domingo, 31 de mayo de 2020

ESTADO DE DERECHO, ESTADO DE DERECHAS


(Publicado en Diario16 el 31 de mayo de 2020)

El sumario que investiga la manifestación feminista del 8M y su posible incidencia en la propagación del coronavirus en España va camino de convertirse en un capítulo más en la preocupante y triste historia de degradación que está sufriendo la Administración de Justicia española en los últimos tiempos. Han sido demasiados años de judicialización de la política, de cloacas policiales, de vendettas entre partidos, de informes falsos y pruebas manipuladas para crear realidades jurídicas ficticias, alternativas, paralelas. Hoy el descrédito es absoluto y cada vez más ciudadanos opinan que la Justicia no es ni imparcial ni independiente, ni siquiera justa. Se ha instalado la peligrosa idea de que las resoluciones y sentencias están condicionadas por la ideología del juez que las redacta y firma; por la afinidad del fiscal que impulsa la investigación con el partido en el poder; o por el color del órgano superior que resuelve los últimos recursos. No hay más que echar un vistazo a las encuestas sociológicas para comprobar cómo la confianza de los ciudadanos en sus jueces y magistrados se ha erosionado de una forma alarmante.
Así, proliferan las querellas interpuestas por el partido político de turno contra su rival; abundan las demandas de misteriosas y desconocidas asociaciones financiadas por grupos aún más siniestros; se multiplican acciones por cuestiones que deberían dirimirse en sede parlamentaria, nunca judicial. La Justicia se ha terminado convirtiendo en el estercolero para el detritus de los escándalos que genera la clase política, mayormente los fabricados por la derecha clásica (PP) y la extrema derecha (Vox), siempre empeñados en acabar con Pedro Sánchez a golpe de pleito. Nos sorprenderíamos si pudiéramos contabilizar la cantidad de querellas y denuncias de carácter político que han llegado a los tribunales de Justicia en los últimos años, con el consiguiente gasto en papel y saturación de un servicio público esencial en el funcionamiento de la democracia. La mayoría de ellas se archivan o no se admiten a trámite por ser simples marcianadas sin fundamento; otras prosperan. Pero en general todas suponen un fracaso de la política y demuestran la inutilidad de nuestros representantes públicos a la hora de ponerse de acuerdo en la resolución de los problemas del país. Aquella magnífica frase de Groucho Marx (“la política es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar después los remedios equivocados”) está más vigente que nunca por influjo de unos servidores de la patria que traicionan al pueblo que los elige, ya que en lugar de ponerse a trabajar para mejorar la vida de la gente terminan dándose a un juego enloquecido y estéril de togas, picapleitos, sumarios de ciencia ficción, dosieres a la carta y artículos del Código Penal metidos con calzador. Por supuesto, la responsabilidad de ese absurdo Monopoly judicial, de esa diversión que termina convirtiéndose en una lamentable pérdida de tiempo, corresponde tanto a los políticos que promueven las querellas-show como a los jueces que caen en la trampa de admitirlas a trámite.
Lamentablemente, todo ello nos lleva a la constatación de que la política se ha convertido en un puro espectáculo donde los intereses de los ciudadanos importan más bien poco y donde se acaba imponiendo el titular grosero en la web amiga que puede arañar unos cuantos votos. Ya lo estamos viendo cada semana en esas sesiones de control al Gobierno que terminan convirtiéndose en refriegas tabernarias o en esas inútiles comisiones parlamentarias que acaban entre insultos y despechos, o sea como el rosario de la aurora. La última, bautizada con el rimbombante nombre de Comisión para la Reconstrucción Social y Económica, no deja de ser una curiosa paradoja, ya que más bien parece que allí se reúnan para precisamente todo lo contrario: terminar de destruir el país.
Todas las luces rojas han saltado ya en la Administración de Justicia. Los juzgados se han convertido en el cuadrilátero perfecto donde se le pasa la patata caliente al juez o jueza de instrucción que corresponda para que resuelva lo que los políticos, por incapacidad o ineptitud, no saben o no quieren arreglar. Y en esa dinámica diabólica para la democracia, sin duda son las derechas las que más se han especializado en el vicio y la mala costumbre de querellarse hasta por el vuelo de una mosca. PP y Vox se pasan el día en los tribunales y con tanto afán por judicializarlo todo, por dar rienda suelta a la caza de brujas, no extraña que no tengan tiempo para proponer soluciones efectivas en la lucha contra la pandemia de coronavirus que arrasa España. Sería redundante hablar aquí de lo que supuso el juicio al procés de Cataluña. Con recordar que un partido de extrema derecha formaba parte de la acusación particular, a modo de inquisidor general y defensor de la unidad nacional, está todo dicho. Lo cual que hemos pasado del Estado de Derecho al Estado de Derechas.
Ahora nos amenazan con un sumario fake, el instruido por la jueza Carmen Rodríguez-Medel, cuyo único y principal objetivo es abrir una causa general contra el feminismo como chivo expiatorio y gran culpable de la epidemia. Y si de paso cae un Gobierno legítimamente salido de las urnas, negocio redondo. El montaje está servido y el espectáculo de los informes manipulados, tanto de los forenses como de la Guardia Civil, solo puede ser calificado de grotesco. Alguien se ha empeñado en demostrar que la pandemia fue propagada por una horda de brujas locas feministas auspiciadas por el Gobierno “criminal” socialcomunista bolivariano y no parará hasta conseguir que la tesis se materialice, se haga real. Cualquier día el abogado Ortega Smith solicita la declaración como testigo del bicho de Wuhan (para que confirme que las tóxicas feminazis contagian más y mejor) y la jueza se lo admite a trámite, previo oportuno informe tendencioso de algún hospital privado de Isabel Díaz-Ayuso.
El expediente judicial del 8M, bien aderezado por la prensa amarilla de la caverna, va camino de superar en grado de esperpento nacional al que ya montaron en su día con el 11M, cuando todo aquello de la Orquesta Mondragón, el bulo del Titadine y los terroristas que según Aznar no estaban “ni en montañas lejanas ni en desiertos remotos”, aunque por lo visto sí andaban por aquí cerca, según sentenciaron los jueces y pese a los ríos de tinta que dieron pábulo a la teoría de la fatal conspiración con grave daño psicológico para las víctimas de los atentados. Hoy son otros los inocentes damnificados por el montaje: los miles de enfermos y familiares de fallecidos a causa del covid-19 utilizados como personajes secundarios de la macabra función. Así que tomen asiento, señores espectadores, compren palomitas y dispónganse a presenciar una nueva serie de ficción rodada en la factoría Netflix de la Justicia española. Ese equipo de brillantes guionistas que cuando se ponen a escribir se merecen que les den el Goya.

Viñeta: Iñaki y Frenchy

sábado, 30 de mayo de 2020

EL AZNARISMO


(Publicado en Diario16 el 29 de mayo de 2020)

La Fundación FAES, el laboratorio de ideas de José María Aznar, ha respaldado a la portavoz del Grupo Popular, Cayetana Álvarez de Toledo, que en su enfrentamiento con el vicepresidente Pablo Iglesias llegó a calificarlo como “hijo de terrorista”. FAES le ha dicho a la polémica política hispano-argentina que puede estar “tranquila” ante las posibles acciones judiciales que el padre de Iglesias tiene previsto emprender en los próximos días. El contundente posicionamiento de la fundación −toda una institución dentro del pensamiento conservador español−, es un claro aviso a navegantes contra todo aquel que se atreva a cuestionar a la portavoz parlamentaria y vendría a demostrar que hay marejada en el partido. Lo cual pone en evidencia que en Génova 13 están los “cayetanistas” partidarios de la línea dura y ultra impuesta por Pablo Casado (principal valedor de la controvertida portavoz) y los moderados, recelosos y críticos con la carta blanca de la que parece gozar Álvarez de Toledo.
Los populares de la corriente “marianista” no ven con buenos ojos que el jefe le haya dado patente de corso a Cayetana para que pueda decir y hacer lo que crea oportuno cuando crea conveniente. Esa libertad de movimientos, esa licencia para matar dialécticamente que Casado ha otorgado a la graduada de Oxford, despierta la inquietud del ala clásica del PP, la misma que ha decidido taparse la nariz cuando se firman pactos con Vox. Por eso FAES sale al paso para zanjar la cuestión, por eso Aznar mueve ficha para que quede bien claro que quien no está con Cayetana está contra el partido y está también contra él. Lógicamente, después de eso no hay nada más decir: prietas las filas y pensamiento único. Al ex presidente del Gobierno se le teme como a Darth Vader, ya que siempre habla con voz de ultratumba, en la sombra y en susurros desde su particular Estrella de la Muerte, o sea su inquietante fundación que fabrica ideas como armas de destrucción masiva cada día más peligrosas.
El comunicado de la fundación, que dicta sentencia inapelable a favor de Cayetana, no solo supone un firme espaldarazo a la gestión de la portavoz en el Congreso, sino que aprovecha para arremeter contra Iglesias, como no podía ser de otra manera. FAES tilda al líder de Podemos de “político chulesco” y “populista agresivo” y denuncia que “elogie a los golpistas catalanes como demócratas” mientras acusa al PP de “promover la insubordinación de la Guardia Civil”. Diario16, en su edición de ayer, ya avanzó que un sector del PP hace tiempo que está harto de la mano derecha de Pablo Casado. No tanto por su lengua de látigo y su retórica de cuero y látex (a fin de cuentas el jefe la puso ahí precisamente para eso, para ser más dura y más facha que Santiago Abascal) sino porque ella tiene permiso para ir su aire, al margen de las decisiones, tácticas y estrategias del partido. Suya y solo suya fue la idea de lanzar el peor insulto que se ha escuchado en el Parlamento español desde los tiempos de la Segunda República. Ese as se lo sacó de la manga sin consultar con nadie, de ahí que algunos compañeros de partido le hayan afeado su salida de guion, desviando el foco de atención de la sesión parlamentaria centrada en atacar al Gobierno por los informes de la Guardia Civil sobre la manifestación feminista del 8M y su posible incidencia en la propagación del coronavirus. Ahora se comprueba que la historiadora y tertuliana argentina cuenta con la cobertura del aznarismo y de las FAES, de manera que dispongámonos a presenciar más escenas denigrantes para la democracia como la que protagonizó hace un par de días en su cruento cara a cara con Iglesias.
A Álvarez de Toledo no le gustó que el vicepresidente la llamara “señora marquesa”, un enfado que la arrastró a una reacción exacerbada y feroz contra su rival político que no termina de entenderse. Venir de alta alcurnia y rancio abolengo, haber crecido entre buenas cepas y cunas, no tiene por qué ser necesariamente ninguna lacra, más bien al contrario, da derecho a privilegios y prebendas que desgraciadamente la mayoría del pueblo llano no tiene. O tal como ella misma le dijo a Meritxell Batet cuando se negó a que su insulto a Iglesias fuese borrado del diario de sesiones: “Eso no es una opinión, es un hecho fáctico”. En principio ser noble no tiene por qué suponer ni un insulto ni una tara, si se es buena persona, como todo en la vida. Pero soprendentemente ella se sintió ofendida, como si ser marquesa fuese una humillación, una deformidad o una enfermedad contagiosa. Si Cayetana siente ese sentimiento de vergüenza, complejo y repudio hacia los de su clase por algo será. A fin de cuentas el título nobiliario viene de serie con el nacimiento, es un golpe de suerte que el 99 por ciento de los mortales de este mundo jamás tendrán. Pero es que estos nobles están tan hartos de todo y tan aburridos de sí mismos que ya no saben ni disfrutar de su acomodada posición. Y es que quien cambia felicidad por dinero no podrá cambiar dinero por felicidad. Eso lo dijo un tal Narosky, otro argentino.

