(Publicado en Diario16 el 20 de mayo de 2020)
Cada vez que Santiago Abascal sube a la tribuna de oradores de las Cortes asoma un poco más el rostro del político despiadado y feroz que lleva dentro. A este paso pronto veremos a un señor con bigote, flequillo a un lado y brazo en alto echando espuma y bilis por la boca. No filtra, da rienda suelta a lo más bajo que lleva dentro. Hoy, durante el debate de la quinta prórroga del estado de alarma, el líder de Vox ha vuelto a las andadas y a descargar su habitual vómito contra el Gobierno. Pero entre agravio y ofensa, entre bulo y mentira, de cuando en cuando baja la guardia y comete el error de ir deslizando anticipos sobre cuál es su proyecto de futuro para España.
Abascal, como buen ultraliberal, sueña con un país infectado y sacrificado por el bien de la economía, un lugar lleno de trabajadores patriotas tísicos y precarios donde el virus se vuelve endémico y se instala ya para siempre entre nosotros. El Caudillo de Bilbao también está en contra de que en el año 2050 se retiren todos los coches de diésel y gasolina, según el plan de transición ecológica crucial para depurar la atmósfera venenosa y frenar el virus. Antes que el aire limpio y puro y antes que un mundo saludable está la Seat, buque insignia de aquel viejo franquismo que fabricaba los Seiscientos para contribuir a la utópica felicidad de un país acomplejado y pobre. Y sobre todo, y por encima de todo, Abascal lleva en su carpeta una España grande y libre a la clásica manera falangista, una España donde no caben ni el vasco de la txapela ni el catalán de la estelada. Su frase “señor Sánchez, usted ha entregado la soberanía nacional a los separatistas para seguir manteniéndose en el poder” estremece por lo que mucho que recuerda a aquellos viejos discursos de los camisas azules en los meses anteriores a la Guerra Civil.
La cantinela del republicano “vendepatrias” es una melodía de triste recuerdo para los españoles de la que suele tirar a menudo Abascal. Su discurso de odio de esta mañana, un grado más guerracivilista aún que el anterior (en sus actuaciones Abascal siempre se supera a sí mismo en cainismo y ferocidad) ha sido todo un alegato en defensa del golpismo floreciente en los barrios ricos de Madrid. “La revuelta se ha extendido por todas partes, por los barrios humildes de toda España”, ha asegurado antes de insistir en convocar manifestaciones en coche en protesta contra “un Gobierno que ha llevado a la ruina y a la muerte a miles de españoles”. Aquí por lo visto se trata de extender la pandemia de norte a sur y de este a oeste, el cuanto peor mejor para echarle el muerto a los rojos bolivarianos.
Abascal ha recuperado aquellos viejos pasquines que los aviones del Ejército nacional lanzaban sobre la población aterrorizada por la guerra. “Ni un español sin pan, ni un hogar sin lumbre. Franco”. Al final ya se sabe que la historia fue justamente al contrario: ni un solo español tuvo pan durante muchos años (salvo los vencedores), los hogares quedaron arrasados por las bombas y una profunda oscuridad lo envolvió todo. Pero el nuevo José Antonio desempolva los mismos gañidos sangrientos y patrióticos que tan nefastas consecuencias trajo a este país durante siglos. Ya ha puesto la diana a todos aquellos que él considera malos españoles: socialistas, comunistas, nacionalistas vascos y catalanes y hasta Ciudadanos por apoyar la quinta prórroga del estado de alarma. A esta hora Inés Arrimadas ya sabe que ella también está en la lista negra de antipatriotas y sospechosos antifranquistas, embarazadísima y todo.
Nadie queda a salvo de la furia incontrolada de un hombre desmedido, corroído por el rencor y fuera de sí que hiela la sangre a media España, la que no piensa como él. Su pregunta sobre si es preciso tener el carné de comunista para despedir a un familiar, tratando de hacer un chiste malo con el entierro de Julio Anguita es sencillamente inhumano, bestial, cruel. Todo lo cual confirma la membrana del virus político al que nos enfrentamos.
Vox no es populismo demagógico, ni trumpismo posmoderno, ni ninguno de esos nuevos eufemismos con los que la prensa de la caverna trata de maquillar el proyecto duro de Abascal para transformar al tigre en un manso gatito. Es simple y llanamente el fascismo de siempre. Puro y peligroso franquismo que se ha propuesto acabar con la democracia, tal como la entendimos en 1978. España es un cementerio de infectados por el virus sobre otro camposanto de víctimas de los extremismos; un campo de batalla sobre otro campo de batalla. Allá donde se mira solo se ve muerte, odio y los disparates ibéricos de siempre. Hemos vuelto al paseíllo y al paredón. Estamos perdidos.
Viñeta: Pedro Parrilla El Koko
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