lunes, 27 de junio de 2016

NO HUBO SORPASSO, HUBO SORPRESAZO



 (Publicado en Revista Newsweek en Español el 27 de junio de 2016)

El PP ha ganado las elecciones generales en España. Y no solo las ha ganado, sino que incluso ha mejorado sus resultados respecto al pasado 20 de diciembre, logrando 137 escaños (14 más que en los anteriores comicios). Durante los últimos seis meses los partidos políticos intentaron formar Gobierno sin conseguirlo pero este 26J pasará a la historia como el día en que los populares, que parecían derrotados, consiguieron un 30 por ciento de los votos escrutados e incluso ganaron en Andalucía, un feudo tradicional del PSOE. El mapa de España volvió a teñirse de azul, el color del PP, solo salpicado por dos minúsculas manchas moradas en Cataluña y País Vasco, las banderas de Ada Colau y Podemos. Por si fuera poco, Rajoy sale vivo cuando atravesaba por el peor momento de su carrera política, demostrando que pese a sus errores y dislates, su condescendencia en la lucha contra la corrupción y sus limitaciones como presidente del Gobierno, tiene una habilidad especial para sobrevivir en circunstancias muy adversas. A partir de ahora Rajoy se sentirá doblemente reforzado, convencido sin duda de que esta victoria le pertenece más que a nadie. Si después del 20D no se sentía obligado a dimitir ni a dar explicaciones ante los aznaristas de su partido, ahora que logra 14 diputados más esta posibilidad si siquiera se le pasará por la cabeza.
El 26J ha tenido un final tan extraño como inesperado. La foto que ha salido de estas elecciones es parecida a la que salió el 20D, pero al mismo tiempo es muy diferente. Es cierto que ningún partido logra la mayoría absoluta para gobernar en solitario pero la posibilidad de un Gobierno de derechas PP/Ciudadanos parece cada vez más cerca. Ciudadanos ha perdido 8 escaños, pero la subida de 14 diputados del PP compensa esta caída. En el momento de redactarse esta información, y con el 96 por ciento de los votos escrutados, la suma de PP y Ciudadanos estaba a solo 7 diputados de alcanzar una hipotética mayoría absoluta, que podrían lograr si alguna fuerza minoritaria como Coalición Canaria y el Partido Nacionalista Vasco, prestando sus cinco escaños, se sumaran a un posible acuerdo. Solo un obstáculo impide a estas horas un Gobierno conservador en España y tiene un nombre propio: Mariano Rajoy. Para que Albert Rivera prestara su apoyo a los populares, el presidente del Gobierno en funciones, al que Ciudadanos acusa de haber permitido la corrupción en España, tendría que dar un paso a un lado y renunciar a ser reelegido. “Habéis ganado porque habéis tenido fe en la victoria y la habéis perseguido. Tenemos que estar orgullosos, ha sido duro, ha sido complicado, pero hemos dado la batalla por España sin ponernos a las órdenes de nadie, solo en defensa de los intereses de los españoles”, dijo un exultante Rajoy en el balcón de Génova 13 ante cientos de simpatizantes enfervorecidos que le coreaban "¡yo soy español, español, español!", el grito de guerra de la selección nacional de fútbol y "¡sí se puede, sí se puede!", precisamente el eslogan usurpado a Podemos, gran derrotado de las elecciones.
Mientras tanto, es evidente que la izquierda española pierde terreno tras el 26J. El PSOE salva los muebles, no se hunde como vaticinaban los sondeos, pero cosecha un resultado aún peor que el 20D (85 escaños, cinco menos que en las elecciones de diciembre). Con todo, la noticia de la noche fue la gran remontada liderada por Pedro Sánchez en esta recta final de la campaña electoral, ya que todas las encuestas pronosticaban que los socialistas perderían su lugar preferente como primer partido de la oposición, siendo relegados a tercera fuerza más votada por detrás de Podemos. Finalmente no ha sido así. No se ha producido el tan temidosorpassoy Podemos no ha conseguido arrebatar a los socialistas la hegemonía de la izquierda española. En pocas horas, Pedro Sánchez ha pasado de ser un líder amortizado que tenía un pie en la calle a estar en condiciones de liderar una nueva negociación para intentar formar Gobierno con las demás fuerzas de izquierda. Anoche, el secretario general compareció sonriente, pese a haber cosechado el peor resultado de la historia del Partido Socialista Obrero Español. "A pesar de las dificultades que hemos tenido que superar y de los augurios que nos daban un fuerte retroceso, el PSOE ha vuelto a reafirmar su condición de partido hegemónico", dijo Sánchez, que mostró cierto tono revanchista cuando exigió a Pablo Iglesias que reflexione y recapacite por haber rechazado un pacto tripartito con el PSOE y Ciudadanos y haber puesto su "intransigencia e interés personal por encima de los intereses de la izquierda". Sánchez, que ni siquiera desveló si su intención es votar en contra de la investidura de Rajoy o abstenerse para que pueda gobernar el PP, se limitó a asegurar que este es "el gran Partido Socialista que han hecho miles de militantes socialistas a lo largo de 135 años de historia". El PSOE sale aún más debilitado de estos comicios, pero sigue siendo la llave de Gobierno. De sus decisiones depende el futuro del país. Pedro Sánchez tendrá una segunda oportunidad para intentar reunir apoyos suficientes y formar un Gobierno, aunque no lo tendrá nada fácil. Para ello tendría que sentar en la misma mesa a Iglesias y a Rivera, algo que parece imposible. Si no lo consigue, Rajoy será presidente con total seguridad.
A la misma hora que comparecía Sánchez, el ambiente en la sede de Podemos era de abatimiento y frustración. No solo no habrásorpasso al PSOE, ni asalto a los cielos, ni victoria de los indignados hartos con el sistema bipartidista, con la crisis y la corrupción, sino que la formación morada no ha conseguido evitar que la derecha española se recupere de forma espectacular. "Los resultados no son satisfactorios para nosotros, es verdad que nos consolidamos en el espacio de la izquierda, pero esperábamos unos resultados electorales diferentes esta noche. Nos preocupa que el PP haya aumentado sus apoyos", aseguró un lacónico Iglesias. "Los resultados no solamente nos han sorprendido a nosotros sino a todo el mundo a la vista de las expectativas", incidió. Las esperanzas que se habían generado en torno a Podemos en la recta final de la campaña electoral, alimentadas por unas encuestas engañosas, se han desinflado en las urnas. Con todo, los 70 escaños de Podemos confirman que se ha roto el bipartidismo tradicional en el Parlamento español y que ya nada será lo mismo. PP y PSOE tendrán que contar con ellos a la hora de iniciar cualquier iniciativa legislativa. Iñigo Errejón alegó que "no son unos buenos resultados para Unidos Podemos y tampoco para España". "Hemos demostrado que nuestro espacio político se consolida, pero en ocasiones los procesos de cambio político no se dan a la velocidad esperada". Los malos resultados parecen haberle dado la razón a Errejón, que advirtió que concurrir a las elecciones en coalición con los comunistas de Izquierda Unida, bajo las siglas de Unidos Podemos, podría ser peligroso.
Por su parte, Ciudadanos, el partido de Albert Rivera, ha sido el gran derrotado de las elecciones. Pierde 8 escaños (pasa de 40 a 32) y ha sufrido un pequeño descalabro. Sin embargo, pese a que la formación naranja sale esquilmada de las urnas, parece claro que estos 32 diputados serán aún más decisivos que los 40 obtenidos el 20D, ya que su pacto con el PP puede estar más cerca que nunca. Rivera aseguró: "No voy a hacer como otros, decir que esta es una noche histórica cuando no lo es. Pero sí voy a decir que hay tres millones de españoles que nos han dado su confianza y que el centro ha llegado para quedarse. Lamentamos que estemos ante la participación más baja de la historia de España. Esta ley electoral nos ha penalizado; lo primero que vamos a hacer es cambiarla para que todos los votantes valgan igual", dijo Albert Rivera.
Todo apunta a que España podría tener un Gobierno liderado por el PP en un corto periodo de tiempo tras largos meses de interinidad. La situación del país es mala. La Unión Europea exige nuevos recortes de hasta 8.000 millones de euros, la deuda externa asciende al 180 por ciento del PIB, la prima de riesgo se ha disparado tras el Brexit y el paro no termina de ser controlado. Hoy, apenas unas horas después de la cita con las urnas, muchos electores han decidido volver a depositar su confianza en el PP. Apostar por lo seguro. Los analistas deberán estudiar cómo ha podido influir el miedo a las consecuencias de la salida de Gran Bretaña de la Unión Europea en la intención de voto de los españoles. El shock que ha producido el Brexit, la caída de las bolsas mundiales y el fantasma de una nueva recesión, ha marcado los comicios en España. Nadie supo preverlo: no se hicieron encuestas al respecto y los partidos ni siquiera incluyeron el Brexit en su agenda de campaña, seguros de que ese asunto no interesaba a nadie. Pero de alguna manera sí interesaba, y mucho. Los ciudadanos han tenido miedo ante la incertidumbre, ante los malos tiempos que se avecinan, y han optado por la seguridad que parece ofrecerles el PP. Quizá el pánico al Brexit haya penalizado a alternativas como Podemos, que en ocasiones resultan ambiguas, poco claras, en sus posiciones sobre la UE. Ser europeísta e insinuar al mismo tiempo la salida del euro solo contribuye a confundir al ciudadano. El mensaje machacón del PP de que Podemos no es más que una nueva reedición del comunismo bolivariano ha calado en la ciudadanía y ha pesado en el resultado final. El miedo ha vencido. El miedo a la inestabilidad, el miedo a la crisis que se cierne sobre Europa, no solo económica, sino política. El miedo al cambio. Quizá los españoles hayan hecho valer aquel viejo dicho castellano de que más vale malo conocido que bueno por conocer.

