. Santi Abascal y Macarena Olona, dos españolazos de raza, dos caudillos de rompe y rasga, enfrentados por el liderazgo de Vox. La paracaidista de Salobreña le está echando un pulso al jefe ante el estupor de la militancia, de los votantes y de la prensa de la caverna. “¿Nuestra Macarena?”, se pregunta Federico Jiménez Losantos incrédulo ante lo que está ocurriendo en las filas voxistas. “Tengo enorme cariño a Olona pero no voy a alimentar este culebrón”, asegura un contrariado Espinosa de los Monteros, que ve todo este asunto como algo propio de la “prensa rosa”.

Y tiene razón el dandi de Vox. El gallinero en la ultraderecha española va camino de rellenar horas de Sálvame y del papel cuché. La historia tiene todos los ingredientes, morbo y misterio a raudales, mayormente porque hablamos de dos líderes que hasta hace cuatro días vivían un idilio político a la vista de todos. ¿Qué ha sido de aquellas muestras de cariño, de afecto y de respeto entre el Generalísimo de Bilbao y su delfina en tantos mítines y actos públicos? ¿Dónde quedó aquello que Abascal le dijo a Olona en cierta ocasión (“cada vez le veo más cara de presidenta”) cuando en Vox se frotaban las manos con un posible sorpasso a Juanma Moreno Bonilla en las elecciones andaluzas? Todo se lo ha llevado el viento, como en el novelón de Margaret Mitchell. A esta hora, solo unos pocos saben lo que ha pasado realmente entre la pareja de moda del nacionalpopulismo o nuevo fascio español, pónganles ustedes la etiqueta que prefieran al engendro ultra que renace de sus cenizas.

El invento parecía funcionar a las mil maravillas: el hombre fuerte del nuevo franquismo posmoderno, el Caudillo hispano que debía conducir a España a su unidad de destino en lo universal, y la musa portadora de las esencias: patriota, brava y racial en plan mujer morena Julio Romero de Torres. Una mujer trabajadora y con la carrera de abogado del Estado, pero una mujer de su casa, una mujer de su familia, una mujer que siempre llega al hogar antes de la diez para estar con sus hijos y hacerle la cena a su marido. Una mujer de orden, de Dios y de España. Ambos, Santi y Maca (Rocío Monasterio la llama Maca), Maca y Santi, que tanto monta, monta tanto, ejemplificaban el nuevo modelo de hombre y mujer católicos, apostólicos y romanos que el mundo reaccionario ibérico pretendía poner otra vez de moda. Los dos grandes prototipos del nuevo nacionalcatolicismo español (los cursis de First Dates que no congenian con otra persona dicen que no es su prototipo, como si fuera un coche de carreras, cuando lo que quieren decir realmente es que no es su tipo, tal como se ha dicho toda la vida).

Uno creía que Vox era, más que un partido político, una sagrada familia bien avenida, cristiana, indisoluble y para siempre como las de antes, o sea el tándem ideológico encarnado por papá Abascal y mamá Olona, más un toque de distinguido supremacismo a la inglesa (el condado de los titos Espinosa/Monasterio) y el abuelo Ortega Smith contando sus batallitas en el Peñón de Gibraltar que le ponía las gotas necesarias de militarismo legionario y africanista al proyecto. Hoy todo eso vuela por los aires y comprobamos que el partido voxista, la gran Familia ultra, no se diferencia demasiado de otras casas como Podemos, donde salen a pelea diaria; o el PSOE, donde Page lleva frito a Sánchez; o el PP, donde Isabel Díaz Ayuso espera el momento oportuno para darle el descabello a Feijóo. Los muchachos de Vox no son tan elevados, ni tan fieles camaradas, ni tan desprendidamente patriotas como nos habían dicho, y también ellos se pelean, traman conjuras internas, se odian y se divorcian como cualquier hijo de vecino. Ellos, pese a que son de misa de doce y dicen moverse solo por el bien de España, son mortales, mundanos, pecadores como todos, y se dejan llevar por otras cosas que pesan más que el amor a la patria, como el sueldecillo de político que conviene mantener, los intereses personales, las mezquinas ambiciones, las cuotas de poder y los proyectos individuales de futuro.

Vox se rompe por la columna vertebral como se rompe España, como se desintegra la anticuada monarquía británica y como implosiona la Casa Real española, donde los unos y los otros se detestan tanto que ya no pueden ni compartir banco en una iglesia durante un funeral de Estado. Todo aquel votante nostálgico de Vox que quería ver en Abascal y Olona a los nuevos Reyes Católicos se ha debido llevar un buen palo o chasco, ya que si los dos dirigentes ultras no pueden mantener a salvo la unidad del partido, cómo van a garantizar la unidad de la patria. Sin duda, más que ante una refriega por ideas políticas estamos ante una riña doméstica, una trifulca familiar, que son las peores porque al final la vajilla siempre sale volando por los aires y acaba dándole a alguien. Más allá de que Olona haya alegado problemas de salud que nadie se traga porque ya está otra vez en la primera línea de la política –fuera de Vox y filtrando a los medios derechosos su intención de formar un partido propio–; más allá de que el Califa Abascal quiera ver cómo ella se arrastra ante él antes de mandarla otra vez al destierro en la taifa andaluza, bien lejos para que no moleste, pocos saben lo que ha pasado en realidad en ese binomio tan bien avenido que parecía indestructible y forjado a fuego como el hierro del yugo y las flechas del escudo franquista. Algún día nos enteraremos. De momento, Rocío Monasterio espera que “Maca encuentre su camino” porque en el partido todos le tienen “mucho cariño”. Esta gente da miedo. Hablan como si fuesen adeptos de una de esas sectas milenaristas tan destructivas.

Ilustración: Artsenal

LA ROBIN HOOD DE LOS RICOS

(Publicado en Diario16 el 20 de septiembre de 2022)

Tras conocer que Juanma Moreno Bonilla había eliminado el impuesto de Patrimonio de los ricos (una amnistía fiscal de 120 millones que beneficiará a 20.000 grandes fortunas), Isabel Díaz Ayuso lo celebraba escribiendo en Twitter una de sus habituales sentencias trumpistas: “Andaluces: bienvenidos al paraíso”. Lo cual que Ayuso reconoce que Madrid es un paraíso fiscal y que a partir de ahora Andalucía también lo será. La muchacha de la derecha libertaria ya no se esconde y asume sin rubor que ha convertido la capital de España en un refugio, en ​una guarida fiscal, en una cueva de piratas para ricos, especuladores y fondos buitres. Ninguna sociedad que se sostenga sobre esos pilares económicos puede construir nada moralmente decente ni llegar a buen puerto.​ Baste solo un dato: se calcula que las comunidades gobernadas por el PP bajo el modelo fiscal ayusista han escamoteado a las arcas públicas más de 10.000 millones que ya no podrán destinarse a financiar y sostener los servicios públicos. O sea, rapiña, desfalco y saqueo del Estado para felicidad de los millonarios.

Madrid, y ahora también Andalucía, han entrado en la negra lista de los paraísos fiscales y del secreto bancario, poniéndose a la altura de antros como Andorra, Hong Kong o Luxemburgo.​ Convertir una región en un nido de evasores, blanqueadores y oligarcas libres de impuestos no es algo como para presumir, más bien al contrario, debería dar mucha vergüenza desde el punto de vista moral, filosófico y político. Pero esa es la obra, ese es el legado político que va a dejar esta señora. La monárquica Isabel I de Madrid (ella se cree una Windsor más, de ahí que decrete días de luto oficial en Villa y Corte por la muerte de la Reina de Inglaterra) celebra la amnistía fiscal para los ricos andaluces como un logro propio y una vuelta al paraíso terrenal. En realidad, el paraíso de Ayuso solo lo disfrutarán los cuatro millonarios de siempre que seguirán dándose al cóctel en sus suntuosas terrazas y versallescos áticos de la Gran Vía, almenas del gran castillo feudal del neoliberalismo del siglo XXI, mientras a los pobres solo les quedará mirar para arriba, babear con desencanto y reconcomerse de envidia.

