(Publicado en Diario16 el 11 de mayo de 2020)
La recuperación de la actividad económica y la vuelta de la sociedad española a la “nueva normalidad” se están convirtiendo en una loca carrera entre comunidades autónomas por ver quién cumplimenta antes las sucesivas fases que el Gobierno de Pedro Sánchez ha establecido para las próximas semanas. Por lo visto aquí lo más importante es quitarse cuanto antes el estigma de “lugar apestado”, aunque la realidad sea muy diferente, y nadie quiere quedarse atrás en la competición por poner el cartel de “territorio limpio de coronavirus”. La cuestión se ha convertido en un absurdo e infantil juego de patio de colegio donde se trata de aprobar el examen aunque sea copiando o presentando unos informes científicos cogidos con pinzas.
Uno de los conatos de picaresca más sonrojante ha sido el protagonizado en los últimos días por la presidenta de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, que presionada por la patronal y el lobby hostelero ha jugado traviesamente con las estadísticas para colar a su comunidad autónoma entre las regiones beneficiadas por el desconfinamiento. La burda maniobra le ha costado un suspenso en toda regla (finalmente Madrid se ha quedado en la Fase 0), además del tirón de orejas del vicepresidente segundo del Gobierno, Pablo Iglesias, y la dimisión irrevocable de su directora de Salud, la íntegra e intachable doctora Yolanda Fuentes, uno de los nombres que pasarán a la historia negra de esta maldita peste por su ejemplo de honestidad, valentía y profesionalidad. La responsable del área sanitaria madrileña se puso en su sitio cuando vio que el Gobierno autonómico trataba de hacer malabarismos con los datos de la epidemia con el fin de convencer a Moncloa de que Madrid daba por superado el brote contagioso. En realidad, los hospitales seguían en riesgo de colapso, la escasez de médicos y enfermeros era alarmante y las cifras de pacientes y fallecidos no invitaban para nada al optimismo. Con muy buen criterio, y demostrando una coherencia poco frecuente en los tiempos cínicos que corren, Fuentes recogió las cosas de su despacho y se fue a casa dando un portazo, tras decirle a su presidenta que no iba a entrar en manipulaciones ni en juegos políticos que pusieran en riesgo la salud de millones de personas.
La respuesta de Díaz Ayuso, que no será experta en virología pero que de marketing político entiende mucho, ha sido conceder una entrevista a El Mundo a mayor gloria de sí misma en la que se ha marcado un posado mariano sacro en la mejor tradición de las vírgenes de El Greco, un retrato entre tenebrista y claroscuro en el que aparece como una Soledad o una Dolorosa siempre casta y pura. Está visto que Díaz Ayuso no sabe una papa de virus, pero de técnicas de manipulación y propaganda anda sobrada.
En mayor o menor medida, desde el gallego Núñez Feijóo hasta el andaluz Moreno Bonilla, pasando por el lehendakari Iñigo Urkullu, todos los dirigentes autonómicos han tenido que hacer grandes esfuerzos para no sucumbir a la tentación de jugar con el bichito de Wuhan como arma para sus reivindicaciones particulares y localistas por encima del interés general del Estado. El último en aprovechar la oportunidad que brinda la epidemia para enarbolar la bandera del secular agravio comparativo regionalista ha sido Ximo Puig, el presidente de la Generalitat Valenciana, quien no está de acuerdo con que su comunidad haya sido suspendida en el examen para el pase de la Fase 0 a la Fase 1 de la desescalada, por lo que ha pedido explicaciones al Ministerio de Sanidad.
Puig dice que las decisiones se han tomado “de manera honesta”, aunque no las comparte, por lo que exige que los virólogos de Sánchez “se expliquen” (aunque deja claro que Madrid ha actuado “en defensa del interés general”). Además, ha recordado a su jefe socialista que “lealtad no es sumisión” y reclama una mayor transparencia con los datos y los planes de desconfinamiento. Una vez más nos encontramos ante un caso claro de victimismo injustificado y con escaso fundamento. El líder valenciano tiene que debatirse entre ser fiel a su partido, a su presidente y a sus ideas políticas y al mismo tiempo quedar bien con su parroquia, con su gente, con su pueblo. Es la misma historia de siempre en un país que se ha quedado a medias entre el centralismo y el federalismo, dando lugar a la frustración, a las pugnas estériles y al rencor entre territorios.
Fernando Simón y su equipo de virólogos del Ministerio de Sanidad tienen problemas más importantes en los que pensar que en fastidiarle la vida a los valencianos. Más bien al contrario, las decisiones que adoptan van siempre encaminadas a reducir la curva de mortalidad y a salir de la pandemia de la mejor forma posible, anteponiendo siempre los rigurosos criterios científicos a la política electoralista que en este caso sirve de bien poco. Pero una vez más nos encontramos ante las contradicciones de un sistema de organización territorial, el autonómico, que si bien es cierto que se ha demostrado exitoso durante 40 años de progreso y avance democrático ha acreditado un sonoro fracaso en capacidades de coordinación y en tiempo de reacción y respuesta ante una catástrofe de grandes dimensiones. Utilizar el poder autonómico como herramienta para canalizar el descontento y el agravio comparativo (pescando unos votillos de cara a las próximas elecciones) es chusco y victimista. Un residuo de la política del viejo mundo que ha saltado por los aires con la llegada del virus chino.
Viñeta: Curro Martínez El Petardo
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