(Publicado en Diario16 el 8 de agosto de 2022)
Lo hicieron durante la pandemia y vuelven a hacerlo ahora durante la guerra en Europa y la crisis energética. En el Partido Popular se han acostumbrado a hacer demagogia, politiqueo y electoralismo barato con los grandes asuntos de Estado. El decreto de medidas de ahorro del Gobierno es tan necesario como inevitable. Cuestión distinta es si hubiese sido deseable consensuarlo con el resto de fuerzas políticas y con los sectores económicos afectados. Podríamos entrar a discutir si el aparato de aire acondicionado debe estar a 25 o a 27 grados en los bares, oficinas y locales comerciales. Pero de cualquier manera nadie podrá negar que el decreto, compuesto por 84 folios, viene impuesto y avalado por Bruselas, que nos está avisando por activa y por pasiva de que se acerca un invierno duro con restricciones severas después de que Putin haya dado la orden de cerrar el grifo del gas. En Alemania, paradigma del confortable modo de vida occidental, ya piden a sus ciudadanos que se den duchas cortas si quieren disfrutar de la calefacción cuando llegue el frío. Han saltado las alarmas que aquí, en nuestro país, algunos se niegan a escuchar.
España vive un momento crítico como el resto del mundo pero los señores del PP (tal como hicieron durante la pandemia) siguen con el manual trumpista, o sea mucho ruido, crispación, obstruccionismo y no a todo lo que diga el Gobierno por sistema. Solo les guía un único fin, que no es el bien del país, sino derrocar a Sánchez a toda costa. Ya lo intentó Pablo Casado en lo peor del coronavirus. Recuérdense aquellas tediosas sesiones parlamentarias en las que, mientras morían cientos de compatriotas en los hospitales y residencias de ancianos, él se dedicaba a boicotear el confinamiento, el cierre de la actividad industrial no esencial y otras medidas sanitarias siguiendo el paso negacionista que le marcaba la extrema derecha de Vox. Durante meses tuvimos que soportar su falta de escrúpulos, su nula sensibilidad con un pueblo que estaba sufriendo como nunca y sus discursos mitineros, que giraban alrededor de una sola idea: quítate tú que me pongo yo.
Hoy Casado ya es historia (aquel filibusterismo faltón no le sirvió para que Sánchez convocara elecciones anticipadas, tal como ambicionaba), y sin embargo el personaje que le sustituye al frente de Génova, Alberto Núñez Feijóo, va camino de hacer bueno a su predecesor. El gallego supuestamente moderado no solo está alimentando la insumisión contra el plan de ahorro del Gobierno en regiones como Murcia –que califica las medidas de “improvisadas, cosméticas e intervencionistas”– o en el Madrid de Isabel Díaz Ayuso –que vuelve a levantar la antorcha trumpista contra Sánchez declarándose la primera rebelde– sino que está promoviendo irresponsablemente la demagogia, el descontento y la indignación entre comerciantes y hosteleros. Cuando en el PP deberían estar hablando de qué hacer con el desastre climático y la escasez energética por la guerra, ellos están a otra cosa: a hacer gracietas, pitorreos y malos chascarrillos sobre la corbata y los viajes en Falcon del presidente. El PP se ha instalado en la dramática idea de que resulta más rentable políticamente azuzar el discurso populista y libertario de Ayuso (que cada cual haga lo que le venga en gana, con desacato a la ley y flagrante desobediencia al Gobierno) que comportarse con sentido de Estado, afrontar la realidad y adoptar soluciones que no por difíciles y traumáticas para la población dejan de ser inevitables.
Gobernar implica tomar medidas impopulares que generan rechazo en la opinión pública. Garantizar el bien común por encima de intereses particulares. Vivimos en sociedades de consumo donde los ciudadanos se han acostumbrado a la cultura del despilfarro. Dejamos el grifo abierto y la luz encendida sin remordimiento ni cargo de conciencia, no reciclamos lo suficiente, tiramos la comida y compramos mucho más de lo que necesitamos. Ese mundo está tocando a su fin, aunque partidos como el PP y Vox se resistan a contarle la verdad a la gente. El planeta ya ha agotado sus recursos naturales. Bienes esenciales para la vida como el agua empiezan a escasear, tal como estamos viendo este verano de cortes de suministro en numerosos pueblos del sur español. En los próximos años, gobierne el PSOE o el PP, el cambio climático nos va a obligar a modificar radicalmente nuestros hábitos y comportamientos viciados tras décadas de opulencia, aburguesamiento y estilo de vida falsamente feliz.
Cuando no tengamos agua y Doñana sea un desierto, las mentiras de Feijóo no saciarán la sed ni servirán para regar los campos. En los países occidentales más avanzados como Estados Unidos ya se están poniendo las pilas. Estados Unidos, por ejemplo, acaba de destinar un paquete de ayudas por importe de 370.000 millones de dólares a la lucha contra el cambio climático y la eficiencia energética. Entre las medidas figura una histórica subvención o incentivo de 7.500 dólares para todo aquel que compre un coche eléctrico. Aquí, en España, nuestra derechona gamberra va por derroteros totalmente distintos y gente como Ayuso trata de intoxicar a la opinión pública con burdas maniobras retóricas como el eslogan “Madrid no se apaga”, una versión modificada de aquel estúpido “Comunismo o libertad” con el que arrasó en las pasadas elecciones autonómicas. La lideresa castiza (con la permisividad de su líder de partido) le da al público lo que el público quiere oír, lo cual no es gobernar, sino arrastrar a un país a un seguro suicidio colectivo porque, no lo olvidemos, cada vez que apretamos el botón del aire acondicionado estamos pulsando el interruptor del fin del mundo.
El decreto de ahorro no es plato de buen gusto para nadie, pero lamentablemente es lo que toca porque no tenemos alternativa. Si a un ciudadano se le ofrece pagar menos impuestos contestará que dónde hay que firmar. Si a una persona se le propone vivir fresquito aunque ese placer conlleve un precio carísimo (no solo en forma de factura de la luz, sino en términos de coste letal para el planeta) bajará el termostato a tope sin pensar en las consecuencias. El problema es que a ese contribuyente hedonista hay que decirle la verdad y contarle que sin ahorro no hay futuro, del mismo modo que sin impuestos no tendrá un médico que le asista cuando caiga enfermo y las ratas corretearán entre las montañas de basura sin recoger (una distopía que ya se ha hecho realidad en el Madrid ultraliberal de Martínez Almeida). El último bulo ayusista consiste en negar el cambio climático y el plan energético, que para la presidenta madrileña debe ser una cosa de rojos ecologetas por mucho que el calor abrasador nos esté castigando con veranos infernales, incendios apocalípticos y sequías cada vez más pertinaces. Ya no cabe ninguna duda: votar PP es votar por un planeta esquilmado, arrasado y sin futuro. Capitalismo salvaje, voraz y a calzón quitado hasta que no quede ni un solo tallo verde.
Viñeta: Igepzio
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