Viñeta: Iñaki y Frenchy

viernes, 29 de mayo de 2020

LOS PÁJAROS DE TRUMP


(Publicado en Diario16 el 29 de mayo de 2020)

El salvaje asesinato del ciudadano afroamericano George Floyd a manos de un policía ha desatado una ola de protestas y violentos disturbios en el estado de Minnesota. La respuesta del presidente norteamericano, Donald Trump, ha sido advertir vía Twitter de que las revueltas callejeras traerán más respuesta policial y “más disparos”. De inmediato, millones de americanos se le han echado encima acusándole de incitar a la violencia y la propia red social se ha visto obligada a reaccionar informando a todos los usuarios de que las palabras del inquilino de la Casa Blanca vulneran las más elementales normas de comportamiento ético de Twitter. Los gestores del gigante tecnológico reconocen que el polémico mensaje debería ser suprimido, aunque no obstante mantienen su publicación porque resulta de interés público.
Las imágenes del crimen de Minneapolis son elocuentes y hablan por sí solas. En la grabación se puede ver perfectamente cómo la cabeza de Floyd es vilmente aplastada contra el suelo por la pierna de su asesino (un policía que ha sido suspendido de empleo y sueldo pero sobre el que de momento no pesa ninguna imputación judicial formal). La víctima pide clemencia a su verdugo y en medio de la agonía le implora que deje de hacerle daño porque ya no puede respirar. Sin embargo, lejos de calmarse, el agente sigue presionando el cuello de Floyd, con ensañamiento y cada vez con más fuerza, hasta asfixiarlo por completo.
La noticia ha conmocionado a la opinión pública estadounidense y la respuesta de Trump ha encendido las redes sociales. La guerra entre la multinacional del pajarito azul y el presidente de Estados Unidos, que viene de lejos, se ha recrudecido en las últimas horas a raíz del brutal asesinato. Trump insiste en que su intención es cerrar Twitter, pese a que en su momento fue su principal herramienta de comunicación para llegar a la Casa Blanca gracias a su habilidad para la propaganda populista, la provocación constante y la agitación social en 140 caracteres. Sin duda, el “tuiteo” mañanero fue la gran arma de la que se sirvió el líder estadounidense para movilizar a las masas descontentas con el establishment de la familia Clinton y así fue como comenzó su disparatada carrera hacia el poder. A fuerza de telegramas, unas veces falsos, otras simplemente estúpidos, Trump ha conseguido negar la verdad de los hechos, subvertir la realidad y construir un universo político alternativo, paralelo, donde su carrasposa voz populista es lo único que se escucha ya. Para conseguir que su plan goebelsiano saliera adelante con éxito, el empresario no ha escatimado en lanzar infundios y mentiras a la velocidad de la luz. Según recientes informaciones de la prensa crítica de Washington, a Donald Trump se le contabilizan más de 18.000 tuits falsos desde que llegó al poder. La difusión de ese dato ha enfurecido aún más al millonario americano, que en las últimas horas ha insistido en su intención de clausurar Twitter.
La polémica llega en el peor momento para el líder de la primera potencia del planeta. Su gestión durante la pandemia de coronavirus está resultando nefasta, hasta tal punto que el país se sitúa a la cabeza del mundo en número de muertos y contagiados. Estados Unidos tardó en reaccionar contra el agente patógeno en buena medida por la desidia de un hombre que bajo el pretexto de la invasión comunista niega toda evidencia científica y médica que vaya contra sus propios intereses económicos. La irresponsabilidad que demostró al no poner en marcha a tiempo los mecanismos de alerta y prevención frente al mal de Wuhan, negándose a cerrar completamente la actividad industrial, ha llevado al país a una crisis sanitaria sin precedentes. A su insistencia de los primeros días para que los norteamericanos siguieran trabajando con normalidad, poniendo en grave riesgo la vida de millones de personas, se unen los disparates que ha lanzado en los últimos días, en los que ha propagado peligrosos bulos médicos como que el coronavirus se cura inyectando detergente en el cuerpo humano, aplicando baños solares o tomando pastillas de hidroxicloroquina (un fármaco cuya seguridad no está cien por cien contrastada y que incluso puede llegar a ser contraproducente para la salud). 
Ahora Trump se da cuenta de que Twitter, el Caballo de Troya que le sirvió para conquistar el trono del imperio, se ha convertido en su peor enemigo, ya que la libertad de expresión de millones de norteamericanos se canaliza tan fácilmente como sus mentiras. Pero para clausurar la red social necesitaría del apoyo del Congreso y obtenerlo no le va a resultar nada fácil. De hecho, la Corte de Apelaciones de Nueva York ya le ha sugerido que no vaya por el camino de bloquear los tuits de los disidentes, ya que silenciar los mensajes de usuarios de la famosa red social viola artículos de la Constitución: “La Primera Enmienda no permite que los cargos públicos que utilizan las redes sociales para toda clase de mensajes excluyan a personas de lo que debería ser un diálogo abierto, en los que se expresen opiniones contrarias”. La respuesta del presidente ha sido que “los gigantes tecnológicos silencian las voces conservadoras”. “Los regularemos enérgicamente o los cerraremos antes de permitir que eso suceda”, insiste. De momento, Trump ya ha amenazado con un decreto legislativo sobre redes sociales que podría suponer echar el cerrojo al que ha sido su principal altavoz. Ese que durante años, y con grave menoscabo a la democracia, dio pábulo a sus insensateces, payasadas e ideas más delirantes.

Viñeta: Becs

LOS DESPECHADOS


(Publicado en Diario16 el 29 de mayo de 2020)

La Comisión para la Reconstrucción del país está transcurriendo tal como se esperaba, un sainetillo o entremés entre insultos, descalificaciones y mucha puesta en escena del que saldrán pocas soluciones para superar la crisis. Si el espectáculo de la sesión de control al Gobierno del martes fue bochornoso, el de ayer en esa comisión que tiene por supuesta finalidad sacar al país del fango de la epidemia y la ruina económica no defraudó. La imagen de la España de hoy quedó perfectamente retratada en ese momento sublime en el que Pablo Iglesias aseguró que a Vox “le gustaría dar un golpe de Estado pero no se atreve”, a lo que Espinosa de los Monteros, haciéndose el ofendido, respondió levantándose de la silla, cerrando su maletín de un golpe seco y saliendo de la sala con paso marcial, como un despechado y decadente duelista del siglo pasado después de recibir un pañuelazo en la mejilla. Solo le faltó soltar aquello de “tendrá noticia de mis padrinos”, que decían los exaltados del Romanticismo antes de batirse a pistolas.
Mientras tanto, el presidente de la comisión, el socialista Patxi López, un hombre habitualmente comedido y en su sitio, también aportaba su granito de arena a la gresca al asegurar que “algunos tienen la piel muy fina”. Minutos después, y dándose cuenta del error que había cometido, pidió disculpas: “No he estado a la altura de lo que es y de lo que significa esta comisión”, puntualizó el exlehendakari antes de darle la palabra a la vicepresidenta tercera del Gobierno, Nadia Calviño.
La escena fue propia de una opereta o vodevil, cuando no de una secuencia de película de los Hermanos Marx. Todo se antoja tan esperpéntico, tan de otra época, tan exageradamente decimonónico, que resulta difícil creer que gente a la que se supone preparada y leída sea capaz de caer en semejante función barriobajera y denigrante. Pero así está la política española y así está el país. El comentario de Iglesias sobre el carácter golpista de Vox fue extemporáneo, no porque le falte razón sobre el partido neofalangista, que la tiene toda, sino porque no era el momento ni el lugar más indicado para volver a traer el tema del guerracivilismo que tanto daño ha hecho a este país. En teoría, una comisión parlamentaria debería servir para aportar ideas y para intentar que todas las fuerzas políticas trabajen, si no unidas porque eso es imposible en un Parlamento tan diverso y polarizado, sí al menos coordinadas con el objetivo de levantar el país. La única justificación que cabe para las palabras de Iglesias es que el hombre venía caliente de la sesión del día anterior, en la que Cayetana Álvarez de Toledo le había acusado de ser “el hijo de un terrorista”. Se comprende, desde todo punto de vista humano, que alguien que ha recibido un insulto tan duro y amargo de tragar pueda llegar a esa comisión con los dientes y puños apretados y un cierto ánimo de revancha. Pero en cualquier caso, a un hombre de su inteligencia que ostenta un cargo de tan alta responsabilidad como es una Vicepresidencia Segunda del Gobierno de España se le debe exigir que mantenga un perfil institucional cuando la ocasión lo merece. Con la Nissan sacando sus fábricas de Barcelona para llevárselas a China, con medio país sufriendo todavía el azote de la epidemia y con las colas del hambre repletas de gente desesperada sosteniendo bolsas de arroz y lentejas, un miembro del Gobierno debe saber estar a la altura de lo que espera el pueblo y guardarse su desquite dialéctico (totalmente justificado por otra parte) para otra ocasión. Siempre habrá un momento para decirle a Vox lo que es: un partido preconstitucional que lleva fascistas en sus filas, que apoya el franquismo y que mantiene (en una perversa tergiversación de la historia) que el levantamiento del 36 no fue un golpe de Estado, sino una reacción legítima ante la revolución comunista que se avecinaba.
En todo caso, y sea como fuere, el vicepresidente cayó de lleno en la trampa tendida por Vox. Cuando Espinosa de los Monteros vio que el vicepresidente había pisado el cepo, esbozó una sonrisa de satisfacción para luego ponerse en el papel de hombre digno y cabal. Con esas trazas de dandi crepuscular y esas barbas de duquesito de los tercios de Flandes, el elegido era perfecto para encarnar el personaje de caballero herido en su orgullo propio. El plan que Cayetana Álvarez de Toledo había puesto en marcha el día anterior, y que consistía en picar el toro rojo para que embistiera ciegamente, había dado resultado. Las trincheras siempre se cavan a paladas de injurias y provocación. Ya solo quedaba consumar la comedia de que Vox no podía participar en la Comisión de Reconstrucción porque había sido seriamente insultado por un ministro del Gobierno. La excusa perfecta. En realidad, la extrema derecha tiene claro que jamás participará en nada que suponga un pacto con la izquierda por el bien del país porque solo trabaja para desestabilizar, destruir y reventar. Así que una vez más, el montaje y la vieja técnica de la crispación (que está llevando al país a un estado de tensión inédito en cuarenta años de democracia) habían funcionado a las mil maravillas. Los bots que tan bien controla el partido ultraderechista echaban humo en las redes sociales, como ese tuit de un tal Andrés (¿no será también un robot?) que rezaba: “Hay que arrasar con ellos Abascal. Pégale dos tiros a Iglesias en el Congreso, coño”. La pólvora está bien esparcida por todo el país y solo falta que algo o alguien prenda la mecha.