Madrid y Andalucía convertidas en cotos legales para señoritos, ácratas insolidarios y evasores fiscales. El engaño al pueblo ha surtido efecto. La estafa demagógico-populista se ha consumado gracias al hechizo colectivo conjurado por una señora que ha logrado convencer a los madrileños de que la libertad del rico es la libertad del pobre, de que el dinero del rico es el dinero del pobre, de que todos, ricos y pobres, van en el mismo barco rumbo a una supuesta isla paradisíaca en la que unos y otros vivirán como hermanos españoles alegres y felices. El mérito de Ayuso consiste en haber colocado la falsa idea de que aquí no hay clases sociales, de que los mercados benefician a todos por igual si se les trata bien y de que al final Papá Capitalismo hará fluir su maná repartiendo con armonía y equidad. Nada más lejos. El liberalismo es una jungla donde los más débiles (una mayoría) perecen mientras los más fuertes (una inmensa minoría) vive una vida de lujos, derroche y abundancia. El liberalismo es un genocidio económico premeditado y sistemático. El liberalismo es la injusticia institucionalizada. Pero muchos madrileños se han tragado el bulo, el cuento, la gallofa. No pocos ciudadanos de Madrid, poseídos por una ceguera como aquella de la que ya nos advirtió Saramago, no quieren ver que Ayuso ha llegado a la política para blindar y proteger a las dinastías empresariales, a las estirpes financieras de Madrid, enterrando lo poco que queda ya de socialdemocracia y valores humanistas. IDA es la gran liquidadora del Estado de bienestar. Lo demás, su verborrea de parvulario, sus ocurrencias y ridiculeces de las ruedas de prensa, solo tiene un objetivo: convertir la política en un espectáculo de baja estofa, entretener, despistar, confundir y desviar la atención mientras los ricos ponen sus bolsas repletas de dinero a buen recaudo en los bancos de la milla de oro madrileña.

Ningún país alcanza la prosperidad y la modernidad sin un sistema impositivo fuerte, equilibrado, progresivo y justo. Las sociedades más desarrolladas de Europa (véase los estados escandinavos y de centroeuropa) son precisamente aquellas que implantaron un modelo fiscal ambicioso para redistribuir la riqueza entre todos sus ciudadanos. Los que más tienen más pagan, no hay otra forma de sostener la Sanidad pública, la Educación, los transportes y las comunicaciones. Ayuso, la sofista Ayuso, dice que el socialismo solo trae hambre y miseria, pero será su modelo de paraíso fiscal el que termine reventando más pronto que tarde. La mujer cree que ha inventado la pólvora con sus amnistías fiscales para pudientes, sus becas para ricos y su dumping fiscal que genera competencia desleal entre territorios, desigualdad entre regiones y conflictos entre la España rica y la España pobre. En realidad, no hay nada nuevo bajo el sol. Su propuesta política, su conservadurismo cañí a ultranza, no deja de ser un retorno al thatcherismo salvaje que ya fracasó en el Reino Unido. Hoy ya sabemos cómo acabaron los británicos tras el paso de Margaret Thatcher por Downing Street: despidos masivos, colas kilométricas en las oficinas de desempleo (véase The Full Monty, la magnífica película sobre el crack social británico de los noventa), desigualdad, servicios públicos totalmente desmantelados y un 28 por ciento de niños viviendo por debajo del umbral de la pobreza. Esas son las consecuencias a largo plazo del liberalismo ultraconservador. El rico al bollo y el pobre al hoyo. Así se las gasta Ayuso, fiel admiradora de la Dama de Hierro. Eso sí, siempre nos quedará el padre Ángel y unas pizzas recalentadas para los niños del gueto de Usera

Viñeta: Pedro Parrilla

VINÍCIUS JUNIOR


(Publicado en Diario16 el 20 de septiembre de 2022)

El fútbol es una explosión de alegría, de felicidad, de ganas de vivir. Ya dijo el gran Alfredo Di Stefano, don Alfredo, que un partido sin goles es como un domingo sin sol. El deporte rey debería servir para unir a las gentes, para hermanarlas alrededor de un espectáculo grandioso. Pero siempre hay tristes, amargados y mediocres empeñados en hacer de cada cosa una guerra estéril y sin ningún sentido. Los gritos racistas hacia Vinícius Jr. son sencillamente intolerables y anacrónicos en pleno siglo XXI. Ver cómo una recua de energúmenos canta algo tan execrable como “eres un mono, Vinícius eres un mono” hace perder la fe en el ser humano. Y no nos vale el argumento de esos que, para defender unos colores –en este caso los del Atlético de Madrid, un club que siempre se destacó por su honradez, por su abnegación casi existencialista y su espíritu deportivo– exculpan a los agresores con el argumento de que el correctivo no va contra el color de la piel del agraviado, sino contra su supuesto carácter de divo circense, de modo que las injurias están justificadas como simples chiquilladas, travesuras sin importancia. Nada de eso. Quienes llaman “mono” a Vinícus saben perfectamente lo que hacen. No se trata de un improperio más como cuando al insultado se le falta a la madre, lo cual ya es grave de por sí. Lo atacan cruelmente precisamente porque piensan que los negros son poco menos que primates sin evolucionar, esclavos del blanco, seres inferiores. Es puro racismo.

Si Vinícius baila una samba en el córner cada vez que marca un gol es porque le sale del cuerpo, porque le nace de dentro, porque no conoce otra forma de celebrar la gran fiesta del fútbol. Cualquiera que entienda algo de este deporte sabe que muchos jugadores brasileños festejan el gol de esa manera. Lo llevan en la sangre; así lo han hecho durante décadas. Desde los niños que crecen dándole patadas a una lata en las miserables favelas de Río de Janeiro hasta los que nacen en familias acomodadas y aprenden a jugar en escuelas o academias, todos ellos sienten una pulsión especial, un ritmo, una vibración interior que no es solo deportiva, sino cultural. Para el brasilero, baile y jogo bonito son la misma cosa, por eso son los brasileños los que inventan nuevas jugadas nunca antes vistas, nuevos pasos sobre el escenario verde del ballet futbolero. Garrincha creó el sombrero; Pelé el regate sin tocar el balón; Rivelino la elástica; Djalminha la lambretta; Robinho la bicicleta inversa; Ronaldo Nazario el triple amague; Romario la cola de vaca que rompió la cintura a Rafa Alkorta en aquel clásico en el que el Dream Team endosó un doloroso 5-0 al Real Madrid. ¿Qué son esas invenciones magistrales sino fantásticas coreografías futbolísticas, imaginativas danzas llevadas al balompié, estilizados bailes de salón que deberían hacer disfrutar no solo al fan del jugador que las ejecuta sino al aficionado del equipo contrario que, quizá sin saberlo, está presenciando un salto evolutivo en el planeta fútbol, una obra maestra, una mágica innovación? El buen amante de este deporte no se queda solo en el amor irracional a unos colores y en la pasión irrefrenable de la victoria. Acude al estadio deseando ser testigo de algo histórico, de algo que quedará en la memoria para siempre y para poder decir yo estuve allí, en la grada, cuando el artista con el diez a la espalda se marcó aquel claqué con el balón para la posteridad.

Vinícus es un grandísimo jugador llamado a entrar en el panteón de los más grandes. A nadie debería ofenderle algo tan inocuo como que dé rienda suelta al baile que lleva en las venas tras perforar la portería contraria. Otra cosa es su carácter tempestuoso, irascible, explosivo, que le lleva a encararse con otros jugadores cuando se frustra con alguna jugada o con los árbitros cuando se siente víctima de alguna injusticia legal. Solo el tiempo dirá si madura o se queda en un niño conflictivo y bailongo que se ríe a carcajadas y entra en éxtasis cada vez que marca un gol. Pero lo que sí sabemos es que todos aquellos que le llaman “mono” despiadadamente, inhumanamente, llevan el mal en su interior y solo buscan un pretexto para dar rienda suelta a la violencia verbal, que no es sino la materialización de una ideología política, esa misma que en los últimos tiempos recorre la vieja Europa, desde los Urales hasta Algeciras, dejando un rastro de viscoso racismo que hiela la sangre a cualquier persona de bien. A todos esos seguidores del Ku Klux Klan futbolero (afortunadamente una minoría) les importa más bien poco si Vinícius Junior se arranca, como un duende poseído en el sambódromo, por bulerías, rap o reguetón. Cualquier excusa, cualquier argumento, les vale para iniciar la caza del hombre. Han elegido a Vinicius porque baila, porque se mueve con ese arte y salero del que carece el hombre blanco, pero mañana emprenderán su cruzada nazi contra cualquier otro jugador porque lleva las medias bajas, porque usa gomina o porque se declara homosexual o votante de Podemos.

