martes, 12 de mayo de 2020

EL ODIO


(Publicado en Diario16 el 21 de abril de 2020)

La hemeroteca es la mejor medicina contra el virus de la mentira. Y una buena cucharada de realidad en forma de jarabe de titulares del pasado basta para desmontar el último delirio de la consellera de Presidència y portavoz del Govern, Meritxell Budó, quien en las últimas horas ha afirmado sin rubor que de haber sido Cataluña independiente el coronavirus habría pasado de largo por tierras catalanas. A juicio de la consellera, una República soberana y libre habría tomado medidas “15 días antes” que Pedro Sánchez y los datos de contagiados y de fallecidos serían muy “diferentes”. “Probablemente no tendríamos ni tantos muertos ni tantos infectados”, ha asegurado con cierta arrogancia y algo de temeridad por lo que sus palabras tienen de futurología política vista a través de una bola de cristal.
Es decir, según la señora Budó el independentismo no solo es la panacea para resolver los problemas seculares de Cataluña, sino que además funciona como vacuna contra el virus de Wuhan. Ya pueden ir tomando nota los científicos del CSIC que buscan con afán un antídoto, entre probetas y “ratones humanizados”, y no habían caído en la cuenta de que tenían la fórmula mágica delante de sus narices. Nada de terapia genética y experimentos con roedores: el coronavirus se cura con independencia y nacionalismo.
Por desgracia para Budó, su disparata ensoñación choca contra la verdad de los hechos. Y no hay más que echar un vistazo a los periódicos de hace un par de meses para constatarlo. Así, cuando a finales de febrero Carles Puigdemont se daba un baño de masas en Perpiñán, a solo 30 kilómetros de la frontera con España, el coronavirus era solo una amenaza lejana. Cientos de independentistas marchaban codo con codo en una multitudinaria manifestación, abrazándose, besándose con efusión y transmitiéndose fraternalmente el mal unos a otros. En aquel momento el bicho, que ya estaba causando estragos en China, no representaba ninguna preocupación para el president de la Generalitat de Cataluña, Quim Torra, que solo pensaba en la República y en nada más que en la República. Ningún conseller de su Govern alertó del peligro que suponía aquel viaje; ningún político ni experto decidió suspender aquella jornada histórica y ordenar el retorno de los autocares a los cuarteles de invierno como medida de protección; y nadie vio la necesidad de quedarse en casa y dejar para otro día el acto de glorificación a mayor gloria del líder político y espiritual exiliado en Waterloo. Lo primero era lo primero, la política fue antes que la salud, como también ocurrió en aquel famoso Congreso de Vistalegre de Vox en el que Ortega Smith y otros, en su fiesta de exaltación nacionalista española, enviaron a más de uno al hospital con sus ráfagas de toses y estornudos, armas de destrucción masiva más letales que el fusil de repetición con el que suele entrenarse el número 2 ultra en los cuarteles murcianos.
En aquel momento, a Torra no le quitaba el sueño ninguna epidemia ni le preocupó la salud de su pueblo cuando lo que tocaba era organizar un acto de ensalzamiento de la patria que no podía esperar más. Tampoco le inquietó demasiado el bicho en aquellos días en los que la organización del Mobile World Congress (MWC) de Barcelona decidió suspender el evento con la consiguiente ruina económica para decenas de empresas. Torra se mostró en contra de la decisión de clausurar y atribuyó la drástica medida “a la epidemia del miedo, que la desinformación ha extendido por todas partes”. Como tampoco conviene olvidar la penosa gestión que ha llevado a cabo la Generalitat de Cataluña en el trágico asunto de las residencias de la tercera edad, donde ya han perdido la vida mil ancianos contagiados por el agente patógeno. La competencia en la materia es exclusiva del Govern, por mucho que ahora Torra quiera desentenderse del tema, una actitud que por otra parte no debe extrañar a nadie, ya que el honorable es heredero directo de aquellas políticas neoliberales de recortes sanitarios que sacaron a miles de catalanes indignados a la calle mientras Artur Mas, otro escapista, huía de la muchedumbre enardecida en helicóptero.
No, Torra no está en condiciones de dar lecciones de brillante gestión a nadie y mucho menos de hacer política ficción sobre lo que hubiese ocurrido en una hipotética Cataluña independiente en la que todos sus hijos fuertes e inmunes, robustos y con una salud de hierro, superarían el trauma del virus gracias a la inteligencia genética de sus políticos, al valor como nación, al poder taumatúrgico de la estelada y al amor por la República. Ese es el sueño delirante en el que vive instalado este hombre de forma permanente. Para Torra y su gente todos los males vienen de la Meseta, el nuevo Egipto faraónico del que emanan las plagas que esquilman a los catalanes oprimidos. La crisis, el centralismo, el atraso secular, la corrupción, el analfabetismo, el fascismo, el subdesarrollo sureño, la incultura rural de una raza inferior como es la maloliente tribu española es la gran enfermedad de Cataluña que es preciso erradicar antes incluso que el coronavirus. Porque al final, Torra y el independentismo creen que la gripe española viene siempre de Madrid, como el cocido, los robos arbitrales contra el Barsa y la ultraderecha franquista, toda una serie de epidemias contagiosas que en realidad no pueden mermar el poderosísimo sistema inmunitario de un pueblo, el catalán, con unos genes de pedigrí a prueba de pestes tanto en lo biológico como en lo político.

Viñeta: Iñaki y Frenchy

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