Ilustración: L'Avi

viernes, 17 de junio de 2016

NEONAZIS Y NEOTONTOS

(Publicado en Diario 16 el 20 de junio de 2016)

Creíamos que las bestias eran ellos, los yihadistas, y resulta que somos nosotros, los bárbaros, incivilizados y estúpidos occidentales. Produce espanto y horror contemplar esas hordas mamadas de hooligans bajando por Notre Dame, las cabezas afeitadas y sudorosas, los cánticos de guerra, las caras pintarrajeadas como salvajes, las camisetas manchadas de baba, los vientres inflados de cerveza, los tatuajes bruñidos, las miradas de boxeadores sonados cara al sol. Llegan a la Eurocopa desde todos los rincones del continente, los hay ingleses, rusos, alemanes, polacos, madrileños de Vallecas y conquenses de Cuenca. Se retan por internet sin mayor motivo que pasar una apacible tarde de hostias, se desafían y se odian sin razón, se matan en las calles de la Francia ilustrada en una especie de guerra santa del fútbol tan absurda y ciega como cruel y violenta. Todo el país, desde Marsella hasta Normandía, se ha convertido en un inmenso campo de batalla donde los patriotas del fútbol hacen volar las sillas, se clavan navajas cuerpo a cuerpo, se patean molleras como Cristiano Ronaldo patea balones y engullen cerveza, mucha cerveza, birra a mansalva, como animales sedientos en el abrevadero. Es la gran orgía de la violencia, el acto final del decadentismo occidental, y ni mil antidisturbios pertrechados con cascos y porras pueden nada contra ellos. Bin Laden inauguró la yihad de Oriente contra Occidente; la UEFA ha inaugurado esta nueva cruzada balompédica absurda y sinsentido entre pueblos y países, donde Dios es un vellocino esférico de cuero que rueda y rebota, como pollo sin cabeza, por el Olimpo verde del estadio. Nos creíamos los europeos la raza superior, los guardianes del último humanismo, el continente más civilizado sobre la faz de la tierra, pero ¿qué somos en realidad? ¿qué es esta Europa endogámica y enferma que hemos levantado entre falsas cumbres y tratados firmados con papel mojado? Un conglomerado de tribus, una sopa de clanes, un crisol caótico y desordenado de etnias que no se diferencian demasiado de aquellos suevos y vándalos que asolaron el imperio romano. No hemos construido una Europa de ciudadanos, sino una Europa de fulanos y bancos, y por eso ahora ganan los ultras en Austria, los ingleses votan el Brexit, los xenófobos matan diputadas laboristas y echamos el cerrojo a la frontera macedónica para que no pasen los refugiados de guerra.
Arde Francia por los cuatro costados, bajan los ultras por la orilla del Sena. Parecen fieros y peligrosos, pero en realidad detrás de las esvásticas, de las cadenas y los machetes no hay una ideología escrita y estructurada, ni una maquinaria organizada como la que construyó Hitler en su día. No hay un Mein Kampf que los ilumine porque muchos no saben ni leer. No son un ejército de neonazis sino un ejército de neotontos que no han leído un poema en su vida para saber lo que es la belleza. "El fútbol es popular porque la estupidez es popular", dijo acertadamente Borges, y estos nuevos guerrilleros urbanos entrenados en las tabernas irlandesas y en el vodka ruso no son más que una legión de mamarrachos de Internet (gran letrina de Occidente) una escuadra de parados etílicos salidos de los astilleros de Liverpool, de las fábricas de coches de Berlín y del INEM español, nuestra industria nacional. Estábamos tan preocupados con el terrorista suicida llegado de Oriente para inmolarse a conciencia que hemos descuidado a nuestros jóvenes suicidas, duelistas que se matan entre ellos a litronazos y a cuchilladas los domingos futboleros. Qué triste espectáculo el de las juventudes sin oficio ni beneficio emergiendo como zombis de las cloacas del Metro, en castrense formación, camino del estadio. Qué lamentable la visión de las mesnadas de tontos que trepan a la Cibeles para arrancarle un brazo, insultar al rival y corear, desafinadamente, aquello de yo soy español, español, español. Contra el fascismo se puede luchar, todos lo hemos hecho en mayor o menor medida a lo largo de nuestras vidas. Pero contra una rebelión inmensa de tontos incurables que tienen como ídolos a evasores fiscales o a vigoréxicos hormonados es imposible. Ya lo dice el viejo refrán: cuando un tonto coge un camino, el camino se acaba, pero el tonto sigue. En España tenemos ejemplos abundantes entre nuestros políticos de que el bobo, el asno, el simple o el cretino puede llegar muy alto a poco que se le jalee, se le anime y se le vote. Este gobierno del PP que tanta murga nos está dando, al igual que otros gobiernos en otras partes de Europa, es muy culpable de la idiocia futbolera que empobrece España. Han sido demasiados años de Movimiento Nacional Marianista, de telebasura, de fracaso escolar, de portadas del Marca, de Liga BBVA (o sea la Liga de los banqueros y corruptos) y de nula inversión en educación. Un pueblo desmantelado de cultura es un pueblo más violento y en ese proceso de estupidización la derecha patria y la europea han tenido mucha culpa por dejadez o por interés. Cuanto más idiota es una sociedad más manejable y aborregada se vuelve, y por eso a los ultras se les paga el billete de avión, para que los chicos se den un garbeo de Champions por Europa y nos dejen tranquilos un par de días. Por desgracia, al final nos ocurre como a los yanquis, que arman a los yihadistas para que luego se revuelvan contra ellos. Nuestros terroristas callejeros llevan el uniforme del Madrí, del Barsa o del Aleti. No se inmolan pero son capaces de incendiar, sabotear y matar por sus falsas banderas. La muchachada demente que arrasa Francia estos días de Eurocopa (más bien habría que decir de Eurocapo, porque esto ya es una especie de gran campeonato de la mafia rusa) no es una reedición del nazismo dispuesto a invadir Polonia, ni una vuelta de los camisas negras prestos a tomar Roma por la fuerza. Solo son unos hinchas enloquecidos, unos patriotas de domingo tarde, una torcida de mente retorcida y sesos achicharrados de tanta bufanda, bandera, insultos arbitrales, cánticos malos y partidos aburridos. El tonto no nace, el tonto se hace. El tonto se vuelve tonto porque lo abandonamos a su suerte, como a un Emilio de Rousseau sin educar al que colocamos delante de la televisión y de las redes sociales y allá se las ventile el pobre. El lobo solitario abunda en Siria por influencia de Alá. El tonto solitario prolifera lejos de la escuela, de la familia, de los libros y de la cultura. A un tonto dele usted un banderín del Lepe Fútbol Club y se creerá el jefe del Estado Mayor de la Defensa. Ra, ra, ra.

