lunes, 30 de octubre de 2023

UNA FIESTA DE CUMPLEAÑOS

(Publicado en Diario16 el 30 de octubre de 2023)

Se acerca la jura de la Constitución de la princesa Leonor y la Familia Real no ha escatimado en nada. Baldaquinos encargados a la Real Fábrica de Tapices, oropeles, fanfarrias y estandartes, han transformado la imagen de la Cámara Baja para la ocasión. Hasta se ha colocado un escenario especial (montado por un cuerpo de carpinteros reales en tiempo récord), convirtiendo el hemiciclo en un gran teatro del Broadway madrileño. No en vano, es el día grande de la monarquía y hay que tirar la casa por la ventana.

Pero en medio de los fastos, cabe preguntarse si era necesario desmontar los 350 escaños del Congreso, que es tanto como desarmar la arquitectura de la soberanía nacional, de la democracia, para sustituirlos por 600 sillas aterciopeladas aptas para invitados de todo pelaje y condición. El truco no se sostiene. Si lo que pretendía Casa Real era tapar los huecos dejados por los diputados de los partidos nacionalistas que no van a acudir a la ceremonia (más los republicanos que tampoco asistirán por razones obvias), mala decisión. Y eso es exactamente lo que parece haber ocurrido: que el bipartidismo, en coordinación con Zarzuela, ha decidido tapar las calvas dejadas por los absentistas porque daban mala imagen nacional e internacional al histórico evento. Por eso han llamado a una claque improvisada, para hacer relleno, para hacer bulto, para crear la ficción de que el templo de la democracia está al punto del reventón. Metiendo figurantes en el Parlamento, la foto final para la historia tendrá mucho más empaque y relumbrón. No hay otra razón que explique la extraña maniobra.

El Congreso de los Diputados es lo que es: la foto fija de la sociedad española, la representación exacta y fidedigna de las tendencias políticas del país en un momento determinado. Guste más o guste menos, así es la España del siglo XXI y a esa lógica responde la distribución y el reparto de escaños. Y si por los pasillos de San Jerónimo pululan soberanistas, nacionalistas, indepes y rojos, qué se le va a hacer, es lo que hay. A Feijóo y Abascal les gustaría un Congreso uniforme y monocolor, o sea un montón de procuradores en Cortes engominados, tripudos y vestidos de frac aplaudiendo a rabiar al Jefe del Estado (en este caso a la heredera) y gritando Viva España. Pero por desgracia para ellos y por fortuna para nosotros esa España ya no es.

Solo en una monarquía absoluta propia de la Edad Media cabría entender este chanchullo, este cambiazo de personal de última hora, esta contratación de extras deprisa y corriendo para que hagan las veces de palmeros y aduladores y que así el evento quede más bonito y más típico. Invitar a todo aquel que quiera acudir a la jura de la Constitución de la princesa no convertirá la gala en más abierta al pueblo, ni más plural o moderna. Al contrario, rellenar el hemiciclo de dóciles vasallos o gente que pasaba por ahí desvirtuará el momento trascendental.

A Leonor, que ya es mayor de edad y consciente de la responsabilidad que ha recaído sobre sus espaldas, no se la puede proteger o meter en una burbuja de cristal rodeada de actores sonrientes que la van a aplaudir, adular y agasajar con un festival de sonrisas y dientes dientes. Si es cierto que ha de enfrentarse a este país singular, que es como un toro bravo a veces violento y desbocado, a veces noble y cabal, lo lógico hubiese sido exponerla a la situación política tal como es para que se fuera fogueando. Un monarca que no conoce a su pueblo está condenado al fracaso. Ya ha ocurrido otras veces en la historia de España que el rey o reina de turno han sido puestos en la frontera precisamente porque ni estaban en contacto con la realidad ni entendían la idiosincrasia, la forma de ser del español. Reemplazar a los legítimos representantes de la soberanía nacional por acartonados maniquíes de esmoquin y señoronas en traje de noche con lentejuelas sacadas de la ópera es una mala forma de empezar la andadura política de la futura jefa del Estado.

Hasta el rey Juan Carlos, que después de sus trapacerías ya no es santo de devoción de muchos españoles, tuvo más valor al enfrentarse a los batasunos vascos en aquella tumultuosa sesión de 1981 celebrada en la Casa de Juntas de Guernica, donde los radicales, puño en alto, lo abuchearon y sometieron al Eusko gudariak. Aquello, lejos de ser algo contraproducente para la monarquía, contribuyó al fortalecimiento de la imagen del rey, cuya popularidad subió varios puntos en las encuestas.

Leonor va a adquirir la mayoría de edad jurando y acatando la Constitución, pero no lo hará ante la legítima Cámara de representantes del pueblo español, sino ante un cóctel de invitados de confianza y amigos íntimos. No es una fiesta de cumpleaños lo que se va a celebrar mañana en el Congreso, sino un acto revestido de la máxima enjundia e importancia: el que debe sellar el pacto de la futura monarca con la democracia y el régimen parlamentario. Si no están todos los que tienen que estar, si se adultera la grada para que la niña tenga un día feliz para el recuerdo, se pierde la esencia misma del protocolario evento. La princesa tendría que haber comparecido ante los leones, ante todos los leones sin excepción. Sustituir al ruidoso e incómodo Rufián por un compañero de instituto, artista del régimen, jubilado borbónico del Ateneo, vieja gloria de la Transición o plumilla de la caverna no ha sido una buena idea. No se escucharán críticas ni muestras de protesta antimonárquicas. Pero los aplausos enlatados sonarán más falsos que una moneda de dos caras.

LA JURA DE LEONOR


(Publicado en Diario16 el 27 de octubre de 2023)

Las negociaciones para la formación de Gobierno alcanzan su cénit o punto más álgido y todos presionan para que lo suyo vaya en el documento final. Esquerra advierte de que las negociaciones con Moncloa no van bien y ve “señales de alarma” que pueden hacer descarrillar el proceso negociador. Además, los de Rufián exigen que se redacte un preámbulo a la ley de amnistía en el que quede claro que ellos no hicieron nada malo ni cometieron ningún delito el 1-O. Eso y que el traspaso de Rodalies y el nuevo modelo de financiación se negocien como un paquete único es innegociable para los republicanos.

Puigdemont, a su vez, sigue con su raca raca, y reclama no renunciar a lo que empezó con la DUI (declaración unilateral de independencia). Da la sensación de que el hombre de Waterloo se ha visto profundamente marcado por el clima sombrío y gris de la Europa luterana y ha entrado en una fase de bajón sentimental, depresiva e inmovilista de la que no puede escapar. El exhonorable ha caído en una especie de día de la marmota marcado por la nostalgia del pasado (el procés de independencia que pudo ser y no fue) y por un esplín o melancolía política que le lleva a fundir su existencia personal lastrada por los problemas con la Justicia con lo que le conviene realmente a Cataluña. Y de ese callejón no sale. “Hoy hace seis años el Parlament proclamó la República”, tuitea el dirigente de Junts. Y lo dice el señor que no se atrevió a leer la DUI, que no la publicó en el diario oficial se sesiones y que se dio el piro en un maletero dejando a otros con el marrón de la cárcel.

Por la parte indepe las cosas no van bien para Sánchez, para qué vamos a engañarnos. Por el contrario, en el lado de la izquierda española que hace las veces de muleta del PSOE se vive un momento de aparente tranquilidad. Aparcadas momentáneamente las luchas intestinas entre yolandistas y belarristas, o sea, entre Sumar y Podemos, en esa casa están entregados al pacto del Reina Sofía, sabedores de que haber arrancado la jornada laboral de 37 horas y media –más un pack de medidas sociales como el refuerzo al salario mínimo interprofesional, los permisos de paternidad y el impuesto a la banca–, supone un gran logro para la clase trabajadora. ¿Es mucho, poco, una insignificancia, lo que ha firmado Yolanda Díaz con el presidente en funciones? Se entiende que es un buen punto de partida para empezar a trabajar en la segunda legislatura del Gobierno de coalición y no se calientan mucho más la cabeza. Las discusiones ideológicas, los carguetes de Irene Montero e Ione Belarra y el drama palestino se han pospuesto para futuras trifulcas de patio de colegio. Se trataba de firmar cuanto antes y a otra cosa, nena, que son las tres.

En la izquierda real se han vuelto tan pragmáticos y transigentes que hasta van a acudir al acto de jura de la Constitución de la princesa Leonor. Como lo oyen, cuatro cargos del partido han anunciado que acudirán al histórico evento, eso sí, siempre dejando claro que ellos representan una opción política “republicana” y advirtiendo de que la jefatura del Estado no debería tener “carácter hereditario”. Esa patata caliente, la de ir o no a la jura, ha sido objeto de duro debate entre las bases y la militancia. Pisarello, secretario primero de la Mesa del Congreso, no lo olvidemos, ha llegado a decir que había diputados en el grupo parlamentario que abogaban por darle el plante a la princesa. Y al final se ha llegado a una solución de compromiso: que asistan los cuatro gatos domesticados que estén dispuestos –aunque sea de forma simbólica para que no se les pueda acusar de boicot en el peor momento para Sánchez–, y el resto del personal día libre. Hala, a tomarse unas cañas por Azaña.

La ceremonia que tiene que colocar a Leonor como la próxima pieza de recambio de la monarquía borbónica hispánica, casi una entronización, promete convertirse en un buen sainete a la española. Si ustedes no han sacado entradas para ese día háganlo porque la cosa promete. El clima político está más enrarecido que nunca. Con Feijóo echado al monte y comprando con descaro el discurso racista de Vox, con la frívola y pirómana Ayuso echando leña al fuego del odio y con los independentistas de uñas y más encampanados que nunca esto puede terminar de cualquier manera. Este país ha cambiado radicalmente, la concordia ya no existe y el ambiente nada tiene que ver con el de hace 37 años, cuando el cuento monárquico funcionaba como una exitosa película de Walt Disney todos veían en Juan Carlos la única tabla de salvación para escapar del naufragio del franquismo. Han vuelto las trincheras, el cainismo goyesco de siempre. El PP acusa al PSOE de todo, de bilduetarra, de traidor separatista, de cómplice de Hamás y hasta de ser una sucursal de las mafias africanas que comercian con los inmigrantes, que ya hay que ser burro, trumpista, antidemocrático y políticamente cromañónico. La derecha española clásica está atravesando demasiadas líneas rojas y a tenor de sus discursos cada vez se parece más a aquella Fuerza Nueva de Blas Piñar que a la democracia cristiana que pretendieron ser alguna vez. Y esa deriva, inevitablemente, hay que atribuírsela a Feijóo, el gallego que venía de las verdes colinas de la moderación y cada vez se parece más a Santi Abascal. Cualquier día se pone una americana tres tallas más pequeña para que le abulte el pecho palomo como al líder de la extrema derecha española.