No debemos dar ni medio paso atrás ante los escuadristas hitlerianos del mundo balompédico, no solo ante los del siempre honorable Atleti, que en este caso es una víctima más de la enfermedad social, sino ante los que practican la nauseabunda filosofía supremacista en los demás clubes de Primera División (en todos hay algún comando organizado del totalitarismo rampante dispuesto a olvidarse de que el fútbol es solo un deporte para linchar dialécticamente a algún jugador negro). Es preciso pararle los pies a la barra brava fascista y en esa difícil misión, extirpar el racismo, todos tenemos una responsabilidad: las directivas de los clubes identificándolos, aislándolos, retirándoles el carné de socio y prohibiéndoles la entrada al estadio; la Policía deteniéndolos y poniéndolos a la sombra; el resto de aficionados colocándoles un cordón sanitario y colaborando en su localización; y los jugadores y árbitros solidarizándose e implicándose a fondo en la lucha contra el racismo en el deporte. Si cada vez que se produjese un vomitivo episodio xenófobo se suspendiese un partido, el problema iría a menos. De momento, a Vinícius y a otros compañeros que sufren los mismos insultos racistas cada domingo solo les queda echarle la paciencia torera que se le supone a todo profesional. Eso sí, el que espere que el crack del Madrid deje de mover el esqueleto cada vez que anote un tanto va listo. Así que no hagas caso a las hordas y sigue bailando, Vini. Tú sigue bailando.

Viñeta: Iñaki y Frenchy

PRIVATIZAR

(Publicado en Diario16 el 19 de septiembre de 2022)

Podemos va a abrir otro frente con el PSOE, esta vez a cuenta de la ley de Sanidad que prepara la ministra Carolina Darias. Los morados están que trinan con este asunto y no se fían de que Pedro Sánchez ponga coto y veto a las privatizaciones, gran cáncer de nuestra Seguridad Social. La situación entre ambos socios de Gobierno es cada vez más tensa mientras se acerca el momento crucial de una ley que debe garantizar el futuro de nuestro sistema público sanitario para los próximos años. Así las cosas, no está claro que Moncloa pueda sacar adelante un texto legal en el que millones de españoles han depositado sus esperanzas y las máximas expectativas.

Tras la pandemia, ha quedado acreditado que la salud es lo que importa, que los sucesivos recortes de Mariano Rajoy habían dejado bajo mínimos las plantillas de hospitales y centros de salud y que si llega un nuevo virus mutante (que llegará más pronto que tarde) debemos estar preparados. La experiencia del covid debería servirnos de escarmiento. Las trágicas imágenes de médicos y enfermeras fabricándose trajes de protección con bolsas de basura no deberían volver a repetirse pero los fondos siguen sin llegar. Además, a día de hoy no se han renovado los contratos de miles de profesionales que se dejaron la piel en aquel infierno, los salarios siguen siendo raquíticos y la fuga de cerebros al extranjero prosigue dramáticamente. Pedro Sánchez sabe que se la juega con una de las leyes más sensibles de esta legislatura, una reforma que debe garantizar el futuro de nuestra Sanidad pública, esa que muchos optimistas siguen considerando la mejor del mundo.  

Pero más allá de que el Gobierno destine los fondos necesarios para mejorar las condiciones laborales de las plantillas, el auténtico caballo de batalla de la nueva ley se centrará en las privatizaciones. Las derechas españolas (con Isabel Díaz Ayuso a la cabeza) ya no se esconden a la hora de poner en marcha sus voraces planes privatizadores. Allá donde gobiernan venden a trozos nuestra Sanidad y lo hacen mediante la “externalización”, ese nauseabundo eufemismo mediante el cual ceden a empresas amigas la gestión de los diferentes servicios hospitalarios y centros de salud.

En realidad, lo que se oculta tras estas prácticas es un intento descarado por desmantelar lo público y por convencer al ciudadano de que el futuro, una vez que ha colapsado el sistema, está en la Sanidad privada. Tras la pandemia, las listas de espera para intervenciones quirúrgicas de todo tipo han aumentado de forma alarmante, un desastre que al PP, allá donde gobierna, no solo no le preocupa, sino que se esfuerza en alimentar. Sabe que cuanto más crezca el malestar y el descontento popular con la lenta y tortuosa Seguridad Social, más pacientes buscarán solución en la privada. No hay más que echar un vistazo a la televisión y comprobar cómo han proliferado los anuncios de compañías de mutuas y seguros que ofrecen una supuesta atención médica y de calidad con ofertas a un módico precio. Sonrojan esos spots publicitarios en los que especialistas de todas las áreas de la medicina (preparadísimos, atentísimos y con la presencia de auténticos modelos de almanaque) se ponen al servicio del paciente las 24 horas del día. Obviamente, el mensaje que se está trasladando a la ciudadanía no puede ser otro que: “No esperes a la Sanidad pública kafkiana y tortuosa; paga 50 euros al mes y nosotros te lo damos todo a la mayor rapidez”. Y así es como, tras años de abandono y de bulos neoliberales sobre lo caro que resulta mantener el Estado de bienestar, hemos llegado al gran negocio de la salud.

La consigna ayusista se está imponiendo de forma preocupante y ya hasta la más elemental cobertura sanitaria estatal se considera comunismo chavista y bolivariano. Contra todas estas tropelías trata de plantarse Unidas Podemos presionando a Pedro Sánchez para que preserve cuanto antes lo poco que va quedando de la Seguridad Social (de hecho, hace años que ese blindaje debería haberse recogido en la Constitución del 78). Los morados no votarán la ley Darias si no se pone freno a las ansias privatizadoras y si la nueva ley no va acompañada de presupuestos concretos para reflotar la Sanidad. Ayer mismo, Podemos filtró que no darán su apoyo a una ley si no se ofrecen garantías de que el sistema de salud pública seguirá funcionando como hasta ahora, cortándose el paso a todo aquel que pretenda privatizarlo. Es decir, la Sanidad no se toca, debe seguir siendo gratuita y universal.

De momento, Unidas Podemos quiere introducir enmiendas al nuevo texto legal (hasta once) para que se eliminen aquellos “conceptos privatizadores” que José María Aznar introdujo en su nefasta ley de 1997 (votada a favor por el PSOE, todo hay que decirlo) y que ha permitido vender los centros sanitarios estatales por parcelas y al mejor postor (el agraciado suele ser un fondo buitre, un comisionista avispado o el amigo del concejal de turno). Hoy resulta imposible que a uno le atiendan en un hospital sin que la mano de la empresa privada se note en todo, en las comidas y en el catering que se ofrece a los pacientes, en los servicios de lavandería y limpieza, en el aparcamiento y hasta en las horas de televisión que el paciente ingresado tiene que pagar a tocateja (en un hospital ya no se regala nada, atrás quedaron los juramentos hipocráticos y el altruismo humanista).

No se trata de renunciar a la colaboración con la empresa privada, fundamental en todo sistema capitalista, sino de que ese trabajo conjunto entre la iniciativa pública y la empresarial sea excepcional y solo durante un tiempo determinado, como puede ser una pandemia. Si no se pasa página a aquella ley privatizadora del PP, si el PSOE vuelve a dar gato por liebre –como ya ocurrió con la reforma laboral (al final no hubo derogación íntegra, solo liquidación de los “aspectos más lesivos” y ni siquiera eso)–, Sánchez puede encontrarse con la primera ley tumbada por sus propios socios de Gobierno. Y eso, con unas elecciones generales a la vuelta de la esquina, sí que no es un buen negocio.  

