(Publicado en Diario16 el 13 de mayo de 2020)
Platón creía que el objetivo de la educación era la virtud y el deseo de convertirse en un buen ciudadano. Sin buenas maneras y sin unas normas elementales de cortesía la civilización se derrumba sin remedio e impera la ley de la jungla. Se empieza por el insulto grosero y por meterle el dedo en el ojo al vecino que no piensa como uno y se acaba en una trinchera pegando tiros y matando enemigos ideológicos sin saber muy bien por qué. Vox es consciente de que esa práctica de demolición de la buena educación es un objetivo básico en sus planes. El partido ultraderechista de Santiago Abascal se ha propuesto acabar con la democracia del 78 a cañonazos de odio faltón y liquidando sus cimientos fundamentales: la buena convivencia entre las gentes, la tolerancia, el civismo de las personas y el respeto mutuo.
Eso es al menos lo que se está viendo en las últimas sesiones parlamentarias en el Congreso de los Diputados, que en un principio deberían servir para debatir sobre la epidemia de coronavirus pero que siempre acaban convirtiéndose en un festival macarra de groserías y malos modos. Hoy Macarena Olona, secretaria general del partido ultra, interpelaba al ministro de Sanidad, Salvador Illa, sobre qué piensa hacer el Gobierno con las elecciones vascas. Illa, un hombre de ciencia, sensato y elegante, abrió su turno de respuesta mostrando sus mejores deseos de una pronta recuperación para el número 2 ultra, Javier Ortega Smith, hospitalizado por unos trombos en piernas y pulmones como consecuencia del virus que superó el mes pasado.
“Le pido que traslade al señor Ortega Smith mis deseos de una pronta recuperación. Se lo digo de corazón y, por favor, trasládeselos en mi nombre y en nombre del Gobierno”, propuso cordialmente el titular de Sanidad. Sin embargo, Olona no consideró importante esa introducción, se la saltó sin más y ni siquiera devolvió los buenos deseos de Illa con una sonrisa amable o un descuide, así lo haré, o un se lo agradezco en nombre de mi partido. Al menos nada de eso se vio por la televisión. Muy al contrario, la portavoz ultra pasó directamente al ataque, muy encabritada y llena de furor, al más puro estilo de western rancio de Vox. El reloj corría en la mano de Meritxell Batet y un minuto sin un insulto fácil es una pérdida de tiempo para la extrema derecha española. De modo que puso el punto de mira en el nacionalismo vasco, una víctima secular del populismo falangista, y disparó sin más: “El PNV necesita celebrar elecciones en julio porque tiene pavor a un tripartito entre PSE, Bildu y Podemos”, alegó antes de lamentar la “indignidad y obscenidad” que a su juicio supone anteponer unas elecciones “a la salud de los vascos”.
Cada vez que Olona sube al estrado lo hace como poseída por un demonio irrefrenable. El rostro se le contrae hasta el paroxismo, los ojos se le inyectan en sangre, las gomas de su mascarilla con la bandera de España parecen a punto de estallar por la presión y por momentos es como si quisiera invadir Polonia. Si alguna vez leyó a Platón no entendió nada.
Viñeta: Iñaki y Frenchy
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