Como digo, la cosa está calentita y todo puede ocurrir el próximo martes, cuando Leonor suba a la tribuna de las Cortes y jure con solemnidad la Carta Magna. Los alborotadores de Vox pueden ponerse a insultar a Sánchez a las puertas del Congreso o a cantar el Cara al Sol; el socialista Óscar Puente puede perder la paciencia definitivamente y soltar algún exabrupto contra los fachas en mitad del hemiciclo; los populares pueden responder con sus habituales abucheos, patadas y golpes contra el escaño; Rufián puede montar alguna performance de las suyas contra la monarquía (llevándose una impresora al Pleno) y todo puede terminar como la marimorena o rosario de la aurora, como cuando a papá Borbón lo abuchearon en la Casa de Juntas de Gernika. Mejor hubiese sido dejar el acontecimiento para más adelante, cuando las aguas bajaran más calmadas. Así que cuidadín con ese día, que es de alto voltaje. Y no está el horno para bollos ni para vestidos de gala.  

Viñeta: Iñaki y Frenchy

EL CARNICERO DE GAZA

(Publicado en Diario16 el 27 de octubre de 2023)

Israel había prometido una ofensiva militar sin precedentes contra la Franja de Gaza. Sin embargo, han pasado ya tres semanas desde que Hamás cometiera sus salvajes atentados, causando la muerte a 1.300 israelíes y llevándose a más de 200 rehenes, y ni rastro de la victoriosa madre de todas las batallas que había prometido Benjamin Netanyahu. Ayer, cuando parecía que comenzaba el movimiento, los tanques judíos penetraban un kilómetro en territorio palestino, llevaban a cabo una especie de paseo militar por la zona y con las mismas se volvían a sus posiciones. El Gobierno de Tel Aviv calificó de “redada” la incursión, transformando lo que iba a ser poco menos que el nuevo Stalingrado en una especie de rutinario dispositivo policial de fin de semana.

A esta hora, en el Estado Mayor israelí nadie sabe cuándo se va a producir la tan anunciada ofensiva terrestre para acabar con los nidos de Hamás, ocupar militarmente toda la Franja de Gaza y liberar al pueblo del terror yihadista. Y no hay previsiones de que la operación vaya a tener lugar en las próximas fechas. Esta parsimonia con la que Netanyahu desarrolla el operativo militar empieza a exasperar a los halcones del Ejercito judío ávidos de venganza y de sangre. En los cuarteles hay malestar, ya que han pasado veinte días desde que estalló la guerra y no se ha producido ninguna gran victoria contra los terroristas de Hamás. Ni una sola foto de las bases, cuarteles o túneles subterráneos yihadistas supuestamente destruidos; ni un solo retrato de alguno de los cabecillas abatidos de la organización; nada de nada. Solo algunas imágenes aéreas difusas y pixeladas de supuestos tanques atravesando posiciones enemigas. Puro humo para seguir manipulando a la opinión pública israelí hasta hacerla creer que lo mejor para acabar con el cáncer del terrorismo es reducir a cenizas a un país entero y consumar el genocidio o limpieza étnica del pueblo palestino.

El único balance que el Ejército hebreo puede presentar hasta el momento resulta tan infructuoso como dramático: más de 7.000 civiles gazatíes muertos (la mayoría mujeres y niños) y una cifra de heridos que podría multiplicarse por tres o por cuatro. Los “bombardeos selectivos” están arrasando Gaza (ya ha sido demolida la cuarta parte de los edificios de la ciudad) y han propagado el terror extremo entre los habitantes (que son sometidos a una macabra ruleta rusa, la de no saber cuándo va a caer sobre sus cabezas el misil que acabe con ellos), pero más allá de eso poco o ningún éxito militar.

En las últimas horas, el Gobierno judío ha informado de que la ofensiva terrestre se aplaza por “razones estratégicas” y se pone como principal argumento que van a tratar de rescatar con vida a las doscientas personas retenidas como rehenes en algún lugar de Gaza. Sin embargo, esa coartada tampoco cuela. Sobre todo, porque ayer más de cincuenta de esos secuestrados podrían haber perdido la vida por fuego amigo, es decir, por culpa de los bombardeos israelíes. Si tanto le preocupara a Netanyahu la supervivencia de los cautivos, daría la orden de detener cualquier tipo de acción bélica para no poner en riesgo su integridad física y trataría de negociar su libertad con los guerrilleros palestinos. Al menos valoraría la posibilidad de aceptar un intercambio de civiles por presos, tal como pide Hamás. Pero de eso no se habla en el Likud.

Todos los datos de que disponemos hasta el momento nos llevan a una conclusión: Netanyahu no se atreve a dar la orden de iniciar la ofensiva terrestre porque sabe que a su país le supondría un inmenso coste en vidas humanas y a él probablemente el cargo de primer ministro. La posición política del líder ultraconservador ya era delicada antes de que estallara el polvorín gazatí. Superadas por los pelos dos mociones de censura, sumido el país en una grave crisis política e institucional con protestas en los juzgados, en las universidades, en los sindicatos y hasta en los cuarteles, y con la desconfianza creciente de Estados Unidos, que no termina de entender por qué Israel camina hacia un suicidio colectivo, el dirigente judío empieza a entender que se ha metido en una aventura sin retorno. Por si fuera poco, la nueva legislación judicial con la que el Gobierno busca colocar a los jueces de su propia cuerda ha encendido los ánimos del pueblo israelí. Y la huelga general que ha sacudido el país es un claro aviso para el líder nacionalista. Como también es un mal presagio para él que la Justicia ande hurgando en su pasado para buscarle las cosquillas en graves casos de corrupción por el cobro de comisiones en la compra de material militar.

Mientras tanto, Israel se polariza entre quienes anhelan un Estado laico y plural y los que tratan de imponer un sistema ultraortodoxo y teocrático con el Talmud y el ojo por ojo como Código Penal. En esa batalla social, el nombre de Netanyahu se asocia con el de una especie de anciano autócrata corrupto que pretende acabar con las libertades y el modo de vida occidental en Israel. Hasta los reservistas se rebelan contra el líder decadente, que ha visto en la guerra (el último refugio de los incompetentes, tal como dijo Asimov), la única salida que le queda para salvar su pellejo.

La ofensiva terrestre no termina de llegar. La operación militar y los bombardeos han devenido en una carnicería delirante con miles de inocentes masacrados que pasará a la historia de la infamia. Netanyahu presume de su flota de submarinos, cazas y tanques, pero de nada le valdrá todo ese sofisticado arsenal de última generación, toda esa ferralla que cuesta miles de millones de dólares, si al final los soldados israelíes tienen que entrar en el cuerpo a cuerpo del infierno de la Franja, un paisaje lunar repleto de ruinas, escondrijos y recovecos. Una inmensa trampa mortal plagada de francotiradores, minas antipersona y hombres-bomba dispuestos a martirizarse por Alá. La foto de los ataúdes con la Estrella de David retornando a Israel, con el consiguiente trauma para la opinión pública, puede ser la puntilla para el carnicero de Gaza. Esa, y solo esa, es la auténtica razón de que no haya apretado aún el botón del apocalipsis.  

Viñeta: Iñaki y Frenchy

ANTÓNIO GUTERRES

(Publicado en Diario16 el 26 de octubre de 2023)

Israel ha entrado en un momento psicótico. Sus gobernantes (ultraderechistas y radicales religiosos, no lo olvidemos) no solo han declarado la guerra a los palestinos, sino también al resto del mundo. Netanyahu y los suyos ya ven antisemitas en todas partes sin reparar en que quizá sean ellos, descendientes de aquellos que vivieron el horror del Holocausto, los que han terminado convirtiéndose en los nuevos nazis del siglo XXI. Cualquiera que se atreva a denunciar los crímenes de guerra que Israel está cometiendo en la Franja de Gaza es acusado de cómplice de Hamás. Cualquiera que ose levantar la voz contra el asesinato masivo de niños masacrados por los misiles judíos es inmediatamente tachado de terrorista. Todo aquel que pida un alto el fuego, una tregua, una vuelta a la mesa de negociación, en definitiva, que alguien detenga el baño de sangre, la locura de la limpieza étnica y la orgía de destrucción de un pueblo entero es calificado, al instante, de peligroso yihadista.

Hace apenas una semana, Ione Belarra probó en sus carnes la intolerancia, la arrogancia y el victimismo patético de quienes en mala hora gobiernan Israel. La ministra, en su legítimo derecho a la libertad de expresión, se atrevió a pedir sanciones duras contra el régimen de Tel Aviv por el genocidio palestino y aquello costó la airada protesta de la Embajada israelí, además de un incidente diplomático muy bien sorteado, por cierto, por Albares. El titular de Exteriores se puso en su sitio, contactó con la emisaria hebrea para protestar por el “inamistoso” comunicado y se dio por zanjada la cuestión. Por una vez la diplomacia española tenía voz propia y no funcionaba al dictado de la partitura escrita por Estados Unidos.