Viñeta: Iñaki y Frenchy

LA DERROTA DE PUTIN

(Publicado en Diario16 el 17 de septiembre de 2022)

Las autoridades ucranianas han encontrado una fosa común con 440 cadáveres en la ciudad de Izium, al noroeste del país, tras la bochornosa retirada de las tropas rusas. La tierra le devuelve al genocida Putin la sangre que ha cosechado. El jerarca del Kremlin había planeado una invasión rápida, limpia, sin apenas oposición. Sin embargo, se ha encontrado con la bravura de un pueblo, el ucraniano, que en ningún momento se ha rendido en la defensa legítima de su territorio. La numantina resistencia de los invadidos ha ido minando, día a día, la capacidad militar de un ejército, el ruso, que en los primeros momentos hizo ostentación de gran poderío militar tratando de amedrentar a la Unión Europea, su gran objetivo. Pronto se vio que sus tanques eran poco menos que carromatos del siglo pasado embarrancados a las primeras de cambio; que los soldados (muchos de ellos jóvenes inexpertos enviados a morir al frente) estaban mal pertrechados y alimentados; y que los arsenales, bombas y misiles se reducían a un montón de chatarra soviética, obsoleta e inservible.

En un primer momento de la invasión el mundo entero llegó a pensar que Rusia tomaría Kiev en cuestión de días. Pero cuando aquella columna de blindados de más de sesenta kilómetros de largo quedó bloqueada frente a la capital ucraniana, como un gigantesco gusano moribundo, se comprobó que Putin no tenía más que morralla oxidada, despojos de acero de una época dorada, la soviética, que ya no volverá. Por un instante, el delirante presidente creyó que podría resucitar la grandeza de la URSS; hoy despierta de su sueño de grandeza y percibe con frustración que ya no engaña a nadie. Se ha demostrado que Rusia es una superpotencia venida a menos que no puede con los focos de resistencia de un ejército ucranio bien armado por Occidente y nutrido con valientes milicias populares, panaderos, maestros de escuela, obreros, funcionarios y mecánicos que, de la noche a la mañana, decidieron convertirse en improvisados soldados para defender a su país.  

Con el paso de los meses, las fuerzas invasoras han ido cediendo terreno. Ciudades que los rusos tardaron semanas en conquistar, palmo a palmo, han sido recuperadas por sus legítimos dueños en apenas unas horas. Hoy la bandera azul y amarilla ondea en no pocas localidades liberadas, la moral de los ejércitos de Zelenski está por las nubes y hasta los más pesimistas expertos militares (esos que pensaban que Kiev caería en una hora) ya no descartan que las tropas ucranianas puedan llegar hasta la región del Donbás e incluso hasta Crimea, las dos perlas ucranias que Putin ha conquistado a sangre y fuego saltándose la legalidad internacional. Produce estupor y cierto sonrojo comprobar cómo el glorioso ejército ruso, ese mismo que fue capaz de hacer frente a los nazis en Stalingrado, se repliega sobre sí mismo, a la desesperada, en busca del último refugio en el santuario del Este del país, la única zona que Moscú todavía controla.

Todo lo cual nos lleva a preguntarnos para qué ha servido esta guerra tan absurda como inútil que se ha cobrado millares de vidas de uno y otro bando, qué clase de generales cobardes se plegaron a los deseos del dictador, cómo pudo ocurrir que en la Plana Mayor de uno de los mayores ejércitos del mundo nadie se enfrentara al loco para frenar su megalomanía imperialista e impedir un proyecto expansionista que va camino de convertirse en el Vietnam de los rusos. Nadie tuvo agallas para hacerlo, pero hoy, a medida que se consuma la debacle militar del régimen putinesco, cada vez son más las voces que han perdido el miedo, como esos 85 concejales de tres ciudades rusas que han firmado una declaración pública contra el sátrapa exigiendo su renuncia por “incompetente”, por haber provocado una guerra injustificada con miles de muertos y por haber llevado al país a la ruina tras las sanciones económicas internacionales. Hay que tenerlos muy bien puestos para firmar esa diatriba contra un tirano autócrata que no duda en tirar del viejo manual del KGB para liquidar de un balazo o con unas gotas de polonio en el café a los disidentes que molestan.  

Las tropas de Putin huyen en desbandada en todas partes como en su día lo hicieron los ejércitos de Hitler que fueron expulsados de la URSS. En su retirada vuelan puentes, destruyen el material militar que queda por el camino y arrasan pueblos enteros como los nuevos vándalos del siglo XXI. La misma estrategia de “tierra quemada” que bajo el nombre de Orden Nerón aplicó el Tercer Reich ante el avance de las tropas aliadas en territorio alemán. El Führer reclutó a niños y los envió al frente como carne de cañón cuando la guerra ya estaba irremediablemente perdida. Putin alista a presos peligrosos a los que ofrece la libertad condicional a cambio de matar ucranianos en la Legión Wagner. Un fascista jamás se detiene en su espiral de locura ni firma paz alguna; solo la derrota total le para los pies.

De momento, tras la retirada del ejército ruso por la contraofensiva ucraniana, emerge de debajo de la tierra la macabra verdad, la horrible materialización de las ideas genocidas del Gran Paranoico del Kremlin. Las fosas comunes, las cunetas sembradas de muertos, las cámaras de tortura de Járkov, máxima expresión del fascismo putinesco. Dicen que el presidente ruso empieza a tener miedo, que ya no duerme dos noches seguidas en el mismo lugar, que se rodea de su fiel guardia pretoriana (también de catadores de comida para evitar que lo envenenen) y que vive para meterse en su búnker de lujo, como una rata asustada, con la obsesiva idea de apretar el botón atómico. Solo un misil nuclear de baja intensidad arrojado sobre Ucrania le permitiría ganar esta maldita guerra. Esa es la única carta ganadora que le queda en la mano, un naipe suicida, puesto que la radiactividad no conoce de fronteras y el aire contaminado se volvería de inmediato contra el pueblo ruso. Todo lo demás lo ha perdido. Todo salvo la amistad de China. Ya corre bajo las faldas de Xi Jinping.

Viñeta: Pedro Parrilla

LA SANIDAD AGONIZA


(Publicado en Diario16 el 16 de septiembre de 2022)

Consultas saturadas, listas de espera que se eternizan, vacaciones que no se cubren, personal de baja por depresión, fuga de cerebros a otros países, médicos que piden la jubilación anticipada porque ya no aguantan más la carga de trabajo… La Sanidad pública española –la mejor del mundo, decían algunos–, se cae a trozos sin que nadie haga nada. Es cierto que cada comunidad autónoma es un mundo y que allá donde gobierna el PP y su obsesión privatizadora el destrozo llegar a ser todavía mayor. Madrid es el mejor ejemplo. La señora Ayuso, fiel a su ideología política ultraliberal (cualquier mínimo intervencionismo para sostener el Estado de bienestar le parece peligroso comunismo), va camino de privatizar hasta las tiritas de los centros de salud. Y todo ello sin que le importe lo más mínimo que cada semana le monten un par de manifestaciones de médicos y enfermeros cabreados frente a su despacho de Sol.

Todos sabemos que las competencias en materia sanitaria están transferidas desde hace tiempo y que cuando llega el dinero de la Administración central cada barón o baronesa regional se lo gasta en lo que cree más conveniente (a veces hay más dinero para fiestas y tradiciones que para mejorar las goteras de un hospital). Pero esa atribución constitucional no puede ser excusa para que Pedro Sánchez se lave las manos, se desentienda y mire para otro lado. La Sanidad es uno de los pilares fundamentales del Estado de bienestar y Moncloa no puede dejarlo todo al arbitrio del presidente autonómico de turno, del cacique provincial con amigos en los fondos buitre o del empresariado local siempre dispuesto a sacar tajada de la salud de los ciudadanos. Sánchez tiene una responsabilidad directa en el estado lamentable de nuestra maltrecha Seguridad Social. Primero porque cualquier inversión para reflotar la Sanidad pública debe partir del Gobierno de España, que es quien administra los presupuestos anuales, las ayudas europeas y los fondos a repartir entre las diferentes autonomías; y después porque tiene la obligación de vigilar, mediante los inspectores y auditores que sean necesarios, que cada céntimo transferido vaya a parar al departamento regional de Salud Pública correspondiente y no a corridas de toros, verbenas o chiringuitos de toda índole.

