(Publicado en Diario16 el 27 de juñio de 2022)
Hasta los más optimistas dan por hecho ya que nos enfrentamos a un otoño complicado y a un invierno duro. La guerra en Ucrania se ha enquistado, la inflación sigue desbocada y el precio del combustible continúa al alza. Putin ha encontrado en el gas el arma de destrucción masiva definitiva para matar de frío a los europeos. La imaginación de un tirano no tiene límites, siempre encuentra una forma original de dar rienda suelta a su maldad. El gigante ruso Gazprom ya ha empezado a cerrar el grifo del gasoducto Nord Stream, que a partir de hoy apenas suministra el veinte por ciento del gas contratado al viejo continente.
Así las cosas, no nos queda otra que prepararnos para lo peor. Más tarde o más temprano se producirá el temido corte total y a partir de ahí nos adentraremos en un escenario desconocido. Europa no se había enfrentado a algo así desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Las empresas alemanas tendrán que ralentizar la producción, el motor de la economía europea gripará sin remedio y en poco tiempo los demás países de la zona euro empezarán a sufrir las consecuencias del efecto cascada o dominó. En apenas unas semanas entraremos en crisis, probablemente en recesión. La escasez de energía no tardará en afectar a la población. La mayoría de los Gobiernos de la UE han empezado a elaborar planes de contingencia para hacer frente a la nueva economía de guerra. Los europeos que vivan en las zonas más frías y septentrionales tendrán que acostumbrarse a severas restricciones. A determinadas horas, por orden gubernamental, no se podrá encender la calefacción ni el aire acondicionado. Quizá se produzcan apagones puntuales a lo largo del día o de la noche. La opulenta Alemania volverá a la manta y a la chimenea de leña (quien la tenga), para hacer frente a las gélidas temperaturas.
Los dirigentes centroeuropeos ya han empezado a concienciar a sus ciudadanos de que el invierno será crudo. Haber tomado partido por Ucrania, enviándole armas y ayuda humanitaria, no saldrá gratis. Tras la cumbre de la OTAN de Madrid y la próxima adhesión de Suecia y Finlandia al tratado de la Alianza Atlántica, Putin está que trina, más rabioso que nunca, y ha dado la orden a Gazprom para que corte el suministro de gas ruso a esos europeos entusiastas de la democracia y los derechos humanos. ¿Hasta dónde estamos dispuestos a resistir? ¿Nos han preparado para aguantar el frío y no dar un paso atrás en la defensa de la libertad y de los valores democráticos? Nuestros abuelos sufrieron en sus propias carnes la barbarie fascista. Muchos españoles empuñaron el arma para luchar contra Franco. Vivieron con la cartilla de racionamiento en el bolsillo sin saber lo que iban a comer al día siguiente. Más tarde, tras perder la guerra civil, partieron hacia exilio en Francia, donde siguieron peleando en la resistencia contra Hitler y Mussolini. Nueve mil trescientos españoles dieron con sus huesos en los siniestros campos de concentración nazis. Fueron solo una parte de los millones de europeos sometidos al yugo hitleriano que decidieron tomar partido, comprometerse, defender la libertad hasta sus últimas consecuencias. Eran gente brava, dura, irreductible. Jamás se rindieron, dieron hasta la última gota de su sangre en defensa de la causa. Prefirieron morir libres que vivir como esclavos.
Los europeos del siglo XXI ya no son así. El sistema capitalista los ha convertido en seres frágiles, neuróticos, indolentes, absolutamente dependientes del lujo y las comodidades que ofrece la sociedad de consumo. Ningún europeo de hoy sabe vivir sin agua corriente, sin calefacción o aire acondicionado. Ninguno se ha visto obligado a caminar treinta kilómetros para llenar un cubo de agua en un lejano pozo o río, como ocurre en los países africanos más pobres. Hemos convertido la televisión de plasma en el gran tótem sagrado del hogar; la nevera en nuestro bien más preciado; los treinta días de vacaciones en la razón última de nuestra triste existencia. Décadas de Estado de bienestar nos han permitido vivir algo parecido a una ficción de felicidad, pero también nos han transformado en seres más débiles, cobardes y egoístas. Un pueblo pusilánime que teme perder sus placeres y privilegios. Nuestra peor pesadilla ya no es que un batallón de fascistas irrumpa en nuestra casa para llevarnos detenidos o a un paseíllo nocturno, sino que la situación económica se agrave tanto que no podamos llenar el depósito de gasolina del coche. Tal como auguró Herbert Marcuse en su imprescindible El hombre unidimensional, la sociedad industrial avanzada nos creó falsas necesidades hasta integrarnos en un diabólico y frenético sistema de producción que adoctrina mediante los medios de comunicación, la publicidad y el pensamiento único, líquido, de la posmodernidad. Nos idiotizaron (no hay más que darse una vuelta por Twitter para comprobar cómo está de la cabeza el personal). Nos desclasaron políticamente. Nos convirtieron en seres unidimensionales, esclavos de una sociedad de individuos de “encefalograma plano”. Vive deprisa y consume mucho, ese fue el mantra con el que nos lavaron el cerebro los gurús del orden capitalista. Y ya no sabemos vivir de otra manera.
Cuando lleguen las vacas flacas, cuando Putin movilice a sus ejércitos para la gran ofensiva rusa del invierno y cierre la manivela del gasoducto Nord Stream para dejarnos a la intemperie, bajo el frío y la nieve, nuestros gobiernos no tendrán más remedio que aplicar severas restricciones. Muchos, los libertarios de pacotilla, se revolverán y saldrán a la calle a protestar porque ya no podrán encender la caldera para ducharse tres veces al día. Otros empezarán a tomar una ligera conciencia de todo lo que sufrieron nuestros padres cuando despertaban cada mañana sin saber si iban a poder llevarse un mendrugo de pan a la boca. Entonces constataremos el enorme sacrificio que hicieron al entregar sus vidas para darnos un mundo mejor. Entonces caeremos en la cuenta de la suerte que hemos tenido al nacer en el primer mundo y de lo grande que es la democracia y la libertad. Solo cuando perdemos lo que tenemos empezamos a valorarlo. En un par de meses los europeos vamos a tener que decidir si somos solidarios unos con otros frente al sátrapa que amenaza nuestro modo de vida o cada cual va por su cuenta en medio de la histeria colectiva porque la estufa ya no calienta como antes. ¿Seremos capaces de afrontar la guerra que nos ha tocado en desgracia, esa guerra que la historia, cíclica e irreversiblemente, endosa a cada generación?
Viñeta: Artsenal
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