(Publicado en Diario16 el 30 de septiembre de 2023)
Al final Feijóo cosechó lo que se esperaba de él: una investidura fracasada. Ni siquiera le ha servido que Eduard Pujol, un hombre de confianza de Carles Puigdemont, votara sí al candidato del PP cuando en realidad quería votar no. La presidenta del Congreso, Francina Armengol, tuvo que arreglar el desaguisado anulando el voto, o sea, solución salomónica, ni para ti para mí. Resultado: 172 a favor de Feijóo, 177 en contra y uno nulo, el del señor Pujol, que ha entrado en la historia del disparate por la puerta grande.
Por lo visto últimamente, en cada sesión histórica y trascendental siempre aparece un errático, un negligente, un desastre que se equivoca al emitir su decisión soberana. Pasó con Alberto Casero, el diputado popular que votó a favor de la reforma laboral de Yolanda Díaz quedando como el gran oprobio de la derecha española. Ocurrió hace solo unos días con la primera sesión de investidura de Feijóo, cuando el diputado socialista Herminio Rufino Sancho también se equivocó al dar su sí al líder conservador, erizando el vello de más de uno que por un momento temió un nuevo tamayazo. Y ha vuelto a pasar esta misma mañana.
Decía Ustinov que todo el mundo comete errores, la clave está en cometerlos cuando nadie nos ve. A este hombre lo ha visto todo el país y parte del extranjero. ¿En qué estaba pensando, en las noticias que llegaban del Parlament catalán, en el telefonazo de Puigdemont, en el partido del Barça del domingo? ¿Cómo puede ser que alguien que quiere decir “no” diga “sí” o viceversa? ¿Cómo puede un diputado errar en algo tan simple y básico y a la vez tan crucial y de vida o muerte? Si un servidor público no sabe discernir en algo tan sencillo como pronunciar un monosílabo correctamente, ¿cómo vamos a confiar en que sea capaz de elaborar un farragoso informe, un proyecto de ley o una iniciativa o dictamen, todo ello de una complejidad enorme? Es inconcebible y si estuviésemos en una democracia seria y avanzada, la dirección de su grupo parlamentario tomaría medidas drásticas contra el político errante. Para más inri, en este caso estábamos ante una votación crucial donde no se debatía sobre una ley menor o un reglamento irrelevante, sino sobre algo mucho más crítico y decisivo: el próximo presidente del Gobierno, el futuro del país, el devenir de la historia de España.
No queremos ni pensar qué hubiese ocurrido si el voto del tal señor Pujol fuese el determinante y definitivo, el que le faltaba a Feijóo para llegar a la Moncloa. ¿Se imaginan el pollo que se habría montado? Uno de Junts, un indepe hasta las cachas, un enemigo de la patria dándole el poder a la derecha y de paso haciendo vicepresidente del Gobierno o ministro del Interior a Santiago Abascal. Sin duda, Eduard Pujol no habría podido regresar a Cataluña sin miedo a que los CDR lo corriesen a gorrazos al grito de botifler botifler. Las consecuencias podrían haber sido nefastas para todos. Impugnaciones, recursos, procesos judiciales, guerras mediáticas, manifestaciones, quizá graves conflictos sociales y batallas campales. Todo esto es política ficción, claro está, pero ha existido el riesgo. Para habernos matao.
El ruido, la crispación y la histeria se han apoderado del Congreso de los Diputados durante esta semana de investidura fallida. Es lógico pensar que la tensión pueda pasar factura a sus señorías y que más de uno se vea obligado a recurrir a somníferos para dormir. Pero confundir un “sí” con un “no”, un “no” con un “sí”, que no se parecen ni en una letra, es algo propio de uno de esos relatos de Kafka donde nada tiene sentido. Si el diputado no se ve con el aplomo necesario para afrontar algo tan elemental como asentir o mostrar su negativa, algo que se aprende en el parvulario o en aquellos didácticos episodios de Barrio Sésamo de nuestra infancia, que se deje la política y se dedique a otra cosa. Pero por favor, que no nos arme un Cristo histórico, una Vicalvarada o un 36 por su mala cabeza. Ya tenemos bastantes problemas como para andarnos con tonterías con los distraídos, atolondrados o gente que está pensando en las musarañas cuando se trata de decidir el destino inmediato de 47 millones de personas.
¿Qué pasa cuando un piloto de Iberia pulsa un botón rojo en lugar de uno azul? Se le pone en el dique seco una temporada. ¿Qué sucede cuando un policía detiene a alguien por error? Entrega de placa y pistola y suspensión de empleo y sueldo. ¿Qué ocurre cuando un árbitro pita un penalti que solo ha visto él y nadie más que él? A la nevera cuatro partidos por lo menos (si hubiesen hecho eso con Negreira hoy el Barcelona no estaría imputado y al borde de la expulsión de la Champions). Y sin embargo, los políticos siguen siendo esa clase privilegiada a la que nadie pide explicaciones ni responsabilidades por nada cuando son ellos los que manejan el timón y pueden enviar el barco a pique en cualquier momento.
Al final, la torpeza hecha carne del señor Pujol (maravilloso capricho del destino que el despistado lleve el mismo apellido del gobernante que pactó tantas veces, con PP y PSOE, la gobernabilidad del Estado) ha salido corriendo de las Cortes y sin decir ni mu a los periodistas. Probablemente el hombre ande tomándose una ración triple de tilas en los mesones de San Jerónimo y preguntándose por qué no se le ocurrió pegarse un pósit en la frente con un NO en mayúsculas del tamaño de una rueda de tractor. Sin duda, habrá recibido ya la llamada enojada del hombre de Waterloo para pedirle explicaciones por el lío que ha provocado y por poner en peligro la amnistía de cientos de catalanes. Y con razón. Ha estado a un pelo de desencadenar un conflicto político y civil de dimensiones y consecuencias incalculables. Como para dejarlo al cuidado del niño un domingo por la tarde.
Viñeta: Iñaki y Frenchy
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