(Publicado en Diario16 el 12 de octubre de 2023)
Netanyahu ha dejado Palestina a oscuras, sin luz y sin agua. Más de dos millones de personas condenadas al gueto, a la ratonera, a una tumba de ruinas y alambradas. El conflicto, arrastrado a una espiral de violencia sin precedentes, ha pasado a una etapa de horror total. Terroristas de Hamás acribillando por la calle a los vecinos de los asentamientos agrícolas judíos, los famosos kibutz; misiles hebreos arrasando barrios enteros sin compasión. Hay decenas de desaparecidos y secuestrados. Los muertos de uno y otro bando se cuentan por miles. Es la ley del talión llevada a su máxima expresión.
Mientras tanto, la contienda parece internacionalizarse a marchas forzadas. Ayer, las tropas israelíes atacaron posiciones de la guerrilla Hezbolá en el Líbano. Y aunque Irán niega que haya financiado el asalto terrorista masivo, el 11S de Hamás contra Israel, todo apunta a que está moviendo sus piezas en la sombra del convulso tablero de Oriente Medio, que a esta hora es un polvorín a punto de estallar. Cualquier chispazo en la zona puede desencadenar un conflicto global a gran escala. Y, sin embargo, el escenario parece obedecer a un guion perfectamente trazado de antemano. Primero la invasión de Ucrania ordenada por Putin. Ahora el ataque contra Israel y la desestabilización de la zona, en la que Irán parece haber jugado un destacado papel. Los expertos en geoestrategia creen que la próxima ficha en caer será Corea del Sur. El líder norcoreano, Kim Jong-un, lleva meses avisando de que tiene serias intenciones expansionistas (sus pruebas nucleares disuasorias en el Pacífico así lo atestiguan). Y como guinda del pastel de este sindiós internacional, la invasión china de Taiwán, cuyos preparativos están más que avanzados.
Es evidente que caminamos hacia un mundo polarizado en dos bloques y en constante conflicto bélico. Una nueva Guerra Fría más caótica, diseminada e imprevisible. A un lado las democracias liberales en crisis cuyo mayor exponente de decadencia es Estados Unidos, un país corroído por el cáncer del nuevo fascismo posmoderno. Al otro los estados totalitarios con sus autócratas, corrientes populistas iliberales y movimientos fanatizados por la religión fundamentalista (no solo en los estados islámicos, también en los países occidentales cada vez más influidos por el catolicismo más radical). Queramos o no reconocerlo, estamos en guerra. Una guerra extraña e invisible que no lo parece pero lo es. Una Tercera Guerra Mundial que se está jugando en un inmenso ajedrez planetario. Quien quiera ver en el ataque de Hamás contra Israel un aislado asunto local, un conflicto regional más, se equivoca trágicamente. Esto está coordinado. Esto no se entiende sin el Eje Autocrático Rusia–China–Corea del Norte-Irán.
Hamás mueve ficha precisamente ahora porque es el momento propicio. ¿De dónde le llegan si no las armas, los drones, los cohetes en cantidades industriales, el adiestramiento de los parapentistas suicidas que cayeron como halcones ávidos de sangre sobre los asistentes a ese concierto de la muerte? El propio Netanyahu ha reconocido que a Israel le interesa un Hamás fuerte y bien financiado por las potencias del Eje Autocrático porque eso divide a los palestinos. El estallido de la crisis árabe-israelí tiene una primera víctima al otro lado del mundo: las sociedades democráticas europeas que como España se dejan desestabilizar y se fracturan entre los filoárabes y los proisraelíes. Ya ocurrió con la invasión de Ucrania y vuelve a ocurrir ahora. Escuchando a los líderes de las derechas y las izquierdas de este país, atendiendo al nivel de encarnizamiento y odio con el que se emplean ambos actores, da la sensación de que Palestina está a dos estaciones de Madrid, entre Pinto y Valdemoro. Alguien, ese poder articulado y bien organizado, ese Eje autoritario, está ganando esta guerra sin que apenas nos demos cuenta y sin que de momento se dispare ni un solo tiro contra Occidente.
Así no debe extrañarnos que Donald Trump, el gran antisistema empeñado en convertirse en el Putin del Mundo Libre, lleve días agitando el fantasma de una gran conflagración global. “Estamos en grave peligro de tener la Tercera Guerra Mundial. Eso será la aniquilación del mundo. Esto es algo real”, ha asegurado hace solo unas horas el polémico expresidente norteamericano, que se postula como el único capaz de frenar el Apocalipsis. No sabemos si la fuente de información que informa al magnate del tupé rubio es la Nueva Nostradamus, Baba Vanga, la vidente de los Balcanes que llegó a predecir que una “guerra musulmana” traería consecuencias escalofriantes y terribles para Europa.
Unos señores amantes de las dictaduras y el fanatismo fundamentalista (un soldado del Grupo Wagner ruso no se diferencia demasiado en el grado de fiereza y salvajismo de un guerrillero de Hamás) nos han metido en un maquiavélico plan de guerra global. Prueba palpable es el teatrillo de variedades que han representado el ministro de Exteriores ruso, Serguéi Lavrov, y su homólogo iraní, Hosein Amir Abdolahian, quienes en la última semana han jugado al vodevil de reclamar el cese inmediato de hostilidades entre palestinos e israelíes. No deja de ser la misma estrategia que empleaban la Alemania de Hitler y la Italia de Mussolini, que mientras firmaban tratados de no agresión movían sus ejércitos hacia la ampliación de sus fronteras. Pronto sabremos qué hay detrás de este baño de sangre en Oriente Medio en un momento tan delicado y crucial para la historia del mundo como el que vivimos. El guerrillero de Hamás que decapita bebés de familias judías en los asentamientos palestinos no es más que una marioneta de otros que están moviendo los hilos a miles de kilómetros de allí. Una siniestra conjura internacional de la que nadie está a salvo.
Viñeta: Iñaki y Frenchy
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