(Publicado en Diario16 el 27 de abril de 2020)
Esperanza Aguirre es como Aznar pero en mujer y sin tableta de abdominales. Aunque los dos están retirados de la política, ambos viven de recuerdos, ambos están peleados con el mundo y de cuando en cuando a ambos les gusta marcarse un pequeño cameo en alguna conferencia, cóctel o sarao literario para dejar una perla envuelta en el celofán de la mentira. Este domingo Aguirre era entrevistada por Cristina Pardo en La Sexta, donde negó los recortes brutales que el Partido Popular ha perpetrado contra la Sanidad pública española tanto cuando ha ostentado las riendas del poder en el Gobierno central como en los respectivos Ejecutivos autonómicos.
“A ver, Cristina, no solamente no hice ni un solo recorte, por eso no lo pueden decir, sino que construí doce nuevos hospitales públicos”, argumenta. Aguirre asegura que gracias a esos centros sanitarios “la pandemia ha ido un poco mejor de lo que podía haber ido”, pero no dice ni media palabra de cuando iba por el mundo pregonando aquello de “no le quepa duda de que la empresa privada es más eficaz”.
Andar rebatiendo con números las falacias de la jubilada Aguirre se ha convertido a estas alturas en una tarea tan tediosa como estéril. Ha pasado demasiado tiempo, las responsabilidades políticas de su Gobierno quedaron convenientemente enterradas y si hubo algún daño a nuestro sistema sanitario público ha quedado impune, ya que la Justicia no lo investigó a fondo en su momento. Todo se lo llevó el viento de la historia, pero para que quede claro lo que supuso el aguirrismo basta recordar aquel antológico vídeo que recoge el momento en que la lideresa acudió a inaugurar la unidad de Urgencias del Hospital Clínico San Carlos de Madrid.
Para la Aguirre de aquellos años tener que escabullirse de un hospital entre airadas concentraciones de sanitarios se había convertido en parte de su ajetreada agenda social. No en vano, en mayo de 2008 también fue abucheada durante una visita protocolaria al hospital Ramón y Cajal. No hace falta recordar cómo la señora se paseó por los pasillos de urgencias mascando chicle con frescura, siempre altanera, soberbia y esbozando una sonrisa impostada (aquello de dientes, dientes, que es lo que les jode). Incluso se encaró con los manifestantes y llegó a bajarle el cartel de protesta a una enfermera (un tanto macarramente para alguien como ella que fue a colegios de pago, todo hay que decirlo). Por supuesto, para ocultar el bochorno ya estaba Telemadrid, el NO-DO en color aguirrista encargado de ponerle música triunfal y voz en off a cada escrache para que no se escucharan los gritos desgañitados del personal encolerizado. Las manipulaciones informativas eran tan habituales como los salvajes planes privatizadores, por mucho que hoy Aguirre quiera ir de firme defensora del Estado de Bienestar.
Podríamos enumerar otros episodios parecidos e incluso entrar en las cifras concretas de su gestión al frente del Gobierno regional. Los bruscos recortes de las plantillas criticados durante tantos años por los sindicatos médicos y de enfermería, el gasto sanitario por habitante siempre inferior a la media nacional, los 50 hospitales privados y solo 30 públicos que hay en Madrid, por no entrar en los sobrecostes a las arcas regionales de más de 3.500 millones de euros y en las denuncias ante el Tribunal de Cuentas. Todo un arsenal de pruebas en contra de la nefasta gestión del PP madrileño. Quizá por eso, fiel a su forma de entender la medicina −una para ricos y otra para pobres por encima de juramentos hipocráticos−, cuando ha caído enferma por contagio de coronavirus ha recurrido a un hospital público de gestión privada, el modelo con el que tanto había soñado. Y es que Aguirre lleva sus principios neoliberales hasta el final.
Viñeta: Álex, la mosca cojonera
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