Viñeta: Bohigues

OTRA NOCHE PERDIDA



 (Publicado en Diario16 el 14 de junio de 2016)

El debate multipartidista confirmó la peor de mis sospechas: cuando era a dos ya era aburrido, ahora que es a cuatro el aburrimiento se eleva al cuadrado. Nadie, ni siquiera los politólogos de nuevo cuño que ahora florecen como setas, saben qué influencia puede tener ese tipo de programas en la decisión final de los votantes. Probablemente menos de un nada por ciento. Pero aquí copiamos todo lo anglosajón, la hamburguesa, el día de Halloween y los debates políticos, que son tan inútiles como tediosos. Se dice que el primer debate de la historia fue entre Abraham Lincoln y su oponente y que hablaron de la esclavitud. No había televisión, pero ya había una audiencia engañada.
Más que debate, el de ayer fue un monólogo a cuatro, salvo algunos momentos puntuales en que hubo algo de cuerpo a cuerpo, algo de carnaza, y cada candidato se limitó a no perder más que a ganar. De hecho, no ganó nadie, más bien fue el sufrido ciudadano el que perdió dos horas de sueño. Rajoy, el hombre, compareció en el plató televisivo como ese rico arruinado que entra en el club de golf y todos le dan la espalda por apestado. El presidente indecente se llevó a la maquilladora de guardia del partido para que la máscara le quedara lo más realista posible. Arrastra Mariano una pesada mancha de chapapote tras de sí (de aquellos hilillos del Prestige estos lodos) y tuvo que mentir en todo para mantener el tipo. Mintió sobre el paro y la pobreza, mintió sobre el fraude fiscal, mintió sobre los impuestos y sobre todo mintió cuando habló de corrupción. La consigna que los asesores le metieron en la cabeza, como un disco rayado, parecía ser algo así como "mienta que algo queda". Y como Rajoy es un verdadero genio en el arte del embuste y la trola, salvó los muebles. Demostró que su descaro no conoce límites cuando trató de convencer al personal de que él ha hecho más que nadie para tratar de acabar con las corruptelas en su partido.
¿Pero cómo va a querer acabar con la corrupción don Mariano si su partido ha vivido de la evasión, del soborno y del fraude, como un clan marsellés, durante estos años aciagos para olvidar? El PP no tiene un solo número rojo en las casillas de sus libros de contabilidad, todos están en negro, y hasta la reforma de la sede de Génova fue pagada de tapadillo, de extranjis, evadiendo grandes tributos al fisco.
A Rajoy ya no se lo toma en serio nadie, a estas alturas de la película ni él mismo se cree lo que dice, y hasta sus votantes piden que dé un paso al lado para que la gaviota aznarista, algo maltrecha sin duda, pueda remontar el vuelo, que no lo remonta ni poniéndole reguetón al himno. Una vez más, el presidente se aferró a la cantinela de lo bien que va España, a sus cifras macroeconómicas que no sabemos de dónde se las saca y al viejo truco de que va a crear dos millones de puestos de trabajo en la próxima legislatura, un anzuelo que ha tirado a última hora por si pica alguien. Pero hombre de Dios, cómo dice usted eso, si uno de cada tres españoles es pobre pobrísimo y tres millones ya no ven ni en pintura un mal contrato o un solomillo o una estufa para calentarse. Sin duda, Rajoy no tiene remedio, es un caso perdido. Ganará pero no convencerá, siguiendo la máxima unamuniana, y al final lo dejarán ingresado en el asilo de la Moncloa, pudriéndose por propia inercia, como hace él con los problemas de España.
De Pedro Sánchez qué podemos decir que no se haya dicho ya. La eterna esperanza blanca del PSOE. Por momentos parecía que no había comparecido al debate y que se había escondido en algún lugar del terreno de juego, como un mal defensa central. Tiene percha Pedro Sánchez y queda bien bajo los focos de Atresmedia, es telegénico y apuesto, pero no gana una batalla dialéctica ni aunque se la pongan a huevo, como a Fernando VII. Ayer tuvo una nueva oportunidad de rematar a Rajoy pero dejó que el gallego saliera vivito y coleando del ring. Sánchez se sigue equivocando de enemigo, como le recriminó Pablo Iglesias en un momento de la noche, con razón y entre susurros. Su pacto con Ciudadanos no solo fue un error, sino una traición a la izquierda, pero él insiste, erre que erre, en que aquello fue un acuerdo progresista para el cambio. Esa idea que va soltando por ahí, de mitin en mitin, de que Pablo Iglesias se ha aliado con Rajoy, no se la compra nadie. Alguien debería decirle que la estrategia no funciona.
Con todo, en algunos momentos Sánchez sacó orgullo y casta (sobre todo casta) y tiró de torería socialista, que algo queda aún, como cuando le dijo a Rajoy que tendría que haber dimitido hace mucho tiempo por tanto Bárcenas y tanto Gurtel. Fue un zasca que subió algo el share. El gran problema es que la audiencia se quedó con el runrún de que el secretario general del PSOE no hablaba por boca propia, sino que era más bien un personaje de Susana y sus muñecos, un polichinela en manos de los barones, de la Ejecutiva, del Señor X, quién sabe…
Sin duda, a río revuelto, los chicos de la nueva política fueron los que sacaron más rédito electoral del debate. Pablo Iglesias estuvo moderado, comedido, templado. Supo sujetar la lengua ponzoñosa que tantos disgustos le ha dado en los últimos tiempos. Dijo lo que tenía que decir y lo dijo bien. Ni una coma más ni un punto menos. En algunos momentos hablaba para su parroquia morada, en otros para el vecino sociata de enfrente que anda confuso y escéptico, sin referentes. Iglesias ya sería presidente del Gobierno si no hubiera trazado absurdas líneas rojas, la famosa marca catalana. Allá él.
Y por último nos queda Albert Rivera, que se mostró convincente y seguro de sí mismo, algo que en televisión resulta de la mayor importancia. Rivera encarna el papel más cómodo en toda esta comedia que vive España, o más bien habría que decir tragedia. No es de izquierdas ni de derechas, no es chicha ni limoná, sino un aguachirle que entra fácil por el gaznate del populismo. Habla para autónomos y para asalariados, para obreros y empresarios, para republicanos y monárquicos. En su envoltorio naranja y naif cabe todo. Subirá unas decimillas en las encuestas.
Triste bagaje para una noche perdida. Uno se promete a sí mismo que no se tragará más debates, sean a dos, a cuatro, o a dieciocho, pero siempre acaba picando. Uno que es un vicioso.

