(Publicado en Diario16 el 23 de junio de 2022)
Antonio Caño ha confesado que, siendo director de El País, participó en una conjura periodística para torpedear el acuerdo de Gobierno PSOE/Unidas Podemos de 2018. “Hace cuatro años que intentamos evitar desde El País el pacto de Sánchez con populistas y separatistas porque creíamos que eso era malo para la izquierda y para España. No nos creyeron”, ha sentenciado en Twitter. Y tal como era de esperar, toda la izquierda política y mediática se le ha echado encima en comandita. Ningún apellido ilustre del rojerío patrio se ha querido quedar al margen de la polémica. Todos han estado rápidos para etiquetar a Caño y remitirle su opinión crítica, su reproche o comentario brillante, unos para que quede constancia de que ellos estaban ahí cuando había que defender la democracia frente a las maniobras del cuarto poder, otros para subir el número de “me gustas” y retuits en su cuenta de Twitter, que de eso va el periodismo de hoy: de petarlo mucho en las redes sociales. Curiosamente, alguno de los que han arremetido contra el exdirector de El País, rasgándose las vestiduras al enterarse de la confabulación, han participado o participan como opinadores o tertulianos de cabecera del Grupo Prisa. Pero corramos un tupido velo.Uno, que ya va cumpliendo unos cuantos años en este peligroso negocio del periodismo y que ha visto de todo, cree que la confesión del señor Caño no es para tanto. Cualquiera que esté medianamente informado en asuntos mediáticos sabe que el gran periódico de la Transición hace mucho tiempo que dejó de ser de izquierdas para convertirse en una publicación centrista, moderada y liberal. Hasta Pedro Sánchez, víctima directa del complot de Caño, sabía que el rotativo le quería mover la silla, tal como el propio presidente del Gobierno le dijo a Jordi Évole en aquella sensacional entrevista en Salvados. “Determinados medios progresistas como El País me han dicho que si hubiera habido un acuerdo entre PSOE y Podemos, lo criticarían e irían en contra”, le contó el premier al famoso presentador de La Sexta. Los directivos de Prisa fueron honestos con el dirigente socialista: le dijeron que iban a por él, que colgarían su cabeza en una picota, y que para ello no dudarían en emprender una línea editorial ácida y corrosiva que rozaría incluso lo “abusivo e insultante en lo personal”.
El País es pura nostalgia. No obstante, sigue siendo el periódico mejor editado de España, lo cual no es poco mérito. En nuestros días resulta imposible abrir un rotativo, nacional o regional, sin que aquello apeste a analfabetismo por la cantidad de faltas de ortografía por centímetro cuadrado que se cometen. Los que en el pasado llevábamos El País debajo del brazo porque era el medio que mejor representaba nuestros ideales, los valores de la izquierda, somos conscientes de que aquello ya pasó. Guardamos con entrañable recuerdo las editoriales comprometidas y valientes, los exclusivones a cinco columnas, las viñetas del añorado Forges, las literarias columnas de Manuel Vicent y los míticos suplementos culturales del Babelia, ahora reducidos a un ligero folleto comercial para influencers, modernetes y vanguardistas de los tiempos líquidos. Hoy la sociedad española se está derechizando, tal como demuestra el banco de pruebas de las elecciones andaluzas, preludio de la debacle más que probable que se cierne sobre Sánchez en las generales del 2023. Se derechiza el alcalde de Madrid (que nombra a Tim Burton primer embajador de la villa mientras da la espantada en el homenaje a Almudena Grandes porque era roja), se derechizan las clases obreras que votan Abascal, se derechiza el arte (que solo se valora por lo que cuesta, no por lo que vale, como cualquier otro bien de consumo), se derechiza el PSOE (los barones piden a gritos que se rompa el pacto con Podemos), se derechizan los intelectuales aburguesados que ya no se meten en política ni se comprometen con nada y lógicamente, como no podía ser de otra manera por influencia de los tiempos de posverdad que corren, se derechiza el buque insignia de la prensa española, o sea El País.
Fue Pulitzer quien dijo que “el poder para moldear el futuro de una república estará en manos del periodismo de las generaciones futuras”. Para quien no se haya dado cuenta aún, los periódicos son la sala de máquinas de los partidos. De las rotativas sale la pólvora con la que se dinamitan los Gobiernos al amanecer. Un periodista siempre está al servicio de algo o de alguien. Quien diga que Fulanito o Menganita son profesionales íntegros e imparciales sencillamente miente o no sabe de qué va este negocio. La objetividad siempre fue un mito. A los periodistas no se les puede exigir que sean independientes, solo honestos con la información. La mayoría son obreros de la pluma, padres y madres de familia que tienen que pagar la hipoteca a final de mes y que han de obedecer la voz del amo que les da de comer, como cualquier currante que sobrevive en la vida. Al bueno de Ferreras la izquierda radical lo tiene crucificado en las redes sociales solo porque lleva a sus tertulias a mucho analista de derechas. Lo llaman vendido y traidor por seguir siendo fiel a la pluralidad, ese denostado y viejo principio del oficio que tanto escasea en el periodismo de trincheras que hacemos hoy día. Lo mínimo que se puede pedir a un medio de comunicación es que no mienta, otra utopía en vista de cómo se las gastan algunas webs. La ideología de turno ya nos la meterán con calzador los editorialistas de las páginas centrales.
Una prensa libre puede ser buena o mala, pero sin libertad, la prensa nunca será otra cosa que mala, decía Albert Camus. Todo medio de comunicación tiene el derecho a elegir libremente la ideología que quiere difundir y el Gobierno que quiere derribar. En eso consiste el derecho a la información en cualquier sociedad democrática. Caño ya pagó su plan antisanchista en la sombra con un sonado despido. Si en Diario16 echaran a todos los que somos críticos con Sánchez no quedaría ni uno en la redacción. Aquí somos plurales, no sectarios. La sagrada libertad de expresión.
Algunos nostálgicos se escandalizan ahora porque el exdirector de un periódico confiesa que quería acabar con un Gobierno que no le gustaba, como si no fuese ese el sueño de todo periodista. Que le pregunten a Felipe González por un tal Pedrojota. Muchos se han quedado en el recuerdo del viejo El País, el Pravda de Ferraz, aquel diario que ya no es. “Los periódicos tienen derecho a sostener una posición editorial sobre los asuntos políticos”, se defiende Caño tratando de explicarse en medio del ruido. Que se tramara una conjura periodística para impedir que Unidas Podemos llegara al poder no es noticia. Al menos para los que dejamos de comprar ese periódico hace ya mucho tiempo.
Viñeta: Igepzio
No hay comentarios:
Publicar un comentario