(Publicado en Diario16 el 5 de agosto de 2022)
Por si aún no se habían dado cuenta, el orden internacional ha cambiado bruscamente de la noche a la mañana. Tras la pandemia y la guerra en Ucrania, nuestro mundo ya no es el que conocíamos hace apenas tres años, se ha transformado hasta límites que todavía no alcanzamos a comprender. La historia contemporánea avanza a bruscos estertores, a súbitas convulsiones que abren y cierran períodos o etapas históricas muy cortas. Es lo que se conoce como proceso de aceleración histórica.
Cuando pensábamos que el final de la Guerra Fría, la Caída del Muro de Berlín y el hundimiento de la URSS daban paso a un imperio occidental que perduraría mil años (con Estados Unidos como gran gendarme global), el 11S, planeado por el terrorismo internacional, volvió a dar otro acelerón de consecuencias imprevisibles. “Una era toca a su fin, se inaugura un nuevo tiempo en el devenir de la humanidad”, trataban de convencernos los analistas y sesudos de la cosa. Sin embargo, apenas veinte años después un cataclismo natural como la pandemia vino a alterarlo todo otra vez. Y no nos habíamos recuperado de ese drama cósmico –el enésimo punto de inflexión, el definitivo antes y después– cuando estalló la guerra en Ucrania, que algunos interpretaron como un retorno a 1939 con Putin en el papel de Hitler moviendo sus tanques por Europa en una reedición de la blitzkrieg o guerra relámpago. Otro telón que se cerraba y se abría súbitamente. Lejos del final de la historia que había predicho el tal Fukuyama, hoy las épocas cronológicas duran menos de un cuarto de hora.
Aún no nos habíamos adaptado al mundo recién nacido, que en teoría llegaba para quedarse con la dictadura rusa, cuando estalla la crisis de Taiwán. El telúrico acontecimiento, según nos dicen los profetas de la actualidad, supondrá un nuevo hito o mojón de la historia. Tal como era de esperar, el desafortunado viaje de la congresista Nancy Pelosi a la isla ha sido interpretado por China como un acto de hostilidad y agresión, en toda regla, por parte de USA. Poco menos que un casus belli. De inmediato, Pekín ha dado la orden a su poderosa flota del Pacífico de que inicie unas gigantescas maniobras militares disuasorias con fuego real que han terminado con un preocupante castillo pirotécnico en el que no han faltado misiles desperdigados cayendo por aquí y por allá, incluso en aguas territoriales del Japón. Por momentos, lo que está ocurriendo en aquellas latitudes del plantea recuerda mucho a la tensión que se vivió en el Pacífico en los días previos al ataque de los japoneses contra Pearl Harbor, la devastadora incursión aérea que supuso la entrada de Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial.
¿Irá a mayores la amenaza de un poderoso Estado autocrático como China que tras aumentar su área de influencia en Hong Kong y Macao ya ha dado sobradas muestras de delirio expansionista en Taiwán, un atolón que considera parte integral de su territorio nacional? Los más optimistas creen que la cosa no pasará de una mera exhibición de músculo del gigante asiático. “A China no le interesa una guerra ahora, solo piensa en crecer económicamente”, asegura esa corriente de opinión, que recuerda que Washington y Pekín mantienen estrechas relaciones comerciales por la friolera de 700.000 millones de dólares. Otros, más prudentes, auguran que nos encontramos en la antesala de un conflicto entre potencias nucleares que se prolongará en el tiempo hasta enquistarse, o sea un remake de aquella Guerra Fría entre los bloques capitalista y comunista que el mundo vivió en la segunda mitad del siglo XX. Y no faltan funestos agoreros, tanto en tribunas de periódicos como en tertulias de televisión, que advierten de que la Tercera Guerra Mundial ya ha comenzado y que se está jugando en dos escenarios (Europa y el Pacífico) con dos bandos antagónicos: el eje China-Rusia con aliados de enjundia como Irán, Corea del Norte o India; y el eje occidental con Estados Unidos y Europa a la cabeza. No hay que ser experto en Geografía e Historia para entender que en ese caso la balanza armamentística se inclinaría claramente hacia el lado asiático.
A esta hora la tensión es máxima. La ONU muestra su extrema preocupación ante la crisis, el G7 condena las maniobras chinas, Xi Jinping declara persona non grata a Pelosi y Biden moviliza a la Séptima Flota con base en Japón y Corea del Sur. En cualquier caso, a medida que avanza este nuevo proceso de aceleración de la historia comprobamos que la guerra en Ucrania era solo un señuelo, un primer acto a modo de despiste de una función mucho más importante y trascendente que se está interprendo al otro lado del planeta. Rusia y Europa, antaño grandes potencias económicas coloniales, se encuentran en franca decadencia, mientras China crece sin límites y ya tiene planes para colonizar Marte. Esto es un duelo por la hegemonía planetaria que enfrenta a un debilitado imperio yanqui (que entre golpes de Estado trumpistas y el fascismo corroyendo el sistema desde dentro no atraviesa precisamente por su mejor momento) y al titán asiático como gran potencia emergente. De momento ambos monstruos se vigilan estrechamente, olfateándose, lanzándose gestos de disuasión territorial como en uno de esos combates teatralizados entre gorilas macho alfa. Pero el choque parece inevitable.
El Tío Sam sabe que su poder se tambalea y no solo en el terreno militar, también en lo económico. Si China corta el suministro de seminconductores, tal como ha hecho Putin con el gas, Occidente se derrumbará sin remedio. Cualquier aparato electrodoméstico que tenemos hoy en día en nuestras casas funciona con el maldito chip chino. Sin el codiciado invento, nuestro modo de vida colapsará en menos de un par de semanas. Durante años, los ingenieros amarillos (y sus peones infiltrados de los bazares todo a cien) nos colonizaron sin pegar ni un solo tiro y sin que nos diésemos ni cuenta. Hoy nos tienen en sus manos, rehenes del capitalismo que inventamos nosotros pero que ellos han terminado perfeccionando añadiéndole el toque esclavista definitivo (millones de obreros trabajando de sol a sol para el Estado) y restándole al sistema lo superfluo de la democracia que tanto molesta a los oligarcas del falso comunismo. Autoritarismo y capital. Mercado sin control y dictadura revestida de propaganda roja.
Quizá, quién sabe, nos encontremos ante el último episodio de la tortuosa odisea humana, ante la última guerra entre tribus ya globalizadas. El joven Oriente que emerge con vigor y un hambre voraz frente al viejo y enfermo Occidente que sestea en una aburrida decrepitud. Lo dijo Napoleón: cuando China despierte el mundo temblará. Ya estamos tiritando, de frío por el invierno que nos espera, y de miedo.
Viñeta: Artsenal
No hay comentarios:
Publicar un comentario