Viñeta: Igepzio

martes, 14 de junio de 2016

DE BOLOS POR ESPAÑA


 (Publicado en Revista Gurb el 10 de junio de 2016)

Por lo visto, las campañas electorales han quedado reducidas a un gran entertainment, mero divertimento, puro espectáculo. Aquí se trata de hacerle gracia al votante, no ya de convencerlo con programas o propuestas más o menos realizables o utópicas, sino de contar el chascarrillo, la anécdota o la historieta más ingeniosa. Los políticos hace tiempo que dejaron de serlo y han quedado en maestros de la ceremonia de la confusión de nuestra democracia, clowns más o menos afortunados, showmans más o menos cachondos. El fenómeno no es nuevo, pero se ha visto agravado con las redes sociales, donde se sustituye lo serio por lo banal, lo trascendente por el infantilismo naif de los grandes tuiteros, dueños y señores de la comunicación digital.
Los candidatos han aprendido ya que España no se gana en las urnas, sino poniendo un chiste guasón y viral que lo pete mucho en Twitter, por emplear esa odiosa palabreja de moda con la que todo el mundo anda obsesionado. Hoy los grandes líderes de opinión son los tuiteros supermasivos, todos graciosísimos y con nombres tan prosaicos como Bob Estropajo, La Fea del Baile o Barbiejaputa. Resignados ya a no poder cambiar las cosas, nuestros políticos aspiran a parecerse a ellos, a tener tantos millones de seguidores como ellos, a ser tan jodidamente triunfadores como ellos. Los cuatro aspirantes a la Moncloa han descubierto el caladero de votos de las redes sociales, pero no dejan de lado la televisión. El índice de audiencia de El Hormiguero sube mucho con el político de turno metiendo unas canastas, incendiando el plató con un experimento absurdo del señor Marron o echándose unos bailecitos sorayescos. O en la cocina de Bertín arruinando unas lentejas. Todo ello bien aderezado con unas risas y algunos chistes malos. Esa horita de cuchipanda televisiva rinde más escaños que cualquier mitin en una plaza de toros de tronío, que a este paso, abolidos los morlacos y sin políticos de sobacos sudados, se terminarán cerrando por falta de actividad. Nuestro futuro como país depende de 140 caracteres más o menos chisposos y con más o menos faltas de ortografía. Vale más ser gracioso que caer en gracia, ser ingenioso a todas horas. Rajoy, de momento, no ha sacado su amplio repertorio de ocurrencias, pero seguro que de aquí al 26J nos dará grandes tardes de gloria. Como humorista el manda gallego no tiene precio, es quien ha demostrado más vis cómica. Su lenguaje antiguo y su porte de funcionario indolente que no se entera de la misa la mitad tienen su tirón y su público fiel. Rajoy es un maestro en el humor negro, en plan Mihura, y el humor negro siempre ha vendido mucho en España. El chiste antológico de Rajoy es ese de que la crisis se ha terminado y ya nadamos todos en la ambulancia, como decía aquel, cuando medio país está en la ruina y el otro medio muriéndose de hambre. Eso sí que es un sarcasmo único, irrepetible, genial.
Nuestros políticos ya no hacen política, solo humor. Pedro Sánchez aún tiene que encontrar su estilo propio, y más después de que lo hayan pillado copiándose a sí mismo los mítines en un extraño caso de autoplagio político compulsivo y narcisista. El secretario general del PSOE, allá donde va, siempre cuenta el mismo gag: el de la pareja de cincuentones que se le acerca al salir de las urnas, ella sociata y él podemita, para darle una de cal y otra de arena. Será que el hombre anda muy ocupado y solo tiene tiempo para cambiarse de traje (un día naranja y otro morado) pero no de chiste. A Sánchez habría que decirle que el peor pecado de un humorista es repetirse, pero si encima te repites como el ajo es cuando el público huye espantado de la función. O en palabras de Dani Mateo, corrosivo humorista de El Intermedio: "¿Pedro, cómo vas a liderar el Gobierno del cambio si no cambias de anécdota?".
Por su parte, Pablo y Albert, los jóvenes de la nueva política española que se nos han hecho viejos de repente no parece que estén para muchas bromas. Jordi Évole hizo lo que pudo en el debate para que no llegaran a las manos, aunque terminaron tirándose a la cabeza la cal viva, los muertos de la guerra civil y Venezuela entera, con sus selvas, sus conflictos sociales y sus presos políticos. ¿Qué queda ya del espíritu dialogante y civilizado del Tío Cuco, aquel bar lleno de buenrrollismo, halagos y palmaditas en la espalda en el que se citaron por primera vez los dos aspirantes cuando aún se llevaban más o menos? En política se está en contacto con la mugre y hay que lavarse para no oler mal, decía el viejo profesor Tierno. Esa es la mayor lección de vida que han aprendido Iglesias y Rivera en estos meses de rodaje en la política. Rifirrafes aparte, uno y otro también tiran de repertorio cómico para atraer a las masas orteguianas a poco que se les presenta la ocasión. El primero ha contado el bonito chiste de Marx y Engels, que por lo visto eran socialdemócratas de toda la vida, no comunistas, y nadie se había enterado. Hasta ahí podíamos llegar, y Hitler no fue un dictador sino un socialista convencido, como ha dicho el disparatado Javier Cárdenas, ese locutor de radio que empezó en la charcutería marciana de Sardá, ridiculizando a frikis y tarados, y que ha terminado como gran referente mediático y político del ciudadano confuso y huérfano de ideología, o sea del ciudadano ultra. Aquí, en este país, el facherío siempre se ha definido como neutral, que es lo que hacía Franco para no entrar en las guerras y que es justamente como se define Cárdenas, haciendo buena la frase del gran Sazatornil de aquella mítica película: “soy apolítico total, de derechas como mi padre”. Rivera, por su parte, tiene que rodarse aún, está algo verde el muchacho, y sus bromas resultan algo forzadas. No está mal el chiste que pone a Rajoy como un podemita más, jugando a la hipérbole, nuestro recurso literario más español y genuino. Ahora le ha dicho a la Griso que él nunca se ha metido droga dura en el cuerpo, quizá para mantener su imagen de chico limpio, decente y trabajador. Como si para ser un yonqui hubiera que meterse algo químico. Rivera está colocado de populismo neoliberal, aunque él aún no sea consciente de su cuelgue, como todo buen yonqui. Aquí todos se echan unas risas a costa del pueblo, mejor o peor, solo que el humor es una cosa muy seria, como decía Churchill, una digestión complicada que a veces se atraganta. De modo que uno ya no sabe si reír o echarse a llorar. A fin de cuentas, todo es un chiste, eso lo dejó escrito Chaplin. Nuestros políticos ya están en plena campaña, de bolos por España, en la road movie del humor. De pueblo en pueblo, de tuit en tuit, de autobús en autobús. Como aquellos chalados en sus locos cacharros. Que empiece ya el show que nos vamos a partir la caja.

