lunes, 19 de septiembre de 2022

ECOLOGISMO EXTREMO

 

(Publicado en Diario16 el 26 de junio de 2022)

La derecha española tiene un serio problema a la hora de dar respuesta a los nuevos desafíos del siglo XXI. Asuntos como el feminismo, la inmigración, la desigualdad, el reparto de la riqueza imprescindible para seguir manteniendo una sociedad justa y pacífica, han cogido a los prebostes del Partido Popular con el pie cambiado, fuera de juego, completamente a contracorriente. Como son conservadores (en el caso de Vox ultraconservadores y cavernícolas) no se han preocupado de adaptar sus programas a los nuevos tiempos y siguen con los mismos planteamientos ideológicos propios del siglo XIX. Esa parálisis o involución no afecta tan acentuadamente a las derechas clásicas europeas, mucho más civilizadas y razonables, que hace tiempo dieron el salto a la lógica modernización/moderación.

La derechona española ha optado por quedarse en el viejo manual del tardofranquismo (tradicionalismo folclórico y cañí, capitalismo de amiguetes, desarrollismo económico propio de los años sesenta, inmovilismo ante cualquier tipo de avance en los derechos cívicos, fetichista vinculación con un nacionalcatolicismo que le sigue marcando el paso), y ahora cae en la cuenta de que no sabe cómo reaccionar ante las nuevas urgencias de nuestro tiempo como la necesidad de preservar el medio ambiente ante la amenaza del cambio climático. Nuestra derecha patria siempre fue depredadora y voraz, siempre se aferró a aquella vieja máxima del liberalismo colonial trasnochado que viene a decir que el hombre es el amo y señor de la naturaleza, de modo que la domina, controla, explota y esquilma a voluntad para sacarle el mayor rendimiento y provecho posible. Y ahí se quedaron, anclados en el pasado. No han salido del matusalén Adam Smith y lo que es todavía peor: caminan hacia atrás hacia un reaccionarismo suicida que acabará por matarnos a todos.

Nuestra derecha, pese a que hasta el Fondo Monetario Internacional aconseja defender el Estado de bienestar y lo público con medidas de protección social más propias del socialismo que del liberalismo, sigue creyendo en la ciega religión de la propiedad privada, en una economía que funciona mejor sin la intervención del Estado, en un mercado que se regula a sí mismo mediante las crueles leyes de la oferta y la demanda y en la famosa “mano invisible”, ese falso mito del liberalismo obsoleto que nunca resolvió los males de la humanidad. Ahora, cuando la crisis climática les estalla en las narices, cuando se confirma la terrible y cruda realidad de que el planeta enfermo ya no da para más porque lo hemos agotado a fuerza de sobreexplotarlo, cuando los incendios forestales arrasan de norte a sur un país fértil y hermoso como España, los muchachos del dueto PP/Vox se miran unos a otros y buscan coartadas fáciles, argumentos forzados, vulgares mentiras con las que seguir engañando al pueblo y seguir tirando en el frenético camino hacia la autodestrucción de la civilización humana. En esas está el consejero de medioambiente de Castilla y León, Juan Carlos Suárez-Quiñones, a quien, para tratar de lavar la imagen de incompetencia del Gobierno Mañueco en la gravísima oleada de incendios del julio negro (el peor mes de la historia), no se le ha ocurrido otra cosa que responsabilizar al “ecologismo extremo” y sus “nuevas modas” de la catástrofe ocurrida en Zamora, una provincia completamente reducida a un triste solar de cenizas, árboles carbonizados, casas destruidas y animales muertos. Siendo honestos, los ecologistas llevan años anunciando que una gran hecatombe forestal se iba a producir más pronto que tarde como consecuencia de la elevación de las temperaturas en verano. Los científicos de Greenpeace y otros grupos verdes habían avisado a los políticos, por activa y por pasiva, de que nuestros montes –marchitos a causa de la sequía, abandonados, invadidos por matorrales y arbustos que actúan como combustible letal y sin apenas vigilancia ni bomberos suficientes– se habían convertido en peligrosos polvorines a punto a estallar. Y así ha sido. La ciencia suele acertar en sus pronósticos y predicciones, por mucho que le duela al negacionismo trumpista.  

Ahora, con la noble tierra castellana todavía humeante y el olor a chamusquina invadiendo cada rincón de cada pueblo, a la gente de la derecha que sigue negando el calentamiento global (“incendios los ha habido siempre”, dicen) solo les queda construir nuevas mentiras, nuevas fabulaciones y nuevas conspiraciones sobre siniestros hippies y melenudos que queman los montes. Se trata de echar balones fuera para mantener el carguete regional, como hace el tal Suárez-Quiñones, que ahora pretende convencer a la opinión pública de que los malos de esta película son los ecologistas que “dificultan” la actuación de las autoridades en la lucha contra los incendios y en la limpieza de los montes. En realidad, este retórico aficionado, un subproducto de la nueva política basura de nuestro tiempo, no está inventando nada nuevo, sino que se limita a aplicar, como buen acólito del trumpismo imperante, un truco que funciona siempre: cuando el poder peligra toca inventarse un enemigo externo, un chivo expiatorio, una amenaza fantasma capaz de canalizar la furia y el odio de las masas hacia una cruzada común. Esta forma de manipulación política es tan antigua como los sumerios, pero curiosamente el recurso sigue surtiendo efecto tal como lo hacía hace dos mil años.

La derecha española demuestra una capacidad aterradora para inventar falsos enemigos y conspiraciones judeomasónicas como el miedo al rojo comunista, el rechazo al indepe traidor, la fobia a la feminista, el asco al mantero y al gay y la caza al ateo descreído. Ahora le ha llegado el turno al pobre ecologista. Se trata de matar al mensajero de la ciencia que lucha para conservar lo poco que nos queda ya de naturaleza virgen. Una vez más, en lugar de ponerse manos a la obra para resolver el problema, la derecha gobernante opta por negar la realidad científica y buscar falsos culpables.

El cambio climático es el mayor desafío al que se enfrenta la especie humana. No está en juego el futuro de la Tierra sino la supervivencia de un mono desnudo que con fatua arrogancia se hace llamar a sí mismo homo sapiens. Cuando este planeta quede reducido a un secarral, tal como ocurrió hace 65 millones de años con el meteorito aquel que impactó en México, extinguiendo el noventa por ciento de las especies animales y vegetales, probablemente el ser humano no esté aquí para verlo, ya que habrá perecido víctima de su propia locura, su tecnología y sus gases venenosos. Sin embargo, la vida se abrirá camino de nuevo y en menos de un millón de años (apenas un suspiro en la escala temporal cósmica) los bosques habrán brotado otra vez, el aire volverá a ser puro, los ríos correrán limpios y cristalinos y animales y plantas se multiplicarán por doquier. Todo volverá a ser armonía y equilibrio perfecto. Todo salvo que, por fortuna, ya no habrá un idiota con traje y corbata vociferando mentiras y estupideces a los cuatro vientos.

Viñeta: Currito Martínez

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