El último en sufrir el látigo bíblico de Israel ha sido António Guterres, secretario general de la ONU. Al honrado político lisboeta se le ocurrió salirse de la doctrina sionista oficial y en un arrebato de sinceridad desinhibida soltó que “los ataques de Hamás del 7 de octubre no vienen de la nada: el pueblo palestino ha estado sometido a 56 años de ocupación asfixiante”. No estaba defendiendo a unos ni a otros, solo hacía un análisis histórico fidedigno de la realidad, de los factores y las causas, de por qué se ha llegado al borde del Apocalipsis en Oriente Medio tras décadas de incumplimiento sistemático de las resoluciones que marcan la hoja de ruta hacia la Solución de los Dos Estados, uno palestino y otro hebreo. Sin embargo, automáticamente Israel pedía su dimisión, lo declaraba persona non grata y retiraba los visados al personal de Naciones Unidas, abriendo un nuevo frente, esta vez contra la ONU, que es tanto como declararle la guerra al resto del mundo. Llegados a este punto, solo cabe decir que debemos sentirnos orgullosos de que España esté en el lado bueno de la historia, con la defensa de los derechos humanos y alineada con ese minoritario club de países que como Portugal y Alemania han mostrado su apoyo incondicional a Guterres frente a las presiones intolerables y totalitarias de Israel. Sin duda, la posición del Gobierno Sánchez está siendo ejemplar en esta enésima crisis árabe-israelí. Todo lo contrario que Feijóo y Ayuso, que están dando un espectáculo sonrojante de analfabetismo histórico, político y jurídico con su demostración de sionismo fanatizado con un solo objetivo: erosionar el sanchismo.

Ya era hora de que Naciones Unidas tuviese al frente a un líder capaz de decir las verdades del barquero caiga quien caiga y le duela a quien le duela. Los detractores del gran organismo supranacional diseñado por los aliados en la Conferencia de Yalta de 1945 a menudo suelen decir que la ONU es un teatrillo inservible e inútil. Y lo único cierto es que si no existiera habría que inventarla. Si el mundo de hoy es ya una jungla despiadada donde el pez grande se come al chico, no queremos ni pensar lo que sería sin un foro global donde se invoca el derecho internacional, donde pueden denunciarse las guerras injustas y donde se ponen encima de la mesa los genocidios, las fosas comunes, las matanzas indiscriminadas.

Presidente de la Internacional Socialista, Alto comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados, voz autorizada de la izquierda europea, para la extrema derecha internacional trumpizada Guterres encarna lo peor del progresismo woke. Da igual lo que haga o diga. Si se planta por sorpresa en la frontera egipcia de Rafah, exigiendo el paso de los camiones con ayuda humanitaria para los palestinos, se mofan de él y lo acusan de montar una performance. Si denuncia que el ser humano “ha abierto las puertas del infierno” con el cambio climático, los anarcocapitalistas y negacionistas extendidos por todo el planeta se le echan encima acusándolo de promover la dictadura ecologeta. Y si se pone firme con Trump, exigiéndole que no aplique medidas racistas como el veto migratorio, o con Putin, a quien conmina a que, “en nombre de la humanidad, devuelva sus tropas a Rusia”, los partidarios de las autocracias se lanzan como hienas hambrientas sobre él como queriendo comérselo vivo. Para el nuevo fascismo posmoderno, Guterres es el mismísimo Anticristo, la reencarnación de Lenin, lo puto peor.

El nacionalpopulismo conspiranoico y delirante marca Qanon ha metido al honrado secretario general de la ONU en la lista negra de progres que secuestran niños para beberse su sangre en secretas orgías vampíricas, junto a Bill Gates, George Soros, Hillary Clinton y Tom Hanks (la verdad es que este Forrest Gump pinta más bien poco en la esfera internacional). A esa pira de odio han arrojado también al papa Francisco, a quien le han colgado el sambenito de peligroso comunista. La extrema derecha española, sin ir más lejos, no comulga con el actual Sumo Pontífice y tiene su retrato boca abajo en las parroquias más ultras y opusinas de Madrid. Promotor de manifestaciones antiabortistas y de aquelarres homófobos, el catolicismo patrio es ya el más radicalizado de toda Europa, la vanguardia de la rebelión preconciliar, y ha adelantado por la derecha al de Irlanda y Polonia, donde se da misa nocturna en latín y con antorchas, se le aplica el cilicio al personal para purgar sus pecados y se celebran festiva y multitudinariamente los exorcismos y milagros de la Virgen María, tal cual como en la Edad Media. Las derechas españolas tienen entre ceja y ceja a Bergoglio, y en su intento de retornar a los tiempos del Concilio de Trento y a la Santa Inquisición lo consideran poco menos que un diablo con rabo y cuernos salido del averno para destruir la Iglesia de Pedro.

Al igual que para el mundo ultraderechista Francisco es el Antipapa en lo religioso, Guterres es el Antipapa en lo político. Puro azufre para el fascismo rampante. Ambos son dos piedras robustas y angulares en el maltrecho edificio del humanismo progresista a punto de derrumbarse. Dos voces que predican en el desierto de este enloquecido planeta.

Viñeta: Iñaki y Frenchy

MÁS RICOS Y MÁS GOLFOS

(Publicado e Diario16 el 25 de octubre de 2023)

Hay noticias que queman mucho la sangre. Esta de La Sexta, por ejemplo: “La riqueza española en paraísos fiscales ha batido un nuevo récord. Los datos del Observatorio Fiscal de la Unión Europea apuntan a que dicha riqueza ya es de 140.000 millones de euros, el dato más alto en las últimas dos décadas”. De modo que después de dos crisis económicas, una pandemia, una guerra casi mundial, un crack energético y una inflación monstruosa que ha disparado el precio por litro de aceite al nivel del barril de Brent nos encontramos con que los ricos tienen más pasta que nunca por ahí fuera, a buen recaudo en el extranjero. ¿Es o no es para montar una Vicalvarada?

Ayer, Pedro Sánchez y Yolanda Díaz, o sea PSOE y Sumar, escenificaban un acuerdo de legislatura que prevé una serie de importantes avances laborales: la reducción de la jornada de trabajo a 37,5 horas semanales, la consolidación del salario mínimo interprofesional para que llegue al sesenta por ciento del sueldo medio y unos permisos de maternidad y paternidad de hasta veinte semanas con un aumento de las libranzas por cuidados. Sin duda, nos encontramos ante medidas positivas para la clase trabajadora. Sin embargo, cuando comparamos el ambicioso plan de la izquierda española con el golferío a calzón quitado de nuestros ricos, de nuestros especuladores patrios, de nuestros evasores fiscales, se nos cae el alma al suelo. ¿Cuántas horas trabajará uno de esos inversores o emprendedores que tienen el parné a buen recaudo en Panamá, Suiza o las Caimán? Seguro que no necesita hacer las 37,5 semanales. Es más, seguro que no necesita ni esa media hora sobre las 37 para forrarse. La desigualdad y el desfalco son relaciones directamente proporcionales. Y en esa cuestión seguimos sin equipararnos a los países más prósperos de la Europa opulenta. Más bien seguimos en el furgón de cola, casi como países subsaharianos.

Un Estado de derecho, una democracia avanzada y consolidada, no solo se mide por la renta per cápita de sus ciudadanos. También se distingue por la distancia en la brecha salarial entre clases sociales. Y aquí, en la piel de toro, tenemos una élite de jetas, de niñatos youtubers y cayetanos ácratas que no pagan impuestos y que viven la vida loca en lejanos paraísos, y una legión de esclavos, el precariado, que sigue dando el callo de sol a sol a cambio de un salario microscópico examinado con lupa por Hacienda. Aquí son siempre los mismos los que levantan el país y los que lo hunden. Curiosamente, pese a que el mercado laboral sigue estando como está, o sea completamente salvaje, desregularizado y en plan ley de la jungla, el obreraje sigue votando de forma incompresible a la extrema derecha. El nacionalismo populista marca Javier Milei seduce al lumpen sin que se sepa muy bien por qué. ¿Qué extraños sentimientos llevan a un currante que no tiene dónde caerse muerto a votar a partidos que se lo llevan crudo a Jersey sin pasar por el fisco?

Santi Abascal siempre dice que ha llegado a la política para defender a la España que madruga, pero en realidad defiende a los suyos, a los de su estirpe, a los que no se levantan antes del mediodía porque para eso tienen un Fermín que le lleva los maletines a Andorra. Es una paradoja tan extraña como irritante. Todos esos argentinos pelotudos que votan al anarcocapitalista Milei no deben haber caído en la cuenta de que si por casualidad se desmantela el Estado de bienestar serán ellos los primeros que se van a quedar completamente en cueros, sin asistencia estatal y a la intemperie. Pero le ríen la gracia al clown de turno cuando este, delante de una pizarra, va quitando los carteles de los ministerios que le sobran. “Ministerio de las Mujeres, Género y Diversidad, afuera; Ministerio de Trabajo, Empleo y Seguridad Social, afuera; Ministero de la Salud, afuera…” y así, uno a uno, va suprimiendo hasta once ministerios que, en su opinión, sobran.

“Bueno, lo primero que tenemos que entender es que el Estado no es la solución; el Estado es el problema”, dice el lumbreras Milei, que a fin de cuentas es como un flautista de Hamelín que se lleva de calle a las legiones de pobres incautos, ingenuos y potenciales primos del nuevo timo de la estampita populista internacional. Hay que estar muy pasado de rosca y muy necesitado de un psicólogo argentino para querer abolir el Estado y retornar a los tiempos del feudalismo. Pero el cuento ha calado en el personal embriagado y todos se ven a sí mismos como nuevos ricos. Las masas posmodernas desclasadas reniegan de su origen y sueñan con poder llevarse la pasta, algún día, a Luxemburgo. Sin embargo, al final del sueño americano se dan de bruces con la realidad y entienden que sin dinero no hay paraíso, lo cual que tienen que conformarse con meter los ahorrillos en el calcetín de la abuela, como se ha hecho toda la vida en España. El rico come; el pobre se alimenta, esa máxima protomarxista de Quevedo no la tienen interiorizada, de ahí que sigan picando en los cantos de sirena del nuevo fascismo democrático.