Ilustración: Artsenal

AQUELLA VIEJA ESCUELA

 (Publicado en Revista Gurb el 10 de junio 2016)

No va de profeta de nada, ni de periodista estrella, ni habla a grito pelado o desgañitándose entre broncos aspavientos, como hacen otros compañeros de las tertulias con las que comparte horas encendidas de televisión. El estilo de Jesús Maraña (Sahagún, 1961) es más bien reposado sin dejar de ser irónico, voltairiano sin perder de vista la contundencia, pero siempre diciendo esas verdades como puños sobre nuestros políticos corruptos, sobre la crisis de los medios de comunicación, sobre todo y sobre todos, especialmente sobre Inda y Marhuenda. Maraña es un periodista de la vieja escuela, uno de esos que ya no quedan, nuestro Lou Grant particular, aquel prometeico personaje de la serie de televisión que desde su despacho de Los Angeles Tribune luchaba contra las injusticias del mundo. Estudió en la Complutense de Madrid y empezó firmando artículos en el diario Informaciones. Corría el año 1981 y en España había muchas cosas que contar, entre ellas el ruido de sables que amenazaban nuestra frágil democracia. "Viví la época de las vacas gordas, por así decirlo, de los semanarios políticos. Tiempo, Tribuna, Cambio 16, Época, etcétera. Funcionaban muy bien pero luego los contenidos se fueron frivolizando, se fueron transformando en un cruce entre las revistas del corazón y los periódicos". Quizá fue ese el momento en que empezó "a joderse el periodismo", como ha dicho en una reciente conferencia, o fue cuando los periódicos comenzaron a vender planchas y vajillas o cuando los contables tomaron las riendas de los grupos mediáticos controlados por el poder financiero y los buenos periodistas saltaron por la ventana. Quién sabe. Hoy, cuando más de 14.000 profesionales han terminado en la cola del paro por culpa de la crisis y el descrédito de algunas grandes cabeceras resulta insoportable, Maraña se sigue moviendo como un hábil francotirador que se resiste a abandonar su puesto, o mejor un artesano que sigue fabricando temas de investigación (buena falta nos hace) en las trincheras de Infolibre, uno de los diarios digitales que amenazan con socavar la hegemonía de los periódicos en papel, agonizantes tras tantos años, quizá demasiados, de pérdida de credibilidad, traición a los principios del oficio y maldita autocomplacencia.

 Entrevista completa en Revista Gurb

sábado, 4 de junio de 2016

LA LEYENDA DEL BOXEADOR


 (Publicado en Revista Gurb el 4 de junio y en Diario16 el 6 de junio de 2016)

Resulta difícil comprender que la gente pague por ver a dos tipos partiéndose la cara mientras le salpica la sangre en la camisa y se embriaga con la droga del linimento. Pero el boxeo es un deporte que ha fascinado al ser humano desde el origen mismo de la humanidad, no ya por su ritual de exaltación de la violencia, sino por la literatura fascinante que ha producido (míticos los artículos de Norman Mailer) las películas inmortales que ha dado (Más dura será la caída y Toro Salvaje) y sobre todo por las biografías homéricas de unos perdedores que salían de los ardientes campos de algodón para hacerse un hueco a puñetazos en un mundo de blancos que les estaba vedado por su raza y el color de su piel. Hoy nos ha dejado uno de ellos, quizá el más grande, alguien que no era solo un pugilista sino un líder de masas, un agitador, un mesías. Una antorcha en medio de la oscuridad racista de los Estados Unidos de América. Muhammad Ali, gigante de bronce forjado con el barro humillado de Louisville, se nos va precisamente hoy, cuando más necesitábamos de su voz de seda y de sus puños de hierro, cuando el xenófobo Trump amenaza con poner sus botas pestilentes de vaquero inculto en la Casa Blanca y el racismo se extiende por Europa desde Viena hasta París, enterrando los nobles principios de la ilustración. Negro, musulmán y activista por los derechos civiles, lo tenía todo para ser odiado y amado a partes iguales por la humanidad. "Fui el Elvis del boxeo, el Tarzán del boxeo, el Superman del boxeo, el Drácula del boxeo. El gran mito del boxeo", se definió en cierta ocasión. Una figura histórica que aglutinó todo lo bueno y todo lo malo de la cultura de masas del añorado y vertiginoso siglo XX.
Nacido en 1942, fue bautizado como Cassius Clay (en honor a un abolicionista del siglo diecinueve) pero renegó de ese nombre anglosajón para abrazar el islámico Muhammad Ali. No hay mayor acto de rebeldía en un individuo que repudiar su nombre de cuna, mucho más si ese nombre es musulmán. Se dice que su padre, un pintor de letreros con afición a la bebida, pegaba a su madre, lo que marcó toda su infancia. Como también le marcó de por vida el asesinato del joven afroamericano Emmett Till, a quien unos vándalos mataron por la calle solo por haber silbado a una chica blanca. Educado en la iglesia bautista, era un joven divertido pero a menudo se le podía ver leyendo la Biblia en lugar de ir a hacer maldades con los demás muchachos de la pandilla. Con el tiempo descubrió el secreto de su fortaleza física, un extraño brebaje a base de agua con ajos y dos huevos crudos mezclados con leche, que sin duda le daba fuerzas para entrenarse corriendo junto a los autobuses que llegaban al pueblo.
Cassius tenía doce años cuando un ladrón le robó la bicicleta y quiso tomarse la justicia por su mano. Un policía le aconsejó que tuviera paciencia y le enseñó a boxear. Por las tardes, su hermano Rudy le tiraba piedras para que aprendiera a esquivarlas y así cogiera agilidad suficiente en piernas y brazos. Con el tiempo las piedras se convirtieron en puños y empezó a frecuentar los gimnasios sórdidos de Louisville, donde los veteranos lo miraban con desprecio no solo porque era un negro fuerte y musculoso, sino por algo mucho peor: porque era un negro inteligente. Un amateur, un novato, un sparring, tiene que sufrir muchas insolencias y desprecios en las palestras de los gimnasios antes de que le den su primera oportunidad. Fue vapuleado combate tras combate pero pronto aprendió que la derrota enseña más que la victoria. "Sólo un hombre que sabe lo que se siente al ser derrotado puede llegar hasta el fondo de su alma y sacar lo que le queda de energía para ganar un combate que está igualado", sentenció en cierta ocasión.
Con catorce años ganó su primer título para novatos y en los Juegos Olímpicos de Roma destrozó la zurda del polaco Pietrzykowski para colgarse el oro en la final. Cuando un periodista soviético le preguntó si se sentía víctima de la persecución racial en Estados Unidos, le contestó: "Entiéndalo: Es todavía el mejor país del mundo".
Ali estaba llamado a convertirse en profesional y en campeón mundial. Pronto llegó Nueva York, el Madison Square Garden, el olimpo que todo boxeador sueña con conquistar algún día. 10 de febrero de 1962; rival: Sonny Banks, una mala bestia que lo tumbó en el primer asalto. Cassius probó el sabor de la lona, pero se levantó, se rehizo milagrosamente y ganó el combate en el cuarto asalto, como él mismo había predicho. Empezaba a cumplirse la leyenda de un dios. La prensa se reía de su técnica poco ortodoxa para un peso pesado, sus manos aparentaban fragilidad pese a que golpeaban con dureza, pero tenía un don que nadie más poseía, aparte de sus piernas ágiles y veloces como el viento: estudiaba a sus rivales como nadie, sabía captar sus puntos débiles y cómo provocarlos con poemas jocosos, antes de los combates, para sacarlos de sus casillas. Pronto se granjeó el apodo de El bocazas de Louisville pero en el fondo, quién sabe, puede que todo fuera mera pose, estrategia deportiva, ya que sin duda era un sensible que no soportaba el espectáculo de la sangre. "En muchas de mis peleas tenía que mirar a otro lado para no verla", recordó al final de su carrera.
Triquiñuelas aparte, Ali estaba predestinado a la gloria. Siguiente hito: 25 de febrero de 1964, Convention Hall de Miami Beach, Florida. Su contrincante: el campeón mundial de los pesos pesados, Sonny Liston. Antes de la pelea, Ali agravia a su rival llamándolo "oso horrible" y "vago" y le amenaza con comérselo vivo. El duelo es presenciado por millones de personas. Ali flota como una mariposa y pica como una abeja a Liston, al que gana por nocaut. El nuevo campeón del mundo baila sobre el cuadrilátero al grito de "¡tráguense sus palabras! ¡tráguense sus palabras! ¡soy el mejor! ¡soy el mejor! ¡soy el rey del mundo" y el planeta se entera de quién es ese tal Cassius Clay que ha salido de la cabaña del Tío Tom para imponer su reinado de fuerza. Al día siguiente, ante el estupor de todos, cambió de nombre de manos del líder de la Nación del Islam. Había nacido Muhammad Ali, El amado de Dios que repudiaba su apellido de esclavo porque él "no lo había elegido".
Y así fue como el amado de Alá fue de victoria en victoria hasta la secuencia final: el histórico combate con George Foreman en Kinshasa, La pelea de la selva, como fue bautizado el choque. El 30 de octubre de 1974 todos creían que sería una velada corta. Ningún mortal podía soportar el ataque cerrado de puños de Foreman, a quien sus rivales no le duraban más de dos asaltos. Para calentar la cosa, Ali le dice a su antagonista que pelea "como una niña". Cuentan las crónicas que Foreman se lanzó contra Cassius Clay con una furia incontenida, carnívora, animal. Por momentos parecía que iba a destrozarlo. Como podía, Ali se agarraba a la nuca de su enemigo y le susurraba que sus golpecitos no le hacían ningún daño. En el octavo asalto, cuando Ali parecía acabado, contraatacó y noqueó a Foreman, proclamándose por segunda vez campeón mundial de los pesos pesados. Fue la pelea del siglo, el primer evento deportivo retransmitido a todo el planeta, sentando las bases de la globalización del deporte y las telecomunicaciones y abriendo un nueva época del periodismo, ya que un escritor inmortal, Norman Mailer, dejó algunas crónicas antológicas sobre el gran acontecimiento deportivo, entre ellas El combate. En la rueda de prensa, Ali eludió contestar a las preguntas de los periodistas sobre su retirada.
Pero el final estaba cerca. El 26 de junio de 1979 el boxeador tiraba la toalla. "Estoy exhausto, no tengo nada que probar… creo que es lo mejor, retirarme como campeón… como el más grande. Creo que esto significa mucho para los afroamericanos, y también para la historia", aseguró en un comunicado. El deportista estaba acabado, pero nacía el activista comprometido con los derechos de los negros. Su orgullo de afroamericano y su fe en el islam le granjearon millones de seguidores en todo el mundo. Ali se convirtió en un símbolo de resistencia del negro contra el racismo blanco y abrazó la doctrina de Alá en 1961, de la mano de la Nación del Islam y de Malcom X, con quien fraguó una intensa amistad en aquellos convulsos años sesenta. Malcom veía la victoria de Ali sobre Liston como una metáfora del poder superior del islam sobre el cristianismo. Era el boxeo como guerra de guerrillas contra el poder blanco, como cruzada religiosa, pero finalmente los dos amigos acabaron distanciándose después de que Malcom X hiciera unos comentarios inapropiados sobre el asesinato de Kennedy. Años más tarde, cuando las Torres Gemelas volaron por los aires, Ali luchó para propagar la idea de que el islam es una religión de paz e incluso llevó a cabo colectas para las víctimas de los crueles atentados terroristas.

