(Publicado en Diario16 el 6 de septiembre de 2022)
Cada vez que habla Feijóo, pierde votos el PP. No lo decimos nosotros, los rojos de Diario16, sino las propias encuestas. Antes del verano, el Partido Popular iba como un tiro en los sondeos, le sacaba cinco puntos al PSOE y el candidato gallego se veía ya en Moncloa. Pero terminó el curso político, sus señorías se fueron de vacaciones y el líder conservador quedó solo ante el peligro, sin la red y el respaldo de sus asesores e improvisando ocurrencias, desvaríos y declaraciones extrañas que no le han venido nada bien a la salud demoscópica del partido.
Este verano se ha visto el auténtico rostro y el empaque político de Alberto Núñez Feijóo, un hombre que tiene planta y percha de gran estadista pero que a la hora de la verdad, cuando tiene que demostrar sus conocimientos sobre las diferentes materias económicas y la agenda urgente del país, desbarra, tropieza, se equivoca y mete la pata hasta el sobaco. A Feijóo, cuando sus consejeros se van de vacaciones y lo dejan en bermudas y en mangas de camisa en su pazo gallego, a solas frente a su destino, se le transparentan las carencias y suelta mensajes erráticos y paradójicos. Así, es capaz de estar en contra y a favor de los cheques sociales, de exigir a Sánchez que aparque el coche oficial para ahorrar combustible pese a que él mismo viaja en uno y de rechazar la “excepción ibérica” del gas para España aceptándola para los demás países de la UE. Cuando se posicionó en esta última cuestión todo el mundo en este país sabía que Bruselas ya le había dado a Sánchez el visto bueno a su plan de ahorro energético. Todo el mundo menos él, que por lo visto no se había enterado. Y así todo.
Feijóo tiene el cuajo y la frescura para defender una cosa y su contraria. Cuando el Gobierno lanzó el plan de ahorro energético para paliar los efectos de la guerra de Putin y la crisis del gas puso el grito en el cielo, sumándose alegremente a la campaña de su delfina, la ácrata libertaria Díaz Ayuso, y se mostró abiertamente en contra de reducir el consumo eléctrico en los escaparates de los comercios, monumentos y edificios públicos. Hasta le pareció mal quitarse la corbata para aliviar el calor y bajar unos grados la temperatura del aire acondicionado. Al día siguiente, cuando vio que ese mismo decreto se aplicaba en Alemania, Italia y Francia y que su discurso no había por dónde cogerlo, tuvo que recular y buscarse otra coartada retórica. Fue entonces cuando cambió de estrategia a toda prisa, pasando del rechazo frontal al decreto de ahorro energético a reprocharle al Gobierno que no se hubiera sentado a consensuar el paquete de medidas con las comunidades autónomas, agrupaciones de empresarios y comerciantes y sociedad civil en general. Ya era tarde, a Feijóo se le habían vuelto a transparentar las vergüenzas o como suele decirse castizamente: había quedado con el culo al aire.
Hoy los españoles empiezan a comprobar, empíricamente, que este hombre está más cerca del estilo grouchomarxista de Rajoy, célebre por sus famosas y disparatadas ocurrencias, que de un líder conservador serio, churchiliano y a la europea. Feijóo es pura contradicción con patas y a fuerza de incoherencias, gazapos, lapsus y afirmaciones erráticas va camino de escribir su particular “Feijopedia”, una voluminosa enciclopedia del absurdo o el mundo al revés que promete superar a la que dejó como legado el propio Mariano.
Habrá un antes y un después de este verano en la trayectoria política del jefe de la oposición. Ha quedado claro que cuando el líder del PP es llevado entre algodones por sus fieles asesores, da el pego, proyecta una imagen convincente de hombre aseado y hasta parece solvente. Sin embargo, cuando le toca ser él mismo, natural, espontáneo y liberado del manual de estrategia acordado en Génova, la caga. Entre que no tiene programa político para el país (se limita a practicar un trumpismo obstruccionista que le lleva a oponerse por sistema a cualquier medida que proponga el Gobierno) y que no domina las diferentes materias, queda meridianamente patente que no es el estadista que necesita España. Hasta Edmundo Bal, último náufrago de Ciudadanos, se permite afearle sus sonrojantes “meteduras de pata” y le recomienda “estudiar más”.
Hoy, el líder de la oposición acude al Senado para un cara a cara con Sánchez sobre medidas de ahorro para tiempos de guerra que se prevé histórico. Convencido de que el inquilino de Moncloa rechazaría un duelo cuerpo a cuerpo con él, al final se encontró con la desagradable sorpresa de que el presidente finalmente aceptó el reto. Otro grave error de cálculo, ya que el Senado puede convertirse en una emboscada o trampa mortal en la que tiene mucho más que perder que el propio Sánchez. Dicen que ya le ha puesto una velita a Santiago Apóstol para no volver a meter la pata.
Viñeta: Iñaki y Frenchy
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