(Publicado en Diario16 el 26 de mayo de 2020)
Desde su llegada a la política, Santiago Abascal no ha hecho otra cosa que vender humo. Buena prueba de ello han sido las manifestaciones en coche del pasado fin de semana, con las que Vox no ha conseguido derrocar al Gobierno, tal como prometía, todo lo más llenar de emisiones tóxicas y atascos las calles de media España. Su estrategia política de negar la epidemia y narcotizar a los españoles para que terminen creyendo que Pedro Sánchez es Stalin no le está dando los frutos apetecidos, si nos atenemos a las recientes encuestas. No cabe duda de que el líder de Vox tiene trabajo para rato, ya que meter su burundanga política en el cerebro de 47 millones de personas y que terminen tragándose el bulo de que España es Venezuela no va a ser tarea fácil. Sus “caravanas de la libertad” del pasado sábado −con las que pretendía dar un tejerazo con cuatro Mercedes recauchutados y la ITV caducada en lugar de la División Acorazada Brunete−, pincharon finalmente en hueso. La intención de Vox era convertir el país entero en una segunda gloriosa batalla del Ebro, pero la cosa no pasó de un pequeño e incómodo atasco en la M30. Y así no se puede ganar la segunda guerra civil.
Los delirios de grandeza de los líderes de un partido que no deja de asombrar con sus propuestas marcianas de otro tiempo y otro lugar empiezan a oler a chamusquina. El proyecto no da la imagen de seriedad ni en el fondo ni en las formas y eso lo empiezan a percibir los votantes de la derecha que habían huido del blando marianismo del PP en busca de un hombre fuerte y un movimiento a la antigua usanza falangista. Si bien es cierto que Abascal puede ser que dé la talla de españolazo, de hombre macho y vascongado recio, a veces en política el exceso de testosterona es contraproducente, ya que se corre el riesgo de quedar como un mariachi desafinado. Si empiezas fuerte y llamando criminal al presidente por “haber llevado a la muerte a miles de españoles”, tienes que seguir con algo aún más espectacular para no defraudar a la parroquia, de modo que las opciones se van agotando. Y no basta con subirse a un autobús descapotable para emular a Sergio Ramos y darse un baño de multitudes, hay que ofrecer algo más. El insulto fácil y la descalificación gratuita pueden cautivar al principio a los votantes más duros, pero a fuerza de abusar del improperio y la fake news el invento se va desgastando, despierta recelo entre los más sensatos. La fórmula mágica, el bebedizo verdoso, empieza a perder efecto, y eso es lo que demuestran todas las encuestas, que recogen un importante descenso de Vox en número de votos. España no es un país de extremistas y el partido parece haber tocado techo.
Abascal ha apostado por utilizar una epidemia con miles de muertos para desgastar al Gobierno, un plan kamikaze que no está saliendo exactamente como esperaba el líder de Vox. Un amplio espectro de sus votantes, que provenía mayoritariamente del PP, no de Falange ni de España 2000, esperaba encontrar algo más que una vena hinchada, al menos un discurso convincente, una brillantez, un carisma que ciertamente no han hallado. Por otra parte, la estrategia de Abascal de polarizar en buenos y malos españoles, en patriotas nacionales y rojos traidores, sigue chirriando en una sociedad que aún recuerda el trauma de la contienda fratricida. Tampoco parece motivar demasiado a su público la hoja de ruta que se basa en intentar judicializarlo todo con querellas y más querellas hasta llevar a Pedro Sánchez y Pablo Iglesias a los tribunales. Y por último, la decisión de abandonar la mesa de trabajo de la Comisión del Pacto por la Reconstrucción del país, en protesta por el pacto PSOE/EH Bildu, ha sido un grave error político, ya que Vox queda ahora en fuera de juego, como un partido marginal, residual, sin capacidad de influencia en el futuro de España. Quizá por todo ello los sondeos de las últimas semanas dan un bajón notable a Vox. Según la encuesta de Celeste-Tel, la formación ultra obtendría 54 diputados, dos más de los que consiguió en las pasadas elecciones, pero cinco escaños menos respecto a las encuestas de hace dos meses. Por su parte, el barómetro del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) vaticina que el partido verde lograría el 11,3 por ciento de los votos cuando en las pasadas elecciones generales obtuvo un 15,1 por ciento. Por si fuera poco, el giro al centro de Ciudadanos de Inés Arrimadas le está haciendo daño a Abascal en su intento de pescar votos en el caladero moderado de las derechas. Como el PP de Pablo Casado ni sube ni baja, estancándose, tampoco por ahí parece haber sangría y fuga de votos hacia Vox.
Viñeta: Artsenal
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