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                               Muhammad Ali junto a Malcolm X.

Pero el auténtico giro en su carrera llegó en 1966. Entonces él era campeón del mundo y la guerra de Vietnam estaba en su punto más crudo y álgido. Ali fue llamado a filas pero se negó a ir al frente apelando a su objeción de conciencia y a los preceptos del islam. "Pregunten todo lo que quieran sobre la guerra de Vietnam, siempre les cantaré esta canción: No tengo problemas con los Viet Cong porque ningún Viet Cong me ha llamado negro". Fue el primer gran personaje público en pronunciarse contra la guerra (Martin Luther King lo hizo un año después) y aquello le enfrentó radicalmente con el Gobierno de los Estados Unidos. Se convirtió en un héroe en su país y en todo el mundo, incluso en aquellos lugares donde el boxeo ni siquiera era un deporte conocido. El día que acudió a la caja de reclutas de Houston se negó a ponerse en pie hasta por tres veces cuando fue llamado por su nombre. "No voy a recorrer diez mil kilómetros para ayudar a asesinar a un país pobre simplemente por continuar con la dominación de los blancos sobre los esclavos negros", dijo con orgullo. Las represalias no se hicieron esperar. Lo amenazaron con cinco años de cárcel y una multa de diez mil dólares y la Comisión Atlética de Nueva York le quitó la licencia para boxear. Finalmente fue condenado, pero el titán de bronce de Louisville se dedicó a dar conferencias por las escuelas de todo el país explicando su posición política y personal y su no a la guerra. Los atletas negros se sumaron a las protestas antirracistas y amenazaron con boicotear los Juegos Olímpicos de México 68. Finalmente, la Corte Suprema le dio la razón en su decisión de no alistarse. La presión era alta, los americanos perdían la guerra en Vietnam y las protestas estudiantiles y hippies por los derechos civiles hicieron que los vientos cambiaran y soplaran a su favor. Su activismo fue intenso e incansable: visitó a Mandela, se negó a pelear en la Sudáfrica del Apartheid, ayudó a liberar rehenes en la guerra de Irak, fue nombrado mensajero de la paz por la ONU… Deportista de fama mundial y activista, Ali ha sido sobre todo un icono del siglo XX equiparable en poder de influencia a Elvis Presley, Marilyn Monroe o JFK. Tiene una estrella en el paseo de la Fama, le han dedicado canciones y relatos y hasta fue personaje de un cómic en el que llegó a pelear contra superhéroes inmortales. Hay quien dice que arrojó la medalla olímpica ganada en Roma al río Ohio en un ataque de furia porque no le atendieron en un restaurante de Kentucky por ser negro. A fin de cuentas el boxeo no es más que un montón de hombres blancos viendo cómo un hombre negro vence a otro hombre negro, tal como dijo él mismo. En los últimos años de su vida inició una nueva pelea de concienciación social, la última de todas, en su lucha contra el Parkinson, la enfermedad que finalmente se ha llevado a la tumba al dios de ébano, a Cassius Clay. O mejor dicho, a Muhammad Ali, porque Cassius Clay era el nombre de un esclavo y él era un hombre libre. Un luchador universal, el Superman de los negros.

jueves, 2 de junio de 2016

EL CORTIJO ANDALUZ



(Publicado en Diario16 el 2 de junio de 2016)

