(Publicado en Diario16 el 29 de septiembre de 2023)
Hace tiempo que venimos advirtiendo de la necesidad urgente de instaurar una asignatura en las escuelas bajo el nombre de Educación para la Democracia. En ella se transmitirían a los alumnos valores elevados como la justicia, el respeto al otro y la tolerancia. Sin cultura democrática es imposible que triunfe un Estado de derecho, o como dijo Kant “el hombre no es más que lo que la educación hace de él”.
Que sufrimos un déficit de civismo y cortesía lo estamos viendo estos días de convulsión política en España. La reciente campaña electoral, sucia, barriobajera, fangosa como pocas, fue la prueba fehaciente y palpable de que hemos tocado fondo. Malas maneras, bilis, insultos, improperios, injurias, calumnias y algún que otro militante que llegó a las manos con un rival político, estuvieron a la orden del día. Lo peor de este país salió a relucir en esas dos semanas de vértigo y en la resaca posterior a la cita del 23J. Baste recordar el nauseabundo eslogan “Que te vote Txapote”, que el PP dedicó al presidente del Gobierno y que fue compartido miles de veces en las redes sociales, para entender que nuestro sistema educativo ha fracasado a la hora de formar ciudadanos educados, cultos, respetuosos y tolerantes con los que piensan diferente.
Fue Zapatero, un político avanzado a su tiempo, quien trató de dar pasos en ese sentido al incluir la materia Educación para la Ciudadanía en los planes de estudio, aunque la derecha lo tachó de cursi, de ingenuo y de ateo anticlerical, mayormente por querer sustituir la nueva asignatura por la de religión. Así que la idea no prosperó y en 2013 la materia fue suprimida por el Gobierno de Rajoy.
En los últimos días hemos tenido noticia de algunos casos que vienen a demostrar que en este país falta cultura democrática, una auténtica tragedia, ya que sin educación en valores no se puede construir una sociedad política y moralmente sana. El pasado domingo, por ejemplo, el PP organizó una manifestación contra la amnistía a los encausados por el procés que acabó convirtiéndose en uno de esos aquelarres contra la izquierda y contra todo aquel que no obedezca los principios generales del Movimiento Nacional. Allí se escuchó de todo, entre otras cosas “Puigdemont a la cárcel, Sánchez a la mierda”, otro burdo eslogan que no dice nada bueno de quienes lo promovieron por lo que tiene de intolerante y de apología del odio. Por si fuera poco, una periodista fue agredida por un grupo de asistentes y un equipo de RTVE gravemente insultado. Y estos son los que luego van dando clases de constitucionalismo, de democracia, de libertad.
Ayer, otros episodios más bien sórdidos vinieron a demostrar que tenemos mucho camino por recorrer antes de convertirnos en una sociedad educada y democráticamente madura. En Aragón, la presidenta de las Cortes autonómicas, la ultraderechista Marta Fernández, le hacía una cobra impresentable, negándole el saludo en un acto oficial, a la ministra Irene Montero. El suceso requiere poco comentario: la falta de clase y estilo siempre es síntoma de mediocridad y envidia.
Mientras tanto, el Ayuntamiento de Madrid celebraba pleno y el ambiente se fue caldeando poco a poco. Tras agotar su tiempo de intervención, el concejal socialista Daniel Viondi se acercó al escaño del alcalde, Martínez-Almeida, y le obsequió con unas palmaditas en la cara, vacilándole y tratando de humillarlo, al tiempo que le dejaba unos papeles sobre la mesa. Tras el consiguiente revuelo en la sala, el edil fue expulsado y poco después presentó su dimisión o más bien le hicieron dimitir. “He comunicado a mi partido que en las próximas horas dejaré mi acta de concejal. He pedido disculpas públicas e intentado de forma personal [con el alcalde madrileño] pero no ha sido posible”, escribió el concejal del PSOE en sus redes sociales.
Si alguien en Ferraz le ha dado el finiquito a Viondi o la decisión de abandonar ha partido de él mismo es algo que no ha trascendido y que ya importa más bien poco (el daño a las instituciones está hecho), pero en cualquier caso era lo que tocaba. Un político jamás debe atravesar la frontera que separa el decoro y la buena educación de la zafiedad. Por desgracia, el nivel está tan bajo que nos hemos acostumbrado a ver, oír y presenciar todo tipo de groserías y actos denigrantes para la democracia y para el género humano. Hoy es una palmada en la mejilla, mañana es un cachete en la papada, una brusca colleja o un sopapo. Y por ese camino acabaremos convirtiendo la política española en una comedia slapstick con señores de traje y corbata arrojándose tartas de nata a la cara, dándose patadas en el trasero y a guantazos, como ocurre en los parlamentos tercermundistas. Por tanto, en este caso el maleducado está bien expulsado y bien dimitido.
En los últimos años –quizá por influencia del estilo faltón, gamberro y trumpista de la nueva extrema derecha, que por desgracia ha vuelto a las instituciones para quedarse– lo aberrante ha terminado convirtiéndose en normalidad. Hemos visto tantas cosas que ya no nos impresiona nada. Es el caso de los extraños sucesos ocurridos ayer en el Ayuntamiento de Godella (Valencia), donde el vicealcalde y concejal de Fiestas, Vicente Estellés (del PP), denigró a la edil Irene Ferré en una comisión municipal. “Tan abierta que eres, cuando quieras hacemos un trío”, le espetó fanfarronamente. Otro caso sangrante, otro ejemplo claro de que estamos alcanzando cotas de vergüenza difíciles de imaginar. A la mala educación viene a sumarse en esta ocasión el supremacismo violento y recalcitrante del macho amenazado (curiosamente ambas cualidades suelen darse en los sujetos de esta clase). El ayuntamiento de la localidad valenciana ha informado que activará sin demora el protocolo contra la violencia de género, pero está por ver qué tipo de sanción le cae al machirulo de turno. De momento, el personaje no ha dimitido como sí lo ha hecho el susodicho Viondi en Madrid, demostrándose una vez más que derechas e izquierdas entienden la responsabilidad política de forma muy diferente.
Sin educación volvemos a la ley de la jungla. Hoy ser educado se ha convertido en cosa de cursis, de tontos, de cobardes e ingenuos, y así nos va. Caminamos hacia un país más desagradable, más violento, más intolerante. Es la hora de los gamberros, de los matones, de los bestias, de todos esos que se sienten más fuertes y más listos machacando a otros. A los educados que se comportan como personas amables con sus prójimos solo les queda el desprecio de quienes los consideran losers o algo peor: seres extraños y débiles cuyo tiempo ya pasó. Este país siempre alegre y cordial se está poniendo de un feo insoportable.
Viñeta: Iñaki y Frenchy
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