(Publicado en Diario16 el 8 de abril de 2020)
El ministro de Sanidad, Salvador Illa, ha vuelto a pasar como cada semana por la Comisión de Sanidad del Congreso de los Diputados. Y de nuevo asoma en su rostro la sombra de la tristeza, el cansancio y la impotencia ante un enemigo poderosísimo que se resiste a ser doblegado por la ciencia humana. “Nos encontramos ante la mayor emergencia sanitaria en cien años. Un reto global de enorme complejidad. Aprendemos cada día”, ha asegurado a propósito de los últimos datos de que dispone el Gobierno sobre la pandemia de coronavirus. A Illa se le ve agotado, ojeroso tras semanas de lucha sin cuartel contra la epidemia. No debe ser fácil afrontar un infierno como este y ver cómo cada día, inexorablemente, la epidemia siega la vida de más de setecientos compatriotas.
Sin embargo, lo más extenuante de todo debe ser tener que sentarse cada miércoles en esa comisión para escuchar las mismas recriminaciones, las mismas incomprensiones, los mismos reproches oportunistas e implacables de la portavoz del Grupo Popular, Cuca Gamarra. La responsable del PP va endureciendo su discurso contra el ministro. Hace una semana empezó ofreciendo toda la colaboración de su grupo. Hoy ya ha calificado de “arrogante” al Gobierno por tratar de patrimonializar los alentadores resultados contra la enfermedad de los últimos días. A este ritmo de presión, y teniendo en cuenta que la pandemia va a ser larga, se le acabarán los adjetivos en un par de comisiones más. “El éxito es de la ciudadanía española”, le ha dicho a Illa la representante del principal partido de la oposición. Y eso es cierto, nadie lo niega. Como también es cierto que ella, Cuca, ha sacado el látigo. “El Gobierno ha llegado tarde. Falló en la prevención y con su incapacidad, ineficacia y negligencia falló en la gestión. España ostenta el triste título de ser el país con más contagiados, lo cual no es para estar muy orgullosos, es para pedir perdón”, ha sentenciado.
Una vez más, Gamarra ha tratado de aparecer como la más firme defensora del personal sanitario que se juega la vida en las Urgencias y UCIS. La portavoz popular denuncia que los derechos de los sanitarios no son respetados, lamenta que médicos y enfermeras no dispongan de medios de protección como mascarillas y trajes especiales y exige pagas extras para todos ellos (como se está haciendo con los inspectores de Hacienda, que han recibido 50 millones en gratificaciones). Y ahí es donde queda en evidencia el grado de cinismo al que ha llegado el PP en los últimos años. Gamarra le pide a Illa respeto para el personal sanitario pero cabe preguntarse dónde estaba ella cuando miles de profesionales sanitarios salían a la calle, en manifestaciones multitudinarias, para exigir precisamente eso: atención, dedicación, respeto. ¿Dónde estaba su señoría cuando miles de médicos, enfermeros, celadores y demás trabajadores de la Sanidad pública española se organizaban en mareas blancas para reclamar más personal, salarios dignos, el cese de los recortes y el final de las privatizaciones? Por lo visto, durante aquella crisis brutal Gamarra estaba ciega y no veía las ciudades llenas de desesperadas batas blancas y verdes; sorda y no escuchaba el clamor de las calles; e insensible ante las reclamaciones de los sanitarios.
Ahora es fácil acusar al Gobierno de imprevisión, de incapacidad, de improvisación y de tantas cosas más. Pero fueron ellos, los prebostes del PP que financiaban aquellas grandes bandas mafiosas de corrupción de triste recuerdo, los que se olvidaron por completo de la Sanidad pública sencillamente porque no la consideraban importante o al menos un asunto menor al lado de la prima de riesgo, del Presupuesto en Defensa y del siempre prioritario rescate bancario. Fueron ellos −los dirigentes que acompañaron a Mariano Rajoy en aquellos fúnebres gobiernos de la austeridad que firmaron el certificado de defunción de nuestra robusta Sanidad−, los que miraron para otro lado ante el grito angustiado de miles de trabajadores y trabajadoras que no hacían otra cosa que alertar sobre un drama que podía llegar en cualquier momento y que desgraciadamente ha llegado con esta pandemia. Nadie les hizo caso entonces y ahora los quieren alentar con unos cuantos aplausos desde la España de los balcones. Ojalá los hubieran escuchado en aquellos difíciles años 2012, 2013 y sucesivos, cuando las mareas blancas llenaban nuestras calles implorando que no se recortaran 7.600 millones de euros cada año en Sanidad pública. Ojalá hubieran respetado entonces a nuestros magníficos sanitarios, como exige ahora Gamarra. No lo hicieron, quizá porque sus señorías populares pasaban consulta en la Sanidad privada y les importaba más bien poco lo que pudiera ocurrir con el sistema sanitario de los pobres. Ahora el PP quiere ponerse al frente de una crisis que ellos mismos, con su ahorro presupuestario letal y sus desvíos de fondos para fines privados, han agravado de forma evidente y sustancial.
Más allá de demagogias y retóricas, la auténtica y cruda realidad es que Cuca Gamarra, por orden sin duda del jefe Pablo Casado, sigue instalada en la estrategia de la confusión que va marcando Vox y que la “derechita cobarde” española sigue al pie de la letra. “Tengo mi opinión política pero en este momento no la voy a expresar, solo quiero mostrar la mano tendida a las demás fuerzas para trabajar conjuntamente”, asegura Illa callando cosas que está deseando decir y que por responsabilidad y elegancia no dice. Es la segunda vez que este ministro enjuto, agotado y paciente se muerde la boca ante la mentira y la injusticia. Es la segunda ocasión que decide no bajar al barro de la provocación que le propone la aristocrática Cuca. Esa señora de nombre biuti, refinada y de barrio bien que no dijo nada contra las privatizaciones en su día y que hoy va de firme defensora de la Seguridad Social del proletario. Su cinismo da más miedo que el propio bicho.
Viñeta: Iñaki y Frenchy
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