(Publicado en Diario16 el 2 de agosto de 2022)
Feijóo llegó a la presidencia del Partido Popular con la vitola de hombre moderado, dialogante y racional muy alejado de los disparates y ocurrencias del atolondrado y kamikaze Casado. Sin embargo, hoy no hay demasiada diferencia entre aquel licenciado por Harvard Aravaca que decidió abrazar el trumpismo ultra como forma de hacer política y este gallego que da una de cal y otra de arena. Es cierto que a Feijóo no lo vemos subiendo a la tribuna de oradores de las Cortes para escupir sapos y culebras, con la vena del cuello hinchada y los ojos inyectados en sangre, a la cara de Pedro Sánchez. Va de hombre educado y elegante que nunca se mancha los zapatos de barro haciendo bueno aquello de que el estilo es el mensaje. Sin embargo, en el fondo, en la ideología, en los contenidos y en la forma de pensar, Feijóo y Casado son tan parecidos como dos gotas de agua, tanto que podríamos decir ya, sin temor a equivocarnos, que el feijoísmo no existe y que el PP sigue practicando el casadismo por otros medios.
En lo que más se parecen ambos personajes analizados es, sin duda, en el catastrofismo. Uno y otro recurren al mismo discurso apocalíptico sobre España cada vez que toca darle leña a Sánchez (que es casi cada día y por sistema). En eso ninguno ha inventado nada nuevo, ya que fue Aznar quien puso de moda el truco de negar la evidencia, deformando los hechos hasta adaptarlos al discurso que más convenga en ese momento. Cuando Casado hablaba sobre la situación del país daban ganas de meterse en casa y no salir, ya que el miedo que infundía a los pobres españoles masacrados por el sanchismo era tremendo. En las últimas semanas, Feijóo también ha recurrido al manido recurso del retrato en negro del país, tenebrismo a calzón quitado, y ha llegado a decir que la única “alternativa real” al “desgobierno” de Sánchez es el Partido Popular. O sea, aquello tan absolutista de “o yo o el caos”. En realidad, ese análisis simplista es absolutamente exagerado, desproporcionado y fuera de toda lógica. Cualquiera que tenga un par de ojos sanos para ver puede comprobar por sí mismo que, pese a la crisis provocada por la pandemia y la guerra en Ucrania, las basuras se siguen retirando de las calles, los autobuses y trenes siguen funcionando, todavía hay hospitales donde atienden a los enfermos gratuitamente (mal que le pese a Isabel Díaz Ayuso) y los españoles sobreviven más o menos como siempre, o sea ajustándose el cinturón como cuando gobernaba Mariano Rajoy (ya entonces las pasaban tanto o más canutas que hoy con el malvado socialista en el poder). El Armagedón que profetiza Feijóo no se ha producido en ningún momento y al paso que vamos España será destruida por un misil de Putin antes que por la temida subida de impuestos a la banca y las eléctricas estipulada por el Gobierno de coalición.
El último ataque de histeria lo ha sufrido Feijóo hace solo unas horas, cuando ha culpado al presidente del Gobierno de que “cada español tenga un pufo de 6.000 euros en deuda”. De esta manera, el líder del PP se refiere al elevado déficit que acarrea nuestro país, cosa lógica por otra parte después de una pandemia y de una guerra en Europa. Todos los países occidentales se han endeudado sencillamente porque han tenido que gastar más en sanidad y protección social (en la línea de lo que han pedido organismos como el Fondo Monetario Internacional, nada sospechoso de bolchevismo). Pero de ahí a transmitir la idea de que en cualquier momento va a aparecer un cobrador del frac en la casa de cada español para cobrarse la factura a la fuerza va un mundo. Eso no va a ocurrir porque todo el mundo sabe que el déficit es algo que se va heredando de generación en generación sin que nadie consiga atajar el crecimiento desbocado de las cuentas públicas. Cuando Aznar dejó la Moncloa, España debía el equivalente al 47 por ciento del PIB. Con Zapatero subió al 70 por ciento y con Rajoy superó el 98. Así que no nos venga dando lecciones el señor Feijóo de austeridad y contención del gasto, mucho menos cuando la comunidad autónoma que él ha gobernado durante más de trece años ha quedado empufada para varias décadas (Galicia cerró 2021 con un total de 11.715 millones de deuda pública, lo que supone 177 millones más que el año anterior, según informes del Banco de España). Pero así funciona el presidente del PP, como una máquina de contar mentiras mucho más rápida y eficaz que la de su antecesor en el cargo. Y luego va de estadista serio y honrado. Un trilero de los números, eso es lo que es.
Todo ello por no hablar de la creación de empleo, que registra los mejores datos desde 2008, y del crecimiento económico del país, que roza el 6 por ciento, un buen resultado que hace pensar a Yolanda Díaz en una nueva subida del salario mínimo interprofesional para el próximo año sin que España colapse como pronostican los neoliberales más agoreros. En lo único que tiene razón Núñez Feijóo es en que el Gobierno de coalición se ha convertido en un “obstáculo más”, pero un obstáculo para él en su ambición de llegar al poder, porque de momento el país no implosiona. Al presidente popular le gustaría que se derrumbara España y que así pareciese que ellos llegan para levantarla, tal como dijo en su día Cristóbal Montoro. Por desgracia para el gallego, nuestra economía está muy lejos de entrar en esa fase y todavía no se ven españoles con cartilla de racionamiento bajo el brazo. Lo que tocaría en un momento crítico como este que exige medidas contra la inflación y de ahorro energético propias de una economía de guerra sería que Feijóo se remangara y arrimara el hombro. Pero tampoco. Como buen señorito de derechas no suda la camiseta si otros lo hacen por él. Hasta en eso es calcado al demagogo Casado.
Viñeta: Iñaki y Frenchy
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