Viñeta: Iñaki y Frenchy

jueves, 28 de mayo de 2020

LUTO NACIONAL


(Publicado en Diario16 el 28 de mayo de 2020)

Nissan cierra su planta de producción de Barcelona y deja a tres mil trabajadores en la calle. Alcoa recorta su planta de Lugo que da empleo a más de mil personas. Es el paisaje devastado que queda en España tras la pandemia que lo arrasa todo. El sector industrial español venía dando muestras de agotamiento y de una profunda crisis desde hacía años, pero el virus ha llegado para darle la puntilla definitiva. Andalucía es un secarral industrial; el tejido empresarial asturiano, floreciente en el pasado, se ha ido a la ruina por las sucesivas políticas de reindustrialización auspiciadas por Bruselas. Solo el capital extranjero ha tirado en los últimos años de un sector estratégico que nunca ha recibido el suficiente apoyo en inversión, investigación y desarrollo. España ha vivido demasiado tiempo del maná japonés, del dólar de la Ford y de la tecnología china. Unas veces por unas razones y otras por otras, este país no ha sabido construir un tejido industrial propio, competitivo, fuerte, y se ha acomodado en la hostelería, en la barra del chiringuito playero y en el turismo barato, con los que hemos sobrevivido durante demasiado tiempo.
Ahora que se nos viene abajo el modelo, el gigante con pies de barro que era nuestra débil economía (engañosamente elevada a las cumbres del G20) miramos a nuestro alrededor y vemos con temor que estábamos en manos del señor Kawasaki o de míster Rockefeller, cuando no de los jeques árabes, que cuando vienen mal dadas recogen sus fábricas y se las llevan a lugares más limpios de gérmenes, más estables políticamente y sobre todo más baratos. Es la maldita deslocalización que vamos a empezar a sufrir de una forma severa en estos años de pospandemia, paro y miseria.
Mientras tanto, los políticos españoles, esa tribu cainita, siguen en sus cosas de siempre, en sus pequeñas rencillas, en sus duelos fratricidas y cuentas pendientes, tratando de resucitar las dos Españas de negro recuerdo. El espectáculo que dieron ayer en el Congreso de los Diputados no deja ningún lugar a la esperanza. La derecha clásica se ha tirado alegremente al monte, codo con codo con los ultras de Vox y dispuestos a reventar el país. La sesión que dio ayer el PP fue tan triste y desoladora como lamentable, con un Pablo Casado empeñado en convertir el asunto de los informes precocinados de la Guardia Civil sobre la manifestación del 8M y la posterior cadena de ceses y dimisiones de altos mandos en el nuevo caso GAL. Lo de Cayetana Álvarez de Toledo dando rienda suelta a sus instintos más bajos y llamando a Pablo Iglesias “hijo de terrorista” fue sencillamente de frenopático. Todo eso en el día que España celebraba su primera jornada de luto nacional por las más de 27.000 víctimas de la epidemia y mientras los trabajadores de Nissan empezaban a movilizarse para defender sus empleos y el futuro de sus familias. “Tenemos una situación industrial dantesca y que los políticos españoles estén mirando para otro lado no lo entiendo”, se lamentaba un portavoz sindical. Pero Casado está a otra cosa que no es firmar grandes acuerdos para la reconstrucción del país ni aportar ideas para salvar la economía. Está obsesionado con las conspiraciones, con las cortinas de humo y con el montaje definitivo para derrocar al Gobierno. Ya lo ha probado todo para acabar con Sánchez, desde promover caceroladas de ricos hasta dejarse retratar frente al espejo como un James Dean atormentado, pasando por mentir con los datos de la pandemia. Hoy mismo, en otro alarde de inútil juego de patriotas, tiene previsto reunirse con los agentes de la Guardia Civil, una medida muy populista con la que ganará algunos votos en Jusapol pero que contribuirá bien poco a convencer a los japoneses para que se queden en un país tan poco fiable como el nuestro. Qué diferencia con un liberal de los de verdad como Macron, que ha lanzado un plan para reflotar la industria francesa y hacerla más verde y sostenible, inyectando a la Peugeot más de 5.000 millones de euros de fondos del Estado. La racionalidad francesa y el espíritu de las luces vuelven a dar una lección al atavismo, la sinrazón y el instinto violento y autodestructivo español.
Mientras tanto la izquierda en el Gobierno, pese a sus buenas intenciones y llamamientos a la unidad de todas las fuerzas políticas para superar la crisis, tiene escaso margen de maniobra. Con la patronal, el Íbex35 y la banca en contra (más la prensa amarillista y la emisora de radio de la Conferencia Episcopal, que siempre ayuda) poco se puede hacer, salvo recibir con los brazos abiertos el manguerazo de la Unión Europea, el gordo navideño por adelantado de 140.000 millones de euros (77.000 en forma de transferencias a fondo perdido y 63.000 como préstamos que posteriormente tendrán que ser devueltos). Con el gallinero español tan revuelto, el milagro es que Bruselas todavía siga confiando en ese pueblo mediterráneo de ruidosos enloquecidos, irascibles navajeros y resentidos que están pensando todo el rato en cómo hacerse la guerra civil. Los expertos de la UE aseguran que Europa se hace adulta con ese fondo de 750.000 millones de euros para la recuperación económica del viejo continente. Es decir, los europeos maduran y los españoles se infantilizan con sus viejas cuitas, rencillas y juegos peligrosos de siempre. Eso sí, las colas del hambre llenas y la extrema derecha frotándose las manos. ¿Pero qué diablos nos ocurre? ¿Qué pecado hemos cometido para tener que sufrir a esta casta de mediocres que solo piensan en su beneficio personal y no en el bien común del país?

Viñeta: Igepzio

LA MARQUESONA

(Publicado en Diario16 el 28 de mayo de 2020)

En el currículum de Cayetana Álvarez de Toledo y Peralta-Ramos, marquesa de Casa Fuerte, consta que se licenció en Oxford. Sin embargo, pese a haber frecuentado los mejores colegios británicos, sus modales políticos y personales no siempre están a la altura de su costosa educación y son más propios del polígono y la taberna que de su elevada alcurnia. Quizá sea porque durante un tiempo Álvarez de Toledo fue tertuliana de la Cope y juntarse con curillas y obispos con mala baba, además del papa Federico (o sea Jiménez Losantos), imprime carácter y deja huella psicológica. O quizá simplemente sea porque los nobles son así y tienen ese puntito repipi, altanero y arrogante que les viene de cuna. Los marqueses, desde bien pequeños, peinan peluca rococó con lunar en la mejilla y son unos estirados que no comparten con otros niños su caviar ni sus moscas con las alas arrancadas.
El caso es que de alguna manera, bien por influencia del contexto social represor de la estricta educación anglosajona o por una mera cuestión freudiana, la señora se ve que ha forjado una personalidad difícil, turbulenta, sanguínea. Ayer, durante su intervención como portavoz del Grupo Parlamentario Popular en el Congreso de los Diputados, tuvo un absceso de su mal, le subió la fiebre (Cayetana es intolerante no a la lactosa sino a la tolerancia misma) y volvió a pasarse de rosca. “Se lo voy a decir una primera y última vez: Usted es el hijo de un terrorista. Esa es la aristocracia a la que pertenece usted”, reprendió a Pablo Iglesias por los pactos del Gobierno con EH Bildu. Mentarle la madre al adversario o meterse con su padre es una práctica de futbolista argentino marrullero y tuercebotas, cosas de mal político que se queda sin argumentos y sin razones. Pero por lo visto en Oxford, cuna del parlamentarismo europeo, ya no se enseña el fair play, ni las buenas formas del debate, ni el abecedario de la democracia. Esa clase se la saltó la señora marquesa, quizá porque ese día tenía un acto benéfico para los negritos de la Commonwealth, que las marquesonas son muy de dar limosnas a los pobres.
No es la primera vez que Cayetana pierde los papeles en el hemiciclo. De cuando en cuando se le dispara la bilirrubina del odio, le entra el sudor frío del rencor y le aflora el espasmo de otro marqués, el de Sade, que también se lo pasaba bien haciendo sufrir al prójimo. La portavoz popular es aficionada al sadismo político, disfruta con el dolor y la humillación del rival, y cuando muerde cacho, cuando pilla presa, ya no la suelta hasta destrozarla como haría una tiburona hambrienta. Sin embargo, ayer la directora del Área Internacional de la FAES (el laboratorio de diarreas mentales del nuevo PP “trumpista”) atravesó una peligrosa frontera ética y moral.
En el PP hace tiempo que muchos están hartos de Cayetana. No tanto por su lengua de látigo y su retórica de cuero y látex (a fin de cuentas Pablo Casado la puso ahí precisamente para eso, para ser más dura y más facha que Santiago Abascal) sino porque ella va a su aire, no cuenta con nadie y sigue sus propias decisiones, tácticas y estrategias. Cayetana es Cayetana y no necesita ir a las aburridas reuniones de la Ejecutiva nacional de Génova 13 en las que se pone a punto la tenebrosa máquina del fango y se engrasan los dosieres explosivos de las cloacas del Estado para hundir al ministro Marlaska. Ella es la estrellita argentina, la piba del PP, la Messi que trota libremente por la cancha de la política española, y eso no gusta a algunos barones y compañeros, que la ven con recelo porque es indomable, ingobernable, una aristócrata anarquista que suelta la bomba donde menos te lo esperas.
Sacar a pasear la biografía del padre de Iglesias en el FRAP ha sido una sucia jugarreta, lo peor que se ha escuchado en las Cortes Españolas en muchos años, y no debe haber ha gustado en ciertas baronías como la gallega, donde el siempre aspirante Núñez Feijóo sueña con un PP sensato, de centro-derecha liberal, clásico y a la europea.
Pero es que además, tal como dijo Diógenes el cínico, el insulto deshonra a quien lo infiere, no a quien lo recibe. El FRAP fue una organización armada que luchó por la democracia y contra la dictadura fascista. Cayetana Álvarez −que se jacta de que su padre, el XII marqués de Casa Fuerte, combatió con la Resistencia francesa durante la Segunda Guerra Mundial− debería saber mejor que nadie que hay causas legítimas por las que merece la pena luchar y morir. Y no hablamos aquí de las caceroladas friquis que montan cada tarde sus amigos ricos del barrio de Salamanca, sino de las batallas justas, auténticas, la guerra eterna de la democracia contra la tiranía y la opresión totalitaria. Es cierto que en 1973 el FRAP se consideraba una organización terrorista, pero esa etiqueta la colocaba Franco, cuyas manos no estaban limpias de crímenes de Estado precisamente. Con eso está dicho todo. El Frente Revolucionario Antifascista y Patriota se disolvió por orden del PCE en el año 1978, cuando perdió toda su razón de ser. Ojalá nunca más vuelva a haber grupos violentos como el FRAP o el Batallán Vasco Español (la violencia del otro bando que la derecha nunca condena). Eso querrá decir que seguimos viviendo en paz y en libertad. Por desgracia, ni la señora marquesa ni sus socios de Vox, tan beligerantes y concienciados con el terrorismo de extrema izquierda, han condenado todavía el terrorismo de Estado franquista, que fue el peor de todos. Cosas de la alta nobleza.