El pasado mes de julio, Sánchez anunciaba la formalización de 67.300 contratos fijos para profesionales sanitarios con el supuesto objetivo de acabar con la precariedad en el sector. A día de hoy todavía no sabemos nada. La Sanidad de todos no puede esperar ni un minuto más porque mientras se cumplen los farragosos plazos, los laberínticos trámites burocráticos y el tedioso papeleo legal, la gente se desespera para una operación de cataratas que no llega nunca, los análisis y pruebas se alargan durante meses y los enfermos crónicos no reciben la atención necesaria. La desidia de la Administración, de todas las administraciones, cuesta vidas cuando hablamos de atención médica. “El compromiso del Gobierno de España con la estabilización, con el fin de la precarización laboral de nuestros servidores públicos, es total. El esfuerzo que vamos a hacer es algo que no se había visto en la historia del Sistema Nacional de Salud a lo largo de la democracia”, dijo Sánchez, muy grandilocuentemente, en aquella ocasión. Muy bien, pues hágase, pero hágase por el procedimiento de urgencia, lo antes posible, ya mismo, porque nuestros médicos y enfermeras no pueden esperar más y los pacientes van camino de convertirse en impacientes que acaban sintiéndose abandonados por su sistema público sanitario. Y ya no vale solo con renovar los contratos de los interinos que vienen soportando años de precariedad, hay que invertir en mejorar los sueldos, en ampliar las plantillas (sobre todo en Atención Primaria), en reformar los centros de salud que se han quedado anticuados, en adquirir material puntero de la máxima calidad (en medicina la tecnología sana y nuestro instrumental se ha quedado obsoleto) y en dar un nuevo impulso a la investigación científica para mejorar tratamientos y luchar contra enfermedades que a día de hoy no tienen cura. En definitiva, tenemos que colocar nuestra Sanidad en el lugar que le corresponde entre los países más avanzados de Europa.

La pandemia de coronavirus causó un daño irreparable al sistema. Si hoy por hoy la Sanidad pública sigue en pie todavía es gracias al esfuerzo y a la abnegación de nuestros profesionales. Todos ellos, desde el primero de los médicos hasta el último de los celadores, dieron lo mejor de sí mismos en circunstancias extraordinarias. Muchos se dejaron la vida tratando de salvar a los demás. Se comportaron como auténticos héroes anónimos. Nuestra sociedad sigue estando en deuda con ellos porque de nada sirven los homenajes a título póstumo y los monumentos en su recuerdo si el Estado no acomete un ambicioso plan integral para reformar la Sanidad pública de arriba abajo. Y aquí hablamos de dinero, de dinero de los presupuestos generales del Estado que deben priorizarse al gasto militar, de dinero de los fondos europeos Next Generation, que para algo han sido adjudicados por Bruselas. España necesita elevar su esfuerzo inversor sanitario varios puntos de PIB hasta compensar los brutales recortes que sufrió durante los gobiernos de Mariano Rajoy y a causa de la pandemia. Al ciudadano ya no le valen palabras bienintencionadas, ni planes a futuro que acaban convirtiéndose en puro humo propagandístico. Póngase manos a la obra, señor Sánchez. Sea generoso en este asunto en el que nos va la vida a todos y resucite ya una Sanidad pública que a día de hoy está en la UCI como un enfermo terminal.

Viñeta: Iñaki y Frenchy

EL ÓRDAGO DE MACARENA

(Publicado en Diario16 el 16 de septiembre de 2022)

Para muchos votantes de Vox (y también dirigentes de la formación ultra), Macarena Olona ha pasado de ser la heroína, la libertad guiando al pueblo, a la más peligrosa archivillana que los ha dejado en la estacada. Hay quien dice que la paracaidista de Salobreña ya está pensando en fundar su propio partido. ¿Qué ha pasado en tan poco tiempo? ¿Cuál ha sido el punto de ruptura que amenaza el futuro mismo del proyecto ultraderechista de Santiago Abascal? A esta hora todo son preguntas sin respuesta.

Lo último que se sabía de la enérgica y racial dirigente voxista era que dejaba la política por cuestiones de salud. Hoy nadie se cree esa explicación. Olona no hizo un buen papel en las pasadas elecciones andaluzas (oyéndola en los mítines parecía que se iba a comer el mundo, pero al final quedó a gran distancia de Juanma Moreno Bonilla), así que Abascal le recomendó que se quedara en el Palacio de San Telmo dedicándose a la política regional. A Olona no le gustó el inesperado cambio de destino y se le amotinó al jefe.

La candidata debió pensar que en Sevilla ya había tocado techo, que no había mucho más que rascar y que los andaluces no le habían comprado el cuento trumpista. Así que decidió volverse para Madrid. En el Manhattan de Ayuso se vive como Dios mientras que las provincias son ingratas, hay que trabajar duramente, currárselo a tope, picar mucha piedra. ¿A santo de qué ser una mandada o una clinera del desagradecido parlamentarismo autonómico cuando ella se siente la estrella del facherío patrio? Así que le dijo que nones a Abascal, que ella se volvía para Villa y Corte y que pusiera a otra chacha en tierras andaluzas, que ella no era la Gracita Morales de nadie. Porque una puede ser mujer machista pero no tonta. Es más que probable que en ese punto se produjese el distanciamiento definitivo entre dos líderes que hasta ese momento se habían mostrado como uña y carne, como Pili y Mili, como los gamberros antisistema Zipi y Zape de la política nacional dispuestos a poner el país patas arriba. Olona no aguantó la situación y se dio de baja en el partido.  

Ayer, cuando Federico Jiménez Losantos le preguntaba por el suceso, Abascal quedó cortado, sin argumentos, algo ciertamente extraño para un hombre que habitualmente se expresa sin pelos en la lengua. “No soy capaz de explicar muchas cosas, Federico”, respondió lacónicamente el líder de Vox. Pero el incisivo Federico, lejos de soltar la presa, insistió en el turbio episodio. “¡Ayer vi una foto en la que estaba con Mario Conde! ¡Una abogada del Estado con un ladrón de bancos, nuestra Macarena! ¿Qué pasa?”, incidió Losantos. “Es libre de hacer su vida y defender lo que ella quiera. Es una persona que ha abandonado Vox y yo no puedo juzgar lo que hace”, se limitó a decir el dirigente ultraderechista. En realidad, no hubo respuesta, de modo que a esta hora el votante sigue sin entender lo que ha ocurrido. Y ahí quedará la cosa para siempre, ya que el partido verde no es precisamente un dechado de transparencia ni de decir la verdad sobre lo que ocurre en sus órganos internos.

Y ahora viene la bomba. En los medios de la caverna corre el rumor de que Olona está pensando fundar su propio partido, un supuesto que desmintió Abascal en su entrevista con Losantos. De ser así, el proyecto ultra quedaría seriamente tocado. Hoy por hoy no parece que haya espacio político para dos partidos nacionalpopulistas (es evidente que uno solo no ha llegado a cuajar), así que han saltado todas las alarmas en la sede posfranquista. Además, un partido no se funda con una sola persona por mucho carisma que tenga. Necesita de cuadros, de estructura, de inversión. ¿De dónde sacaría Olona todos esos mimbres? Si por su cabecita está pasando la idea de llevarse a unos cuantos tránsfugas y a algunos apoyos financieros para su nuevo proyecto, Vox quedaría herido de muerte. En el sistema electoral español la división penaliza al más débil, de eso sabe mucho la izquierda a la izquierda del PSOE, que en pocos años se ha diluido por culpa de la atomización y de una multitud de partidillos y rencillas internas. Abascal, consciente del riesgo que corre su grupo, le ha tendido la mano para que vuelva a “su casa”, donde siempre tiene “las puertas abiertas”. Una invitación que huele a intento de enterrar el hacha de guerra.