Tal como era de esperar, a Ayuso le ha faltado tiempo para mostrar sus simpatías por el nuevo bicho del anarquismo ultra argentino y ya ejerce como una “mileiurista” más. Ayuso es que tiene una especial habilidad para estar siempre en el lado equivocado de la historia. No está mal que PSOE y Sumar renueven su pacto de gobernabilidad manteniendo el impuesto a la banca, a las eléctricas y a las grandes fortunas. Les da un plus como políticos de izquierdas. Pero mejor para todos sería que reforzaran la Agencia Tributaria, que está bajo mínimos y por ahí se nos escapan los aventureros del paraíso. Menos calderilla de la beneficencia social que no resuelve nada y más inspectores de Hacienda para atrapar a los grandes tiburones que nos pegan la mordida del siglo.

Viñeta: Iñaki y Frenchy

TEJERO

(Publicado en Diario16 el 24 de octubre de 2023)

Los oportunistas siempre aparecen en tiempos de crisis. La entrevista que Tejero ha concedido a El Español, la primera desde que entró en la historia negra de los grandes salvapatrias de España, llega en el momento más sensible, justo cuando Pedro Sánchez acaricia la posibilidad de formar un nuevo Gobierno de izquierdas. “Yo al rey Juan Carlos lo jodí vivo. Él tenía preparado con Armada un Gobierno a su gusto. Pero hacía falta un militar que diera el golpe. Ese fui yo”, asegura. Y confiesa que cuando se vio traicionado por el monarca y los demás milicos implicados, cuando se sintió frustrado por los planes para instaurar un Gobierno de concentración nacional (con izquierdosos en el gabinete de ministros) y convertir España en más de lo mismo, decidió anular la intentona. O sea, que según él frenó el levantamiento militar.

A Tejero hay que creerle la mitad de la mitad de lo que dice y ni siquiera eso. Hablamos de un golpista convicto y confeso, de alguien que conspiró para acabar con la democracia en nuestro país. De un traidor a los principios que juró defender. Si de Tejero dependiera, la libertad y los derechos humanos serían proscritos hoy mismo y pondría a un capitán general en el Palacio de El Pardo, como en el cuarentañismo franquista. En cualquier otro Estado europeo, Tejero todavía estaría chupando celda en alguna lejana cárcel por el grave delito que cometió el 23F del 81. Sin embargo, aquí, como somos más demócratas que nadie y más papistas que el papa, decidimos ser benévolos con él, le rebajamos la pena, lo dejamos irse casi de rositas (fue condenado a treinta años de reclusión, pero a los diez ya estaba en libertad condicional) y hasta le publicamos las memorias para que se saque un parné contando batallitas que ni él mismo se cree.

Este país, desde los tiempos de Viriato, siempre adoleció de un extraño complejo de reverencia con los caudillos redentores. La Segunda República tuvo ocasión de empapelar a Franco varias veces por sedicioso y rebelde, pero no, le dio un destino cómodo y apacible en las Canarias para que no molestara demasiado. Allí tuvo tiempo suficiente para meditar si se mantenía fiel al Gobierno republicano o daba el paso trascendental que cambiaría la historia de España. Fue cuando el general Sanjurjo, otro conspirador, lo definió mejor que nadie: “Franquito es un cuquito que va a lo suyito”. Y los demás involucrados conocían al general del Ferrol como Miss Islas Canarias 1936, reprochándole así sus ambigüedades, dudas e indecisiones a la hora de sumarse al golpe.

Al igual que Franco, el famoso teniente coronel ha tenido tiempo para reflexionar (en la cárcel y en su casa) sobre el histórico tejerazo. Y por lo visto ahora, después de tanto tiempo, se le ha aclarado la memoria. Si disponía de tantos datos cruciales sobre la organización del golpe, ¿por qué no denunció el montaje cuando lo sacaron del Congreso de los Diputados aquella mañana en que los españoles se echaban a la calle gritando libertad, libertad? ¿Por qué no expuso abiertamente la estafa durante el juicio por rebelión? ¿Por qué durante décadas ha estado callado cual tumba? Por lo visto, lejos de cantar la Traviata y de poner en su sitio al rey, a Armada, a Milans y a los demás conjurados, decidió guardarse la verdad para él y comerse el marrón de la condena. Nada de eso se sostiene. Nadie que sabe que va a dar con sus huesos en la cárcel lleva tan lejos el papel de “tonto útil”. Pudo hablar y no lo hizo. Pudo tirar de la manta y pagó él solito.

El biógrafo de Tejero, Álvaro Romero, ha querido hacer una hagiografía con la vida de santo del personaje, al que ha intentado retratar como un hombre de honor que solo cumplía órdenes, un engañado por sus superiores, una víctima injustamente vilipendiada y un marido abnegado y padre de familia numerosa formada en el glorioso espíritu nacional. El objetivo no es otro que blanquear la figura del golpista, contribuir al movimiento revisionista de la historia que sustenta ideológicamente el resurgimiento del nuevo franquismo posmoderno y de paso dar un pelotazo editorial, que nunca viene mal. El hombre ha debido pensar que si hasta El Dioni ha hecho caja con sus furgones blindados, él estaba haciendo el canelo desaprovechando el filón mediático de su aventura totalitaria.

Durante años, los fascistas estuvieron callados y metidos en el armario para no pasar vergüenza. Estaba mal visto, se les consideraba friquis de circo, ridículas momias del pasado. Hoy toda esta estirpe ultra sale a la calle de nuevo a proclamar el orgullo del nazismo y cada vez son más los que se suman al revival. Ha llegado el momento de Tejero y él lo sabe. Por eso reclama su minuto de gloria, para rehabilitar su figura y pasar de villano a héroe nacional (acabarán poniéndole una calle en algún pueblo gobernado por Vox). Por eso monta performances como esa delirante denuncia contra Sánchez por traicionar a España e incumplir la Constitución (que nunca le gustó ni la votó, aunque se la coma “como un bacalao con tomate”). Por eso dice sin complejos que le agradaría un gobierno militar que “pusiera las cosas en su sitio” con la ayuda de Felipe VI y el “galaico” Feijóo, que tampoco es santo de su devoción, aunque lo admita como un mal menor. Otra vez la locura de la Guerra Civil, otra vez el delirio sangriento y cainita que toda esta gente lleva en la sangre y que transmite de generación en generación como una mala hemofilia.     

Dicho lo cual, nada de esto quiere decir que no hubiera episodios extraños en todo lo que rodeó al 23F. Hay numerosas incógnitas por despejar de aquel trance crucial de nuestra historia. Ahí están, por ejemplo, las cintas secretas del CESID con las conversaciones de los personajes implicados (hoy Esquerra, Bildu y el BNG han vuelto a pedir, por enésima vez, su desclasificación). Y por encima de todo está el oscuro papel que jugó Juan Carlos I, hoy de vacaciones permanentes en los desiertos árabes por sus problemas con Hacienda. Hace tiempo que el pueblo ha dejado de fiarse del emérito. Lamentablemente, su “me he equivocado y no volverá a ocurrir” ha fallado demasiadas veces –tantas como una escopeta de feria ante un elefante de Botsuana–, y ya ha perdido el escaso crédito que le quedaba. Cualquier escándalo que venga del patriarca en declive puede ser cierto, incluso que organizó el 23F como vacuna preventiva ante la grave situación política por la que atravesaba el país. Pero siempre con datos, con información seria y contrastada, con periodistas y escritores trabajando el asunto con rigor. Darle pábulo a las confesiones de un golpista como Tejero no tiene ningún sentido. No lo tuvo en 1983, cuando fue procesado, juzgado y condenado. Y no lo tiene hoy que por desgracia retornan el fascismo y sus ídolos de pacotilla y opereta. 

Viñeta: Iñaki y Frenchy

FEIJÓO ENTREGA LA CUCHARA

(Publicado en Diario16 el 24 de octubre de 2023)

Feijóo da por hecho que Pedro Sánchez será investido con el apoyo de los independentistas catalanes y vascos. ¿Qué quiere decir esto? Primero que el jefe de la oposición tiene algún tipo de información privilegiada que le permite saber que las negociaciones de Moncloa con Carles Puigdemont van por buen camino. Y en segundo lugar otra cuestión obvia: que Pedro Sánchez va a conceder la amnistía, pero no el referéndum exigido por Junts y Esquerra. De estar dispuesto el premier socialista a hacer algún tipo de concesión, como puede ser una consulta popular sobre la autodeterminación de Cataluña, el gallego ya la estaría aireando a los cuatro vientos como escandalosa noticia confirmada y por supuesto, sin ninguna duda, la estaría empleando como munición contra el sanchismo.

Por tanto, todo parece ir conforme al guion establecido. Con todo, Feijóo vaticina un mandato corto que en ningún caso llegaría a los cuatro años y que estaría liderado por una persona “sin honra” y “sometida al independentismo”, o sea Sánchez. El dirigente popular, como todo hombre de derechas, es un chapado a la antigua, un marqués de Bradomín “católico y sentimental” (lo de “feo” lo dejamos para su señora) y tiene un concepto de la honra tan arcaico como el que manejaban aquellos viejos literatos del teatro del Siglo de Oro. ¿Por qué iba Sánchez a perder la honorabilidad solo por pactar con partidos independentistas? También pacta Feijóo con la extrema derecha, que es mucho más miserable e indecoroso, y no se ruboriza ni por un momento. Puigdemont será un prófugo de la Justicia que se salta las leyes, la Constitución, todo lo que usted quiera, pero es un señor que no ha matado a nadie y al menos es un demócrata convencido que solo pide el derecho de su pueblo a votar. Los prebostes de Vox, sin embargo, son fervientes admiradores del legado político de Franco, es decir, del régimen totalitario fascista cuyo golpe de Estado del 36 costó la vida a un millón de españoles. Y eso sí que no tiene perdón de Dios. Así que, por ahí, Feijóo pierde más honra que Sánchez. 

No está el dirigente popular como para dar lecciones de honestidad a nadie. La honra puede perderse de muchas maneras, y no solo pidiéndole los votos a Junts para poder completar la investidura. La honra se pierde organizando redes corruptas como la Gürtel, Lezo o Púnica, tal como hizo el Partido Popular durante años; la honra se pierde repartiendo sobresueldos de la Caja B del partido como una jugosa pedrea navideña; la honra se pierde fácilmente, como la virginidad, en fin, promocionando mafias policiales patrióticas y cloaqueras dedicadas a espiar a la disidencia política.