La Justicia, ya era hora, le ha puesto el cartel de cerrado por traspaso al cortijo andaluz que tenía montado, desde hace años, el Partido Socialista. El hedor, el cante jondo a corrupción que salía del Guadalquivir y remontaba por Sierra Morena se hacía ya insoportable. Chaves y Griñán serán procesados por la martingala de los ERE, esos 850 millones de euros que se perdieron alegremente entre romerías, olivares, fandangos y ferias de abril. Ahora los dos barones tendrán que explicar qué ha sido del dinero, adónde fueron a parar las ayudas, cómo se tejieron las relaciones clientelares con los amigachos, cómo se compró tanto voto subvencionado durante tantos años. Sevilla tiene un color especial, pero estos fulanos del PSOE la han teñido del color más inapropiado: el color del dinero. Las mayorías absolutas siempre acaban pudriéndose en una especie de gran endogamia política, una bacanal desenfrenada y romana donde todos acaban corrompiendo a todos y dejándose corromper. Ocurrió en Madrid con los gobiernos de Aguirre, ocurrió en Valencia con Camps y sus amiguitos del alma y ha ocurrido en Andalucía, último reducto que quedaba en pie del viejo felipismo socialista. Pedro Sánchez ha vuelto a meter la gamba (con perdón) al decir que se debe respetar la presunción de inocencia de sus dos barones y sin embargo amigos. No, señor Sánchez, no, la presunción de inocencia vale para los juzgados, pero en política uno tiene que irse a su casa cuando lo sacan retratado en los papeles. Es la misma cantinela desvergonzada que viene repitiendo machaconamente Rajoy cada vez que le sale un corrupto o un manirroto. Presunción de inocencia, no me consta, pongo la mano en el fuego por ese hombre honrado. Es lo que dicen todos. Últimamente PP y PSOE se parecen demasiado en lo malo, son la misma mierda, como dijo  Felipe de Aznar y Anguita, y para estar así, de juzgado en juzgado, carcomidos de casos, que se casen, que firmen ya la gran coalición y dejen de marear al personal. Los sociatas, los descamisaos de Alfonso Guerra, llegaron al poder una noche de chaquetas de pana y rosas frescas, allá por el 82, con la sana intención de echar al señorito andaluz del cortijo. Lo malo es que cuarenta años después el cortijo sigue igual, el señorito está en el mismo sitio, haciendo de las suyas, la reforma agraria es una quimera, como lo fue siempre, y el fantasma de la duquesa de Alba está más vivo que nunca. Hasta ellos mismos, sin saberlo o a sabiendas, se han hecho tremendamente ricos y se han reconvertido en malos terratenientes. De aquel socialismo digno y noble del principio ya solo queda la foto amarillenta del gitano Isidoro, puño en alto con los sobacos húmedos y los morritos gruesos de ambición. Le ha echado mucho morro a la vida Felipe, que al final se nos ha vuelto un bróker de los petrodólares iraníes. Poco queda ya de aquel socialismo verdadero, si es que lo fue alguna vez. Chaves y Griñán en la picota, Susana Díaz defendiendo a su "tieso" (ella llama así a su maromo porque al parecer no tiene dónde caerse muerto, aunque esté bien colocado en la UGT el muchacho, eso siempre) y de José Bono, qué podemos decir de Pepe Bono más que juega a ser el Gran Gatsby de Albacete y que vive una segunda juventud fértil en dinero cash e implantes capilares. Qué mal envejecen estos viejos rockeros del PSOE. Chaves y Griñán a un paso del trullo, quién nos lo iba a decir, y todo por la jueza Alaya, esa señora vaporosa, lozana y glam que hacía la pasarela del juzgado con un estilazo tremendo, arrastrando un trolley reventón de papeles y cosas. Andalucía es tierra milenaria y sabia, cuna de Séneca y Falla, de Picasso y García Lorca, pero también de toreros, cofrades, folclóricas y rocieros que viven de la picaresca, la siesta, el birle y el afane a la sombra de los pinos, como diría la Del Monte. "Andalucía es increíble. Oriente sin veneno. Occidente sin acción", decía Federico, y por esa inacción, por ese letargo subvencionado, ha devenido en un gigante adormilado. El PER, el PAR, el POR y toda esa maldita cultura anestésica de la sigla ministerial y la ayuda a fondo perdido para golfos perdidos ha emponzoñado aquella sangre sabia de filósofos y abderramanes que levantaron Alhambras y trazaron los mapas del firmamento. A Andalucía la han matado entre todos y ella sola se murió, lo mismo que están haciendo con España. El sueño de modernizar y europeizar Andalucía se desvanece y de aquella ilusión de progreso solo queda ya la vergüenza del saqueo y cuatro autopistas de la Expo remendadas de baches. Lo cual que hemos terminado como en el barroco, en la Torre del Oro expoliada, las beatas de peineta negra, la Macarena, el pueblo inculto y el tercermundismo andaluz socarrando las ricas tierras andaluzas. Qué oportunidad perdida. De la revolución y el cambio solo quedan ya unos pocos asaltafincas iluminados del poscomunismo utópico, como Cañamero y Sánchez Gordillo, maravillosa turba zapatista que todavía le hace la guerra de guerrillas a la Guardia Civil en el Sherwood de Marinaleda. Entre ERE y ERE, entre pelotazo y trinque, el PSOE andaluz ha liquidado el último sueño de la utopía socialista del 82. Chaves y Griñán habían levantado un socialismo sin socialismo, un socialismo mamón de la teta del Estado, y así se ha ido dejando por el camino lo más importante, los principios, las ideas y el cambio real de la sociedad, o sea Marx, Engels, Largo Caballero, Besteiro, e Iglesias (el de siempre, no el remake). Lo peor de todo es que van camino de perder Andalucía, eterno santuario sagrado socialista, la última taifa que les quedaba ya. El señorito andaluz se frota las manos al ver cómo se le abren las puertas de Granada. Quién nos lo iba a decir.

Viñeta: Igepzio

LA MUERTE DE UN GORILA


 (Publicado en Diario16 el 1 de junio de 2016 y en Revista Newsweek en Español)

Cuando el ciclón electoral estaba a punto de engullirnos, cuando andábamos ya estragados de encuestas demoscópicas amañadas y metidos en falsas guerras contra los peligrosos chavistas venezolanos, surge una de esas historias fuertes, auténticas, conmovedoras, que nos enfrentan con la crueldad y la belleza de la vida. La historia de Harambe, el gorila macho de lomo plateado del zoo de Cincinnati al que han tenido que abatir a tiros cuando se acercaba peligrosamente a un niño.
El pequeño había caído a un riachuelo por un descuido de sus padres y el simio lo zarandeaba como un pelele, entre curioso y confuso, sin entender qué hacía allí, invadiendo su territorio, aquel cachorro estúpido de humano. En cualquier caso no parecía que Harambe quisiera atacar al niño, más bien jugueteaba con él, lo tocaba toscamente, se ponía a su lado y solo una vez llegó a arrastrarlo por el agua con cierta brusquedad, como si en realidad quisiera sacarlo del río. Pero no, no parecía que la intención del gorila fuera despedazar al pequeño. Podría haberlo hecho en cualquier momento de un solo manotazo, la fuerza de un gorila enrabietado puede llegar a ser descomunal.
He visto el dramático video de Harambe con el niño, esos minutos angustiosos, la gente del zoo gritando histéricamente, el gorila imponente, majestuoso, tranquilo, de pie junto al pequeño que lloraba de miedo, y he sentido una profunda tristeza. El animal se sentía fuerte y poderoso, confiado y tranquilo, como tratando de decirnos que no debíamos tener miedo de él porque era el rey del lugar y un rey siempre debe ser justo con el más débil. No podía intuir Harambe que en ese momento otro primate mucho más peligroso que él, un bípedo carroñero, lo estaba apuntando ya con un fusil. Un gorila no ataca a personas si no se siente previamente amenazado, pero un humano es capaz de todo, incluso de matar a otros humanos sin razón alguna, solo por puro placer, incluso es capaz de permitir que mueran ahogados setecientos congéneres tras hundirse un barco en las costas de Lesbos, algo que un simio no haría nunca. Los ojos de Harambe no mostraban ira, ni furia, ni parecían especialmente hostiles hacia el niño. Si acaso revelaban sorpresa ante la extraña situación. Probablemente se comportaba como el patriarca supremo del clan que pensaba en qué hacer con la cría, si sacarla del agua o jugar con ella nada más o quizá entablar uno de esos contactos fraternales entre dos miembros de especies hermanas, uno de esos encuentros misteriosos entre gorilas y humanos que la fascinante doctora Jane Goodall hizo posible tantas veces. Pero el niño lloraba y todos en el zoo estaban muy nerviosos, todos menos Harambe, que no entendía nada. Había varias alternativas: darle comida al gorila para que se olvidara del pequeño, dispararle con un dardo anestésico o dejar que sus cuidadores trataran de convencerlo para que se alejara de allí. Todas las soluciones eran malas y en realidad el magnífico ejemplar estaba muerto desde el mismo momento en que el niño desvalido cayó al río.
He intentado ver el video por segunda vez y no he podido. Quizá sea un blandengue y un sensiblero demasiado influido por aquel fabuloso King Kong en blanco y negro de mi infancia que era injustamente acribillado por los aviones, en la cima del Empire State, por culpa de la estupidez de un hombre que pretendía capturarlo, domesticarlo y encerrarlo en un circo. Hoy no hay circos con gorilas pero hay zoos, que no dejan de ser cárceles para animales y que deberían estar prohibidos sin excepción. Los monos, como las personas, tienen sus derechos, el primero de ellos el derecho a la dignidad y a vivir en libertad en lugares como Guinea, el hogar natural del gran Harambe y de donde nunca debió haber salido. Tras la muerte del espalda plateada, el zoo humano de Internet ha enloquecido como una jaula de grillos, como suele suceder en estos casos. Los animalistas radicales piden cárcel para los padres del chiquillo por homicidio involuntario y algunos han colocado flores a los pies de la estatua del gorila. En el otro lado están los civilizados que anteponen la vida del menor a la del mono, algunos de ellos muy dispuestos a rescatar niños rubios occidentales pero a dejar morir a los niños de las pateras, de piel algo más oscura, pobre y siria. Las redes sociales arden con memes de memos, chistes sin gracia y reportajes más o menos lacrimógenos sobre la tragedia del gorila de Cincinnati. La especie humana ha degenerado mucho desde el mono, y degradando degradando hemos llegado a gente como Bárcenas, Granados, Blesa y toda esa subespecie de homínidos que se arrastra encorvada por los pasillos de Bruselas.
Contemplando semejante espectáculo enfermizo en las redes sociales a uno le dan ganas de que le salga pelo por todo el cuerpo, de que se le arqueen los brazos y las piernas al grito de uh-uh, de transformarse en el sabio y noble orangután, una especie mucho más lista, sensible y avanzada que el hombre. Escribió Borges que los monos son tan inteligentes que no hablan para que no les obliguemos a trabajar y cualquier día son ellos los que se levantan de su humillación y nos ponen al tajo, como en aquella vieja película de Charlton Heston. No podemos entender a los animales porque son mucho más inteligentes que nosotros, piense usted en eso amigo lector cuando vaya a meterse un chuletón de cordero entre pecho y espalda. Por mi parte he intentado ponerme en el lugar de ese vigilante que ha tenido que disparar su arma para acabar con la vida de un ser tan noble y grandioso como Harambe y me he preguntado qué hubiera hecho yo en ese minuto fatal. Quizá hubiera apretado el gatillo sin dudarlo. Nadie en su sano juicio puede dejar que un gorila de doscientos kilos juguetee con un niño indefenso. Eso es lo que me dicta la lógica de la conciencia, pero el corazón me dice que el ser humano ha cometido un nuevo crimen, un crimen tan cruel como injusto. Uno más en la ya larga lista de tropelías del mono desnudo.