Mientras tanto, el terremoto en el mundo ultra empieza a dejar sus réplicas en forma de sondeos y barómetros demoscópicos. La encuesta de septiembre que hace unas horas ha dado a conocer el CIS sitúa a Vox en uno de sus resultados más bajos de los últimos tiempos con un 10,3 por ciento en intención de voto. El partido se desangra por el efecto Feijóo, porque las propuestas populistas de los verdes ya no engatusan ni seducen como antes y porque entre ellos mismos andan conspirando en la trastienda. En poco tiempo se han convertido en derechita cobarde con sus mismos vicios y defectos. Ayer, Olona iniciaba una gira por universidades de todo el país en la que probablemente tratará de explicar sus ideas y planes de futuro. La primera parada fue el campus de Granada, donde varios sindicatos estudiantiles boicotearon su intervención con acciones de protesta. Craso error de la muchachada izquierdista granadina. A Vox nunca se le debe dar el altavoz ni razones para el victimismo, del que se alimentan para crecer. Basta con dejar que el partido se pudra por la propia inercia de la historia hasta que acaben devorándose como hambrientas pirañas.

Ilustración: Artsenal

IMPUESTAZO A LAS ELÉCTRICAS

(Publicado en Diario16 el 15 de septiembre de 2022)

El PP lo ha vuelto a hacer. Los populares han vuelto a mantener un discurso político en España radicalmente distinto al que defienden en las instituciones europeas. Esta vez ha sido a costa del impuesto a las eléctricas. La UE ha terminado por entender que en un contexto de crisis y guerra en Ucrania resulta poco menos que obsceno que las compañías energéticas se estén llenando los bolsillos con tarifas desorbitadas mientras a la población se le exige sacrificios, austeridad, ahorro. Los beneficios caídos del cielo son en realidad un formidable eufemismo para no llamar a las cosas por su nombre, para no decir claramente que las multinacionales se están forrando a nuestra costa. Hasta Bruselas, la ultraliberal Bruselas, ha entendido por fin que esta situación, injusta y sangrante en democracia, no puede continuar por más tiempo y ha decidido pasar a la acción, intervenir y poner coto a los desmanes del mercado eléctrico.

La presidenta de la Comisión Europea, la nada sospechosa de comunista Ursula Von der Leyen, habló ayer de “contribución solidaria” de las grandes multinacionales, que traducido al román paladino quiere decir que las compañías del sector, les guste o no les guste, van a tener que apoquinar con una tasa del 33 por ciento de sus beneficios extraordinarios. Mientras tanto, el presidente del PP europeo, Manfred Weber, calificaba el mercado energético de “especulador” y avalaba el tarifazo que prepara Von der Leyen. ¿Es también Weber un chavista peligroso por estar a favor del intervencionismo estatal en un sector que hace tiempo se convirtió en territorio sin ley y en campo abonado para los abusos de todo tipo contra los consumidores? No parece. La derecha europea acepta, por razones prácticas más que obvias, que o los respectivos gobiernos nacionales de la UE controlan la piratería energética o una revolución popular contra semejante latrocinio estallará, desde Varsovia hasta Algeciras, más pronto que tarde.

La estrategia de los partidos clásicos conservadores de la Europa civilizada parece clara y sin fisuras en este asunto. Hay que intervenir sí o sí. Sin embargo, el PP español sigue siendo la excepción europea e insiste una y otra vez en el discurso demagógico, hueco y trumpista. Mientras los líderes europeos trazan planes estatales para contener el butroneo de las corporaciones eléctricas, Alberto Núñez Feijóo, el moderado y educado Feijóo, votaba en contra de la propuesta de ley del Gobierno que permitirá aprobar una medida idéntica a la que se debate en Europa. Y no solo eso. Una vez que al líder del PP le han informado de que la postura del Partido Popular español va a contracorriente, a la contra del signo de los tiempos y de las políticas comunitarias, en Génova han tenido que cambiar de estrategia deprisa y corriendo, haciendo juegos malabares para no caer en otra sonrojante contradicción (más bien habría que decir en otro ridículo espantoso nacional e internacional). “El impuesto del Gobierno de España y la tasa de la UE son absolutamente distintas”, aseguró Feijóo, anoche, en El Objetivo de Ana Pastor. Como ese mago que va sacando conejos de la chistera, el jefe de la oposición tuvo que inventarse un nuevo discurso urgente para tapar las vergüenzas de su partido, o sea, lo que coloquialmente se conoce como “marear la perdiz”. Para Feijóo una cosa es que el Ejecutivo comunitario proponga gravar “beneficios extraordinarios” y otra muy distinta que el Gobierno de Pedro Sánchez pretenda meterle mano a la facturación de las compañías energéticas. “Es una diferencia sustancial entre lo que propone Europa y el Gobierno de España”, dijo. En realidad, la sutil diferencia solo la ve él. Da la mismo que el recorte o impuestazo se cobre sobre los beneficios extraordinarios o sobre la facturación general de la empresa. Al final, la compañía tendrá que arrimar el hombro y resignarse a perder unos cuantos cientos de millones que volarán a las arcas del Estado.

Por la mañana, la portavoz popular, Cuca Gamarra, siempre tan eficiente ella, había anticipado el discurso del jefe en el Parlamento insistiendo en la misma idea: que una cosa es el impuesto de Bruselas y otra el impuesto de Sánchez. Acabáramos. Vaya una explicación de Perogrullo que hace la señora. La única diferencia que hay entre el plan de Úrsula Von der Leyen y el del presidente del Gobierno español es que la medida europea al PP se la trae al pairo, mientras que la adoptada por el Ejecutivo español le viene como anillo al dedo a los populares para continuar con su campaña de propaganda, desprestigio, deslegitimación e insidias contra Moncloa. Es decir, a Génova le da exactamente igual qué plan tributario se aplique, el español, el de Bruselas o cualquier otro, sencillamente porque el partido está a otra cosa: a propalar la falsa idea trumpista de que este es un Gobierno bolivariano que va a terminar nacionalizando todas las empresas y volviendo a la cartilla de racionamiento. Demagogia, demagogia y más demagogia.

Lo que subyace detrás de esta absurda polémica (la enésima generada por el PP) es que seguimos teniendo una derecha trabucaire y echada al monte que nada tiene que ver con el conservadurismo cartesiano, racional y a la europea que se lleva más allá de los Pirineos. Al PP hace tiempo que dejamos de tomarlo en serio. Se han convertido en una máquina de fabricar enredos por intereses partidistas y un día se levantan defendiendo una estupidez supina y al siguiente organizando un montaje antológico para crispar, desestabilizar el país y arañar unos cuantos puntos en las encuestas. El bien de España les importa un bledo; del cambio climático se mofan a pata suelta; la factura energética ni la miran porque ellos son ricos y pueden pagarse eso y más (la mayoría se deja la luz encendida cuando salen a la calle para que el casoplón luzca bien bonito y por joder a Sánchez). Solo les interesa derribar el Gobierno, acabar con este rojerío que detestan, meter el socialismo en el baúl de la historia y devolver el país a tiempos pretéritos, cuando gobernaban ellos sin oposición alguna y no existía ese hatajo de rojos que va metiendo las narices en el dinero de caciques y oligarcas.

Viñeta: Pedro Parrilla

jueves, 22 de septiembre de 2022

LA PLUMA DE CARLOS III

(Publicado en Diario16 el 15 de septiembre de 2022)

Poco a poco se va viendo el verdadero rostro de Carlos III, el heredero llamado a suceder a la reina Isabel II en el trono de Inglaterra. El nuevo monarca trata a sus ayudantes a patadas, ha despedido a cien trabajadores de palacio sin previo aviso y se muestra más soberbio que nunca. Los tabloides sensacionalistas se hacen eco de sus manías (esa reprimenda a sus subalternos porque la pluma y el tintero le manchan los dedos a la hora de firmar los primeros decretos pone los pelos de punta) y el pueblo británico empieza a constatar que el hijo de la Reina Madre es más antipático, severo y arrogante que cuando era el eterno príncipe de Gales.