Estamos en pleno siglo XXI y el señor Feijóo aún no se ha enterado de que vivimos en plena posmodernidad, donde la honra sencillamente no vale nada (basta escuchar las burradas que dicen la mayoría de altos cargos de su partido, que se pasan la rectitud, la moralidad, la honestidad y la verdad por el arco de triunfo). Los individuos de las sociedades actuales posmodernas ya no se rigen por valores o principios éticos superiores, abandonan todo tipo de idealismos y se dejan llevar por la búsqueda del éxito fácil e inmediato (en esas está precisamente Sánchez, en cerrar exitosamente un pacto de Gobierno, aunque sea rebuscando votos debajo de las piedras, ya lo dijo él mismo). El propio Fejóo se ha mostrado como un gran relativista (y no precisamente por seguir la física de Einstein), sino porque ostenta el récord de mentiras por minuto proferidas por un candidato popular en un cara a cara televisado con el adversario del PSOE.

En cualquier caso, nos encontramos ante una semana crucial para el futuro de la investidura. En estos días debe cerrarse el acuerdo PSOE/Sumar, que está pendiente de unos flecos. Sánchez quiere zanjar el asunto cuanto antes, pero Yolanda Díaz le aprieta para que incluya en el acuerdo la reducción de la jornada laboral, el estatuto del becario y la prolongación del impuesto a la banca. Un último escollo será el reconocimiento expreso del derecho de Palestina a su independencia como estado soberano. El pacto rubricará el momento estelar, ya que presidente y vicepresidenta en funciones escenificarán la unidad de la izquierda española en un momento especialmente delicado para el país. Falta saber si Podemos fracturará esa cohesión inicial. Los morados están malmetiendo y reclaman el Ministerio de Igualdad para Irene Montero. O carguete o no hay alianza, así de claro. Cuesta trabajo pensar que el partido fundado por Pablo Iglesias pueda poner en peligro el futuro del próximo Gobierno progresista abocando al país a unas nuevas elecciones, que sería tanto como entregarlo a la extrema derecha de nuevo cuño. Pero en este Podemos de rebajas y en vías de extinción cualquier cosa puede ocurrir. Los cuatro supervivientes que quedan defienden sus cuotas de poder con uñas y dientes y están dispuestos a romper la baraja y a morir matando si no les dan un nuevo negociado. No reparan en que, si vamos a nuevas elecciones, solo servirá para ratificar el mal presagio: acabar en el vertedero de la historia como Ciudadanos.

De momento, quien también huele a pacto de gobierno con los indepes es Cuca Gamarra, que exige a Sánchez una fecha concreta para la sesión de investidura. En el PP quieren la revancha por el desplante que les hizo el presidente socialista en el primer intento fallido de Feijóo, cuando el gobernante socialista se negó a confrontar con el candidato popular. Este segundo debate se prevé mucho más duro y bronco que aquel, si cabe. Óscar Puente ya calienta en la banda.

Viñeta: Iñaki y Frenchy

EL NUEVO AUSCHWITZ

(Publicado en Diario16 el 23 de octubre de 2023)

La invasión de Ucrania provocó una ola de inmensa solidaridad en todo el mundo. El salvaje ataque israelí contra Gaza hace que muchos países miren para otro lado tapándose la nariz. En esa indolencia quizá tenga algo que ver que los ucranianos son europeos, rubios y con ojos azules mientras que la piel de los niños gazatíes es oscura y sus familias son pobres como ratas. Sin duda, también debe influir que Estados Unidos haya dado licencia para matar a Benjamin Netanyahu y que la UE se haya puesto de perfil. En Occidente todos hacen lo que dice el Tío Sam, que en este caso es Joe Biden, ese que iba de progre y moderado y cuya política internacional en Oriente Medio no se diferencia demasiado de la que pondría en juego un supuesto ultraderechista como Donald Trump.

El mundo libre está consintiendo el exterminio de un pueblo entero recluido en la mayor prisión étnica conocida hasta el día de hoy. Israel se ha propuesto acabar con dos millones de palestinos matándolos de hambre y de sed ante la indolencia del resto del planeta. Hay imágenes que no podremos olvidar nunca y que lo dicen todo sobre el nivel de crueldad y degradación al que ha llegado el gobierno hebreo. Por ejemplo, esos médicos de los hospitales de Gaza que, a falta de suministro eléctrico en los quirófanos, operan con la escasa luz de sus teléfonos móviles y empleando vinagre en lugar de anestesia. O esa otra noticia que habla de niños bebiendo agua de mar o de una cloaca fecal mientras enferman de cólera, tifus y disentería. Harían falta cien camiones con alimentos y medicinas cada día para aliviar la catástrofe humanitaria, pero a esta hora la comunidad internacional solo ha logrado que Israel admita un convoy con veinte miserables remolques, una cantidad insultante e irrisoria. El último sarcasmo de Occidente es enviar unas cuantas latas de conservas y unas botellas de leche con las que no se podrá alimentar ni al cuatro por ciento de la población amenazada por las bombas. Así se tranquilizan las conciencias de los prebostes del G-20.

Las democracias mundiales, con sus elevados valores y principios morales, con su Derecho internacional reducido a papel mojado, están escribiendo una página negra en la historia de la infamia. Sonroja ver cómo los líderes europeos piden amablemente a Netanyahu que sea proporcional en su reacción bélica consintiéndole que mate algunos palestinos, pero sin pasarse. Desde Borrell a Ursula von der Leyen, pasando por Sunak, Scholz y Macron, todos se están retratando como mudos y ciegos invitados de Israel a su gran fiesta del holocausto palestino. Ni siquiera Pedro Sánchez, como representante de la Presidencia española rotatoria de turno, ha estado a la altura. ¿Qué es eso de que el derecho de Israel a defenderse debe ser “proporcional” y comedido? Eso es tanto como consentir la barbarie que se está cometiendo. Lo que debería hacer la Unión Europea es condenar sin paliativos el genocidio, que es lo que está ocurriendo en aquella tierra maldita dejada de la mano de Dios.

De la ONU ya poco cabe esperar. La puesta en escena de su secretario general, António Guterres, que se plantó por sorpresa en el paso fronterizo de Rafah, entre Egipto y Palestina, para exigir la entrada de los camiones de socorro, fue un vodevil que movió a la carcajada a los halcones del Ejército israelí. Y mientras los civilizados occidentales siguen divirtiéndose en los centros comerciales y en los estadios de fútbol, elevando el nivel de neurosis terrorista, cada quince minutos es asesinado un niño en la Franja de Gaza. Ya van más de mil pequeños masacrados por el Ejército israelí, una monstruosidad que empieza a ser comparable al exterminio judío perpetrado en los campos de concentración nazis durante la Segunda Guerra Mundial. Las voces valientes que denuncian la limpieza étnica palestina son apagadas de inmediato o se les pone la conveniente sordina. Todo aquel que se atreva a enarbolar la bandera de la paz, saliéndose de la versión oficial y del manido latiguillo del “Israel tiene derecho a defenderse”, es inmediatamente calificado de utópico, ingenuo o mucho peor, de amigo de los terroristas de Hamás. Ahí está el caso de Ione Belarra quien, por ejercer su derecho a la libertad de expresión, ha tenido que enfrentarse a una airada protesta del gobierno de Netanyahu y a un incidente diplomático en toda regla.

De una forma o de otra, la extrema derecha, influyente política y mediáticamente en la mayoría de los estados de la UE, está consiguiendo imponer su visión supremacista, simplona y maniquea consistente en que en este conflicto hay buenos (los prooccidentales israelíes) y malos (los palestinos); víctimas de primera categoría (las judías) y de segunda (los gazatíes degradados a la condición de animales sacrificables); unas razones políticas que valen más (las nuestras como opulentos ciudadanos del mundo rico) y otras menos (las de aquel pueblo oprimido que vive en una escombrera). Tal filosofía ultra nefasta ha impregnado ya a los foros internacionales como la ONU, la UE y la fracasada Conferencia de El Cairo.

¿Cuánto tiempo más ha de pasar hasta que la comunidad internacional diga basta ya a la barbarie en Palestina? ¿Cuántos hospitales más tienen que volar por los aires? ¿Cuántos niños más tienen que ser reventados por los misiles precisos y selectivos de Israel? A día de hoy da la sensación de que las cancillerías occidentales aún tienen capacidad para asimilar unos cuantos miles de muertos adicionales. El precio que haga falta con tal de que Israel sacie su sed de sangre y venganza con el ojo por ojo.

La guerra prosigue, los bombardeos indiscriminados contra la población civil no cesan. La cuarta parte de los edificios de la Franja han sido ya destruidos. El paisaje lunar a vista de dron resulta horrendo, aterrador, escalofriante. Han cercado Gaza, convirtiéndola en el nuevo gueto del siglo XXI. Una inmensa jaula humana. Si los camiones con la ayuda internacional no empiezan a entrar ya, y en grandes cantidades, pronto asistiremos a escenas sacadas del mismísimo infierno no demasiado diferentes a las que el mundo tuvo que contemplar cuando se abrieron las puertas de Auschwitz. Estamos a dos telediarios de ver palestinos matándose entre ellos por un trozo de pan o una botella de agua; suicidios de aquellos que ya no soportan por más tiempo la tortura del encierro y el apartheid; cuerpos esqueléticos, rostros famélicos, cadáveres andantes, como aquellos que deambulaban sin sentido en medio del horror de los crematorios nazis. ¿Reaccionará entonces el mundo occidental, lanzará un ultimátum a Israel, o todavía podremos seguir mirando hacia otro lado un rato más?