ELOGIO DEL INSULTO


(Publicado en Revista Gurb el 27 de mayo de 2015)

Lo que se vivió ayer a las puertas de los juzgados de Plaza Castilla, y me refiero a lo de Bárcenas versus Maroto, prometía mucho, pero al final quedó en un espectáculo ciertamente decepcionante. Todos esperábamos que los pistoleros del PP, que se habían citado en duelo al amanecer para explicarle sus cosas al juez, nos brindaran algo que estuviera a la altura de los escándalos rutilantes, algo con mucho morbo, fango, navajazos y golpes bajos por doquier. Sin embargo, al final todo quedó en nada, en un juego de niños, en un pasatiempo de monjitas, en un bluf. Maroto se lo quitó de encima deprisa y corriendo llamando "delincuente" a Bárcenas y Bárcenas le respondió a Maroto con un escueto y soso "es un político de escaso nivel que me da un asco tremendo". Qué decepción. Ni siquiera se mentaron a la madre o a las hermanas, como manda el manual de la vieja política patria desde los tiempos de Witiza el visigodo. Ni un mal cabrón ni un hideputa tan castizo, tan nuestro, tan castellano. Uno cree que un envite judicial de semejante categoría como el de ayer merecía algo más, pero ninguno estuvo a la altura de lo que se esperaba de ellos.
De un tiempo a esta parte, el nivel dialéctico de nuestros conspicuos políticos está decayendo mucho, y hasta para insultarse están perdiendo el ingenio y la gracia. El insulto, al igual que la democracia, ha devenido en algo rutinario, burocrático, gris, un salir del paso, y eso no podemos permitirlo ni tolerarlo de ninguna de las maneras. A nuestros gobernantes anodinos, soporíferos y escasos de neuronas les pagamos para que nos roben el dinero delante de nuestras narices, para que nos mientan cada cuatro años y para que se mofen de nosotros pero también, y mayormente, para nos diviertan como bufones que son insultándose con arte y salero. Faltaría más. No les pagamos para que se crucen por los juzgados sin mirarse a la cara, fría y distantemente, como hacen Iglesias y Sánchez, ni para que cubran el trámite del rifirrafe de mala gana y sin ponerle una pizca de pasión. Aquí podemos consentir que nos trinquen la pasta y se la lleven a Suiza, que oculten nuestro parné en la offshore y hasta que nos chupen la última gota de la sangre. Pero que dos machos alfa del PP como Maroto y Bárcenas pasen de largo sin soltarse leña y estopa duramente, sin darlo todo ni arrearse una mala corná en condiciones, nos parece un fraude, un tongo y un biscotto intolerable para el respetable.
Uno que hace tiempo ha perdido la esperanza de ver un debate serio y edificante sobre política nacional y que ya se sienta delante del televisor solo para asistir a la refriega sangrienta del día, al combate de la mañana, a la pelea matutina Marhuenda/Sardá en Al Rojo Vivo o a la velada pugilista de La Sexta Noche entre Iglesias, el potro rojo de Vallecas, e Inda, la víbora relamida de Salamanca, que le sustraigan el placer de contemplar a dos venados embistiéndose cornúpetamente, a cara de perro, le parece una estafa imperdonable. Este país que siempre insultó con la prosa culteranista y afilada del gran Quevedo está perdiendo el gusto y la costumbre sana del insulto, de la ofensa bien hecha, sal y pimienta de la vida política española de siempre, y aquí parece que ya solo usamos la imaginación y el talento para engañar a Hacienda o para evadirnos al paraíso panameño. Nos estamos olvidando de lo bueno de lo español, del insulto elegante y literario, y no podemos dejar que nuestros políticos caigan en la apatía, la abulia y la vulgaridad de un insulto poco trabajado, funcionarial, blando o sin brillantez. El castellano es rico y fértil en expresiones e injurias, no debemos quedarnos en el primer "fulanito es un delincuente" que se nos venga a la cabeza (algo que por otra parte ya sabemos todos) o en el manido "y tú más". Desde aquí aconsejamos a Maroto y a Bárcenas, dos consumados sicarios de partido, que se pongan las pilas, porque ellos saben hacerlo mejor, que se preparen el teatrillo y que la próxima vez que se den cita en el páramo yermo y apartado del juzgado para batirse en duelo mortal por la caja B del PP, por las comisiones de los constructores, por el filesón del partido, por las chapuzas de Génova y otras corruptelas, se lleven unos cuantos agravios y oprobios bajo el brazo, aunque sea escritos en una chuleta, insultos potentes y cañeros como gaznápiro, palurdo, mamacallos, fantoche, bellaco, bucéfalo, cornudo, alimaña, pusilánime, haragán, tontivano, papamoscas y pendón desorejado. Porque a un político español no podemos pedirle que sea listo y preparado, ni honrado y trabajador, ni que sea honesto y le diga siempre la verdad al pueblo. Eso sería tanto como obligarle a ir contra su propia naturaleza. Pero sí podemos exigirle al menos que esté a la altura de lo que pide el público, o sea un insulto ocurrente y chisposo para jolgorio y solaz del sufrido y mortificado pueblo español tan necesitado de alegrías. Ya que tenemos que aguantar sus desmanes, al menos que lo hagan con gracia y salero, que para eso les pagamos. Qué menos, coño.

Viñeta: El Koko Parrilla