(Publicado en Diario16 el 23 de septiembre de 2023)
Lo han vuelto a hacer. Nuestras campeonas dieron ayer una soberana lección al mundo, no solo de cómo se juega al fútbol, sino de profesionalidad y de cómo comportarse en la vida. Las jugadoras de la Selección nacional tenían una papeleta difícil. Tras una semana de pesadilla en la que habían sido sometidas a presiones de todo tipo (políticas, judiciales, federativas), a desprecios de un sector de la prensa que sigue sin comprender de qué va esto del feminismo y a la peor amenaza de todas, la de perder el oficio que aman y para el que llevan preparándose toda la vida, llegaba el trance de enfrentarse a la gran Suecia, la primera en el ranking mundial, un equipo técnico y rocoso en una situación anímica mucho más ventajosa que las españolas.
Había mucho en juego, la UEFA Nations League y lo que era más importante: la clasificación para las Olimpiadas de París. Nadie daba un duro por ellas. “No están preparadas para afrontar este encuentro; han entrado en un momento depresivo”, decía un locutor deportivo. “No tienen la cabeza en este partido, están a otra cosa”, aseguraba otro periodista. Todo el mundo daba por hecho que nos iba a caer una goleada histórica. Siete a cero o un chorreo peor. Sin embargo, y contra todo pronóstico, se alzaron con la victoria en el último minuto por 2 a 3, otra gesta para el álbum de recuerdos. Una vez más, el equipo estuvo a la altura, demostrando que el logro del título mundial en Australia no fue flor de un día ni un golpe de suerte.
Pocas veces se ha visto sobre un terreno de juego un ramillete de futbolistas con una fortaleza mental tan inquebrantable. Habría que ver cómo reaccionarían los integrantes de la Selección masculina después de pasar por un trance tan desgarrador como el que se ha vivido estos días de infarto en el combinado nacional femenino. Convulsiones en la Federación, acólitos de Rubiales entrando y saliendo de los vestuarios, ultimátum y plante de las jugadoras, reivindicaciones por la igualdad de derechos laborales, despidos de altos cargos de la RFEF, denuncias del Gobierno, amenazas de huelga, aislamiento en el búnker de Oliva, negociaciones in extremis hasta las cinco de la madrugada e incluso dos futbolistas que, sobrepasadas por la tensión y psicológicamente agotadas, decidieron abandonar la concentración y marcharse a sus casas. Nada de eso las ha sacado del plan táctico que tenían que llevar a cabo en tierras nórdicas. Nada de eso ha conseguido descentrarlas ni por un solo segundo ni desviarlas de la misión que tenían que cumplir. Han demostrado, una vez más, que son inteligentes, comprometidas, valientes, superprofesionales. Unas campeonas en el sentido más absoluto del término.
No entraremos a comentar el partido, eso lo dejaremos para las crónicas de los expertos, sobre todo el lacónico y escuetísimo artículo de Mariano Rajoy en el Marca, si es que el gallego se digna a escribir sobre fútbol de mujeres, que va a ser que no. Lo que realmente nos interesaba ayer no era el resultado final, sino lo que ocurrió al comienzo del encuentro. Esa pancarta en la que las jugadoras españolas y suecas posaron juntas con el lema Se acabó. Nuestra lucha es una lucha global (ante un público totalmente entregado) fue la victoria más rotunda y definitiva. La imagen más hermosa que el deporte español podía proyectar al mundo entero tras el bochorno del piquito de Rubiales a Jenni Hermoso. Desde ayer, millones de niñas en los cinco continentes ya se han olvidado de Leo Messi, MBappé, Haaland o Cristiano Ronaldo y solo sueñan con ser como Alexia Putellas, Aitana Bonmatí, Mariona Caldentey o Cata Coll. Y no solo por cómo mueven el balón al primer toque o por cómo se defienden solidariamente, como una sola mujer, en un córner. Sobre todo, las admiran por la entereza y bravura con la que se han enfrentado al patriarcado, por cómo han librado la batalla más dura contra el abuso, la injusticia y la discriminación, por cómo han sabido resistir y salir victoriosas de un envite que ellas no habían provocado. Ningún partido será tan gloriosamente bello como esa fotografía para la historia de ellas puño en alto y mostrando el brazalete reivindicativo.
En menos de un mes, nuestras campeonas han madurado más que la mayoría de los deportistas en toda una carrera tras años de experiencias y dificultades. Poco a poco, ellas mismas van tomando conciencia de lo que están haciendo y de que, ya lo ha dicho Xabi Alonso, son algo más que unas jugadoras de fútbol. “Mis hijas recordarán en el futuro por lo que lucharon estas mujeres”, dijo el entrenador del Bayer Leverkusen demostrando que se puede ser una estrella del fútbol y razonar bastante más que un paleto. Y es cierto, la leyenda que están escribiendo las mundialistas trasciende lo futbolístico. Se han convertido en referentes, en iconos sociales, en activistas y líderes de un movimiento, el de la liberación de la mujer, que gracias a fenómenos como el Me Too o el Se acabó va ganando terreno en todas partes.
Ellas, las jugadoras de La Roja, han dinamitado las caducas y corruptas estructuras del fútbol español, algo que nadie, ni siquiera la UCO de la Guardia Civil, había logrado hasta el día de hoy. Solo por eso deberíamos estarles agradecidos para siempre. Son tan formidables y elegantes, tan en su sitio e íntegras, que no se les escapó ningún detalle en los prolegómenos del partido. Ni siquiera se olvidaron de mostrar, en un emotivo homenaje, el dorsal número 10 de Jenni Hermoso, a quien algún cacique decidió (sin duda como rencoroso castigo patriarcal) dejarla en España sin poder jugar el decisivo partido ante las suecas.
Por fortuna, cada vez van a ir quedando menos señoros en la Federación. Nuestras futbolistas han empezado la limpia final, una purga que no parará hasta que no quede ni un machirulo en su despacho. Esto solo ha sido un partido más. La revolución continúa.
Viñeta: Iñaki y Frenchy
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