EL DUQUE DE AHUMADA


(Publicado en Diario16 el 27 de mayo de 2020)

Tal como era de prever, las derechas han aprovechado el polémico informe de la Guardia Civil sobre la manifestación del 8M y su posible incidencia en la propagación del coronavirus −así como los ceses y dimisiones de altos cargos del cuerpo policial−, para recrudecer su maniobra de acoso y derribo al Gobierno. Durante la sesión de control en el Congreso de los Diputados, ha quedado meridianamente claro que ni a PP ni a Vox (tampoco a ese supuesto Ciudadanos moderado de la noche a la mañana) les interesa la Sanidad pública, ni los nuevos datos sobre el control de la epidemia, ni las medidas para controlar la enfermedad que sigue estando ahí. Ahora toca hablar del cese del coronel Diego Pérez de los Cobos, de ETA y Bildu, del fantasma de Roldán, del caso Faisán que a los españoles les debe sonar a chino, de extrañas conspiraciones alimentadas por la prensa amarillista de la caverna y del supuesto honor mancillado de la Guardia Civil.
El patrioterismo ha sustituido a la razón y el Parlamento ha sido reducido a la categoría de ring repleto de barro y cochambre de establo. La táctica de las derechas consiste en el “difama que algo queda”, en la degradación al extremo de las mínimas reglas de juego democrático y en extender el virus de la fake news y la confusión por toda la sociedad. La última puntada de hilo en esa tela de araña urdida por PP y Vox es ese montaje policial perfectamente tramado en forma de dosier de la Guardia Civil que pretende culpar al Gobierno de un delito de prevaricación administrativa por haber autorizado la manifestación feminista del 8M, que según los improvisados virólogos Pablo Casado y Santiago Abascal estaría en el origen del contagio masivo y de las cerca de 30.000 muertes por coronavirus registradas en España. En realidad no hay ningún informe científico ni epidemiológico que concluya que aquella jornada festiva fuese el detonante de la pandemia (los propios médicos forenses que trabajan para la jueza instructora del caso, Carmen Rodríguez-Medel, reconocen que es imposible establecer tal relación de causa-efecto) y además la operación ha quedado debidamente desmontada, ya que se ha comprobado que el informe de la Guardia Civil impulsado por Pérez de los Cobos no es más que un panfleto redactado deprisa y corriendo consistente en bulos, corta y pega de infundios periodísticos lanzados por OK Diario y la Cope y errores manifiestos. En el documento, atiborrado de especulaciones indignas de unos profesionales de la investigación, cabe todo, desde unos supuestos italianos sin identificar que llegaron a España ya contagiados para participar en el 8M hasta una extraña convención de Evangélicos que, esta vez sí, fue prohibida por el Gobierno con anterioridad. En el colmo del despropósito, los guardias civiles redactores de ese escrito pericial, que es más bien una novela negra o de misterio, llegan a sugerir que la OMS lanzó su alerta de pandemia el 30 de enero, cuando oficialmente lo hizo el 11 de marzo, es decir, tres días después de la controvertida manifestación feminista.
Naturalmente, lo lógico es que el relato novelesco de la Comandancia (no demasiado alejado de otros que ya se han construido en la factoría Netflix de la Benemérita cuando se trata de asuntos políticos como el referéndum del 1-O en Cataluña) tuviera sus repercusiones en forma de ceses y dimisiones fulminantes de altos cargos militares. Es a eso a lo que se refiere el ministro Fernando Grande-Marlaska cuando se refiere a la “pérdida de confianza” de alguno de sus subordinados.
Sin embargo, el titular de Interior ya ha sido juzgado, sentenciado y ejecutado políticamente hoy en el Congreso de los Diputados cuando las derechas lo han sometido a una de sus habituales cruentas cacerías después de fabricarse el siniestro montaje. La coletilla aznarista y antidemocrática del “márchese, señor Marlaska” ha sido la más escuchada en el hemiciclo, de manera que el ruido de las cacerolas ha vuelto a imponerse a los datos, a la verdad y a la razón. Así, el secretario general del Partido Popular, Teodoro García Egea, ha tirado de Wikipedia para colocar un episodio histórico que poco o nada tiene que ver con el caso del famoso informe de Pérez de los Cobos. Por lo visto necesitaba meter la anécdota como fuera, con calzador si era preciso, para aparentar que no solo es un buen lanzador de huesos de aceituna, sino que ha leído algo de historia. “Hace cien años el fundador de la Guardia Civil, el Duque de Ahumada, se negó a cumplir una orden injusta del general Narváez. Más de un siglo después el general Laurentino Ceña [el dimitido director adjunto operativo DAO], ha hecho lo mismo con su Gobierno, ha preferido irse que tomar una decisión injusta. Si Roldán no logró acabar con la Guardia Civil ustedes tampoco lo harán”, ha alegado desde la bancada popular. Por supuesto, la insinuación a la insurrección tenía que ser debidamente contestada por el vicepresidente segundo del Gobierno, Pablo Iglesias, que le ha respondido en modo didáctico de catedrático de Universidad: “¿Ha leído el papel que le han escrito? ¿Está llamando a la insubordinación de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado? ¿Está pidiendo a los miembros de las fuerzas y cuerpos de seguridad que incumplan las órdenes que consideren, por incitación suya, injustas? ¿No se les cae la cara de vergüenza? ¿Es consciente de lo que está diciendo aquí? Sean prudentes, que nos jugamos la democracia”.
Minutos antes, el propio líder del PP, Pablo Casado, ya había cargado duramente contra Pedro Sánchez al asegurar que “desde Roldán nadie había manchado así a la Guardia Civil”, para terminar diciendo que “el que sobra en esta farsa, ya convertida en tragedia no es un coronel, el que sobra es su ministro”. El presidente del Gobierno, a quien la pandemia parece estar inmunizando contra el virus ultra y va ganando en destreza parlamentaria, en cintura y en ironía política, le ha respondido hábilmente: “Usted concursa y compite con la señora Ayuso en posados”. Y ha concluido recriminando al jefe de la oposición que se sitúe “al ladito de la ultraderecha”. Su frase de oro −“si usted habla, actúa y vota como Vox empieza a parecer lo mismo que Vox”− pasará a los anales de la Cámara Baja y perdurará en el recuerdo como negra premonición de lo que le espera a este país si la derecha convencional se echa al monte con los falangistas.
Precisamente el turno de Vox ha servido para más de lo mismo. La portavoz ultra, Macarena Olona, ha anunciado que su grupo se querellará contra la directora general de la Guardia Civil, María Gámez, y el secretario de Estado de Interior. La adicción y la manía obsesiva de esta gente con las querellas empieza a resultar enfermiza.
Por su parte, el representante de Ciudadanos se ha sumado a la teoría de la conspiración. Esta vez tocaba arrearle al Gobierno, haciendo honor al adjetivo de “veleta” que siempre acompaña al partido naranja. El resumen de la jornada es que, una vez más, la pinza Casado/Abascal ha funcionado y ha conseguido lo que quería: alumbrar un nuevo espectáculo de propaganda barata, sepultar la verdad bajo el dosier de la mentira y degradar un poco más las instituciones democráticas. Un gran servicio a sus partidos pero un flaco favor a los españoles, que más de dos meses después siguen sin saber lo que ofrece la derecha para derrotar al coronavirus.

Viñeta: Iñaki y Frenchy 

martes, 26 de mayo de 2020

EL CHIVO EXPIATORIO


(Publicado en Diario16 el 26 de mayo de 2020)

