(Publicado en Diario16 el 19 de octubre de 2023)
La guerra entre Israel y Hamás está judaizando al extremo a los dirigentes de las derechas españolas. Ellos, que tanto veneran el legado de Franco, un dictador que atribuía a los judíos todos los males de la nación. Así, Ayuso acusa a Mónica García de antisionista en sede parlamentaria, mientras que Vox exige que se controle la entrada en España de toda persona de cultura musulmana y que el Gobierno corte la ayuda humanitaria a los palestinos de la Franja de Gaza. Derechistas y ultras perfectamente alineados con la causa del judaísmo internacional. Lisérgico, estupefaciente, quién lo iba a decir. Por lo visto no deben de haberse enterado de que el Caudillo ganó la guerra con la Guardia Mora, no con los ejércitos de Judea.
De la noche a la mañana, las derechas hispanas se han vuelto más prosionistas que nunca. Populares y voxistas siempre se han declarado fieles admiradores del dictador que dirigió los destinos del país, con mano de hierro, durante cuarenta años. Sin embargo, aquí traicionan la memoria del padre. Cualquiera que haya leído algo de historia recordará los discursos del viejo general en los que metía miedo a los españoles con aquello de la conspiración judeomasónica. Todos los cánceres de España provenían de la presunta conjura soviético/sionista incubada en la Segunda República. ¿Entendía el pueblo aquellos sermones que el Generalísimo les echaba en el balcón de la plaza de Oriente? Ni papa. La mitad del país era analfabeto y la otra mitad no alcanzaba a comprender qué demonios era aquello de la logia secreta que confabulaba traidoramente contra España. ¿Acaso había una banda de señores bolcheviques con capa roja, rabo y cuernos conchabados con unos patriarcas matusalenes de una secta judía, todos ellos reunidos en medio de la noche, clandestinamente y a la luz de las velas? ¿Qué pintaba la masonería en todo aquello si ya no quedaba un solo masón desde que fueron liquidados en el siglo XIX? ¿Los malvados anarquistas estaban en el ajo o qué? El personal nunca llegó a entender muy bien qué demonios era toda aquella leyenda negra difundida por los propagandistas del Régimen, pero las mentiras, los cuentos, las fábulas del fascismo, cuajaron en las mentes débiles de los atormentados españolitos, que terminaban repitiendo la partitura impuesta como papagayos sin saber siquiera lo que significaban aquellas palabras.
Franco consiguió mantener el mito de la conspiración judía antiespañola hasta el final de sus días. De hecho, en su último discurso del 1 de octubre de 1975, poco antes de morir, siguió con el raca raca antijudío con el que había legitimado el golpe de Estado del 36 y su condición de salvapatrias. Ningún historiador serio y reputado (aquí excluimos a los domingueros de la escuela revisionista) ha logrado demostrar jamás que rojos y judíos actuaran en un complot para destruir España. Pero el famoso contubernio judeomasónico sirvió para justificar una guerra civil, cuatro décadas de dura represión y un millón de muertos. El cuento es tan pueril que sonroja pensar cómo se lo pudieron tragar nuestros paisanos de aquella época. Fueron los judíos quienes crucificaron a Cristo, fueron los judíos los que con su usura y sus bancos de Wall Street empobrecieron al pueblo español, los que provocaron el crack del 29 y la crisis mundial, los que inocularon el mal del separatismo regional, los que financiaban el socialismo tan pernicioso, los que traían su ciencia einsteiniana contra la moral de Dios, los libertinos que infestaban Hollywood con sus películas rebosantes de lujuria y mujeres fatales (de ahí la censura) y los que nos robaban las esencias. Si algún poeta, escritor, músico o intelectual iba contra el Régimen con sus corrosivas ideas de democracia y libertad, es que tenía que tener sin duda algún pariente rojo o judío en primera línea de consanguinidad. Todo aquel mantra obsesivo, todo aquel discurso chusco y simplón con el que Franco hechizó a los españoles no tenía ninguna base real, no era más que un universo mitológico creado por los fascismos del siglo XX. De alguna manera, el franquismo no fue más que una larga misa con una letanía de versículos tan falsos como huecos y vacíos. Pero, extrañamente, la fórmula funcionó, en buena medida gracias al apoyo al Régimen del nacionalcatolicismo, que desde los púlpitos propagaba el miedo al avaro y libertino judío.
A Franco siempre le sedujeron las ideas nazis sobre el superhombre y la raza superior. Él, que era un retaco más bien calvete y rechondo que no podía presumir de ser genéticamente perfecto ni el mayor exponente de la estirpe ibérica más pura. Estaba tan en conexión con la ideología del Tercer Reich que dejó morir a los sefardíes en las cámaras de gas (convirtiéndose en cómplice del Holocasuto) y dio cobijo a los peores jerarcas de la Alemania hitleriana en su desesperada huida tras la caída de Berlín. Franco sencillamente recogió lo que más le convenía de la filosofía del nazismo y lo adaptó a la realidad española. En su delirante idea del retorno a la España imperial, la expulsión de los judíos ordenada por los Reyes Católicos en 1492 le vino como anillo al dedo. Si los más grandes monarcas hispanos de la historia, los padres fundadores de la patria, habían largado a esa tribu taimada de la Península Ibérica, por algo sería. Y desde entonces la derecha y la extrema derecha española, primero con la Falange y después con otros partidos ultras ya en el posfranquismo, siempre ha sido antisemita. Hasta hoy.
PP y Vox rompen con la tradición franquista antisionista. Matan al padre por primera vez. ¿Por qué lo hacen? Seguramente no por convicción política, que no la han tenido nunca ni la tendrán, sino por simples intereses electorales. Feijóo y Abascal creen que identificando a Pedro Sánchez con un peligroso terrorista de Hamás en connivencia con la Yihad podemita, la gente les votará más. Sin embargo, lo único cierto es que el presidente del Gobierno ha condenado los ataques contra Israel, ha reconocido que el Estado hebreo tiene derecho a defenderse y ha puntualizado que la reacción bélica debe ser proporcional a la legislación humanitaria internacional. Pero la maquinaria del pánico ya está en marcha y es imparable. En esos métodos de propaganda barata siguen siendo tan franquistas como siempre. Miedo al masón, miedo al rojo, miedo al judío. Y ahora miedo al talibán compinchado con la izquierda podemita. Qué imaginación la de los muchachos de la derechona. Qué habilidad innata para construir fábulas propagandísticas y engañar al pueblo. Cuánto daño sigue haciendo Goebbels.
Viñeta: Iñaki y Frenchy
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