(Publicado en Diario16 el 15 de mayo de 2020)
Pablo Casado advierte de que ante un rebrote de la epidemia “no podemos volver a parar la economía” e insiste en que “España debe convivir con el virus”. Por su parte, Santiago Abascal acusa a Pablo Iglesias de llamar a la guerra civil desde la tribuna de las Cortes y de “reivindicar la lucha de clases y el comunismo totalitario que pretende enfrentar a la sociedad española”. Ambos partidos, PP y Vox, han tejido una poderosa alianza que cuenta con el aval de las élites empresariales y financieras, hartas de tanto socialismo. Populares y verdes ya solo trabajan con un único objetivo: derrocar como sea a la izquierda, de modo que pretenden convertir la supuesta Comisión de Reconstrucción del país en una comisión para la destrucción del Gobierno. Para ello han elegido un lema fácil que está calando en millones de personas aterrorizadas y hastiadas por la pandemia: que Pedro Sánchez pague la cuenta, o sea “las nóminas de los españoles a los que prohíbe trabajar”, y se marche.
La operación de las derechas (más bien conspiración) ha quedado al descubierto en las últimas horas con las caceroladas orquestadas en los barrios finos de Madrid. La revolución de los ricos ha estallado, quién lo iba a decir. Ya ni siquiera esconden sus intrigas y hasta Isabel Díaz Ayuso, de lengua ligera e indiscreta, lo ha reconocido abiertamente: “Esperen a que la gente salga a la calle, que lo de Núñez de Balboa les va a parecer una broma”. La amenaza está servida y Moncloa debería tomar buena nota de un plan que ha sido diseñado casi como un golpe de Estado, solo que no habrá regiones militares levantándose en armas sino la imparable expansión del propio coronavirus, un arma bacteriológica letal en manos de la extrema derecha que vuelve a repuntar con fuerza en España en los últimos días. El propio Fernando Simón reconoce no saber por qué la curva vuelve a enderezarse cuando se estaba aplanando ni por qué aumenta el número de contagiados y muertos. La única explicación que da es que lo están estudiando. Por si fuera poco, la OMS avisa: el virus puede que no se vaya nunca.
En ese escenario dramático para el país, PP y Vox tienen clara cuál es la estrategia a seguir: primero instigar la revuelta de los “borjamaris y cayetanos”, o sea las clases sociales altas y medias que tienen pánico a perder sus privilegios y a que la factura de la crisis recaiga sobre ellas en forma de impuestos, tal como ha anunciado el Gobierno. Después llevar el incendio a los barrios más pobres y deprimidos de Madrid, los que están sufriendo con mayor rigor el impacto de la epidemia y que empiezan a impacientarse porque la prometida renta mínima vital no termina de llegar. Poco a poco se irán sumando a la revuelta otras ciudades del territorio nacional donde la extrema derecha tiene un fuerte tirón como Valencia o Sevilla. Como en el 36 pero con el covid-19 en lugar de Queipo de Llano. Casado y Abascal están convencidos de que Barcelona se levantará también en algún momento, aunque en este caso serán los independentistas los encargados de activar el temporizador del estallido social. Paradójicamente Quim Torra será el mejor aliado de la ultraderecha española en este golpe de gracia al socialismo español.
El tiempo juega en contra de Sánchez y a favor de los golpistas y sus legiones de “cayetanos”, ricos y pijos azuzados al grito de “libertad libertad” contra el Gobierno chavista bolivariano. Tras meses de discurso machacón, las derechas por fin han conseguido hacer realidad su más ansiada distopía: materializar a costa de bulos y mentiras la fábula de la España convertida en la Venezuela de Europa. Resquebrajada la credibilidad del mariscal Simón y del Estado Mayor científico de Moncloa, que no consigue contener la pandemia, las derechas no tienen más que seguir invocando la libertad arrebatada a los españoles por un grupo de nostálgicos comunistas; promover la indignación popular; sacar a la gente a la calle (cuanta más mejor para que haya más contagio y destrozar las buenas estadísticas cosechadas); y esperar a que la Sanidad pública colapse como a principios de la pandemia. Ese será el momento crítico, la constatación del fracaso del Gobierno y la ruina que para España ha supuesto el confinamiento durante meses. O tal como dice Casado: “No podemos volver a parar la economía… España debe convivir con el virus…”
Con los hospitales nuevamente llenos de enfermos y mucha gente hastiada, sin trabajo, perdiendo el miedo al contagio y saliendo a la calle a manifestarse (Vox ha llegado a convocar protestas en coche para colapsar las principales ciudades españolas) el éxito de la conspiración parece asegurado. El portavoz de Unidas Podemos en el Congreso, Pablo Echenique, ha acertado de pleno: “Por muy ridículas que sean las manifestaciones de la clase alta, golpeando señales de tráfico con palos de golf y cucharas de plata, la cosa es seria. Una minoría privilegiada no puede saltarse las normas y ponernos en peligro a todos. Las autoridades deben actuar”. La afirmación del Stephen Hawking de la izquierda española resulta de una lógica aplastante. Ahora bien: ¿actuar las autoridades? ¿Significa eso más multas, más detenidos, más represión? Munición para Casado y Abascal. Todo ese escenario forma parte del maquiavélico plan de desestabilización, del golpe de Estado vírico tramado por las derechas. Sin duda, la Policía actuará con contundencia en los barrios obreros pero hará la vista gorda en los distritos ricos. Más motivos para la indignación popular, más veneno para el Gobierno, que si no mueve sus fichas con habilidad quedará atrapado sin remedio.
El golpe en marcha solo puede ser frenado si se agilizan los trámites para que millones de familias que ya no tienen qué comer puedan cobrar una renta vital básica. De ahí que Pablo Iglesias se haya apresurado en las últimas horas a garantizar que la medida será aprobada de inmediato en los próximos Consejos de Ministros. El problema es que con los “borjamaris y cayetanos” movilizando sus cacerolas y sus mejores vajillas en airadas protestas callejeras ya hasta eso parece poco para salvar al Gobierno.
Viñeta: Iñaki y Frenchy
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