(Publicado en Diario16 el 12 de mayo de 2020)
La primera manifestación de la historia tuvo lugar en el Antiguo Egipto durante el reinado del faraón Ramsés III, a quien, según cuenta la historia, unos obreros le organizaron una sentada cuando dejaron de percibir sus salarios. Durante la Revolución Francesa la cosa del levantamiento popular fue mucho más violenta, tanto que acabaron rodando cabezas, mientras que en la Revolución Industrial las revueltas se hicieron recurrentes como arma de reivindicación de los obreros frente a los abusos del patrón (hasta que se instauró el Primero de Mayo como Día Internacional de Trabajo, de alguna manera la madre de todas las manifas).
Quiere decirse que desde aquellos viejos egipcios explotados por la codicia del faraón hasta el 15M y las mareas de indignados (pasando por las primeras movilizaciones de Chicago de 1886 para exigir la jornada laboral de 8 horas) lo de manifestarse, le guste o no a Vox, siempre ha sido una cosa de rojos, por mucho que pretendan apropiarse también de esta conquista social de la democracia y de la izquierda. Tanto es así que no se conocen casos de manifestaciones de señoritos, terratenientes o patronos para protestar contra explotaciones y abusos de los trabajadores. Sin embargo, el partido de Santiago Abascal −firme defensor del orden establecido, del gran capital y de las élites sociales, políticas y económicas de este país, así como implacable detractor de todo lo que huela a bolchevismo−, parece que le ha cogido un extraño gusto a esa actividad política, la manifestación callejera, que tiene profundas raíces proletarias, marxistas y rojas.
La última de la formación ultra es que pedirá autorización oficial para celebrar manifestaciones en coche −el próximo 23 de mayo en las calles de todas las capitales de provincia−, en protesta contra la gestión del Gobierno en la crisis del coronavirus. Hasta hoy Vox nos había acostumbrado a propuestas esperpénticas que no habíamos visto en 40 años de democracia, como acabar con la educación en igualdad en las escuelas, recuperar el macho ibérico en vías de extinción o incluir a violentos nazis en sus listas electorales. Pero lo de convocar manifestaciones en coche, eso no se había visto nunca.
Podría decirse que la rebelión que prepara Vox es un golpe de ricos y para ricos, aunque para ello tiene que engatusar y cautivar a las bases, a las masas obreras, y prometerles una manifestación de la que solo van a salir atascos, multas y más contaminación, un escenario “trumpista” por el que la extrema derecha parece sentir especial fascinación.
La última locura de Vox, en un momento de gravísima epidemia y emergencia nacional no lo olvidemos, no es ninguna broma ni una inocentada fuera de calendario. Piensan hacerlo de verdad. Han planeado colapsar la Castellana y provocar un sindiós de tráfico en una extraña y retorcida gamberrada adolescente que demuestra claramente que esas cabezas están inmaduras, tiernas, aquejadas de algunos complejos infantiles no resueltos. De hecho, el partido ya ha anunciado que registrará su solicitud esta semana ante las delegaciones del Gobierno, según ha anunciado Jorge Buxadé. “Confiamos en que el Gobierno recuerde que existe una Constitución que consagra el derecho a la manifestación y a la reunión y que estos no pueden ser vulnerados a través del estado de alarma”, ha avisado el eurodiputado ultra. Buxadé cree que en caso de que las manifestaciones no sean autorizadas será “la prueba indiscutible” de que el Ejecutivo de Pedro Sánchez utiliza el estado de alarma de forma “abusiva, desproporcionada e ilegal” para ejercer un “estado de excepción encubierto”, una jugada tan burda que se ve a la legua lo que es: propaganda de la mala.
Vox no ha adelantado el recorrido que prevé para esas protestas ni su lema, pero ha garantizado que se convocarán cumpliendo con todas las medidas de seguridad y sanitarias necesarias para proteger a los ciudadanos del coronavirus. Hay que estar algo pasado de rosca para sumarse a esa película (aquellos chalados en sus locos cacharros) en estos momentos de plaga vírica, de modo que será un buen momento para calibrar el estado emocional del país tras el confinamiento. Si prospera la iniciativa y los ejércitos automovilísticos consuman el golpe de mano, colapsando las calles, podremos empezar a sentirnos preocupados.
Viñeta: Iñaki y Frenchy
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