Las derechas han visto un buen filón en la manifestación feminista del 8M y ya han puesto la maquinaria propagandística a pleno rendimiento para hacer creer a los españoles que aquello fue la gran caja de Pandora de todos los males y origen de la terrible pandemia que padecemos. En realidad estamos ante un nuevo bulo que no se sustenta en datos científicos sino en vanos prejuicios, sectarismos políticos y una buena dosis de mala fe. A Pablo Casado y Santiago Abascal no se les ocurre poner la lente de su microscopio en busca del bicho de Wuhan en los partidos de fútbol que se celebraron tan alegremente aquellos días; ni en los centros comerciales atestados de gente, macrodiscotecas o masivas reuniones de turistas llegados a Madrid desde todas partes del mundo; ni siquiera en el inaplazable Congreso de Vox de Vistalegre, donde cayeron decenas de infectados patriotas, entre ellos algunos de los primeros espadas del partido. 
Santiago Abascal es el líder de un movimiento negacionista, irracional, mientras que Pablo Casado le sigue como un fiel corderillo para no perder el hilo de los votos. Por tanto, nada va a impedir que fabriquen a la limón el jugoso relato de que todas aquellas mujeres comunistas, libertinas y contestatarias contra el poder patriarcal que salieron a la calle a defender sus derechos fueron las grandes supercontagiadoras de la pandemia. En el fondo, ese tramado montaje que consiste en buscar culpables inocentes de las catástrofes del mundo no es algo nuevo, es más, es tan viejo como la propia humanidad. En la Edad Media, durante la epidemia de peste negra de 1347, la nobleza y el clero también encontraron sus chivos expiatorios en las minorías, a las que acusaron de haber provocado la ira de Dios. Así, se culpó a los judíos de haber envenenado deliberadamente los ríos y los pozos y en el mismo saco de sospechosos a perseguir y exterminar se metió a mendigos, peregrinos, gitanos y leprosos. Por supuesto, las mujeres también sufrieron aquella caza de brujas y se cuenta que el sultán de El Cairo, informado por sus abogados religiosos de que la plaga era el castigo de Alá por el pecado de la fornicación, decidió encerrar a la población femenina para que no pudiera tentar a los hombres con el vicio. En realidad aquella peste fue un síntoma evidente de que el mundo feudal se había agotado en sí mismo, al igual que el coronavirus ha llegado para advertirnos de que nuestro mundo ultracapitalista también ha tocado a su fin, por mucho que el poder económico y financiero se resista a creerlo.
Hasta donde sabemos, la ciencia no dispone de ningún dato objetivo o informe avalado por datos empíricos que pruebe la teoría de que el virus se extendió por todo el país por culpa de la manifestación del 8M. El epidemiólogo Fernando Simón aseguró ayer mismo que si la marcha de las mujeres tuvo alguna incidencia en la propagación del agente patógeno “fue muy marginal”. Pero las derechas, una vez más, han olido el rastro de la carnaza. El plato es suculento, ya que supone colgarle al feminismo comunista, y en consecuencia a Pedro Sánchez, el sambenito de gran genocida en esta plaga. Una vez más, nos encontramos ante el recurso al chivo expiatorio. Si a esto se une la polémica destitución del máximo responsable de la Guardia Civil, Diego Pérez de los Cobos, que supuestamente andaba investigando posibles conexiones entre las grandes concentraciones por el 8M y la pandemia, una nueva teoría de la conspiración de esas que tanto gusta a las derechas españolas está más que servida. Locas feministas contagiando a españoles buenos y decentes, como siervas del Demonio, y un Gobierno estalinista purgando, en la sombra, a altos cargos policiales que solo buscaban la verdad. Ya tenemos los ingredientes perfectos para un nuevo thriller de sello populista tan burdo como eficaz. 
En cierta manera, todo es gratuito, un inmenso bulo, ya que será la jueza Carmen Rodríguez-Medel −que investiga la posible incidencia que tuvo el 8M en Madrid en la pandemia de covid-19− quien determinará si hubo algo delictivo o no. De momento, la magistrada ya ha citado a declarar como imputado al delegado del Gobierno en la Comunidad de Madrid, José Manuel Franco, por autorizar las concentraciones multitudinarias, y ha advertido de que la Guardia Civil actúa en este caso como Policía Judicial, de modo que tiene el deber de “guardar rigurosa reserva” sobre las investigaciones encomendadas, advirtiendo de posibles infracciones a quien incumpla la ley. Lamentablemente, la experiencia nos dice que PP y Vox no van a dejar pasar la ocasión de dar rienda suelta a sus delirios novelescos. Pronto asistiremos al show de las filtraciones y manipulaciones periodísticas que dejarán aquello de la Orquesta Mondragón y el explosivo Titadyn de los atentados de Atocha a la altura de un juego de niños. Preparémonos a ver cómo la anarquista Irene Montero acudió a la manifestación con una lata de gasolina repleta de virus; y cómo la bolchevique Carmen Calvo tocó a miles de camaradas feministas con unos guantes de bazar chino no homologados, cayendo en la grave negligencia.
El culebrón promete ríos de tinta, ya que la maléfica imaginación de las derechas es inagotable. Tanto PP como Vox son conspiranoicos porque viven y se alimentan de la conspiración permanente. Así, el PSOE es lo mismo que ETA; Zapatero y  Rubalcaba organizaron el 11M; y ahora el coronavirus lo han propagado las feministas feas, ateas y rojas. Para empezar, Casado y Abascal han anunciado que piensan llevar a Grande-Marlaska al patíbulo del Congreso de los Diputados para que rinda cuentas ante los españoles. Está muy bien que los ministros se expliquen en sede parlamentaria, algo que por otra parte no suelen hacer los políticos de la derecha cuando están en el poder. El problema es que mucho nos tememos que el montaje-bulo populista ya ha sido fabricado, extendiéndose como la pólvora a golpe de tuit. Y nada ni nadie va a poder pararlo.

Viñeta: Iñaki y Frenchy

EL VENDEHÚMOS


(Publicado en Diario16 el 26 de mayo de 2020)

Desde su llegada a la política, Santiago Abascal no ha hecho otra cosa que vender humo. Buena prueba de ello han sido las manifestaciones en coche del pasado fin de semana, con las que Vox no ha conseguido derrocar al Gobierno, tal como prometía, todo lo más llenar de emisiones tóxicas y atascos las calles de media España. Su estrategia política de negar la epidemia y narcotizar a los españoles para que terminen creyendo que Pedro Sánchez es Stalin no le está dando los frutos apetecidos, si nos atenemos a las recientes encuestas. No cabe duda de que el líder de Vox tiene trabajo para rato, ya que meter su burundanga política en el cerebro de 47 millones de personas y que terminen tragándose el bulo de que España es Venezuela no va a ser tarea fácil. Sus “caravanas de la libertad” del pasado sábado −con las que pretendía dar un tejerazo con cuatro Mercedes recauchutados y la ITV caducada en lugar de la División Acorazada Brunete−, pincharon finalmente en hueso. La intención de Vox era convertir el país entero en una segunda gloriosa batalla del Ebro, pero la cosa no pasó de un pequeño e incómodo atasco en la M30. Y así no se puede ganar la segunda guerra civil.
Los delirios de grandeza de los líderes de un partido que no deja de asombrar con sus propuestas marcianas de otro tiempo y otro lugar empiezan a oler a chamusquina. El proyecto no da la imagen de seriedad ni en el fondo ni en las formas y eso lo empiezan a percibir los votantes de la derecha que habían huido del blando marianismo del PP en busca de un hombre fuerte y un movimiento a la antigua usanza falangista. Si bien es cierto que Abascal puede ser que dé la talla de españolazo, de hombre macho y vascongado recio, a veces en política el exceso de testosterona es contraproducente, ya que se corre el riesgo de quedar como un mariachi desafinado. Si empiezas fuerte y llamando criminal al presidente por “haber llevado a la muerte a miles de españoles”, tienes que seguir con algo aún más espectacular para no defraudar a la parroquia, de modo que las opciones se van agotando. Y no basta con subirse a un autobús descapotable para emular a Sergio Ramos y darse un baño de multitudes, hay que ofrecer algo más. El insulto fácil y la descalificación gratuita pueden cautivar al principio a los votantes más duros, pero a fuerza de abusar del improperio y la fake news el invento se va desgastando, despierta recelo entre los más sensatos. La fórmula mágica, el bebedizo verdoso, empieza a perder efecto, y eso es lo que demuestran todas las encuestas, que recogen un importante descenso de Vox en número de votos. España no es un país de extremistas y el partido parece haber tocado techo.
Abascal ha apostado por utilizar una epidemia con miles de muertos para desgastar al Gobierno, un plan kamikaze que no está saliendo exactamente como esperaba el líder de Vox. Un amplio espectro de sus votantes, que provenía mayoritariamente del PP, no de Falange ni de España 2000, esperaba encontrar algo más que una vena hinchada, al menos un discurso convincente, una brillantez, un carisma que ciertamente no han hallado. Por otra parte, la estrategia de Abascal de polarizar en buenos y malos españoles, en patriotas nacionales y rojos traidores, sigue chirriando en una sociedad que aún recuerda el trauma de la contienda fratricida. Tampoco parece motivar demasiado a su público la hoja de ruta que se basa en intentar judicializarlo todo con querellas y más querellas hasta llevar a Pedro Sánchez y Pablo Iglesias a los tribunales. Y por último, la decisión de abandonar la mesa de trabajo de la Comisión del Pacto por la Reconstrucción del país, en protesta por el pacto PSOE/EH Bildu, ha sido un grave error político, ya que Vox queda ahora en fuera de juego, como un partido marginal, residual, sin capacidad de influencia en el futuro de España. Quizá por todo ello los sondeos de las últimas semanas dan un bajón notable a Vox. Según la encuesta de Celeste-Tel, la formación ultra obtendría 54 diputados, dos más de los que consiguió en las pasadas elecciones, pero cinco escaños menos respecto a las encuestas de hace dos meses. Por su parte, el barómetro del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) vaticina que el partido verde lograría el 11,3 por ciento de los votos cuando en las pasadas elecciones generales obtuvo un 15,1 por ciento. Por si fuera poco, el giro al centro de Ciudadanos de Inés Arrimadas le está haciendo daño a Abascal en su intento de pescar votos en el caladero moderado de las derechas. Como el PP de Pablo Casado ni sube ni baja, estancándose, tampoco por ahí parece haber sangría y fuga de votos hacia Vox.
De modo que el país ya sabe lo que ofrece la extrema derecha: desfiles patrióticos, algarada constante, filibusterismo parlamentario y el patadón al rival político. Más allá de eso, ni una sola propuesta interesante de país; ni un solo punto atractivo en el programa electoral. A Abascal se le ve demasiado que es un vendehúmos, cuando no un vendemotos especialista en ruidosas carreras automovilísticas domingueras y poco más. De alternativa de Gobierno poco. Y eso termina pasando factura.