Charles se ha pasado 73 años de su vida preparándose para ser rey de Inglaterra y ahora que por fin toca la corona cae en la cuenta de que no sabe usar la estilográfica ni comportarse en público con los empleados de palacio. “¡No puedo soportar esta maldita cosa!”, espetó enfadado, ante las cámaras de televisión, mientras furioso, ofuscado y como un obsesivo compulsivo se frotaba las manos llenas de tintura. Al nuevo monarca le han bastado cinco minutos para que todo el mundo constate, en vivo y en directo, cómo es en realidad. Un objetivo colocado en el lugar exacto ha terminado por desnudarlo y por dejarlo completamente en pelotas, no solo como jefe del Estado, sino lo que es peor: como persona. Incluso ha quedado a la altura de un incompetente, ya que a la hora de firmar el documento no supo ni poner la fecha correcta. Tantos años de colegios caros en Gales, tantos años de tutores y constante preparación política y militar para no saber ni en qué día vive uno. Triste.

Una cámara de la BBC, una lente que no deja de ser el ojo escudriñador del pueblo británico, ha servido para confirmar cómo se las gasta el rey con los sufridos trabajadores de palacio. Y no se puede decir más que ha quedado retratado como un negrero, un imperialista y un explotador abusón. Mientras el mundo se va al garete por la guerra de Ucrania, mientras el precio del gas amenaza con hundir las economías de todo el planeta y la inflación generada por el Brexit causa estragos entre la población, lo único que parece preocuparle al lord de lores, al amo y señor del Palacio de Buckingham, al rey pijo y mimado, es no mancharse el traje por un goterón de tinta. Si es capaz de comportarse de esa manera tiránica y chulesca con el servicio, con los que están abajo –como ocurría en Upstairs, Downstairs, aquella mítica serie de televisión sobre señores y criados–, qué no será capaz de hacer cuando el criado James cometa el terrible delito de servirle frío el sagrado té de las cinco, cuando los mozos de cuadra se olviden de cepillar a su caballo favorito en el hipódromo de Ascot o cuando al maestro armero de palacio se le pase por alto engrasarle la escopeta la noche antes de la festiva jornada de la caza del zorro. O cuando los criados no estén diligentes a la hora de plancharle el uniforme para el partido de polo del sábado. Todo eso acabará sin duda en una crisis de gobierno que ni la que se ha llevado por delante al también excéntrico Boris Johnson. Un inglés puede perdonar cualquier cosa menos un criado negligente y a buen seguro que a partir de este momento van a rodar muchas cabezas en Buckingham y hasta en Downing Street.

Ahora se entiende todo, ahora se comprende por qué Isabel II se ha mantenido en el trono, al pie del cañón, hasta su muerte a los 96 años. Nadie como una madre para desentrañar el alma de un hombre y es evidente que la reina fallecida no se fiaba del primogénito, debía ver algo raro en él, una falta de temple, una carencia de serenidad, un déficit de sentido común que lo incapacitan para reinar como un gobernante justo que pueda ser amado por su pueblo. En algún momento de su largo reinado, Isabel debió pensar que si Carlos no estaba preparado era mejor no abdicar, tirar para adelante y hasta donde el cuerpo aguantara.

De Carlos III vamos viendo que le gusta vivir a cuerpo de rey. Si está dotado o no para la política, para los grandes asuntos de Estado y para estar a la altura de lo que la historia espera de él, solo el tiempo lo dirá. De momento ya ha dado el cante, con pompa y circunstancia, en prime time. Esa escenita en la que abronca a sus lacayos espeluzna a cualquier persona con un mínimo de humana sensibilidad y a buen seguro le hará caer unos cuantos puntos en las encuestas de popularidad, en las que sus hijos le sacan ya una gran diferencia (dicen las malas lenguas que siente envidia por el afecto que los ingleses profesan hacia sus vástagos mientras que a él no pueden ni verlo).

Carlos III empezó con mal pie su carrera hacia el trono cuando el lúbrico escándalo del támpax de Camila. Aquello y la muerte de Lady Di, el gran fantasma que desde entonces atormenta a los Windsor en su lujosa mansión, marcaron en él un carácter hosco, adusto e insociable. Por el bien de la monarquía, el nuevo rey debería aprender a comportarse como una persona. O al menos a mantener el pico cerrado para no hacer el ridículo y quedar como un pequeño dictador. A fin de cuentas, siempre es mejor ser rey de tu silencio que esclavo de tus palabras. Ya lo dijo Shakespeare.

Viñeta: Becs

FEIJÓO SE TRUMPIZA

(Publicado en Diario16 el 14 de septiembre de 2022)

Llegados a este punto, y tras conceder un suficiente margen de confianza a los primeros meses de gestión de Alberto Núñez Feijóo, cabe preguntarse: ¿se está trumpizando el presidente del PP y jefe del principal partido de la oposición? Es evidente que sí. Del dirigente conservador español apenas tenemos referencias parlamentarias, ya que la ley no le deja tomar parte en las sesiones del Congreso de los Diputados y lo que hemos escuchado de él lo sabemos por sus comparecencias en el Senado, donde lo que allí se dice no le interesa a nadie ni tiene repercusión mediática. El último cara a cara con Pedro Sánchez en la Cámara Alta nos ha dejado un líder con mucha fachada y presencia, pero con escasa vida interior, con poco empaque como estadista, por así decirlo. Un hombre que pese a su corta singladura al frente el Partido Popular ya ha cometido numerosas meteduras de pata, sobre todo en materia económica, un área que ha quedado meridianamente acreditado que no domina.

Pero sí tenemos abundantes declaraciones públicas ante los periodistas, ruedas de prensa e improvisados canutazos en los que se ha revelado como un político al que no le duelen prendas recurrir a topicazos demagógicos, política basura o retórica fast food. O sea, lo que viene llamándose últimamente trumpismo descarado y a calzón quitado. La ideología Trump consiste en una mezcla de nacionalpopulismo y conservadurismo extremo al margen de lo políticamente correcto y de las normales reglas del juego democrático. En ese estilo gamberro, filibustero y faltón podría encuadrarse a personajes como Santiago Abascal, Jair Bolsonaro, Matteo Salvini, Boris Johnson y Viktor Orbán, entre otros muchos aprendices de brujo que siguiendo los pasos del chamán Trump han entendido que el pueblo se traga mejor el programa ultra si el fascismo se maquilla y se enmascara tras los rostros amables de sus dirigentes.

Hoy los neonazis ya no van vestidos con uniforme militar, botas de cuero y la cruz esvástica en el brazo, tratando de asustar y meter miedo al personal, sino a la moda de la calle, confundiéndose con el resto de los mortales. El supremacismo elitista sigue estando ahí, las ideas reaccionarias no se abandonan, es más, siguen siendo las mismas que en 1933, pero la estética se ha dulcificado tanto que la mayoría del pueblo ya no ve peligrosos fascistas dispuestos a quemar judíos, sino gente normal, vecinos como ellos, ciudadanos con sus mismos problemas e inquietudes. Uno de los grandes aciertos del totalitarismo posmoderno ha sido saber adaptarse a la posmodernidad de la sociedad de consumo, camuflarse y simbiotizarse en un sistema democrático que ellos ya no tratan de derribar a fuerza de guerras, revoluciones y golpes de Estado, sino de transformarlo desde dentro.

El ejemplo paradigmático es Giorgia Meloni, la ultraderechista dirigente de Hermanos de Italia que en las últimas semanas ha iniciado una campaña tan agresiva como extravagante contra los dibujos animados Peppa Pig, que según ella adoctrinan a los niños italianos en nuevos tipos de familia como la formada por padres del mismo sexo. Aparentemente, Meloni podría ser nuestra vecina del quinto, una madre bien, elegante, educada, rubia de peluquería, con la que, sin conocerla de nada, nos pararíamos a la puerta del colegio para darle los buenos días y hablar de cualquier tema. Lógicamente, a la que abre la boca y empieza a espetar barbaridades contra los inmigrantes negros y musulmanes, dejando al descubierto al monstruo que lleva dentro, a cualquiera le entran ganas de salir corriendo sin mirar atrás.