Viñeta: Pedro Parrilla

KUBRICK EN GAZA


(Publicado en Diario16 el 20 de octubre de 2023)

La imagen de Netanyahu arengando a sus jóvenes soldados antes de lanzarlos a la batalla en el infierno de Gaza es calcada a aquella escena de Senderos de Gloria, de Stanley Kubrick, en la que un general pasaba revista a la tropa, en las trincheras, preguntando a cada recluta aquello de “¿dispuesto a matar alemanes?”. Poco o nada ha cambiado la especie humana desde las atrocidades cometidas en la Primera Guerra Mundial.

Israel se ha propuesto destruir Gaza hasta que no quede un solo terrorista de Hamás vivo. Ahora bien, ¿qué piensa hacer el Gobierno ultra de Tel Aviv después de su sangrienta venganza que ya lleva cosechadas más de 3.000 víctimas, la cuarta parte de ellas niños, muchos de ellos recién nacidos? Supongamos que el Ejército hebreo lleva a cabo, por fin, su anunciada invasión terrestre, una operación por la que tendría que pagar un elevado precio en vidas humanas. Y supongamos también que logra controlar la Franja de diez por cuarenta kilómetros, lo cual quizá sea mucho suponer, ya que aquello se ha convertido en una ratonera de ruinas, escombros y túneles donde los guerrilleros de Hamás pueden hacerse fuertes durante años, probablemente décadas. Hasta el propio Netanyahu ha reconocido que la guerra será larga.

En el caso de culminarse esa “pacificación” por la vía de la fuerza militar (un escenario idílico en el que no confía ni el más optimista de los políticos ultraortodoxos) Israel dispone de planes expansionistas o de anexión. Unir Palestina al Estado de Israel es el viejo sueño bíblico de las facciones judías más ultranacionalistas. Los que así piensan, ideólogos que apuestan por un Israel mucho más grande y fuerte, están convencidos de que aumentando el número de asentamientos y comunas agrícolas (los famosos kibutz) lograrán mantener a raya a sus enemigos, garantizándose la supervivencia del Estado hebreo. La idea no es solo tomar por la fuerza la Franja de Gaza, sino ampliar fronteras también por Cisjordania, donde no gobierna Hamás sino Fatah, el partido mucho más moderado de Yasir Arafat. La prueba es que en las últimas horas también se han recrudecido los combates en aquella zona, lo que viene a confirmar que acabar con el terrorismo de Hamás no es lo importante para Israel, sino agrandar su espacio vital.

Sin embargo, si algo demuestra la historia es que la estrategia de la conquista territorial, si bien alivia el problema en un primer momento, no suele dar resultado a largo plazo, ya que con el tiempo la potencia invasora se debilita y debe volver a ceder terreno ante los movimientos de resistencia popular (en Gaza viven dos millones de personas). Israel podrá liquidar los últimos reductos de Hamás, de la Yihad Islámica, del Frente Popular para la Liberación de Palestina y hasta de La Guarida de los Leones, pero eso no servirá para acabar con el problema. Surgirán otras células que se irán reproduciendo metastásicamente y que con el tiempo (y con el apoyo financiero y armamentístico de naciones fundamentalistas como Irán) tendrán capacidad militar suficiente para golpear a Israel en su corazón mismo. El pueblo judío jamás vivirá tranquilo; habrá de dormir con la máscara de gas bajo la almohada para siempre.

Una invasión con usurpación de territorio, clavando la bandera blanca con la Estrella de David en la sede gubernamental de la Autoridad Palestina y en los cuarteles de Hamás, es una seductora tentación para los lobbies religiosos, políticos y militares más ultras y fanáticos de Israel, que son los que en realidad controlan de facto el Gobierno Netanyahu, pero no deja de ser una falsa utopía. Lo que estamos viendo estos días no es una operación policial o militar para descabezar Hamás, en realidad es un movimiento de tropas a gran escala para culminar la ocupación de un país por la vía de los hechos consumados. Y en esa lógica, la limpieza étnica del pueblo palestino ocupa un lugar preferente en el macabro plan. Las evidencias que nos dejan estos días de horror demuestran que se trata de liquidar a la mayor cantidad posible de población palestina. Solo así se entiende que Israel haya ordenado a los vecinos de Gaza que abandonen la ciudad y se dirijan al sur para ponerse a salvo mientras su artillería somete a los refugiados a injustificables bombardeos. Solo así se comprende que los misiles caigan sobre hospitales, sobre panaderías, sobre edificios residenciales (más de la cuarta parte de los bloques de pisos y casas ya han sido arrasados). Y solo así se infiere que la ciudad palestina haya sido completamente cercada y sometida a un bloqueo cruel, convirtiéndose en un gueto o jaula humana sin luz, sin comida, sin agua ni medicinas. Ya no queda combustible para mantener los quirófanos y los médicos están operando sin anestesia. Solo un pueblo que ha decidido exterminar a otro se comporta de esa manera y con esas tácticas constitutivas de graves crímenes contra la humanidad. La invasión suele ir acompañada del genocidio.

Israel debería abandonar la senda delirante que está marcando Netanyahu, otro carnicero como en su día lo fue Ariel Sharon en los campos de refugiados de Sabra y Shatila. Anexionar territorio solo traerá más odio en el mundo islámico, más guerra y más atentados en suelo israelí. No se resolverá el problema, solo contribuirá a agravarlo. La única salida posible es la vuelta a la mesa de negociación y la Solución de los Dos Estados, es decir, dos países soberanos, uno palestino y otro israelí que convivan pacíficamente y en paz, tal como recogen las resoluciones de la ONU, la Liga Árabe, la Unión Europea, Rusia y Estados Unidos. Lamentablemente, ni los ultraortodoxos judíos ni los yihadistas de Hamás están por la labor. Los duros del Likud porque han visto la oportunidad ideal de ganar territorio de este a oeste y de norte a sur. Los talibanes musulmanes porque no reconocen al Estado de Israel ni lo harán nunca. La Solución de los Dos Estados es la preferida por los pueblos palestino y judío, según las últimas encuestas. Un referéndum en ambos países sería la última esperanza. Algo que no contempla Netanyahu, un hombre cegado por el odio que ya solo piensa en matar palestinos. Como el personaje aquel de la película de Kubrick.

Viñeta: Currito Martínez

LA SECTA "MILEINARISTA"

(Publicado en Dairio16 el 20 de octubre de 2023)

“Soy el rey, soy el león”, grita fuera de sí Javier Milei –el ultra que aspira a ganar las elecciones del domingo en Argentina–, ante un auditorio entregado y en éxtasis. Primero fue Brasil, ahora es el país que vio nacer a Maradona el que se sube al carro del nacionalpopulismo, anarcocapitalismo, fascismo posmoderno o como quiera que se llame esta peste que le ha caído a la humanidad. Sobrecoge ver a un tipo con pinta de Lobezno venido a menos saltando como un barra brava sudoroso y destilando bilis y esputos contra el sistema mientras sus adeptos le jalean, le lanzan vítores y le siguen su juego enloquecido. Millones de argentinos se han tragado el bebedizo ultraderechista muy bien envuelto en el partido La Libertad Avanza, un movimiento que comenzó en los barrios humildes y que amenaza con controlar la Casa Rosada en apenas un par de días.

En todas partes los exaltados y ácratas libertarios de derechas se abren paso entre las ruinas de la democracia empleando un mismo truco o artificio: llenarse la boca de libertad, una idea que le han arrebatado vilmente a la izquierda, de la que se han apropiado y a la que han despojado de contenido (antes ya lo hizo Ayuso, esa otra que va soltando estupideces como que España se va a quedar sin españoles). En el fondo, bien mirado, no es la libertad lo que anhelan con tanto ahínco, sino implantar un imperio de estulticia, burricie y mucho odio contra todo lo que huela a socialdemocracia.

Milei, el gran favorito para ganar los comicios, según todas las encuestas, es otro trumpito pasado por la retórica argentina, lo cual lo convierte en un boludo/pelotudo todavía más peligroso. Acérrimo detractor del aborto (incluso cuando la embarazada es víctima de una violación), contrario a la educación sexual en las escuelas, fan de las armas, enemigo del muticulturalismo, negacionista del cambio climático y de los crímenes de Estado perpetrados por la dictadura militar (tacha de mentira que haya 30.000 desaparecidos en el país), representa lo peor de la política de este convulso siglo XXI. Otro clown para una patética función que hemos visto mil veces en los últimos años.

Resulta difícil comprender por qué una nación que debería luchar por mejorar el Estado de bienestar y por la justicia social termina votando a un mamarracho apodado El Peluca o El Loco Milei que sin duda va a gobernar para las élites. Y la única explicación que cabe es que el pueblo ha llegado a un nivel de hastío y hartazgo tal contra los políticos convencionales corruptos, contra la sempiterna crisis económica y contra la amenaza del corralito que ha decidido suicidarse como sociedad. Porque votar Milei, como votar Trump, Bolsonaro, Orbán y otros autócratas de nuestro tiempo, no es más que eso: pegarse un tiro en la sien cuando ya todo ha fallado.

En un país donde cuatro de cada diez argentinos viven en la pobreza más absoluta y soportan una inflación del 124 por cien, ya tardaba en salir el salvapatrias de turno. Hablamos de un tipo que se ha propuesto degradar la democracia hasta convertirla en un auténtico estercolero. Hace unos días, calificaba de “ratas” al resto de adversarios políticos porque solo “quieren ser amados por todos”. Su estilo gamberro y faltón y su lenguaje soez y violento gusta cada vez más al votante, que se ha propuesto dar un severo correctivo a “la casta”. Pero lo peor de todo es que este ser completamente tronado que se comporta en el escenario como una estrella del rock tiene entre ceja y ceja acabar con cualquier estructura de Gobierno e incluso con el Estado mismo, que le sobra porque lo considera su enemigo. A Milei le molesta todo lo que sirva para organizar una sociedad avanzada: el Ministerio de Educación que considera un ente de “adoctrinamiento”, el de Sanidad y el de Hacienda, entre otros departamentos. El que quiera colegio para sus hijos que se lo pague; el que caiga enfermo que hipoteque su casa para curarse, si es que puede; el que pida servicios públicos que vaya asumiendo que Argentina va a caminar hacia el libre mercado totalmente privatizado, sin impuestos de ninguna clase, o sea la ley de la jungla y del más fuerte, única verdad inamovible e inmutable para estos fanáticos del capitalismo salvaje.

