(Publicado en Diario16 el 21 de septiembre de 2023)
El ala crítica del PSOE, la aristocracia socialista, la vieja guardia de siempre, ha dado un paso más en su rebelión contra el sanchismo. Se presentaba en Madrid el nuevo libro de Alfonso Guerra, La rosa y las espinas, y los liberalotes del socialismo español no perdieron la oportunidad de acudir al evento para darle algún que otro zasca a Sánchez a cuenta de la más que probable amnistía a los encausados por el procés. Allí estaban, lógicamente, el autor del libro, más Felipe González, Emiliano García-Page, Rodríguez Ibarra y José Luis Corcuera, entre otros. Todo el parque jurásico, en fin, de aquel PSOE que fue y ya no es.
“No podemos dejarnos chantajear, la amnistía no cabe en la Constitución”, afirmó González. “La amnistía es una estafa, una humillación deliberada a la generación de la Constitución”, se lamentó Guerra, que no se considera ni “desleal ni disidente” con la actual cúpula del partido. Y Page, con ese estilo castizo que le caracteriza, aseguró que “los españoles no votaron este guirigay”. O sea, un auténtico ultimátum, un hasta aquí hemos llegado, un motín en toda regla.
Nunca un libro tuvo mejor título para reflejar lo que está pasando en el socialismo español. La rosa y las espinas. Ahí está la clave, el quid de la cuestión. ¿Quién es rosa y quién es espina en este PSOE del siglo XXI que trata de modernizar postulados y principios para no terminar relegado a la intrascendencia, como ya ha ocurrido con otros partidos hermanos como el francés o el griego? Hay que empezar a separar la rosa de la espina, el polvo de la paja. La rosa, como diría Umberto Eco, es la esencia, el alma del proyecto, el futuro y la esperanza. En la rosa cabe lo mejor del partido, el compromiso reformista irrenunciable, la ilusión transformadora de un país. Los más nobles valores de la sociedad como la igualdad, la libertad, la justicia y la fraternidad de la clase trabajadora. Todo aquel que quiera mantener fresca esa rosa debe saber que la rosa, si no se riega o se quiere guardar en una urna para que nadie la toque, como pretenden hacer los barones socialistas, se marchita y se muere.
La rosa, sin duda, la encarna la militancia del nuevo PSOE de Pedro Sánchez frente a la oligarquía conspiranoica y derechizada del aparato. Un partido que avanza y no vive del pasado. Un partido que, seguramente por influencia de los últimos movimientos de la izquierda real, ha tomado un nuevo impulso hacia el cambio y hacia una Segunda Transición que, a la vista del lento y agonizante proceso de decadencia en el que ha entrado este viejo país, buena falta nos hace. La rosa simboliza el escudo social desplegado en los peores momentos de pandemia y crisis energética, la subida del salario mínimo interprofesional, los ERTE, las políticas de igualdad de la mujer, la excepción ibérica, la ley de memoria histórica, la ley de eutanasia y otros grandes pasos que se han dado en la pasada legislatura. También, por supuesto, profundizar en un nuevo pacto plurinacional para resolver las disfunciones de nuestro siempre complejo e inacabado modelo territorial autonómico que –hay que ser muy ciego para no querer verlo–, de repente se nos ha quedado caduco, obsoleto y trasnochado.
En ese punto se encuentra Sánchez estos días de convulsas negociaciones para cerrar un acuerdo con los partidos soberanistas en la búsqueda de un mejor engranaje de las nacionalidades históricas en el Estado español a cambio de su investidura. Hasta Feijóo ha tenido que reconocer que ese “encaje” es necesario, asumiendo implícitamente que el conflicto catalán (también el vasco) sigue estando ahí. Si la solución pasa por una mayor descentralización o por un salto adelante hacia el definitivo federalismo (la independencia ni siquiera está sobre la mesa, por mucho que se empeñen algunos) es algo que tendrán que negociar las diferentes partes afectadas. Pero lo único cierto es que, sin amnistía, sin poner el contador o reloj a cero, no hay nada de qué hablar. En conclusión, una rosa es una rosa, como decía Gertrude Stein en aquel célebre poema, pero si no crece, si no se desarrolla, languidece. Progresismo significa progresar, no quedarse estancado o siempre en el mismo sitio.
Y luego están las espinas. Todos esos aguijones, pinchos o astillas, o sea las vacas sagradas o padres fundadores, están haciendo mucho daño al partido. Los González, Guerra y toda la tropa del socialismo tradicionalista, carlistón, inmovilista, rancio y ficticio, se han quedado totalmente al margen de lo que debe ser el socialismo en transformación. En realidad, ellos no se han dado cuenta aún, pero solo fueron auténticos socialistas en la juventud, en ese corto intervalo de tiempo que vivieron entre la clandestinidad y la Transición. Después de Suresnes, el puño ya solo subía por pura inercia, hábito o costumbre, la pana fue sustituida por el traje de Armani y La Internacional se reservaba solo para los actos festivos o conmemorativos. A partir del 82 ya no había socialismo, había felipismo, y pasaron sin pudor de Marx a Adam Smith.
Este choque entre la rosa y las espinas no es producto de una brecha generacional, como quieren hacernos creer algunos. Esto no es un conflicto biológico o paternofilial entre los viejos y los jóvenes. Esto es el PSOE de siempre, la jerarquía de los instalados frente a la militancia, el conservadurismo frente al progresismo real. La farsa frente a la verdad. Durante décadas sufrimos la gran estafa del felipismo, un señor que no era lo que parecía. Ahora empiezan a caerse las caretas. Escuchando a estos popes encanecidos uno siente que muchos de ellos se encuentran tan fuera de la realidad, tan amnésicos, tan sumergidos en la nostalgia y en el álbum de fotos amarilleadas, que ya no ven que su sitio está en el PP, de donde reciben halagos y homenajes, día sí, día también. Por algo será. A la vista de que han evolucionado tanto que ya no tienen nada que ver con el socialismo, lo más lógico sería que todos ellos entregaran el carné antes de que les pase lo que al purgado Nico Redondo (otro evolucionado al extremo) y de paso que se den una vuelta por la manifestación ultra del domingo. Eso o montar otro partido patriotero como UPyD o Ciudadanos.
Viñeta: Iñaki y Frenchy
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