Viñeta: Artsenal

lunes, 25 de mayo de 2020

EL VIRUS DE LA BANDERA


(Publicado en Diario16 el 25 de mayo de 2020)

El Ministerio de Sanidad ha registrado 70 muertes en España por coronavirus en las últimas horas. Es un mal dato y un peor augurio que nos hace temer la posibilidad de un rebrote más pronto que tarde. El confinamiento decretado por el estado de alarma estaba dando un buen resultado hasta el momento, pero resulta evidente que en las últimas semanas nos hemos relajado en exceso. Los parques se han vuelto a llenar de gente, las terrazas de los bares ofrecen un aspecto de normalidad −como si nada hubiese ocurrido−, y algunas playas se ven atiborradas de domingueros y bañistas que no guardan una mínima distancia de seguridad. Por ese camino lo único que lograremos es que la enfermedad se quede a vivir entre nosotros durante mucho tiempo, convirtiéndose en endémica.
La lógica científica insiste una y otra vez en que lo primero es erradicar totalmente el virus porque un país renqueante, como un enfermo crónico, está condenado a vivir tiempos duros. A falta de una vacuna, solo las restrictivas medidas de prevención y alejamiento social pueden terminar por arrinconar al agente patógeno. Así es como China ha conseguido superar la enfermedad y hoy por hoy, por primera vez en meses, los únicos casos que registra el gigante asiático son importados. Es decir, lo chinos han vencido al covid-19 con mucho esfuerzo y sacrificio, con unidad y tenacidad, trabajando de forma colectiva como sociedad y como país. Todo lo contrario de lo que estamos haciendo los españoles empeñados en destruirnos como sea, incluso dejándonos devorar por el microbio asesino. En las últimas horas hemos tenido que asistir al triste espectáculo de un suicidio colectivo, esa inútil manifestación en coche convocada por Vox que solo ha conseguido incrementar el riesgo de contagio masivo, aumentar la contaminación en las grandes ciudades y generar monumentales atascos de tráfico. Ha sido tal el caos organizado por el partido verde que en algunos momentos las ambulancias con enfermos no podían atravesar el muro de vehículos que el partido de Santiago Abascal había levantado en su espiral de sinrazón, patriotismo mal entendido y supina estupidez.
A fuerza de bulos, la formación ultraderechista ha logrado engatusar a una parte del país dispuesta a creer que envolviéndose la cara en la bandera de España, a modo de milagrosa mascarilla, no contraerán el coronavirus. Las mentiras son la sustancia acelerante de la tragedia y el primer aliado transmisor del bicho de Wuhan. Con soflamas, insultos y arengas patrioteras que apelan a los más bajos instintos guerracivilistas puede que logren derrocar a un Gobierno legítimo pero también terminarán arrastrando al país a una ciénaga de pandemias permanentes, como en los peores años del paludismo, el tifus o el mal llamado “piojo rojo” de la posguerra, que es adonde en realidad pretenden llevarnos los nostálgicos con su permanente evocación del pasado franquista en blanco y negro. Mientras una España inteligente y europea cumple con las normas sanitarias y va pasando con diligencia y sentido común de fase, otra España atávica, tosca y cerril azuzada por Vox cae en el desfase, en la fiebre cainita y en la negación de la ciencia y la razón. Es tal como predijo Pompeyo Trogo, historiador romano: “Los hispanos prefieren la guerra al descanso, y si no tienen enemigo exterior, lo buscan en casa”.
De esta forma, las “caravanas de la libertad” (qué repulsivo eufemismo para describir lo que no ha sido más que un rally urbano insalubre, fanático y suicida) se han convertido en la expresión de lo peor y más irracional de un pueblo. Donde los médicos y virólogos horrorizados veían un riesgo elevado de contagio, Javier Ortega Smith veía un ambiente “festivo”; donde los científicos advertían de un caldo de cultivo perfecto para la transmisión del virus, el siempre exagerado e histriónico Santi Abascal contemplaba “un país luchando por su libertad”.
No, de ninguna manera puede considerarse un “éxito” para España –tal como se han apresurado a decir los enfervorecidos líderes ultras− una manifestación que sin duda dará su cosechón nefasto de nuevos contagiados en los próximos días. Más bien al contrario, la cruzada motorizada ultra es un rotundo fracaso y un esperpento como nación a ojos del resto del mundo; un triunfo de la irracionalidad y la ignorancia sobre la medicina y el sentido común; la constatación fehaciente de que el espíritu destructivo y cainita de la derecha montaraz española sigue estando ahí, congénito, tumoral, arraigado, sin que cuarenta años de buena terapia y medicina democrática hayan servido para curar el mal del totalitarismo grabado a sangre y fuego como en la piel de un torito bravo.
De esa manifestación casposa, surrealista, legionaria y absurda propia de una España antigua, ciega y embriagada de odio nos quedará la triste apropiación inmoral que hace la extrema derecha de la bandera nacional, unos cuantos insultos paletos contra el “Gobierno criminal”, como ellos dicen, y esa brava enfermera vestida de un verde quirúrgico que se plantó frente a los coches golpistas −como aquel anónimo chino que consiguió parar a los tanques en la plaza de Tiananmen− para tratar de explicarle a la gente de Vox que no es justo que los sanitarios se estén partiendo el lomo en los hospitales mientras ellos juegan a la batallita del Ebro, como niños, poniendo en serio peligro la salud de todos.

Viñeta: Iñaki y Frenchy

sábado, 23 de mayo de 2020

LA JUSTICIA FACHA


(Publicado en Diario16 el 23 de mayo de 2020)

La Justicia española ha dado permiso a Vox para que tome las calles al autorizar las manifestaciones en coche de este fin de semana. Los magistrados siguen viendo a este partido antisistema como una organización de buenos chicos, demócratas constitucionalistas de toda la vida y fuera de toda sospecha, gentes de bien. Aún no se han dado cuenta de que la extrema derecha siempre se disfraza con piel de cordero, mayormente por no asustar demasiado, aunque debajo del atuendo siempre va el defensor del genocidio franquista, el totalitario que pretende exterminar al rival político que piensa diferente (o sea el rojo comunista) y el nostálgico cuyo mayor sueño es clonar a Franco algún día y volver a colocarlo en el trono del Palacio de El Pardo para que reine otros 40 años más.
El histórico error de nuestros magistrados se consumó el pasado miércoles, cuando la Sala de lo Contencioso-Administrativo del Tribunal Supremo concluía que la decisión última a los recursos de Vox es competencia del Tribunal Superior de Justicia de cada comunidad autónoma. Sin duda, fue una forma de lavarse las manos y de mirar para otro lado, no sabemos si por un exceso de purismo democrático, por miedo a las posibles represalias de arriba o sencillamente porque algunos jueces se han dejado seducir ya por los cantos de sirena del nuevo falangismo de Santi Abascal. De cualquier manera, la patata caliente pasaba a los máximos órganos judiciales de las comunidades autónomas. El TSJ de Cataluña y otros como el de Castilla y León ya se han quitado el problema de encima autorizando las manifestaciones ultras (una estrafalaria combinación de protesta ciudadana y rally motorizado contaminante) que este fin de semana tratarán de colapsar Barcelona, Tarragona, Lleida y Girona, así como otras muchas ciudades del país. Todo ello pese a la opinión en contra de la Fiscalía y a la orden de prohibición de la mayoría de las delegaciones del Gobierno.
El Tribunal Supremo lo tenía fácil para desautorizar las movilizaciones automovilísticas convocadas por Vox. Bastaba con seguir la jurisprudencia del Tribunal Constitucional, que en las últimas semanas había zanjado la cuestión bajo el argumento de que en medio de una epidemia que ha costado casi 30.000 fallecidos no es el momento más adecuado para ir de manifestaciones, de modo que siempre debe prevalecer el derecho a la vida sobre el derecho de reunión. Sin embargo, los magistrados del Supremo han decidido quitarse el muerto de encima cayendo finalmente en una gran contradicción, como es el hecho de que mientras la movilización popular de miles de catalanes durante el referéndum del 1-O en Cataluña fue considerado por el Alto Tribunal como un acto grave de sedición, un intento de golpe de Estado en toda regla, la exaltada llamada de la extrema derecha a la ciudadanía para que derroque al “Gobierno ilegítimo de Pedro Sánchez” es solo política, feliz participación ciudadana y libertad de expresión. Por supuesto, en las manifestaciones de Vox de estos días no habrá palos de la Policía a los manifestantes como sí los hubo en Cataluña, por mucho que allí se vayan a ver y escuchar, casi con toda seguridad, canciones fascistas, banderas preconstitucionales y consignas como “Sánchez asesino” o “Iglesias al paredón”. La experiencia nos dice que la extrema derecha suele confundir lo que debería ser un acto pacífico, respetuoso y democrático de protesta ciudadana con un sórdido aquelarre donde se suele dar rienda suelta a los instintos más bajos y a la violencia verbal. Poco tiene que ver todo eso con la democracia, pero así es como los ultras entienden la cosa. Para ellos la política es la guerra. 
En cualquier caso, después de que el Supremo haya abierto la puerta a que Vox pueda colapsar las ciudades, creando un caos de tráfico y extendiendo el miedo y el odio (ese, y no protestar pacíficamente contra el Gobierno, es su verdadero objetivo), el Tribunal Superior de Justicia de Cataluña ya ha autorizado las manifestaciones previstas. “Hallándonos a las puertas de la quinta prórroga del estado de alarma, cabe constatar (es un hecho notorio) que la pandemia ha remitido considerablemente”, alegan los magistrados, que añaden que estamos en “un escenario sensiblemente mejor que el analizado por el Tribunal Constitucional” cuando estudió otra solicitud de manifestación en coche, esta vez en Vigo.
“No parece que sea de recibo prohibir una manifestación en vehículos cuando resulta que, ordinariamente, las personas pueden pasear por la ciudad durante franjas horarias generosas, sin límite numérico, bajo la única condición de hacerlo guardando las distancias y con mascarilla. Nada indica que la manifestación en vehículos que pretende realizar el partido político Vox pueda traducirse en perjuicios significativos para la vida o la salud de las personas; y admitir una prohibición basada en meras conjeturas supondría una quiebra clara del derecho fundamental de reunión y manifestación pacífica, amén de un peligroso precedente”, concluye el auto, que parece firmado por unas hermanitas de la caridad que solo ven bondad en el mundo o por unas ingenuas y sensibles Caperucitas que confían en la buena voluntad del lobo feroz. Ahora ya solo nos queda sentarnos delante del televisor y contemplar cómo ese rally de patriotas en sus tanques improvisados termina convirtiéndose en una gran explosión de intolerancia, cainismo, rabia infinita y odio guerracivilista contra un Gobierno mayoritariamente elegido por la otra parte del pueblo, esa a la que ellos pretenden erradicar del país algún día. Eso sí, todo muy legal y muy democrático.