Es cierto que Feijóo tiene un estilo diferente de hacer política a toda esta fauna trumpista y que el traje de hombre educado, moderado y dialogante le viene que ni hecho a medida. Pero, más allá de las formas, más allá de que trate de pasar por alguien atento, cortés y respetuoso con sus semejantes que piensan diferente en cuestiones políticas, Feijóo sabe que coquetear con el trumpismo da votos, tal como ha demostrado su delfina Isabel Díaz Ayuso. La presidenta madrileña se ha abrazado al manual Trump como al catecismo cuando era niña, haciendo suya una ideología ácrata y antisistema de ultraderecha basada en un concepto malentendido de la libertad (que cada cual haga lo que le dé la gana y sálvese quien pueda), en una sumisión total a los mercados regidos por el liberalismo o capitalismo salvaje sin control y en una rebeldía indómita contra cualquier cosa que huela a intervencionismo estatal. A IDA le sobra todo lo público y el día menos pensado nos vende la Sanidad por cuatro perras a un fondo buitre, instaurando el modelo yanqui en el que un ciudadano tiene que empeñar su casa para operarse de unas cataratas. Desde ese punto de vista, IDA es una personalidad anarcoide de derechas que tiende al desorden (como la ley de la entropía) y al desmantelamiento de la sociedad como estructura humana protectora para imponer la ley del más fuerte, del más poderoso, del que más tiene. La ley de la jungla, en fin.

Feijóo trata de aparentar que no le gusta ese pensamiento descerebrado, antihumanista, casi darwinista en el que el pez grande siempre se come al chico, donde se consagra la diferencia entre clases sociales como un mal inevitable con el que es preciso convivir (el barrio residencial frente al gueto) y donde en resumidas cuentas es la mano invisible del dios Dinero quien manda, dirige y regula la vida de la gente. Pero la ambición siempre entierra a la honradez y de alguna manera el líder del PP sabe que si quiere llegar algún día a la Moncloa ha de pasar por el aro de fuego del trumpismo. Esa sería la única explicación al misterio de por qué un día parece el doctor Jekyll y al siguiente Mister Hyde. Esa metamorfosis en ebullición permanente explicaría por qué está contra las medidas de ahorro energético y un minuto después presenta su propio plan de urgencia; por qué es capaz de reírse del cambio climático y de exigir una reconversión industrial verde; por qué reclama una bajada de impuestos cuando en Galicia siempre los subió. Y es que cuando el trumpismo infecta la mente de un político ya no se lo puede sacar del cuerpo.

Viñeta: Pedro Parrilla

SARAY

(Publicado en Diario16 el 14 de septiembre de 2022)

En medio del ruido político, del fragor de las cifras macroeconómicas y de los ecos de la guerra en Ucrania, surge una de esas historias pequeñas pero inmensas en horror cotidiano. La pesadilla que vivió Saray, la niña de diez años de Zaragoza que tras salir del colegio con los ojos llorosos corrió a casa y se lanzó al vacío desde un tercer piso para quitarse la vida, debe llevarnos a todos a una profunda reflexión. Según las primeras investigaciones, la menor estaba siendo cruelmente acosada por compañeros de clase y, aterrorizada, no vio otra solución que el suicidio. Todo apunta a que no pudo soportar por más tiempo el bullying al que fue sometida por una pandilla de monstruos que durante largo tiempo estuvieron persiguiéndola y humillándola con frases como “sudaca de mierda, vuelve a tu país” o “puta colombiana, no vas a tener amigos”. La familia de la víctima asegura que también la golpeaban, le tiraban del pelo y le mojaban la ropa tratando de ridiculizarla. Un infierno diario que acabaría con cualquier persona.

Que una niña de diez años crea que la única escapatoria a su callejón sin salida existencial sea acabar con todo demuestra el grado de grave enfermedad, de neurosis colectiva, al que ha llegado nuestra sociedad. Sin duda, el terrible suceso deja varias claves que deberán ser estudiadas a fondo por psicólogos, sociólogos, pedagogos y juristas. En primer lugar, debemos preguntarnos qué está haciendo mal nuestro sistema educativo para que un grupo de escolares que están empezando a vivir se dediquen en sus horas de recreo al implacable ejercicio del matonismo juvenil como impúberes gánsteres. Hace tiempo que la escuela pública española viene dando síntomas de preocupante fracaso sistémico. Y no hablamos ya del farragoso informe PISA, ni del elevado índice de suspensos por curso o de alumnos que deciden romper con los libros sin completar ni siquiera el primer ciclo académico, sino de que hemos abandonado la educación con mayúsculas, la educación elemental, esa noble actividad consistente en transmitir a los niños las claves del humanismo, la cortesía y la urbanidad.

Antes de aleccionar en el abecedario y las tablas de multiplicar (suponemos que las cuatro reglas se siguen enseñando como siempre pese a las modernas técnicas pedagógicas que han tratado de enterrar la escuela tradicional en la falsa creencia de que todo lo viejo es malo) al niño hay que inculcarle valores. Los antiguos griegos, que concedían una importancia primordial a la instrucción infantil a la hora de construir una sociedad más libre, justa y avanzada, partían de la base de que una buena educación consiste en darle al cuerpo y al alma toda la bondad, toda la belleza y toda la perfección posible. Nada de eso se enseña ya en las aulas, donde los maestros parecen más preocupados en mostrarle al alumno el funcionamiento de una tablet o un teléfono móvil que en darle herramientas adecuadas para que pueda discernir entre lo que está bien y lo que está mal. En definitiva, para que sean buenas personas en el futuro. En un error que más tarde o más temprano pagaremos caro (ya lo estamos pagando en forma de adolescentes suicidas), hemos arrinconado la Filosofía en los planes de estudios –la Filosofía como la constante búsqueda de la verdad, del conocimiento y del perfeccionamiento del alma– creando una generación de pequeños psicópatas sin sentimientos, pandilleros de guardería y quinquis de la tierna infancia obsesionados con llevar a una niña inocente a la muerte para subir la hazaña a Youtube o petarlo en Instagram. Alguien, en algún momento, tendrá que empezar a plantearse en serio que dejarle a un menor un teléfono móvil con acceso a Internet es el primer paso para convertirlo en un desequilibrado prematuro.

Obviamente, el mal no está solo en la escuela, también hay que buscarlo en muchas familias que creen que para educar a los hijos basta con darles de comer, comprarles la inevitable videoconsola y vestirlos con ropa de marca, olvidando el alimento principal: el afecto, los buenos sentimientos hacia el prójimo y el crecimiento interior. Hemos construido una sociedad de padres indolentes que deben creer que un niño o una niña íntegros son carne de cañón para el sistema cruel en el que tendrán que aprender a sobrevivir, presas fáciles en la jungla de asfalto que les aguarda cuando sean mayores, de ahí que los eduquen para ser espartanos, competitivos, implacables, retorcidos y algo perversos también. Hoy se entiende que un niño duro capaz de pisar a otros es un niño fuerte y un niño llamado al éxito. Por eso se les deja delante de las frías pantallas, a merced del engendro diabólico del teléfono móvil y de unos medios de comunicación que aleccionan en la cultura de la violencia. Así es como les hemos arrebatado la infancia y los hemos convertido en precoces adultos malvados. Les construimos un mundo virtual sin reglas ni obligaciones donde todo es posible, donde todo está permitido en virtud del sagrado principio del placer, desde dar rienda suelta a los instintos más primarios hasta consumir cine porno (gran culminación de la sociedad patriarcal), pasando por el asesinato premeditado de una niña inocente a la que unos cachorros bestiales cogieron ojeriza solo porque era extranjera (no olvidemos que la xenofobia se cultiva en el hogar familiar y también en la propia sociedad a través de mensajes tóxicos de algunos grupos ultraviolentos).

El caso de la pequeña de Zaragoza no es el primero ni será el último. Es evidente que el sistema sale mal parado, ya que pese a las denuncias de los padres no supo detectar a tiempo que una tragedia se estaba tramando en la mente de una niña atormentada por un entorno hostil. Los últimos informes alertan de que uno de cada cuatro escolares percibe casos de bullying en su aula, un dato como para echarse a temblar y que revela el fracaso de las políticas de uno y otro signo. La única buena noticia de este drama aterrador es que Saray está fuera de peligro, aunque con la cadera y un tobillo fracturados, pese a haberse precipitado desde un tercer piso. Dicen que, sobre la mesa del salón, dejó una nota en la que se despedía de su familia. “Me pedía disculpas por lo que iba a hacer y me deseaba una larga vida”, confiesa su madre. Esta vez hubo suerte.

Viñeta: La Rata Gris