domingo, 29 de octubre de 2023

UN PLAN PARA EL APOCALIPSIS

(Publicado en Diario16 el 26 de septiembre de 2023)

Douglas Rushkoff, escritor y colaborador habitual de The New York Times, ha publicado un curioso libro en el que asegura que los ricos y poderosos de la Tierra ya se preparan para salvarse del apocalipsis ellos mismos y sin contar con nadie más. Bajo el título La supervivencia de los más ricos y cómo traman abandonar el barco, el ensayo está causando furor en los cinco continentes, ya que describe minuciosamente los planes de las élites para sobrevivir ante acontecimientos cataclísmicos más que posibles como una guerra nuclear, una pandemia provocada por nuevos virus o un cambio climático brutal. El libro ha llegado a las altas esferas y hasta Yolanda Díaz se ha hecho eco de que los ricos tienen “un plan b para huir del mundo si se va a al carajo”, según sus propias palabras.

Rushkoff se define a sí mismo como “psiconauta” (aquel que explora la psique mediante todo tipo de técnicas y sustancias) y pasa por ser uno de los principales teóricos del ciberpunk. Entre otras ideas extravagantes, este hombre cree que los humanos se convertirán en las neuronas del planeta, lo que despertará la conciencia de la especie hacia un futuro mejor. En realidad, todo apunta a que nos encontramos ante otro pensador excéntrico de los tiempos frívolos o líquidos de posmodernidad que nos ha tocado vivir, lo cual no quita para que su libro aborde un asunto interesante que de alguna manera ya intuíamos o sospechábamos: que después de haber destruido este pobre planeta, desencadenando el Armagedón, los millonarios sueñan con volver a las andadas. Son peores que las ratas.

El autor neoyorquino escribió su exitoso best seller tras contactar con cinco misteriosos multimillonarios, que citaron al intelectual en un apartado y desértico resort para mantener con él una charla privada amistosa sobre la catástrofe cósmica que se avecina. Tras el encuentro con la panda de iluminados, Rushkoff llegó a la conclusión de que todos ellos pertenecían a “La Mentalidad” (The Mindset), una especie de hermandad secreta que les lleva a pensar que están por encima de las leyes de la física, de la economía, de la política y la moral, de modo que pueden escapar a la hecatombe global inminente. Por lo visto, para esta gente podrida de pasta nada es imposible, desde construirse un chalé con piscina en Marte hasta vencer a la muerte gracias a la criogenización, pasando por la posibilidad de realizar viajes en el tiempo y trasladarse a la Antigua Roma, donde sin duda no desentonarían entre los depravados de la corte de Calígula. Según los magnates, no hay límites ni fronteras, basta con poseer dinero suficiente (ellos lo tienen por castigo) y con contar con la tecnología adecuada. Juegan a ser superhombres del capitalismo, sustituyendo a Dios.

No es cuestión de dar nombres, pero se nos ocurren cuatro o cinco fulanos que podrían estar detrás de este círculo de majaderos con parné y con demasiado tiempo libre (unos se divierten poniendo cápsulas en órbita para hacer el gamberro en el espacio, otros andan destrozando las vidas de la gente con las venenosas redes sociales). Son los de siempre, los cerebritos hiperactivos de Silicon Valley; los jovenzuelos cientificistas que vinieron al mundo con un ordenador bajo el brazo en lugar de un pan; los adolescentes inmaduros y amorales que gobiernan la red de telecomunicaciones, que juegan al Monopoly con la economía global y se entretienen controlando nuestras existencias de anónimos mortales como aquel Gran Hermano de George Orwell. O sea, el mito del científico loco de toda la vida, solo que estos tipos, en lugar de seniles con pelo blanco y pipa, son muchachotes depilados enganchados al videojuego, nenes de gimnasio y adictos a las píldoras medicinales de ginko biloba.

Ellos, las lumbreras de neón de este siglo, los niños malcriados que mataron a Sócrates, Marx y Freud, creen que son capaces de construir búnkeres a prueba de bomba, arcas de Noé para salvarse de un diluvio universal y naves espaciales con las que largarse a arruinar otros planetas en cuanto la contaminación, la basura y el calor asfixiante lo hayan invadido todo y las cucarachas sean los nuevos amos y señores de la Tierra. Son conscientes de que su maldito dinero y su champán caro (en el que nadan a diario en sus jacuzzi versallescos) no les servirá de mucho allá arriba o allá abajo en el búnker, según. Pero ellos son adeptos al dios de la tecnología, utópicos de la ciencia ficción, preparacionistas natos, y están seguros de que no necesitan de nada ni de nadie para sobrevivir en el Apocalipsis porque son autosuficientes. Aún no han entendido, los muy cretinos, que el fin del mundo se llama así precisamente porque después no hay nada, ni plantas, ni comida, ni animales, ni personas. Ni siquiera el campeonato dominguero en su club de golf. 

Uno cree que esta nueva masonería del dólar y la gamberrada constante ya debe tener construida la nave espacial con la que van a dar el último salto y pirarse de este agujero lleno de parias y hambrientos que les repugnan tanto. Incluso deben haber acabado el listado completo con los nombres y apellidos de las élites afortunadas que les acompañarán en la travesía a ninguna parte. Ahí estará, sin duda, lo peor de cada casa. Los elegidos por sus genes más depredadores, egoístas y desalmados. Ellos serán los que colonizarán otros mundos, si es que llegan, cuando aquí ya no quede nada que llevarse a la boca. La buena gente extinguida para siempre no entrará en la cotizadísima lista, mientras que abundará la ralea humana de la peor especie. La maldad innata a la estirpe de Caín tiene el porvernir asegurado.

Podemos jugar a adivinar quiénes serán esos agraciados para salvar el pellejo en la gran pedrea del Apocalipsis, aunque el lector es inteligente y a buen seguro ya tiene en mente unos cuantos candidatos. Muchos de ellos no andan muy lejos. Están por aquí cerca; se meten en nuestros hogares cada día, a través de la televisión, con sus mentiras y bulos; pululan por las altas esferas. Son la mala hierba que nunca muere. La mala gente que va apestando la Tierra, como decía Machado. Así les estalle el cohete espacial en mitad del camino.

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