En su programa electoral figura demoler el Banco Central Argentino, acabar con el peso para implantar el dólar (una falacia, ya que la dolarización ya existe y no ha resuelto ningún problema) y liquidar las políticas de igualdad de la mujer. El sujeto es un auténtico kamikaze, un destroyer de la civilización humana que de alguna manera sueña con un mundo feudal de ricos controlando a las masas. Solo el dinero te hará grande, ese podría ser su lema decadente. Puro egoísmo insolidario; pura apología de la desigualdad. El país que añora Milei es una especie de Far West con muchos gauchos armados hasta los dientes y puestos de mate con yerba de coca hasta las cejas. “Por mí, si te quieres drogar hacer lo que quieras. Drógate. Mientras que yo no tenga que pagar la cuenta. Porque, ¿yo quién soy para meterme en lo que hace con su vida?”, dijo en cierta ocasión.

Los mítines de Milei son surrealismo en estado puro con pantallas gigantes que emiten imágenes de edificios que se derrumban y bombas nucleares que estallan. Miles de energúmenos como él destilando odio, legiones enardecidas pidiendo mano dura contra los enemigos de la patria (los mismos que son señalados por la extrema derecha aquí, al otro lado del Charco), manadas siguiendo a su macho alfa y reclamando leyes para obligar a las mujeres a tener hijos como en el peor de los Estados totalitarios. “La casta tiene miedo, la casta miedo…”, le susurran los 15.000 asistentes a su show business con aires yanquis mientras él se contrae y se da palmadas en el pecho como un gorila y entra en el paroxismo como un endemoniado a punto de ser exorcizado o un rockero de heavy metal dispuesto a romper su guitarra a golpes contra el suelo. Alguien que defiende la venta libre de órganos humanos es que no está en sus cabales pero, llegados a este punto, ya nadie puede sacar al Joker del circo a punto de reventar. “Viva Vox, viva Santiago Abascal”, proclama la criatura ante sus entregados correligionarios. Es el león, ruge la bestia. “Milei va a sacar el país adelante”, asegura una engañada por la secta “mileinarista” a las puertas del mitin. Pobre Argentina.

Viñeta: Iñaki y Frenchy

LAS DERECHAS SIONISTAS

(Publicado en Diario16 el 19 de octubre de 2023)

La guerra entre Israel y Hamás está judaizando al extremo a los dirigentes de las derechas españolas. Ellos, que tanto veneran el legado de Franco, un dictador que atribuía a los judíos todos los males de la nación. Así, Ayuso acusa a Mónica García de antisionista en sede parlamentaria, mientras que Vox exige que se controle la entrada en España de toda persona de cultura musulmana y que el Gobierno corte la ayuda humanitaria a los palestinos de la Franja de Gaza. Derechistas y ultras perfectamente alineados con la causa del judaísmo internacional. Lisérgico, estupefaciente, quién lo iba a decir. Por lo visto no deben de haberse enterado de que el Caudillo ganó la guerra con la Guardia Mora, no con los ejércitos de Judea.

De la noche a la mañana, las derechas hispanas se han vuelto más prosionistas que nunca. Populares y voxistas siempre se han declarado fieles admiradores del dictador que dirigió los destinos del país, con mano de hierro, durante cuarenta años. Sin embargo, aquí traicionan la memoria del padre. Cualquiera que haya leído algo de historia recordará los discursos del viejo general en los que metía miedo a los españoles con aquello de la conspiración judeomasónica. Todos los cánceres de España provenían de la presunta conjura soviético/sionista incubada en la Segunda República. ¿Entendía el pueblo aquellos sermones que el Generalísimo les echaba en el balcón de la plaza de Oriente? Ni papa. La mitad del país era analfabeto y la otra mitad no alcanzaba a comprender qué demonios era aquello de la logia secreta que confabulaba traidoramente contra España. ¿Acaso había una banda de señores bolcheviques con capa roja, rabo y cuernos conchabados con unos patriarcas matusalenes de una secta judía, todos ellos reunidos en medio de la noche, clandestinamente y a la luz de las velas? ¿Qué pintaba la masonería en todo aquello si ya no quedaba un solo masón desde que fueron liquidados en el siglo XIX? ¿Los malvados anarquistas estaban en el ajo o qué? El personal nunca llegó a entender muy bien qué demonios era toda aquella leyenda negra difundida por los propagandistas del Régimen, pero las mentiras, los cuentos, las fábulas del fascismo, cuajaron en las mentes débiles de los atormentados españolitos, que terminaban repitiendo la partitura impuesta como papagayos sin saber siquiera lo que significaban aquellas palabras.

Franco consiguió mantener el mito de la conspiración judía antiespañola hasta el final de sus días. De hecho, en su último discurso del 1 de octubre de 1975, poco antes de morir, siguió con el raca raca antijudío con el que había legitimado el golpe de Estado del 36 y su condición de salvapatrias. Ningún historiador serio y reputado (aquí excluimos a los domingueros de la escuela revisionista) ha logrado demostrar jamás que rojos y judíos actuaran en un complot para destruir España. Pero el famoso contubernio judeomasónico sirvió para justificar una guerra civil, cuatro décadas de dura represión y un millón de muertos. El cuento es tan pueril que sonroja pensar cómo se lo pudieron tragar nuestros paisanos de aquella época. Fueron los judíos quienes crucificaron a Cristo, fueron los judíos los que con su usura y sus bancos de Wall Street empobrecieron al pueblo español, los que provocaron el crack del 29 y la crisis mundial, los que inocularon el mal del separatismo regional, los que financiaban el socialismo tan pernicioso, los que traían su ciencia einsteiniana contra la moral de Dios, los libertinos que infestaban Hollywood con sus películas rebosantes de lujuria y mujeres fatales (de ahí la censura) y los que nos robaban las esencias. Si algún poeta, escritor, músico o intelectual iba contra el Régimen con sus corrosivas ideas de democracia y libertad, es que tenía que tener sin duda algún pariente rojo o judío en primera línea de consanguinidad. Todo aquel mantra obsesivo, todo aquel discurso chusco y simplón con el que Franco hechizó a los españoles no tenía ninguna base real, no era más que un universo mitológico creado por los fascismos del siglo XX. De alguna manera, el franquismo no fue más que una larga misa con una letanía de versículos tan falsos como huecos y vacíos. Pero, extrañamente, la fórmula funcionó, en buena medida gracias al apoyo al Régimen del nacionalcatolicismo, que desde los púlpitos propagaba el miedo al avaro y libertino judío.

A Franco siempre le sedujeron las ideas nazis sobre el superhombre y la raza superior. Él, que era un retaco más bien calvete y rechondo que no podía presumir de ser genéticamente perfecto ni el mayor exponente de la estirpe ibérica más pura. Estaba tan en conexión con la ideología del Tercer Reich que dejó morir a los sefardíes en las cámaras de gas (convirtiéndose en cómplice del Holocasuto) y dio cobijo a los peores jerarcas de la Alemania hitleriana en su desesperada huida tras la caída de Berlín. Franco sencillamente recogió lo que más le convenía de la filosofía del nazismo y lo adaptó a la realidad española. En su delirante idea del retorno a la España imperial, la expulsión de los judíos ordenada por los Reyes Católicos en 1492 le vino como anillo al dedo. Si los más grandes monarcas hispanos de la historia, los padres fundadores de la patria, habían largado a esa tribu taimada de la Península Ibérica, por algo sería. Y desde entonces la derecha y la extrema derecha española, primero con la Falange y después con otros partidos ultras ya en el posfranquismo, siempre ha sido antisemita. Hasta hoy.

PP y Vox rompen con la tradición franquista antisionista. Matan al padre por primera vez. ¿Por qué lo hacen? Seguramente no por convicción política, que no la han tenido nunca ni la tendrán, sino por simples intereses electorales. Feijóo y Abascal creen que identificando a Pedro Sánchez con un peligroso terrorista de Hamás en connivencia con la Yihad podemita, la gente les votará más. Sin embargo, lo único cierto es que el presidente del Gobierno ha condenado los ataques contra Israel, ha reconocido que el Estado hebreo tiene derecho a defenderse y ha puntualizado que la reacción bélica debe ser proporcional a la legislación humanitaria internacional. Pero la maquinaria del pánico ya está en marcha y es imparable. En esos métodos de propaganda barata siguen siendo tan franquistas como siempre. Miedo al masón, miedo al rojo, miedo al judío. Y ahora miedo al talibán compinchado con la izquierda podemita. Qué imaginación la de los muchachos de la derechona. Qué habilidad innata para construir fábulas propagandísticas y engañar al pueblo. Cuánto daño sigue haciendo Goebbels.

Viñeta: Iñaki y Frenchy

SABRA Y SHATILA

(Publicado en Diario16 el 19 de octubre de 2023)

¿Se acuerda el fiel lector de esta columna de la matanza de Sabra y Shatila ocurrida en septiembre de 1982? Para los que vamos teniendo una edad, aquellos nombres resuenan en nuestra mente como algo horrible de lo que oíamos hablar en los telediarios, un asunto territorial complejo entre israelíes, palestinos y libaneses que no terminábamos de entender muy bien. Éramos jóvenes y la mayoría de los chavales de aquella generación estábamos en otras cosas, en la movida musical, en los aires de libertad que prometía el socialismo felipista y en la resaca del frustrante Mundial de fútbol que se acababa de celebrar aquel verano prodigioso en nuestro país. España terminaba de salir de un golpe de Estado, como aquel que dice, y tratábamos de quitarnos el miedo de encima. Pero, superado el intento de involución militar, empezábamos a caminar, esta vez sí, por la senda de la libertad.