Viñeta: Iñaki y Frenchy

viernes, 22 de mayo de 2020

GARAMENDI


(Publicado en Diario16 el 22 de mayo de 2020)

La patronal está sobreactuando en su pataleta a cuenta del pacto clandestino PSOE/Podemos/Bildu para derogar la reforma laboral de Mariano Rajoy. El presidente de la CEOE, Antonio Garamendi, se ha rasgado las vestiduras en la COPE esta mañana, donde ha puesto el grito en el cielo y se ha hecho el ofendido porque el Gobierno no le tenía informado sobre sus planes para el futuro mercado laboral. Si bien es cierto que la jugada de Pedro Sánchez firmando con Bildu antes que con los agentes sociales ha terminado en fiasco y se ha vuelto contra él, la rabieta de los empresarios se antoja un tanto histriónica y excesiva. Vale que haya escocido entre la cúpula empresarial que el acuerdo se cocinara sin contar con ellos, pero de ahí a levantarse de la mesa de negociación, de ahí a romper la baraja, hay todo un abismo.
La CEOE pierde la razón (si es que alguna vez la había tenido) en su reacción desproporcionada, infantil, neurótica, contra el Ejecutivo de coalición. Alega Garamendi que Sánchez ha cometido un grave pecado al pactar con los batasunos herederos del tiro en la nuca, pero no se pone tan exquisito cuando escucha que PP y EH Bildu han firmado 127 veces juntos en el Parlamento Vasco y votan lo mismo en el 45 por ciento de los debates parlamentarios. En realidad, detrás de esta comedia de portazos y despechados no hay sino el miedo de los empresarios a perder sus privilegios y a quedarse sin su principal arma de extorsión y represión económica: una reforma laboral, la de 2012, política y éticamente inmoral. Con ese mazo de papel que Rajoy puso en manos de la patronal, los trabajadores quedaron a la intemperie, indefensos, en descubierto ante todo tipo de abusos e injusticias de las gentes del dinero. La clase obrera perdió sus derechos adquiridos tras 40 años de democracia y lucha en la calle, en la fábrica, en las instituciones del Estado. Fue un salto atrás en el tiempo de más de cien años, hasta situarnos en una especie de mundo laboral africano basado en un pseudoesclavismo donde millones de españoles trabajan por cuatro perras y una gallina de sol a sol. Ninguna sociedad moderna y avanzada puede soportar tal tensión provocada por la ruptura unilateral del contrato social.
“No son conscientes de lo que están hablando porque en muchos casos algunos no han visto una empresa en su vida”, afirma Garamendi con prepotencia y acusando al Gobierno de no poseer unas mínimas nociones de gestión empresarial. Otra insidia más, ya que en el gabinete de Sánchez hay ministros salidos de la Universidad con muchos más conocimientos sobre economía y empresa que los que él pueda tener gracias a sus cursos en Deusto. Cuestión aparte es que no coincida con las recetas a aplicar, pero eso no le da derecho a desacreditar ni a insultar a nadie.
Finalmente, el presidente de la CEOE ha lanzado una de esas amenazas típicas de cacique de otro siglo: si persiste la crisis, los expedientes de regulación temporal de empleo (ERTE) se convertirán en ERE “ante la incertidumbre generada en el mundo empresarial”. Es decir, que la patronal ya está pensando en una orgía de despidos para ahorrarse costes laborales pese a que el Gobierno está tratando de lograr que la destrucción de empleo a causa de la pandemia sea lo menos traumática posible.
Garamendi trata de ir de digno en esta historia de tramposos y pactos clandestinos pero él también tiene mucho que ocultar, tanto que la CEOE hace tiempo que está en manos de las grandes multinacionales del Íbex35, no de las pequeñas y medianas empresas que a fin de cuentas son las que generan economía real y empleo productivo y no simple especulación bursátil. Tampoco dice nada de las constantes consignas de la Banca ni de las presiones que su organización, a fuerza de telefonazos intempestivos, ejerce sobre Pedro Sánchez bien directamente o a través de la ministra de Asuntos Económicos, Nadia Calviño, el octavo pasajero del neoliberalismo infiltrado en el Gobierno de coalición. De hecho, Garamendi ha agradecido hoy mismo a la vicepresidenta −“una cabeza sensata en el Gobierno”−, que haya rechazado el pacto tripartito en el que estaba Bildu porque “no era el momento oportuno”.
“Desde el punto de vista del estado de alarma, no era en absoluto necesario firmar este acuerdo y desde el plano económico es una irresponsabilidad total, porque pone en peligro miles de empleos y la confianza en el país y en las empresas españolas”, puntualiza el jefe de la patronal. Quizá tenga razón en que, con el covid19 coleando todavía y el vendaval económico planeando sobre el país, no era el momento más adecuado para abrir ese melón. Pero el error del Gobierno no le da ningún derecho a romper todo tipo de negociación y diálogo social imprescindible para el futuro de este país. Si es verdad que está tan preocupado por la “brutal” crisis económica que se avecina y porque después de la pandemia de virus va a llegar otra pandemia todavía más “gorda”, la del hambre, que se deje ya de chiquilladas y arrogancias de rico, que se remangue y que vuelva a la mesa negociación, haciendo valer su responsabilidad. Si no lo hace, ya sabemos con quién está el señor Garamendi: con los de las cacerolas que solo buscan destruir y enfrentar.

Viñeta: Pedro Parrilla El Koko

EL YANQUI YONQUI


(Publicado en Diario16 el 22 de mayo de 2020)

Donald Trump pasa de mascarillas. Hoy mismo ha dicho que no va a dar a los periodistas el “placer” de verlo con el protector facial cubriéndole la jeta oronda y jactanciosa. Por lo visto el magnate neoyorquino debe creer que ir a pecho descubierto por la vida, mientras el bicho de Wuhan campa a sus anchas, lo hace más hombre. O quizá piense que el barbijo quirúrgico no queda bien con su espléndido tupé, su abrigo de diez mil dólares y sus zapatos imperiales. No combina con el vestido de Melania, el hermoso florero que le acompaña a todas partes.
Para Trump la mascarilla es cosa de pobres, de fracasados, de comunistas. “No quiero dar a la prensa el placer de verme con ella”, ha insistido durante una visita oficial a la fábrica de Ford en Míchigan, donde ha arengado a los obreros para que sean fuertes y valientes, asuman el riesgo de ir a trabajar y den la vida por América. No obstante, aunque el presidente de la nación con más contagiados del mundo no se pone la mascarilla porque es cosa de rojos mariquitas, sí ordena a sus marines de Wall Steet que la lleven todo el rato para protegerse del coronavirus. Pura contradicción populista.
No es la primera vez que Donald Trump le hace ascos a una medida preventiva que todos los médicos aconsejan para evitar la propagación de la enfermedad. A principios de mayo, el inefable presidente visitó las instalaciones de la empresa Honeywell en Arizona, que fabrica mascarillas N95.  Pues ni con esas. Tampoco se la puso. Para chulo mi pirulo. Lejos de dar ejemplo, se paseó orgulloso y ufano por todo el edificio, a cara descubierta, expuesto al virus y exponiendo a todos, aunque es cierto que llevaba unas gafas protectoras transparentes que por cierto le quedaban como el culo. Puede que él no lo sepa porque ningún funcionario del Ala Oeste de la Casa Blanca se atreve a decírselo por miedo a que lo envíen a Guantánamo, pero Trump es feo de narices y todo lo que se pone contribuye a realzar su fealdad exterior e interior.
Seguramente por la cabeza de chorlito de Trump no ha pasado ni por un solo segundo que si el presidente de la primera potencia del planeta da ejemplo poniéndose una mascarilla la humanidad habrá ganado una batalla importante en la concienciación contra la maldita plaga. Pero qué le importará a él la humanidad. Así reviente el mundo. Mientras tenga pasta suficiente para comprar Groenlandia y billetes de cien para quemar en la chimenea del Despacho Oval todo irá bien. La tragedia es que Trump ha creado escuela, el trumpismo, que es el catetismo español de toda la vida solo que en versión yanqui, y la extrema derecha española compra todas sus ocurrencias delirantes en un extraño fenómeno sociológico de contagio y atontamiento universal. Por ejemplo esa manifestación en coche de Vox prevista para el próximo fin de semana o las caceroladas de los “cayetanos” sin guardar una mínima distancia social o los disparates habituales de Isabel Díaz Ayuso, nuestra pequeña trumpita nacional.
A Trump el confinamiento le está sentando fatal. Hoy se mete un chute de detergente en vena y mañana se automedica con una dosis alta de hidroxicloroquina y zinc capaz de tumbar a un caballo o algo peor: suficiente para provocar paranoia, depresión e instintos suicidas. Claro que bien mirado un tipo con su expediente de ideas delirantes ya es un caso clínico perdido, un inmune a todos esos medicamentos peligrosos que va probando como en una especie de adictiva e insensata ruleta rusa farmacológica. De momento el líder estadounidense ya ha anunciado que seguirá tomando de forma preventiva, y durante unos días más, la famosa hidroxicloroquina, un antipalúdico que los científicos han demostrado completamente ineficaz contra el coronavirus. “Tengo un tratamiento de dos semanas más. Y la he estado tomando, creo, sólo dos semanas”. Inquieta y preocupa ese “creo”. ¿Cómo un hombre que no es capaz de llevar un control de sus pastillas puede seguir administrando el maletín nuclear? Absurdo.
Todo lo cual nos lleva a pensar que como dure mucho más la pandemia este personaje puede terminar como uno de esos yonquis de Baltimore de la magnífica serie The Wire, un pobre marginal enganchado a cualquier mierda, venga macho, tío, brother, dame un poco de cloroquina. Trump es capaz de meterse polvos pica pica, pegamento, napalm o cal viva por la nariz con tal de probar que así se cura el covid. No cabe ninguna duda: el clown está on fire. The show must go on, como dicen por allí. Nada puede parar al millonario rubiales, faro y vigía de la decadencia de Occidente, en sus locas terapias para demostrar que siempre tiene la razón. El ricacho de Manhattan es como esa mula terca de las películas de vaqueros que camina duramente bajo el desierto, insolada, babeante, pero que no se detiene ante nada ni ante nadie. Ya lo dice el refranero español: cuando un tonto coge una vereda, ni la vereda deja al tonto ni el tonto deja la vereda.

Viñeta: Igepzio

LA CONTRARREFORMA


(Publicado en Diario16 el 22 de mayo de 2020)

