(Publicado en Diario16 el 6 de octubre de 2023)
Palacio de agua y mármol. Hermosa flor cautiva entre leones. Paraíso de piedra, sensualidad de azahar, jazmines y rosales. La Roja. La Alhambra. Granada. La Cumbre de la UE organizada en la tierra que vio nacer a Lorca está sirviendo para relanzar la imagen exterior de España. Un potente publirreportaje para nuestro país y para la monarquía española. Pese al ambiente de boda de ricos que se respiró durante el acto, Felipe y Letizia han estado impecables, justo es reconocerlo, en el papel de anfitriones. Son profesionales de la diplomacia, saben qué decir en cada momento y de qué pie cojea cada gobernante que pasa ante ellos para el besamanos. Quizá por eso se les vio algo fríos con Giorgia Meloni, la ultraderechista que rige los destinos de Italia, y distantes con Orbán, el autócrata húngaro amigo de Putin que ha llegado a Granada dispuesto a reventarlo todo desde dentro. Con Macron hubo mejor sintonía y complicidad. El presidente francés hasta le plantó dos besos a la reina, saltándose el protocolo, lo que por un momento nos hizo recordar el affaire Rubiales.
Más allá de que cada cual se reconozca como monárquico o republicano, el día de ayer fue para que nos sintamos orgullosos como sociedad, como nación, como pueblo. Por fin estamos en el lado bueno de la historia. Por fin podemos ir por Europa con la cabeza bien alta. Todo un logro para un país que secularmente se movió entre el imperialismo altivo en sus épocas puntuales de esplendor y la más absoluta decadencia casi siempre. Mientras en Granada (crisol de culturas y ejemplo de convivencia en paz) se habla de democracia, de derechos humanos y de libertades cívicas, al otro lado del mundo, en un pequeño pueblo ucraniano llamado Groza, estalla un misil de Putin en una tienda de ultramarinos masacrando a 51 inocentes. Y hoy mismo el mataniños ha asesinado cruelmente a un bebé de 11 meses en Járkov. Grandes hazañas del carnicero del Kremlin. La ofensiva rusa no es sino la respuesta al discurso de Zelenski en la Cumbre, donde pidió unidad y rogó a Estados Unidos y a Europa que no dejen tirados a los ucranianos en esta guerra tan absurda como desigual.
Esa es la gran verdad de esta Europa amenazada por tantos desafíos. En el frente oriental, el odio y la sangre; en Granada, la música, la poesía y el humanismo democrático. En Kiev, las bombas, los drones iraníes y las sirenas antiaéreas como en los peores tiempos de la Segunda Guerra Mundial; en la Alhambra, el flamenco pacífico, multicultural e integrador de la cantaora Marina Heredia. En Rusia, los discursos fascistas del Hitler expansionista de nuestro tiempo; en el Patio de Los Leones, los balsámicos versos de Federico, el poeta de los marginados, de los oprimidos, de los parias. “Granada, calle de Elvira, donde viven las manolas, las que se van a la Alhambra, las tres y las cuatro solas”. ¿Qué mejor ejemplo de tolerancia que Edi Rama, el líder albano que ha acudido en zapatillas deportivas a la cumbre granadina? Los dirigentes de la extrema derecha española están que trinan con tanto rojerío alternativo. ¿Bulerías gitanas, multiculturalismo globalista, progres sociatas en alpargatas y reyes que se muestran displicentes con los caudillos del nuevo nazismo posmoderno? ¿A dónde vamos a ir a parar?
Después de la apabullante puesta en escena de ayer en el lugar con el atardecer más bello e hipnótico del planeta, hoy los 27 abordan el futuro de la UE. ¿Vamos hacia una unión política, cultural y social de naciones (una Europa de los ciudadanos) o hacia un club financiero donde cada cual mira por su ganancia particular? ¿Están los socios dispuestos a renunciar a una parte de su soberanía para caminar hacia una entidad supranacional federalizante con una política económica, judicial, social y militar conjunta y homogénea? Ahí está la clave. En esta Cumbre de Granada se va a tratar sobre los tres desafíos más importantes: inmigración, ampliación del selecto club europeo y la amenaza de Rusia. Orbán, el infiltrado de Putin, ha llegado a Granada con la idea de boicotear la reunión. También los polacos ultracatólicos están en ese juego de la conspiración. “Esto no es un concurso de belleza”, espetó el dirigente húngaro, de malas formas, a la hora del photocall. “Hungría y Polonia fuimos excluidos de la propuesta sobre inmigración; no es posible tener ningún tipo de compromiso o acuerdo. Políticamente es imposible. Legalmente estamos violados”, dijo. La exquisita Von der Leyen reaccionó de forma contundente ante el alegato reaccionario del caudillo magiar: “Los europeos decidiremos quién viene a Europa, no los traficantes”. Fue la forma de advertirle de que las políticas migratorias se elaboran en Bruselas, no en Budapest. Y de paso, la forma de enseñarle la salida. Si Hungría prefiere estar alineada con Moscú, ahí está la puerta del Brexit. Que salga, cierre y no moleste.
La ampliación es un asunto sensible. “No se decide igual con 27 que con 37”, asegura Borrell. Y no solo eso. Hay que tener mucho cuidado con quién se incorpora al club, avisan los líderes comunitarios. Tenemos la experiencia de los nuevos fascistas húngaros y polacos, euroescépticos que sueñan con arruinar el proyecto de construcción europea algún día. A Ucrania ni agua, que está llena de nazis, afirman los proputinescos de Occidente. Como si en Francia no estuviesen los nazis de Le Pen; como si en Italia no hubiese gente que añora a Mussolini; como si aquí, en España, estuviésemos a salvo de franquistas y fuésemos todos unos demócratas de pedigrí. Cuando se nos concedió el ingreso en la Comunidad Económica Europea, mediante el Tratado de Adhesión de 1985, ya teníamos a los socialistas en el poder, pero hacía solo cuatro años del golpe de Estado de Tejero. No cumplíamos los estándares democráticos ni de lejos y aun así se nos dio una oportunidad. Por tanto, no estamos para dar lecciones a nadie. Todo país tiene derecho a que le dejen participar de la gran fiesta de la democracia, dejando atrás el bárbaro totalitarismo. De modo que exigencia de requisitos, toda la del mundo. Veto, nunca. Eso sería tanto como arrojar a una parte de Europa en brazos de Putin.
Viñeta: Iñaki y Frenchy
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