Todo eso ocurría mientras nos llegaban noticias mucho más violentas e inquietantes de Oriente Medio. Sabra y Shatila eran barrios paupérrimos del Beirut Oeste acondicionados (por decir algo), como campos de refugiados para palestinos. Aquellos tres días fatídicos, entre el 15 y el 18 de septiembre, milicianos de una organización denominada Partido de las Falanges Libanesas, de inspiración católica maronita, se lanzaron sobre los refugiados para exterminarlos. El motivo: vengar el asesinato del presidente electo del Líbano, Bashir Gemayel, y una matanza anterior ocurrida en Damour, donde comandos palestinos de la OLP (la Organización para la Liberación de Palestina de Yasir Arafat) acabaron con la vida de 582 personas.

Todo ocurrió cuando las fuerzas internacionales de interposición ya se habían retirado de los campos de refugiados. El Ejército de Israel autorizó el plan, pero ni entraría en los barrios ni se mancharía las manos en aquella “operación de limpieza”, como se la denominó en su día. El intento de las fuerzas judías por pasar desapercibidas no impidió que los mandos militares instalaran un puesto avanzado en el tejado de un edificio de cinco pisos, desde donde, con un potente aparato telescópico, seguirían en primera fila de butacas todo el operativo de liquidación de palestinos. “La cuestión que nos estamos planteando es, ¿cómo empezar? ¿Violando o matando?”, preguntó un falangista. Funcionarios de Estados Unidos conocieron el dispositivo de antemano y alguno que otro llegó a expresar su horror ante lo que se estaba preparando. Fueron el entonces ministro de Defensa hebreo, Ariel Sharon, y el jefe del Estado Mayor, Rafael Eitan, quienes dieron luz verde al despliegue militar. El baño de sangre fue bendecido por Tel Aviv.

La primera unidad formada por 150 falangistas entró en los campamentos de Sabra y Shatila a las seis de la tarde del día 15. Todos iban armados con pistolas, cuchillos y hachas. Durante treinta y seis horas de orgía criminal, los atacantes acribillaron sin piedad a centenares de palestinos. Por la noche, Israel lanzaba bengalas al cielo, de forma que los campos se iluminaban como “un estadio durante un partido de fútbol”, según una enfermera holandesa que presenció el exterminio planificado. Soldados de los tanques israelíes fueron informados de la matanza, pero la respuesta fue: “Lo sabemos, no nos gusta, no interfiráis”. Mientras tanto, Sharon insistía en que era necesaria una “limpieza de terroristas”.

Cruz Roja calculó que la operación de castigo costó la vida a más de 3.000 personas. Testigos de la Comisión Kahan, abierta para esclarecer el horrendo episodio, declararon haber visto cómo se fusilaba a las víctimas, entre ellas un grupo formado por cinco mujeres y niños. Finalmente, la investigación concluyó que la matanza había sido ejecutada única y exclusivamente por las falanges libanesas, aunque consideraba a Israel “indirectamente responsable” por no haber previsto lo que iba a suceder y actuar en consecuencia. Sharon salió tocado del trance, fue hallado responsable colateral de la carnicería y obligado a dimitir como ministro de Defensa, pero en 2004, cuando la escabechina ya se había enfriado, logró alzarse al poder con el cargo de primer ministro.

Para Estados Unidos, la comisión fue “un gran tributo a la democracia israelí” y, una vez más, miró para otro lado, como ha hecho Joe Biden en las últimas horas a propósito de la operación de castigo israelí en la Franja de Gaza. Después de lo de Sabra y Shatila, la fuerza internacional de paz volvió a desplegarse en Beirut, pero el conflicto se recrudeció con más odio antisionista y más fundamentalismo en los países árabes. Al final, quedó la sensación de que el informe Kahan no fue más que una mascarada, ya que los culpables de la masacre salieron impunes.

Janet Lee Stevens, una periodista estadounidense que pudo entrar en Sabra y Shatila tras la matanza, escribió: “Vi mujeres muertas en sus casas con las faldas subidas hasta la cintura y las piernas abiertas; docenas de hombres jóvenes fusilados después de haber sido colocados en fila contra la pared de una calle; niños degollados, una mujer embarazada con su tripa rajada y sus ojos todavía abiertos por completo, su cara oscurecida gritando en silencio por el horror; incontables bebés y niños pequeños que habían sido apuñalados y destrozados y a los que habían arrojado a pilas de basura”.

Ahora que las grandes masacres del pasado retornan con fuerza a Palestina, como la cometida contra el hospital de Gaza el pasado martes, es un buen momento para recordar que el genocidio casi siempre sale gratis a aquel que lo comete.

Viñeta: Iñaki y Frenchy

MENTIRAS DE DESTRUCCIÓN MASIVA

(Publicado en Diario16 el 18 de octubre de 2023)

La guerra en Oriente Medio, con el consiguiente riesgo de conflicto mundial, parece que ha servido para que nos olvidemos por un momento de las mentiras de Feijóo. Sin embargo, ni siquiera los misiles judíos pueden silenciar los embustes de este hombre. El dirigente conservador dio serias muestras de mendacidad durante el debate televisado cara a cara con Pedro Sánchez, donde pasó a la historia como un experto en el Galope de Gish, o sea en disparar bulos a troche y moche en un tiempo récord. Más tarde, durante la fallida sesión de investidura, un quiero y no puedo con el que hizo el ridículo político, siguió con las mismas. Allí, en sede parlamentaria, llegó a soltar patrañas como que tenía los votos para ser presidente, pero no le daba la gana serlo; que no quería controlar la Justicia (él, que tiene paralizada la renovación del Poder Judicial para no soltar el mango de la sartén de la judicatura); y que la Guardia Civil va a ser expulsada de Navarra (falso, la Benemérita no va a salir de allí ni de ninguna otra comunidad autónoma).

Durante el Pleno, propagó otros bulos y bolas, como que en España siempre ha gobernado el candidato de la lista más votada (ahí estaba el portavoz socialista, Óscar Puente, como ejemplo personificado, para demostrarle que no siempre es así); que con él no habrá adoctrinamiento en las aulas (lo dijo el señor que quiere promover la enseñanza de la religión en las escuelas); y que España sufre una especie de dictadura del ecologismo woke (ahí equiparó su discurso, sin pudor, al mensaje ultra de Vox). También aportó datos falsos sobre un supuesto incremento de la ocupación ilegal de pisos y casas, trasladando la sensación de que esto es un territorio sin ley donde campan a sus anchas los okupas, pero de eso ya hablaremos en otra ocasión.

Estos días en los que Sánchez trata de cerrar acuerdos con otras fuerzas políticas para formar gobierno, Feijóo no ha parado de divulgar trolas e infundios. Ha acusado al presidente de claudicar ante los independentistas cuando todavía no se ha cerrado ningún pacto de gobernabilidad; ha tachado al premier socialista de ser un “desleal” con la Constitución por querer promulgar una amnistía a los encausados por el procés (cuando ni siquiera se conoce el contenido de esa medida gracia); y ha alertado a la ciudadanía ante la posibilidad de que el PSOE quiera romper España (esto lo llevan diciendo los populares desde hace décadas y hasta donde se sabe el viejo Estado español ahí sigue, fuerte y robusto como siempre). Su decisión de convocar una manifestación contra la nada (ni siquiera Moncloa sabe a esa hora si va a haber amnistía o no) lo dice todo sobre el hombre que dirige Génova como un pollo sin cabeza.

Todo ello por no hablar del bochornoso discurso de medio pelo, casi de parvulario, que él y los suyos están manteniendo a cuenta de la crisis en Oriente Medio, tildando de peligroso terrorista a todo aquel que como Ione Belarra se atreva a decir la verdad sobre el horror palestino, que no es otra que Netanyahu, el carnicero de Gaza, ha perdido la chaveta y está cometiendo graves crímenes contra la humanidad en aquella tierra dejada de la mano de Dios. La última barbaridad, ese bombardeo indiscriminado contra un hospital gazatí con más de 500 muertos, debería haber provocado el comunicado de rechazo inmediato de un partido supuestamente defensor de la democracia y los derechos humanos como es el Partido Popular, pero a esta hora, nada de nada, rien de rien, cri, cri, cri. Ahora dicen que se van a reunir de urgencia en la Ejecutiva nacional para fijar posiciones oficiales. Ahora, cuando ya van más de 4.000 muertos.

Del PP no se puede esperar una posición coherente sobre nada. Alinearse sin fisuras con los ultraortodoxos israelíes que han prometido arrasar Gaza por tierra, mar y aire hasta que no quede nadie vivo, es un error de bulto para cualquier partido europeo. Pero ahí está Feijóo, haciendo piruetas y malabarismos dialécticos con su habitual discurso maniqueo: judíos buenos; palestinos malos, caca. No hombre, no. Usted condene por igual los atentados de Hamás y la limpieza étnica judía, que es lo que toca, y déjese de gaitas. Hasta el polémico Borrell ha estado más decente y digno que él en el drama palestino.

Pero más allá de los gruesos errores estratégicos del PP, lo peor de todo es que Feijóo no puede parar de mentir, miente a todas horas, es una máquina de soltar falacias. Unas veces con medias verdades, otras sesgando la información y montando un discurso sectario y parcial y a menudo dejando caer el embuste de una manera descarada y flagrante.

Ayer mismo, sin ir más lejos, vimos a un solemne Feijóo que volvió a quedar en evidencia en un canutazo con los periodistas. Cuando los plumillas le preguntaron por la queja de Israel contra los ministros españoles podemitas que piden enjuiciar a Netanyahu por crímenes contra la humanidad, él se limitó a echar balones fuera y a lamentar que la crisis palestina haya provocado un conflicto diplomático con los hebreos. No le conmueven los miles de asesinados cruelmente, le preocupa que nos enemistemos con el régimen de Tel Aviv, como si las exportaciones y la balanza de pagos entre ambos países fuesen más importantes que el respeto a los derechos humanos. Y eso mientras el ejército sionista encerraba a cientos de miles de gazatíes en una especie de gueto sin agua, sin luz, sin comida ni medicinas. Este es el gran estadista que pretende dirigir los destinos de nuestro país. Si se muestra así de mediocre siendo el jefe de la oposición, ¿qué pasará el día que tenga que representar a España en la escena internacional? Puede llegar a ser esperpéntico.  

Viñeta: Iñaki y Frenchy