La negociación entre Gobierno y agentes sociales ha saltado por los aires tras el fiasco que ha supuesto el clandestino pacto entre PSOE/Podemos/Bildu para derogar la reforma laboral del PP. El presidente de la patronal CEOE, Antonio Garamendi, ha dado por suspendido el diálogo social y ha zanjado la cuestión con un arrogante “que no sigan contando con nosotros”. A los empresarios el regalo del Gobierno les ha venido como un maná caído del cielo. Ahora tendrán la excusa perfecta para no negociar nada con etarras y comunistas, para exigir el despido libre y la vuelta al esclavismo de los minijobs, los salarios tercermundistas y los contratos basura.
El golpe de efecto que pretendía Pedro Sánchez ha terminado estallándole en la cara y su rectificación tratando de aclarar que la derogación de la reforma no será íntegra sino solo de los “aspectos más lesivos” para los derechos de los trabajadores servirá para poco. A partir de ahora el presidente tendrá que hacer frente a las caceroladas externas de los “cayetanos” y a las internas de unos enfurecidos Pablo Iglesias y Arnaldo Otegi, que ya han anunciado que la derogación será total sí o sí. 
Pero más allá del trastorno psicológico de un Gobierno al que le aflora la doble personalidad de vez en cuando, cabe decir que no hay causa más justa que la abolición de una reforma, la de Mariano Rajoy de 2012, que vino a enterrar todas las conquistas laborales de la democracia española. La clave de este nuevo capítulo en la secular guerra entre empresarios y trabajadores, entre ricos y pobres, está sin duda en el infame abaratamiento del despido que aceptó el registrador gallego. Recuérdese que aquella revisión legislativa suprimió la indemnización de 45 días por año trabajado y la fijó en solo 33. Desde entonces, el despido barato ha ahorrado miles de millones de euros en indemnizaciones a la clase empresarial, otra inmensa estafa (además de la que supuso el rescate bancario) que se sustentó en la falacia de que así se crearía empleo, se mejoraría la competitividad empresarial y se superaría la crisis de 2008. En realidad el trabajo que se creó fue de ínfima calidad, la competitividad se mantuvo más o menos igual y millones de españoles siguieron malviviendo como en los peores años del crack.
Todo aquel discurso ultracapitalista bien condimentado por los fraudulentos informes de la patronal, del Banco de España y de las empresas del Íbex35 no hizo más que convertirnos en un país todavía más africano, agravando la desigualdad entre clases sociales y arrastrando a los españoles a la pesadilla del trabajo gratuito, a la inhumana precariedad y a unos salarios de risa, cuando no tercermundistas. El gigantesco “obrericidio” de Rajoy −uno más de aquel eficaz Manostijeras al servicio de los “hombres de negro” de Bruselas− degeneró en situaciones como los sueldos miserables de las kellys limpiadoras del hogar (dos euros la hora); los contratos efímeros por quince minutos; y la explotación a destajo de riders, subcontratados, pluriempleados de sol a sol y falsos autónomos. De paso se liquidó de un plumazo a las clases medias, de tal forma que España acabó convirtiéndose en una satrapía con muchos pobres gobernados por unos pocos ricos.
Con la excusa de que la reforma laboral tenía por objetivo “acabar con la rigidez del mercado de trabajo”, quienes finalmente terminaron “flexibilizados” fueron los propios trabajadores, tan flexibilizados que terminó doblegándose e hincando la rodilla toda la clase obrera. El nuevo marco legal supuso el punto final al Estado de Bienestar y la instauración del catecismo neoliberal, el famoso “se acabó la fiesta comunista” tantas veces predicado por las gentes del dinero. De alguna manera, aquella pandemia de injusticia social terminó por enterrar un viejo mundo, el de la socialdemocracia, para dar paso a una nueva era: la del esclavismo tecnológico en el que todo vale; la de la liquidación de los derechos constitucionales; la de la desrregularización contractual y la desprotección del obrero, convirtiendo el mercado laboral en una especie de jungla de asfalto donde el trabajador es carnaza fácil para las fauces del empresariado sin escrúpulos.
Por ese camino de la vil explotación de hombres y mujeres, las filosofías no ya ultraliberales, sino puramente feudales, se han ido imponiendo en los últimos tiempos. Por eso es tan importante derogar una ley depravada y perversa que ha llevado tanto sufrimiento, tanta amargura y tanta humillación a las clases humildes españolas. Por eso Pablo Iglesias insiste en su órdago a un sistema alienante y cruel que reduce a los trabajadores a la categoría de siervos, como en Metrópolis de Fritz Lang o en los peores años de la Rusia zarista.
Más allá del esperpento de la negociación con Bildu; más allá de los errores y rectificaciones del Gobierno, esa ley tiene que caer sí o sí para que se pueda volver a firmar un nuevo contrato social digno y acorde con los tiempos. Ya lo dijo Rousseau: “La ambición devoradora, el ansia de elevar su fortuna relativa, menos por necesidad auténtica que por ponerse por encima de los demás, inspiran a todos los hombres una negra inclinación a perjudicarse mutuamente”. Antes de que llegara Vox, aquella reforma laboral ya había sembrado la semilla del odio entre personas y clases sociales. Ninguna causa será tan justa como la abolición de esa norma inmoral que otorga todos los privilegios a los privilegiados mientras condena a todas las miserias a los miserables. Quememos ya esa papelajo inmundo rubricado por un señor con puro y gafas de culo de vaso que pensaba como en la Edad Media y no veía más allá de sus obtusas narices.

Viñeta: Pedro Parrilla El Koko

jueves, 21 de mayo de 2020

LA MANO DE CALVIÑO


(Publicado en Diario16 el 21 de mayo de 2020)

El acuerdo entre PSOE, Unidas Podemos y EH Bildu para la derogación de la reforma laboral del PP va camino de convertirse en una bomba de relojería para el Gobierno en medio de la epidemia. La idea del Ejecutivo era dar un golpe de efecto tras el Pleno en el Congreso de los Diputados celebrado ayer, en el que se aprobó la quinta prórroga del estado de alarma por la epidemia hasta el 7 de junio. El pacto, plasmado en un documento firmado con luz y taquígrafos, contemplaba que la formación vasca se abstenía en la votación a cambio de que el gabinete de Pedro Sánchez iniciara los trámites para la derogación “íntegra” y total de la reforma laboral. Sin embargo, lo que en principio iba a ser una gran noticia se ha terminado convirtiendo en un campo de minas para el Gobierno.
No hacía falta ser un gran asesor o estratega político a la altura de Iván Redondo para concluir que el acuerdo −justo por otra parte, ya que supone abolir una de las leyes más infames de los últimos años por lo que tiene de grave recorte a los derechos de los trabajadores− provocaría un auténtico terremoto político, como así ha sido finalmente. Las derechas no iban a dejar escapar semejante bicoca o “perita en dulce” y ya están utilizando el pacto para echar más gasolina al incendio de España por la supuesta “claudicación” del Gobierno ante los “proetarras”, la “complicidad” con los terroristas y la “humillación” a las víctimas de ETA.
Por lo visto nadie en Moncloa vio venir la tormenta que se avecinaba en un momento especialmente dramático para el país, con la rebelión de los “cayetanos” a toda máquina y Vox exigiendo que se procese a Sánchez por su gestión en la pandemia. En su delirio, los ultras (respaldados por el discurso del PP de Pablo Casado) acusan al presidente del Gobierno de ser el culpable de 50.000 muertos y tras el pacto con EH Bildu ya han anunciado que se levantan de la mesa de la Comisión para la Reconstrucción del país. Sin duda, la polvareda que ha levantado el acuerdo con la formación independentista vasca ha llevado a que en la misma noche del miércoles el PSOE se haya visto obligado a matizar y a dar un paso atrás, negando que tenga previsto acometer una derogación íntegra de la reforma laboral y volviendo de nuevo a la posición inicial, que es la que figura en su acuerdo de pacto de Gobierno con Unidas Podemos, es decir, aquello tan ambiguo y en el aire de acabar con los “aspectos más lesivos” de la ley. En ese sentido de enmienda y acto de contrición van las palabras del ministro de Transportes, José Luis Ábalos, quien ha aclarado que el acuerdo parlamentario alcanzado este miércoles con EH Bildu pretende cambiar solo algunos puntos y no derogar el texto legal en su integridad.
La cuestión es que el Gobierno queda ahora en una posición difícil, crítica habría que decir, tras el desaguisado de Moncloa. Arnaldo Otegi ya se ha apresurado a advertir de que “cuando un vasco da su palabra la cumple” −anunciando que no ve otra salida que el cumplimiento del pacto para la derogación total de la reforma laboral− mientras que Pablo Iglesias también ha dejado claro que la legislación de Mariano Rajoy será derogada “al completo” y no solo parcialmente. “Voy a ser cristalino: pacta sunt servanda (lo firmado obliga)”, ha asegurado el vicepresidente segundo del Gobierno, que se ha mostrado muy duro con la rectificación de los socialistas.
Por su parte, la patronal CEOE y Cepyme hablan de “traición” y han expresado hoy mismo su “rotundo” rechazo al acuerdo a tres bandas. En opinión de los empresarios, este pacto supone un “desprecio indignante al diálogo social, al que dinamita”, y recuerdan el papel que la Constitución otorga a los agentes sociales y a las propias instituciones del Estado. No deja de ser un sarcasmo que los mismos que en su día prestaron su apoyo a la reforma unilateral de Rajoy –un texto legal abiertamente en contra de los derechos de los trabajadores de este país−, apelen ahora al consenso y al contrato social. En cualquier caso, la amenaza de los empresarios ya está encima de la mesa: “El pacto alcanzado es de una irresponsabilidad mayúscula y tendrá unas consecuencias negativas incalculables en la economía española y en la confianza empresarial tanto nacional como internacional, que impactarán de forma profundamente negativa en el empleo”. El chantaje del despido libre es la bala en el sobre para los sindicatos.
Resulta evidente que el Gobierno se ha manejado con evidente torpeza en este extraño asunto. Pero la gran pregunta es: ¿quién ha dado la orden de recular desde la intención de acabar con toda la norma laboral del PP hasta solo sus “aspectos más lesivos”? ¿Quién está moviendo los hilos para que no se lleve a cabo la derogación completa e integral de la reforma del mercado de trabajo más injusta y destructiva de la historia de la democracia? Sería absurdo no querer ver la mano de los barones socialistas conservadores, de Felipe González y sobre todo de la ministra de Asuntos Económicos, Nadia Calviño, la más liberal de todo el gabinete Sánchez y elemento de fricción constante en las siempre difíciles relaciones con Unidas Podemos, el socio genuinamente izquierdista de este Gobierno de coalición con dos almas.
Calviño, interlocutor constante con el mundo financiero y la patronal, es la maquinista que echa el freno en todas aquellas medidas “demasiado avanzadas”, por decirlo de alguna manera. La polémica ministra antepone la macroeconomía a las colas del hambre y siempre anda con el lápiz en la oreja tachando todo aquello que pueda soltar un peligroso tufillo a marxista. Es ella la garantía de que el sistema va a seguir intacto, como siempre; es ella la notaria que da fe de que la salida de esta crisis pasará por incrementar el gasto social (como no puede ser de otra manera) pero siempre mirando el contador del déficit y con la tijera en la mano. Cuando el rodamiento del Gobierno chirría, como ha ocurrido en este caso, es porque ella ha tirado de la palanca de emergencia, parando en seco la velocidad de crucero que necesita este país para mejorar la vida de las clases más vulnerables. No nos extrañaría nada que ese paquete de ayudas que prepara la Unión Europea para paliar los efectos económicos del desastre termine convirtiéndose al final en un plan de rescate o préstamos a interés cuyas consecuencias pagarán varias generaciones de españoles. No en vano, durante los años más duros del austericidio impuesto por la UE ella ocupó cargos de alta dirección en la Comisión Europea. Fue una de las manos que mecieron aquella cuna de negro recuerdo. Calviño es más de lo mismo en un momento en que se exige al Estado audacia, más izquierda y máxima solidaridad en las políticas para que “nadie se quede atrás”. Eso al menos nos había contado Sánchez.

Ilustración: Artsenal